jueves, 28 de febrero de 2013

ITALIA TRAS LAS ELECCIONES.¿MAGNA GRECIA?









Aunque son muchos los comentarios y análisis de las elecciones italianas, en la blogosfera de Parapanda se ha comisionado a un grupo de trabajo, liderado por el titular de este blog para la realización de una aproximación a este importante hecho político. En la imagen se le puede apreciar en pleno trabajo, disimulando entre las masas resistentes.



Las elecciones italianas celebradas el 24 y 25 de febrero han producido unos resultados inclasificables según los términos comunes del lenguaje electoral que traduce opciones políticas determinadas. Con la importancia que tiene Italia en el contexto europeo y, en especial, en el espacio de los países del sur que se encuentran sometidos a las turbulencias de los mercados para financiar la deuda pública generada por las cuantiosas subvenciones al capital financiero, las elecciones italianas han sido valoradas preferentemente en clave de gobernabilidad del país. Con ello se quiere decir que lo que debería estar en juego en Italia es la capacidad de los sujetos políticos, respaldados por el voto ciudadano, de formar un gobierno sólido que pudiera dar seguridad a los mercados y a sus deudores y que estableciera una relación de subordinación consensuada con las políticas de austeridad dictadas por la Comisión, el Banco Central Europeo y en última y decisiva instancia, por el gobierno alemán.

La duda más que razonable sobre esta posibilidad ha hecho que se invocara el fantasma de Grecia, ectoplasma que los españoles conocemos bien desde su frecuente presencia en los discursos de Zapatero en el 2010 y 2011. El fantasma se presenta esta vez más cercano en el tiempo, a partir de los resultados de las elecciones de mayo del 2012, donde ni los socialistas del PASOK (13,2%) ni el centro-derecha de Nueva Democracia (18,9%) obtuvieron mayoría suficiente para formar nuevo gobierno, ante la remontada de Syriza (17%) y la presencia corpulenta de los fascistas de Alba Dorada (7%). La ingobernabilidad del país provocó que se convocaran nuevas elecciones en junio del 2012, con todo el peso de la amenaza de quiebra del sector público y de la economía provocada por el cese de las ayudas europeas. Entonces, bajo la intensa presión internacional, el centro – derecha obtuvo el 30%, el PASOK se hundió al 12,5% - porcentaje suficiente para entrar en un gobierno de coalición – y Syriza apareció como la izquierda política representativa con el 27%. Ese escenario griego es el que muchos tienen en mente cuando sugieren que Italia puede entrar en esa misma espiral de ingobernabilidad, de forma que o se forma un gobierno de concentración PD – PdL, como ha propuesto ya Berlusconi, o se va a las elecciones para que el profesor Monti mejore sus expectativas de voto, trámite las oportunas presiones europeas, y se pueda re-editar el escenario del gobierno técnico pre-electoral. El rol de Syriza quedaría, en esta trasposición de papeles, para el Movimiento 5 estrellas (M5S) de Beppe Grillo.

Es comprensible que esta aproximación a través del prisma de la gobernabilidad sea el favorito de los medios de comunicación orientados y de los gobiernos de los países del sur, en especial del español. Pero puede también analizarse las elecciones italianas desde otros puntos de vista, posiblemente ya mencionados en tantos análisis efectuados al respecto con gran solvencia por otros medios de información y profesionales.
Lo primero que se desprende del resultado electoral es el rechazo a las políticas de austeridad dictadas por la Unión Europea. La “receta de la austeridad” o la “política del rigor” que desprecia los derechos ciudadanos e impone medidas injustas y desiguales, ha sido contestada democráticamente con un voto claro en contra de la mayoría de los votantes italianos. Se trata de una censura muy amplia y muy neta, que expresa la resistencia de la democracia a políticas como las europeas que la vacían de contenido. 

