sábado, 5 de enero de 2013

PLURALIDAD SINDICAL EN EUROPA









Hablar del sindicato en Europa es también hablar de pluralidad sindical. Lo que sigue es un breve texto divulgativo de esta noción para un Diccionario Jurídico Internacional que se publicará en el primer trimestre del 2013.


El sindicato es una figura social que tiene referentes muy diversos en el plano ideológico, organizativo y cultural. 

Por referirse principalmente a Europa, el movimiento sindical se encontró desde su fundación atravesado siempre por distintas posiciones ideológicas que tenían referencia directa con el plano político. Marxistas y bakuninistas primero, pero ya desde la primera posguerra mundial socialistas y comunistas, con algún espacio para los sindicatos cristianos. La diferencia significaba comúnmente  confrontación entre sindicatos, lo que se acentuó tras el inicio de la “guerra fría” y la división de Europa en dos zonas de influencia de los dos bandos en liza. 

Esta cesura ideológica estaba por tanto muy relacionada con la diferente relación que el movimiento sindical establecía con la política y fundamentalmente con el partido político que representaba a la clase trabajadora en el espacio parlamentario y de gobierno. Por tanto, además de una determinada concepción global de las relaciones laborales, del papel de la ley y de la negociación colectiva, del uso de la huelga y de los medios de acción colectiva, de la función que debía desempeñar el sindicato en la empresa y en los órganos de participación en la misma, el dato que marcaba más profundamente la diferencia era el proyecto político de la sociedad por construir.  

El pragmatismo sindical no acepta fácilmente la utopía, que al fin y al cabo es un lugar ideal por construir que no existe  en la realidad, pero sí asume como propios, aunque muchas veces de forma crítica, los modelos políticos de Estado que declaraban explícitamente su proyección social y la defensa de los derechos de los trabajadores como clase social oprimida. Estado social y Estado socialista eran por tanto dos referentes político-culturales que mantenían divisiones muy profundas en el plano político y que se reiteraban en el plano sindical. Para unos pues, el estado social de la República Federal Alemana, pero sobre todo el modelo sueco de regulación social, era un ejemplo al que encomendarse, para otros el horizonte se situaba en un estado obrero al estilo del que podía encontrarse en la Unión Soviética. 

Como es sabido, estos referentes fueron cambiando y problematizándose a lo largo de los años 60 y 70 del siglo XX, con la extensión de los nuevos marxismos críticos y los movimientos de emancipación que fueron cristalizando en el llamado tercer mundo a través de los procesos de descolonización y liberación nacional. París y Praga en 1968 funcionaron de parteaguas en la percepción por parte de los trabajadores europeos del proyecto de sociedad que querían construir, y las luchas de los años inmediatamente posteriores revelaron la posibilidad de una convergencia en un futuro de socialismo en libertad. Junto a ello – o quizá posiblemente por esa cuestión – el sindicalismo europeo fue desarrollando una noción de autonomía que le alejaba de los esquemas tradicionales de “cesión de soberanía” sobre la elaboración del proyecto político  en los “partidos políticos hermanos”  y lo fue sustituyendo por un principio de cooperación interdependiente entre ambas organizaciones que se caracterizaba por estar presidido por las nociones de autonomía y de independencia.

Autonomía respecto del proyecto político de sociedad que sostiene el partido político, lo que implicaba seguramente amplias zonas de coincidencia, pero que no excluía la posibilidad de disenso puntual o de fondo con el programa del partido, que condujera a una relación conflictiva. Independencia del proyecto sindical respecto de los procesos de representación política y sus avatares, en el doble sentido de no subordinar el programa de reformas al éxito electoral de las formaciones políticas más homogéneas ideológicamente con el enfoque sindical, ni de poner a disposición de la labor de oposición política la fuerza erosionante del gobierno que puede provocar la acción reivindicativa sindical.

A esta evolución se unió, ya a finales de los años 80, la caída del muro de Berlín y la desaparición de los viejos arquetipos del llamado socialismo real. Las sucesivas evoluciones de la socialdemocracia de la Tercera Vía o del Valor para el Cambio generaron una fusión de las ideologías de centro izquierda y de centro derecha que paradójicamente convergieron en una cierta hostilidad y desapego del partido socialdemócrata respecto del sindicato, que reivindicaba un programa de derechos sociales y laborales ignorado por el nuevo modelo de partido neo-laborista o neo-socialdemócrata. En este contexto las divisiones ideológicas netas se transforman en tradiciones culturales, lo que permite un intercambio más fácil de experiencias y de ideas reguladoras del tipo de sindicalismo que se quiere poner en práctica, a lo que también ha contribuido la progresiva configuración de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) como la representante de todo el sindicalismo europeo, superados ya los vetos ideológicos que mantuvieron fuera de la organización hasta los años 90 del siglo XX al sindicalismo mayoritario del sur europeo, con la única excepción de la CGIL italiana. 

 Pero que se hayan amortiguado las irreconciliables diferencias ideológicas y políticas y que impere por así decir un cierto “sentido común” a todas las organizaciones sindicales europeas no evita que la voz sindicato se siga declinando en plural, y las diferencias entre las mismas sigan siendo considerables. Esto es lo que explica que, más allá de la conformación del sindicato en un país determinado con arreglo a una pauta unitaria frente a otros en donde son varios los sindicatos que actúan en el terreno de las relaciones laborales,  la pluralidad sindical ha acompañado tradicionalmente a esta figura social en Europa.

