domingo, 3 de junio de 2012

UN DEBATE SOBRE TRABAJO Y CIUDADANÍA










El texto de ayer en el blog a partir del seminario sobre Bruno Trentin en la ERL de la UCM, ha dado pie al blog hermano Metiendo Bulla a abrir un cierto debate sobre algunas de sus afirmaciones. A continuación se insertan las intervenciones de López Bulla y de Rodriguez de Lecea al respecto, que prolongan una ya larga y extremadamente sugestiva serie de diálogos - con esporádicas intervenciones de terceros, como es el caso- a partir de la obra de Trentin La città del futuro.





Habla JLLB



Queridos amigos Antonio y Paco, el defectuoso encaje de los derechos sociales en un sistema de libertades políticas viene de muy antiguo. Recuerdo la impresión dolorosa que me produjo, hace ya muchísimos años, la lectura de un libro sobre la Revolución francesa: en 1791 la ley Le Chatelier define las asociaciones obreras como delictivas y, en consecuencia, el derecho de huelga. En susbtancia, poca diferencia con la sentencia de  Lord Mansfield, presidente del Tribunal Supremo del Reino Unido, en el último tercio del siglo XVIII: “los sindicatos son conspiraciones criminales inherentemente y sin necesidad de que sus miembros lleven a cabo una acción ilegal”. El argumento se basa en que tales asociaciones intentan alterar el precio de las cosas, es decir, los salarios.   

De ahí podemos sacar una primera conclusión que tantas veces hemos comentado: sólo y solamente con la acción de masas organizada se ha conseguido la extensión de los derechos sociales. ¿Podríamos decir, entonces, que así las cosas, el trabajador, en tanto que tal, siempre tuvo una ciudadanía demediada? La segunda conclusión es el persistente énfasis de Bruno Trentin en que la libertad siempre es lo primero. Esto es, la libertad también en el centro de trabajo.

La clave de la ademocraticidad de la empresa la expuso Umberto Romagnoli cuando afirma, yendo al nudo de la cuestión, que el problema está en que “en ella no se produce la alternancia de poderes”. Lo que propone una serie de problemas de mucha enjundia en la relación entre el “territorio” del centro de trabajo y el “territorio de la democracia”. Que motivó a Norberto Bobbio, que no era marxista precisamente, a afirmar que “la democracia no había entrado en la fábrica”, algo que repitió nuestro Marcelino Camacho. En la fábrica y en el centro de trabajo han entrado cachos de democracia solamente. Cachos de democracia muy importantes, por supuesto. Pero siempre a condición de no impugnar el uso de la propiedad sino el abuso. Esa fue la lucha tesonera que nos dejaron nuestros mayores, y ese fue el testimonio que pusimos en movimiento los sindicalistas de mi quinta.

El problema, querido Antonio, es que los sindicalistas de hoy (y la izquierda de hoy) viven en un cuadro totalmente distinto de aquello con lo que nos enfrentamos Paco Rodríguez de Lecea y un servidor. Las gigantescas transformaciones, en las que siempre insiste el maestro Trentin, han generado un nuevo territorio en el centro de trabajo.  Este nuevo centro de trabajo tiene lógicamente nuevas situaciones que no van acompañadas por nuevos derechos. Perviven, eso sí, los viejos derechos (los que no se eliminan por las sucesivas contrarreformas laborales) pero las nuevas realidades no tienen el contrapoder de los bienes democráticos por utilizar la lúcida expresión de Gerardo Pisarello. De manera que el sindicalismo de tutela, así las cosas, anda cojo, y el trabajador más demediado. Por aquí entiendo que debería enriquecerse el debate que existe entre el sindicato y el iuslaboralismo. Desde luego, es magnífico el trabajo que os traéis entre manos Rodolfo Benito, Joaquín Aparicio y tú mismo, entre otros. 

Por lo demás, todavía estoy maravillado de la iniciativa y del activismo de Eddy Sánchez, el alma de la Fundación de Investigaciones Marxistas, que puso en marcha el seminario sobre Trentin. Muy agradable, y como colofón la amigable conversación presidida por nuestro Juan Trías Vejarano a quien  hacía años que no veía. Cuando lo veas hazme el favor de saludarlo.