Este repudio tiene la peculiaridad de que se trata de un rechazo transversal. Desde el centro derecha hasta la izquierda. El discurso de Berlusconi y del PdL ha sido terminante en este punto, incidiendo en la pérdida de soberanía italiana que ha acarreado esta política de austeridad y su incorrección en términos económicos, enfatizando la subida de impuestos decidida por el gobierno y prometiendo su derogación. La derrota de la lista del profesor Monti – que no necesitaba ser votado por el pueblo al ser senador vitalicio – señala la desaprobación mayoritaria a la acción del “gobierno técnico”. Por motivos diversos, el Movimiento 5 estrellas y la izquierda dislocada entre Revolución Civil con el magistrado Ingroia e Izquierda, Ecología y Libertad (SEL), en coalición con el PD, repelían las medidas de “rigor” presupuestario y de recortes públicos. El Partido Democrático, con Bersani, se mantenía en un espacio más matizado, que afirmaba la necesidad de corregir la austeridad manteniendo los derechos laborales y potenciando los servicios públicos esenciales de la educación y de la sanidad. Pero su apoyo al gobierno Monti desde la destitución de Berlusconi le hacía continuamente sospechoso de estar abocado en el futuro a un programa de coalición con el profesor – vale decir con los grandes decisores europeos – y a reeditar, de forma menos severa, el programa económico impuesto por la Unión Europea. En el horizonte, sin embargo, se anotaba el cambio apreciable en los mercados, que de exigir de forma inmediata el rigor presupuestario y el equilibrio de ingresos y gastos con eliminación del déficit, se encuentran ahora más preocupados en fomentar el crecimiento. En ese cambio de orientación nadaba la ambigüedad del PD, que pensaba además en poder reforzarse con la presencia de Hollande frente a la hegemonía alemana y abandonar el círculo vicioso de los países del sur, en especial su relación de vasos comunicantes con España en cuanto al precio de la deuda.

“Han ganado dos payasos”, ha dicho, con evidente desprecio del proceso electoral italiano, el líder del SPD Steinbrueck. Al margen de la incorrección del análisis – porque la coalición liderada por el PD es la que tiene mayoría en la cámara y más senadores que el PdL – es muy arriesgado referirse en esos términos a Berlusconi y a Grillo. Muestra de forma evidente la mirada deformada que desde Alemania se tiene de los países del sur de Europa, y en particular de uno de los grandes Estados de la UE, Italia, miembro fundador de la CEE. 

Berlusconi ha remontado la intención de voto mediante un discurso soberanista, de oposición a la política europea representada por el gobierno técnico, y lo ha hecho reivindicando la fuerza de la industria y de la empresa italiana como motor de crecimiento y fuente por tanto de creación de empleo. Frente a las presentaciones de Monti en las grandes empresas – la primera, la FIAT que discrimina a la FIOM-CGIL – el líder carismático del centro-derecha, del que todos decían, posiblemente con razón, que estaba en el declive de su carrera, multiplicaba su presencia en ferias comerciales y en empresas medias, insistiendo en esa idea simple, acompañada de una promesa – que posiblemente no podría cumplir, pero era igualmente seductora – de la rebaja de impuestos y de la devolución de lo pagado. En un país en el que muchos habitantes del Norte creen que los impuestos suyos están nutriendo a los desaprensivos del sur y a unas burocracias interminablemente ávidas, y otra parte de habitantes del Sur no perciben donde se aplican esos impuestos, ante la insuficiencia de servicios públicos y el recorte de los existentes, la hostilidad hacia la presión impositiva es siempre un caldo de cultivo para el centro-derecha. Además Berlusconi ha insistido en el cambio de régimen constitucional como solución política necesaria para la solución económica y social. Acabar con la república parlamentaria e imponer un régimen presidencialista de sufragio universal que permita la adopción de decisiones ejecutivas y rápidas, sin los “cabildeos” entre los partidos. Y en el imaginario italiano recupera la figura siempre positiva de los Estados Unidos de América.