Ante todo por el arraigo nacional del sindicato y su dependencia de su peculiar conformación histórica, que se traduce en un cierto orgullo de pertenencia a la misma como una forma de preservar la propia identidad. La marca del encuadramiento ideológico se manifiesta asimismo en las diversas formas de enfocar la relación con los empresarios y con el poder público, o sobre el tipo de acción colectiva de presión que se practica, entre tantos otros temas importantes que explican unas prácticas colectivas propias. 

Desde un punto de vista más preciso, se hace hincapié en que la diferencia entre los diversos modelos sindicales proviene fundamentalmente de la vigencia de un patrón unitario o pluralista como base del mismo. La cultura sindical y política de los sindicatos europeos que concentran en un solo sujeto la práctica totalidad de la representación de los trabajadores en un país determinado, suele tener una serie de características comunes muy acusadas, entre ellas, de manera relevante, la debilidad del mando confederal, que es sustituido por la importancia de las federaciones de rama como eje de la estrategia y de la política del sindicato. Por el contrario, los países donde hay una larga tradición de pluralismo sindical en donde varios sindicatos compiten entre sí por la representación  de los trabajadores en el mismo ámbito funcional y territorial, el contexto cultural es relativamente común y la articulación de poderes internos en las estructuras del sindicato está presidida por una dirección confederal fuerte.

Pero quizá lo más relevante en Europa respecto a la constatación de la diversidad sindical  que existe en este espacio político y económico es la pertenencia a un área geográfica determinada del mismo. Es como si se pudiera trazar un mapa sindical de Europa con fronteras definidas que se pueden atravesar con dificultad. 

Hay al menos cuatro grandes territorios poblados por sindicalismos comunes entre sí y diferentes a los demás. Un primer grupo, el más numeroso y posiblemente influyente, es el que componen los sindicatos centro-europeos y escandinavos, al que podría asemejarse el sindicalismo “tradeunionista” insular, pero que por las características tan peculiares del marco institucional en el que se mueve y el peso de las tradiciones nacionales anglosajonas, lo sitúan en un segundo espacio diferenciado. Un tercer grupo lo constituiría el sindicalismo pluralista de base ideológica del sur, que incluye a Portugal, España, Francia, Italia y Grecia, y por último se encontraría el agrupamiento de los sindicatos de los países del este, caracterizados por su fragmentación y debilidad. Para unos el sindicato está diseñado para actuar fundamentalmente en el marco de la relación económica y social, mientras que para otros el sindicalismo tiene que desarrollar una importante vertiente socio-política. El anclaje nacional-estatal de cada una de estas organizaciones refuerza el relativo aislamiento de las diversas posiciones y explica la dificultad de trasponer al plano supranacional europeo una dinámica de acción colectiva interdependiente y coordinada entre los distintos sujetos sindicales que lo componen.

El sindicalismo europeo, organizado en torno a la Confederación Europea de Sindicatos (CES) tiene esta fragmentación cultural y organizativa de sus miembros como una base inestable de su acción sindical. El sindicalismo tiene abierta una “nueva frontera”, la de su dimensión europea considerada como un todo y no como la suma de las distintas problemáticas nacionales. Esta identidad europea  forma parte de una consciente posición del sindicato en la globalización a favor de otro mundo y otra sociedad, de forma que la única solución practicable no es refugiarse tras las fronteras de los respectivos ordenamientos internos, sino traspasarlas y exigir “más Europa”, es decir, un desarrollo importante de elementos políticos de control democrático de la fuerza regulativa de los mercados y la puesta en marcha de instrumentos redistributivos profundos a través de la acción coordinada y unitaria de los sindicatos europeos. 

La jornada de lucha del 14 de noviembre ha sido el primer momento de una nueva disposición común del sindicalismo que requiere una fuerte re-elaboración de los conceptos de “propio” y “ajeno” o ”solidario” en la estrategia sindical de cada confederación nacional – estatal así como de la práctica política de la CES. Para el 14 de marzo se propone un nuevo momento de protesta europea que no necesariamente se va a expresar en huelgas generales en algunos de los países, sino en formas de lucha que logren una gran visibilidad con menor coste sindical. Pero el pluralismo sindical no puede ser un obstáculo a esta acción general, como tampoco es ya aceptable que ciertos sindicatos acepten y aprueben mediadas de acción común en el ámbito europeo y luego las nieguen en su concreción en el momento de su puesta en marcha. En ocasiones mediante la alegación de que es difícil movilizar a los afiliados por un objetivo solidario europeo; en otros por rivalidades y hostilidades derivadas de la pluralidad sindical en un solo país. El sindicalismo europeo tiene que superar necesariamente este horizonte de fragmentación y de impotencia si quiere seguir siendo un actor de relieve en las relaciones laborales europeas definidas por una unidad de mercado y monetaria que conspira contra los derechos de los trabajadores y trabajadoras.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen artículo. Lástima que no se titule: La construcción sindical europea.

Diversidad y pluralidad se parecen pero no son exactamente lo mismo. A veces el unitarismo de herencia jacobina ve pluralidad donde solo hay diversidad.

Una pequeña observaciión ante un gran artículo

Jaime Cabeza dijo...

¡Ya nos estás presionando a los incumplidores, con tu sutileza habitual! ¡Canalla!
Jaime