Habla Paco Rodríguez de Lecea    

 
Confieso para empezar, sin la menor intención de retórica, mi admiración que viene ya de antiguo por el profesor Baylos, y el temblor que me produce entrar en este inesperado diálogo a tres bandas. Querido Antonio, querido José Luis, habéis descrito con crudeza la situación en que se encuentra el trabajo heterodirigido en nuestra sociedad democrática: la violencia de la explotación laboral, nos dice Antonio, conlleva la pérdida de la identidad ciudadana del trabajador. Todo el entramado de derechos democráticos contenidos en nuestro ordenamiento que se resume en la noción de civilidad, por paradoja sólo tiene vigencia fuera del centro de trabajo. En el puesto de trabajo mismo, la condición del ciudadano sufre una amputación: su libertad queda limitada, su opinión no tiene valor, su esfera de autonomía se reduce a mínimos penosos. No es posible encontrar dentro de la empresa ni siquiera la sombra de la igualdad que predica la constitución.

Es curioso que una situación así se considere natural e inamovible no sólo por parte de los empresarios, la parte ‘beneficiada’, sino también por parte de los trabajadores y sus sindicatos. Ha habido experiencias de intervención sindical con la mira puesta en el ‘puente de mando’ en el que se generan las decisiones empresariales; pero esas experiencias han sido discontinuas y ambivalentes. En general, ha tomado cuerpo generalizado la opinión de que entre la organización del trabajo y la democracia existe una ‘repulsión implícita’ (uso tus mismas palabras, Antonio).

Esta es una de las herencias del taylorismo; pero ya no estamos dentro de los parámetros del taylorismo. La explosión de la ‘fábrica’, la multiplicidad de formas que está adquiriendo el trabajo subordinado, las exigencias derivadas de un nuevo escalón tecnológico en el que priman la agilidad en la toma de decisiones y la rapidez y descentralización de las respuestas en los procesos de producción de bienes y de servicios, abren la puerta a nuevas reivindicaciones de los trabajadores relativas a las formas de organizarse el trabajo en un ‘territorio’ del centro de trabajo que como tú, José Luis, señalas, se ha modificado ya sustancialmente. Y sigue modificándose con suma rapidez.

Resulta como mínimo sorprendente el hecho, que también mencionas, Antonio, de que en los programas de los partidos y las organizaciones diversas de la izquierda, incluida la llamada izquierda radical, este tema aparezca en todo caso como horizonte último, pero nunca en el orden del día de las propuestas. Incluso quienes llaman a la liberación ahora, se refieren a una liberación fuera, aparte del trabajo. Es tan dramática la diferencia entre quienes cuentan con un trabajo fijo y quienes no lo tienen, que se obvia toda discusión sobre las condiciones y las formas de organización del empleo existente. Y sin embargo, es la intervención sobre la organización del empleo existente lo que podría dar un vuelco a la actual situación de trabajo escaso, de trabajo basura, y ser la fuente de creación de nuevos empleos desde una lógica y una racionalidad distintas.

Y todo ello desde la constatación de que no existen trabas legales explícitas que impidan abordar desde la perspectiva sindical y política estos temas. Hay nubarrones negros en el horizonte; están apareciendo en diversos países iniciativas legislativas tendentes a fragmentar y des-sindicalizar la negociación colectiva, a limitar o prohibir en ciertos casos el derecho de huelga. Cierto. Pero los derechos civiles, esos que no se aplican dentro de la empresa por un extraño consenso implícito entre las contrapartes, siguen estando ahí, listos para ser esgrimidos también en el lado de dentro de las puertas de la empresa. Algunas piezas de nuestro ordenamiento dan pie a la posibilidad de desarrollos dirigidos a ampliar el ámbito de intervención de los asalariados en la organización de la producción y en la toma de decisiones. Faltan aún las propuestas concretas: ayudar a elaborarlas sería, como tú, José Luis, señalas, un excelente terreno de encuentro y de colaboración entre el sindicalismo y el iuslaboralismo.

Y después de todo, también hay que considerar que un contexto de crisis política, económica y social tan profunda como la que vivimos, puede conllevar oportunidades preciosas para hacer avanzar iniciativas que aporten aires frescos de cambio, siempre partiendo de la base de unos esfuerzos compartidos por todos. 
Poldemarx, 3 de Junio de 2012

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