Beppe Grillo es otro cantar. La confusión entre el cómico como actor y el payaso como bufón es un lugar común entre los que mandan, no hay más que recordar el diálogo entre Don Giovanni y Leporello. El líder del SPD parece que insiste en ese lugar común, y se equivoca. El M5S es ante todo un cambio en la forma de presentarse en el espacio de la política. Hay una sustitución de los mecanismos de representación clásicos por otros mucho más fluidos, individualizados, reticulares. Lo que además se compagina con una fuerte presencia en las plazas, en las calles, en los lugares donde está la gente: los transportes, los mercados. La asistencia a los mítines de Grillo ha sido verdaderamente impresionante, se han batido todas las marcas conocidas, lo que además se ponía en comparación con la mucho más débil a los comicios de la coalición del PD de Bersani. El Movimiento alimenta una hostilidad razonable contra la casta de los políticos y altos funcionarios, sobre su capacidad para reproducirse en el poder y mantenerse en él, sobre sus privilegios y sus costosos estipendios. La crítica al “conflicto de intereses” entre Berlusconi y sus empresas es directa y sin concesiones. En esa agresividad entran también los funcionarios de los partidos y su ósmosis con la gestión pública, que patrimonializan por turnos o por cupos, la corrupción con empresas y bancas sobre la base de una alimentación sustanciosa en privilegios y en concesiones.  Y respecto de las burocracias sindicales que en muchas ocasiones transitan de los despachos de las sedes de las confederaciones a los despachos de las administraciones, y que practican en todo caso una representación “presunta” entre cada vez menos trabajadores estables, la acritud es también plena. 

La exigencia de una nueva ley electoral que elimine los premios de mayoría y la afirmación de una participación directa en el espacio público, sin mediaciones, es otro de los grandes leit motiv del Movimiento. Es cierto asimismo el personalismo de su líder, que se autodenomina el garante del movimiento, y su enorme capacidad de autoelogio ante el resultado fulgurante de estas elecciones. “Un cambio de época”, “un milagro”, un “mundo nuevo” son las expresiones empleadas por Grillo para señalar los resultados de su movimiento. Pero también insiste en que la vieja política se ha acabado, que los políticos viejos – virtualmente muertos – no son capaces de comprender la realidad, viven en la demencia que les aísla y les impide entender que la realidad ha cambiado de manera irremediable, y que las palabras ya no significan lo que podrían haber sido otro tiempo: parlamento, gobierno, representante. Desde este punto de vista, se trata de un fenómeno político de participación colectiva muy intensa, que tiene puntos de contacto con el origen del 15-M español, aunque éste se trata de un movimiento más basado en un principio auto-organizativo asambleario en el que el debate colectivo es decisivo, que en una reticularidad plural, fuertemente respetuosa de la individualidad personal y dirigida por un líder popular indiscutible. 

Frente al esfuerzo importante de las primarias del PD, con una inmensa participación de los militantes y votantes que demostraron la vivacidad cultural de la izquierda en el seno de la sociedad italiana, esa movilización no ha podido trascender fuera o más allá de las fronteras del perímetro de la coalición electoral. El M5S, sin embargo, con mucho menos intensidad participativa interna, ha sabido conectar con la generalidad de la población, mediante formas nuevas de comunicación que implican rechazar las que son comunes en el proceso electoral – el rechazo de acudir a las televisiones y sus talk shows, su crítica radical a los medios de comunicación como siervos del poder económico y de la vieja política – y obtener un efecto multiplicador de actos originales de presencia simbólica – la travesía a nado del estrecho de Messina para demostrar la unión con la península de Sicilia, los mítines en las estaciones de tren – para obtener la adhesión electoral de un colectivo que rechaza el sistema político vigente y que manda con fuerza una señal negativa de rechazo al mismo.

Estas apreciaciones suponen también un cambio en la percepción social del peso político del trabajo y su representación sindical y política. El trabajo y su colocación en el centro de la sociedad constituye el patrimonio de la izquierda. En estas elecciones, este era un punto muy importante de la Italia justa de Bersani,  que se comprometió a derogar la norma que garantiza la primacía del convenio empresarial sobre el sectorial y la norma estatal, reeditar un principio de negociación generalizado y elaborar un ley de representación sindical que impidiera la selección arbitraria de interlocutor en la empresa y en la negociación colectiva como actualmente se estaba produciendo con la CGIL y la FIOM en un contexto de división sindical. De forma más incisiva, la derogación de la reforma Fornero – realizada durante el “gobierno técnico” – del despido en el art. 18 del Estatuto de los Trabajadores, era el objetivo de la izquierda, tanto del SEL de Nichi Vendola, integrado en la coalición con el PD, como de Revolución Civil, del magistrado Ingroia, junto con una denuncia explícita de la deriva antisocial de las políticas de austeridad. 

Sin embargo, la izquierda en su conjunto – SEL y Revolución Civil – no han obtenido más que el 5% de los votos, y el PD de Bersani ha perdido un buen número de sufragios, también en sus zonas más seguras del centro de Italia, quedándose en tan solo diez millones de votos (frente a 9,9 de la coalición de centro derecha y 8.6 millones de M5S). La protesta que proviene del trabajo asalariado no ha ganado el espacio público, ni ha conseguido ser un punto de referencia general en el debate político. No es desde luego marginal, pero no se sitúa en el centro de las aspiraciones y de los programas de la movilización social y democrática.

Contraponiendo el programa de la coalición del PD y SEL con el del M5S, se observa un desplazamiento del centro de gravedad de la acción política en relación con los espacios económicos y sociales. El trabajo asalariado ya no tiene la centralidad que acostumbraba en los programas de aquellas fuerzas que interceptaban la resistencia y la protesta de los ciudadanos. El contexto en el que se desenvuelve el discurso político de Grillo es el de la precariedad como horizonte laboral, especialmente centrada en una fuerza de trabajo cualificada y situada en el sector de los servicios públicos de la educación, sanidad e investigación, que no se corresponde con las pautas y modelos culturales del trabajo industrial. Al contrario, es la esfera de la distribución el eje de las propuestas políticas. La sustitución del “costoso” sistema de pensiones – y por tanto de Seguridad Social – por un sistema de renta ciudadana o salario de subsistencia universal, para todos y todas, cifrado en 1.000 € al mes, junto con la semana de 30 horas, unido a un control del sistema bancario y financiero que incentive la estructura industrial de las medias y pequeñas empresas, es el conjunto de propuestas que el M5S ha popularizado a lo largo de la campaña. En este sentido, la pérdida de hegemonía política de la ciudadanía a partir del trabajo y la cimentación de una acción de gobierno en una subjetividad colectiva que represente la fuerza del trabajo global, no ha sido acogida por el gran movimiento de protesta y de rechazo que se ha expresado electoralmente en el movimiento liderado por Beppe Grillo.

En el otro lado, en el de un PD “que ha llegado el primero pero que no ha ganado”, como ha señalado de forma muy precisa Bersani, la presencia del trabajo se ha sostenido y reforzado – frente a la insistencia en el “empleo” del PdL berlusconiano y del propio discurso de Monti – pero no se ha ligado con la resistencia ciudadana a las políticas de austeridad. El trabajo no se ha percibido como un elemento central de dicha resistencia que, por el contrario, se expresa en la pura repulsa negativa y en la afirmación de un momento de radicalidad democrática y de universalización de la protección social en la esfera de la distribución y de los servicios, sin que el momento de la organización y administración de la producción y la representación colectiva del trabajo se considere importante en el diseño de un cambio de sociedad. Un problema adicional es la incomunicación entre estas dos perspectivas, su consideración confrontada, de manera que para unos la insistencia en la centralidad del trabajo es una cuestión superada, para otros la renta de ciudadanía supone la negación del esfuerzo contributivo derivado del trabajo y de la profesión. En el horizonte de la precariedad, no hay espacio para el sindicato, o al menos es una figura colectiva muy residual, cuando no hostil a la consolidación de los derechos de los precarios. Para los sindicatos, la eliminación del precariado forma parte de un programa general en el que también se integra la externalización y la subcontratación, pero que no puede realziarse a costa de reducir los derechos de los trabajadores estables. La síntesis entre estos proyectos políticos es actualmente muy difícil, aunque ambos se posicionen contra la violencia del capital financiero y propongan una reconstrucción de Europa sobre bases sociales. Este es otro rasgo que singulariza el resultado de las elecciones italianas.


miércoles, 27 de febrero de 2013

EL DIAGNÓSTICO DEL FRACASO




Mientras la redacción del blog prepara un informe sobre las elecciones italianas, continua la serie de intervenciones publicadas en Insight sobre la crisis española en la eurozona en la mirada de expertos economistas y profesores. En esta ocasión se trata de la opinión de Jorge Uxò, profesor titular de Economía Aplicada en la UCLM y relevante miembro de Econonuestra.




EL DIAGNÓSTICO DEL FRACASO

JORGE UXÓ. Universidad de Castilla La Mancha. Miembro de Econonuestra.


1.- ¿Es aceptable el diagnóstico de “The Economist”, que viene a resumir lo que el propio Gobierno viene diciendo de su actuación, es decir que aunque nada funcione en el terreno de las indicaciones centrales económicas, no hay otra política posible para salir de la crisis que la realizada por el gobierno de España?

No es aceptable. Todos los indicadores económicos están confirmando lo que se dijo por un buen número de economistas heterodoxos, e incluso algunos tan ortodoxos como Krugman, desde que comenzaron a aplicarse estas políticas de consolidación fiscal y devaluación salarial de forma simultánea en toda Europa: que estaban condenadas al fracaso. No es que necesiten un tiempo para tener los resultados esperados; no pueden tenerlos. Más bien, sitúan a las economías en un círculo vicioso que agrava la recesión. El diagnóstico del que parten estas políticas es completamente erróneo, al menos por tres razones. Para empezar, lo primero que necesita Europa, lo más urgente, es recuperar la demanda agregada, y todas las medidas aplicadas van en sentido contrario. En un contexto de “recesión de balances” en el que el sector privado tiene como prioridad reducir su nivel de endeudamiento, es absolutamente imprescindible revertir el signo de la política fiscal y abandonar las mal llamadas políticas de austeridad fiscal. En segundo lugar, esta deuda proviene de un modelo de crecimiento desequilibrado que hay que corregir, pero el origen de los desequilibrios no se encuentra en ningún caso en el gasto público excesivo –en la mayoría de los casos, los problemas fiscales son la consecuencia y no la cauda de la crisis- ni en el crecimiento de los salarios en la periferia –de hecho, los salarios reales estuvieron estancados: no es cierto que “todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”-. Más bien, la deuda viene a llenar la falta de demanda agregada que se deriva fundamentalmente del deterioro en la distribución de la renta que viene produciéndose desde los años 80s; de las políticas “mercantilistas” –contracción salarial, estancamiento de la demanda interna y crecimiento basado en las exportaciones- aplicadas en el núcleo de la unión monetaria (Alemania); y del propio funcionamiento de una unión monetaria mal diseñada. Las políticas actuales –por ejemplo la estrategia de devaluación interna mediante la bajada de los salarios- refuerzan estos problemas en vez de corregirlos. Por último, la apelación a que debemos esperar a que “los sacrificios” actuales (especialmente para una parte de la sociedad, hay que decirlo) den sus frutos, hace referencia a hipotéticos problemas que limitan por el lado de la oferta el potencial de crecimiento a largo plazo de nuestras economías. Esto no es cierto (ahora mismo la principal restricción a la que nos enfrentamos es el crecimiento de la demanda a corto plazo) pero también es conocido que cuando una situación de estancamiento perdura en el tiempo, acaba afectando negativamente al potencial a largo plazo de la economía. Por ejemplo por los efectos devastadores del paro de larga duración, o por la pérdida de capacidad productiva que se deriva de la falta de inversión. Por ello, cambiar la política no sólo es necesario, sino urgente, al contrario de lo que dice “The Economist”.

2.- Si, como se dice y alega continuamente, la política de “austeridad” se impone en España porque es la que impone el eje Berlin – Bruselas – Frankfurt, ¿por qué no se pone en discusión la política europea? ¿Es que quizá no hay alternativa a la política de austeridad?

En primer lugar, es cierto que la presión procedente de Alemania y de las instituciones europeas para aplicar este tipo de políticas es muy fuerte. Aunque también creo que en realidad el gobierno de Rajoy –y los intereses a los que representa- confía de verdad en las bondades de esta política. La “presión” europea y la propia crisis se acaban convirtiendo en una extraordinaria oportunidad para aplicar un programa máximo que en otras circunstancias hubiera encontrado más resistencias –reforma laboral, privatizaciones, pensiones, drástica disminución del estado de bienestar y los servicios y derechos sociales, reducción del número de empleados públicos-. Si bien el margen de maniobra de los gobiernos nacionales se estrecha claramente por las políticas dominantes en Europa, no lo elimina por completo, ni vemos tampoco en nuestras autoridades planteamientos realmente críticos con estas políticas –más allá de meras declaraciones cosméticas a favor del crecimiento, o la negociación de aplazamientos de unas décimas, unos meses, de los objetivos de ajuste presupuestario-. La esencia del planteamiento de política económica es compartida, por lo que no deberíamos eximirle de responsabilidad por la supuesta imposición “desde Europa/Alemania”.

En segundo lugar, claro que se pone en cuestión la política europea, aunque desde luego no en los entornos oficiales o en las páginas de “The Economist”, pero sí en otros foros, como esta misma publicación. También ha surgido un buen número de redes europeas (Euromemorandum, Economistas Aterrados en Francia, Economia e Politica en Italia, EconoNuestra en España, o la recientemente creada Progressive Economists Network a nivel europeo). No sólo para criticar las políticas de austeridad, sino también ofreciendo vías alternativas.

Por ejemplo, la idea de una “austeridad expansiva” que se ha defendido desde Bruselas, el BCE o los gobiernos nacionales fue criticada desde el principio, señalando que los efectos multiplicadores negativos de estas políticas serían mucho más elevados de lo que se predecía –como se ha confirmado- y que esto imposibilitaría incluso cumplir los objetivos de déficit público y de reducción de la deuda. Más aún, los propios efectos negativos sobre el crecimiento desestabilizarían aún más los mercados de deuda, ya que se acrecentarían las dudas sobre la capacidad de devolución de las deudas por la merma de la recaudación fiscal. En estas circunstancias, el “hada de la confianza” a la que parecían encomendarse los partidarios de estas políticas nunca aparecerían.

También se ha rechazado que lo que se necesite en Europa es endurecer las normas de disciplina presupuestaria, como se hace a través del “Pacto Fiscal” y la introducción de límites al déficit y la deuda en las constituciones nacionales. No sólo es que la crisis no sea el resultado de la laxitud fiscal, sino que además el objetivo concreto que impone este acuerdo es imposible de cumplir –no sólo en las circunstancias actuales, también a medio plazo- está en contradicción con la teoría económica y generará un fuerte sesgo recesivo en la economía europea. Por eso, numerosos economistas europeos pedimos que este Pacto no se ratifique –como sí ha hecho ya el Parlamento español, con el acuerdo de los partidos mayoritarios y la única oposición de la izquierda alternativa-.

Para que las políticas fiscales puedan tener un signo diferente y apoyen a la recuperación es imprescindible además que se den algunos cambios importantes. El primero es que el BCE abandone su política actual y anuncie claramente su intervención “incondicional” en los mercados de deuda para asegurar un coste razonable de la financiación de la deuda para los países que actualmente tienen problemas. No hay motivos importantes para que no lo haga, y como ha quedado de manifiesto en los últimos meses basta una simple declaración en este sentido del BCE para que las primas de riesgo se estabilicen (quizá sólo temporalmente si no se cambian las políticas). Lo que no tiene sentido es que esto se haga condicionado precisamente a que se continúe con la política cuyos efectos negativos quieren evitarse (los recortes presupuestarios). El segundo es una reforma en la fiscalidad en un sentido más progresivo (rentas del capital, grandes fortunas, sociedades, transacciones financieras) restituyendo la capacidad de recaudación de los estados que se deterioró con las reformas regresivas que se pusieron en marcha en los años anteriores a la crisis. En parte, esta es una actuación que puede llevarse a cabo desde los gobiernos nacionales, y en parte debe hacerse coordinadamente en Europa. El tercer cambio es avanzar en la dirección de una verdadera política fiscal europea como complemento a la política monetaria común. Pero esto no tiene nada que ver, por supuesto, con la “unión fiscal” que se impulsa ahora mismo.

Otro aspecto de las políticas europeas cuyo cambio se propone tiene que ver con la forma en que se deben resolver los desequilibrios por cuenta corriente. Básicamente, la visión predominante atribuye estos desequilibrios al comportamiento inadecuado de los países con déficit (excesivos gasto, excesivos salarios, endeudamiento como manifestación de vivir por encima de sus posibilidades) mientras que los superávits son una demostración de virtud (disciplina fiscal y salarial, competitividad, eficiencia). Lo que se impone, por tanto, es la aplicación de estrictos programas de ajuste estructural, recortes de gasto y devaluación salarial en la periferia. Sin embargo, si estos programas logran al final corregir los déficits por cuenta corriente será sólo a través de la contracción global de la renta y un aumento del desempleo, que incluso podrá en peligro el pago de las deudas acumuladas. Una interpretación alternativa de los desequilibrios por cuenta corriente pondría el acento más bien en las políticas de contracción de la demanda interna y de los salarios en el centro (no olvidemos que en los años de aparición de estos desequilibrios Alemania es uno de los países en los que se registra menos crecimiento, mayor aumento del paro y de la precariedad laboral, y menor crecimiento de los salarios) en el funcionamiento inadecuado de la unión monetaria, que refuerza los desequilibrios en vez de corregirlos, y en la financiarización. Por tanto, se debe apostar por una salida en el sentido contrario a la actual, en la que la aplicación de políticas de demanda y de crecimiento salarial más expansivas en el núcleo de la unión monetaria permita superar los desequilibrios aumentando la renta, no reduciéndola. Esto debe lograrse, además, corrigiendo el deterioro en la distribución de la renta de los años previos a la crisis, no agravándolo.

No puede olvidarse tampoco que la UE no es un espacio homogéneo o en el que todos los países cuenten con las mismas capacidades productivas. Al contrario, las últimas décadas se han caracterizado por la consolidación, y aumento, de las diferencias en las especializaciones productivas entre países. Específicamente, la concentración de actividades manufactureras de mayor densidad tecnológica ha crecido, a favor de los países centrales y en contra de los periféricos. Esto también es sin duda una parte importante de la explicación de los desequilibrios actuales dentro de la zona euro; es más, como estas diferencias no tienden a eliminarse espontáneamente, sino a reforzarse, si no se aplican políticas económicas que las corrijan serán una restricción permanente al crecimiento de las economías periféricas.

Por último, tanto el enfoque sobre los problemas del sector financiero como el tratamiento dado al elevado endeudamiento (mayoritariamente privado, ahora también público en algunos casos) deben ser modificados. En primer lugar, aunque la crisis no es sólo financiera, el proceso de financiarización de la economía y la desregulación llevada a cabo en las décadas anteriores sí ha contribuido a generar los desequilibrios actuales y sobre todo ha facilitado la extensión de la deuda como mecanismo para compensar la insuficiencia de la demanda. Por tanto, son necesarios una nueva regulación, más estricta, de las finanzas y una mayor atención de los bancos centrales a los problemas de estabilidad financiera, mucho más necesaria que su actual obsesión por la inflación. En segundo lugar, el tratamiento que se ha dado a las crisis bancarias y al problema de la deuda ha consistido hasta ahora en socializar las pérdidas y en garantizar a los acreedores la devolución de las cantidades prestadas, aun a costa del sacrificio de los deudores. ¿Pero es que acaso los bancos no “prestaron por encima de sus posibilidades”?, ¿no deben asumir esa responsabilidad?

En definitiva: las políticas actuales son discutibles y discutidas ampliamente por un buen número de economistas europeos, y existen alternativas técnicamente viables. Cualquier gobierno nacional con una visión alternativa debería empezar por poner encima de la mesa un diagnóstico alternativo al actual y mostrar sus propias contradicciones internas. El cambio fundamental es político y tiene que ver con deshacer la inversión de las prioridades que actualmente caracteriza la política económica: el centro de estas prioridades no puede ser reducir el déficit público, sino la creación de empleo decente. No es wishful-thinking: sabemos cómo podría hacerse.


3. Muchos reconocen que la austeridad no basta, pero el crecimiento y el empleo empezarán a responder cuando las reformas estructurales – en especial facilidades y abaratamiento del despido, reducciones salariales, privatización servicios públicos y reforma de las pensiones – comiencen a dar resultado, impulsando la productividad. ¿Es un punto de vista correcto o, como temen muchos, las llamadas reformas estructurales se ponen en marcha ante todo como instrumento de destrucción de las garantías legales y colectivas del trabajo y para la disgregación del Estado social?

Como ya he dicho en las respuestas anteriores, no comparto desde luego esta afirmación. No es que “no baste” con las políticas de austeridad; es que las políticas de austeridad “son contradictorias” con la recuperación y el crecimiento. Deben abandonarse, no complementarse. ¿Cómo es posible hablar de políticas de estímulo al crecimiento a la vez que se defiende el mantenimiento de los recortes que han causado la segunda recesión?

Los problemas actuales de la economía europea no son de crecimiento potencial a largo plazo, sino de demanda agregada a corto plazo. Pero es que además el paquete “austeridad + reformas estructurales” es destructivo porque ambas medidas se refuerzan en dos direcciones muy concretas. En primer lugar, las dos políticas están dando lugar a una mayor polarización social y sirven a los intereses de grupos sociales muy determinados. Los recortes de gastos en servicios sociales se complementan con la pérdida de derechos sociales con que siempre van acompañados estos programas de “reforma estructural” (derechos laborales, negociación colectiva, pensiones, copagos sanitarios, privatizaciones, etc.). En segundo lugar, este tipo de reformas, al aplicarse en plena recesión, ahondan sus efectos más negativos. El mejor ejemplo es la reforma laboral. Se justificaba con la pretensión de que los empresarios recurrirían menos al despido y más a la flexibilidad interna para hacer frente a las dificultades, o que la contratación indefinida ganaría peso frente a la temporal. Después de un año de aplicación, los resultados son evidentes: por cada punto de caída en el PIB se ha destruido más empleo que en la recesión de 2009, ha aumentado el número de trabajadores afectados por despidos colectivos y se han reducido las indemnizaciones, y por supuesto no ha aumentado la contratación indefinida. Sin contar con lo que difícilmente se percibe en las estadísticas, pero sí en la vida cotidiana de las empresas: inseguridad, temor al despido, aceptación de peores condiciones de trabajo. Eso sí, los salarios nominales se han congelado, lo que de nuevo agrava los problemas de falta de consumo y dificulta los pagos de las hipotecas. Y vuelta a empezar. ¿Será verdad que la reforma laboral ha sido demasiado tímida y por eso estamos en esta situación? Ya lo escuchamos.

Por supuesto, lo anterior no quiere decir que sólo hagan falta medidas por el lado de la demanda, pero las que hacen falta por el lado de la oferta son otras muy distintas, y se complementarían muy bien con una política de inversiones públicas que, ahora sí, favorecería además la recuperación. Inversiones en tecnología, educación e infraestructuras que permitan resolver las debilidades de la especialización productiva en países como España a las que hacía mención en la pregunta anterior. Políticas estructurales que son incompatibles con los recortes actuales.

Por último: la apelación a que los resultados se verán a largo plazo no debería ser aceptada. Los problemas del desempleo no pueden esperar a una respuesta a largo plazo. Además, si la reforma laboral tendrá efectos positivos en el empleo “cuando la economía se recupere”, ¿para qué hacía falta? España ya creó (mucho) empleo en la anterior expansión, aunque precario y de muy baja calidad. Por último, esperar los resultados a largo plazo sin ni siquiera cuantificarlos o establecer periodo alguno es, en el fondo, eludir la responsabilidad política. ¿Quién ha evaluado los efectos de las innumerables reformas laborales que se vienen aplicando en España desde los años 80, siempre con la misma inspiración?, ¿no tienen nada que ver en el 25% de desempleo? Si es así, ¿por qué habría que esperar que la actual tuviese algo que aportar a su reducción? Y mientras tanto, ¿quién responde de los 6 millones de parados?


Jorge Uxó
Profesor de la Universidad de Castilla – La Mancha (España)
Miembro del colectivo EconoNuestra