lunes, 15 de junio de 2015

AYUNTAMIENTOS DEMOCRÁTICOS


El sábado 13 de junio – por cierto la onomástica del titular del blog, que sin embargo no fue a la Ermita del Santo en el paseo de la Florida como requiere la costumbre – se constituyeron en toda España los ayuntamientos producto de las elecciones celebradas el 24 de mayo. Un día de alegría, un día histórico.

En las grandes ciudades se impusieron las candidaturas de unidad popular. Ada Colau como cabeza de lista de Barcelona en Comú, Manuela Carmena por Ahora Madrid en las ciudades más importantes del Estado. Pero asimismo Xulio Ferreiro en Coruña, encabezando la Marea Atlántica, Pedro Santisteve con Zaragoza en común, Martiño Noriega en Santiago por Compostela Aberta,  Jose María González, “Kichi”, en Cádiz de Por Cádiz si se Puede , son todos ellos ejemplos de la victoria de las candidaturas ciudadanas que sumaban compromisos de partidos políticos, movimientos sociales y asociaciones en un programa común para recuperar la ciudad para la gente común. Pero la influencia de las fuerzas de unidad popular se ha podido comprobar en el apoyo que han dado a otras soluciones de cambio, como en el ayuntamiento de Valencia, con Joan Ribó, de Compromís, o, más en general, apoyando la elección de los candidatos y candidatas socialistas, como Juan Espadas en Sevilla, elegido alcalde con los votos de Participa Sevilla  y de IU,  o Isabel Ambrosio en Córdoba, con el apoyo de IU y Ganemos Córdoba,  el muy publicitado supuesto de Oviedo, donde Wenceslao López gobernará gracias a IU y a Somos, o, en Castilla La Mancha, las alcaldesas de Toledo, Milagros Tolón, o de Ciudad Real, Pilar Zamora, votadas por Ganemos, entre otros tantos ejemplos. En algunos ayuntamientos, el relevo institucional ha sido más clásico, como en el Pais Vasco, mediante un pacto entre PNV y PSOE,  como el producido en Bilbao y San Sebastián –que sin embargo no se ha realizado en Vitoria-Gazteiz – o, por el contrario, creando un frente de izquierda muy neto como en Pamplona, donde Joseba Asiron, de EH Bildu, ha obtenido el apoyo de Izquierda-Ezkerra, Geroa Bai, y Aranzadi, poniendo fin a la hegemonía de UPN en la capital de Navarra.

El cambio busca ante todo desalojar del poder municipal al PP, que había enajenado la ciudad a los intereses privados, a la vez que impulsaba permanentemente la ampliación y extensión de las desigualdades sociales. El rechazo a la política de la austeridad ha sido asimismo importante en los resultados electorales de mayo.  Pero las candidaturas de unidad popular han sabido además catalizar una exigencia de participación activa de la ciudadanía en la determinación de sus necesidades sociales en el marco de la ciudad en la que habitan, redescubriendo de esta manera el uso político del espacio urbano que hasta el momento había sido confiscado y ocultado desde las instituciones. Hay que remontarse a 1979 para poder encontrar un debate tan vivo y tan extendido entre la ciudadanía sobre la recuperación para las clases subalternas de los espacios urbanos, sus servicios públicos, su configuración urbanística. El elemento más llamativo es sin duda el incremento de la necesidad de participación.  Las ganas de participar, de decir cosas, sugerir acciones, señalar problemas para resolverlos, se multiplican y es hermosísimo comprobar la confianza que estos procesos están logrando en amplias capas de gente hasta ahora sin esperanza. El sábado, en las grandes concentraciones de personas ante los ayuntamientos en sesión, se manifestaba el apoyo directo a la representación obtenida en las urnas. “Que sí, que sí nos representan”, se gritaba en Correos el 13 de junio, mientras Manuela Carmena era investida alcaldesa de Madrid.

Ayuntamientos democráticos que, como ha señalado Gerardo Pisarello en su magnífica intervención en el pleno del consistorio barcelonés del sábado (http://blogs.publico.es/no-hay-derecho/2015/06/15/gobernar-sin-perder-el-impulso-utopico/) ,  tienen como primera misión “devolver credibilidad a la política”, lo que significa “renovar las instituciones de forma leal, cambiando las maneras de hacer y mostrando que la función pública no es un lugar para el enriquecimiento personal, sino una actividad de servicio a la ciudadanía conforme a criterios de bien común”, forzando así la participación ciudadana para que la gestión de la ciudad se rija por la máxima de “mandar obedeciendo” a una ciudadanía “que exige ser partícipe real de las grandes decisiones y que exige, con razón, soluciones urgentes y equitativas a los problemas colectivos”.

No será fácil la tarea, ante todo porque es enorme la intransigencia de la vieja casta política que representa fielmente intereses de clase y no duda en emplear técnicas de dudosa ética para desprestigiar en lo personal a los componentes de esas candidaturas personales. Esto es un hecho típicamente madrileño, pero es previsible que se extienda por el resto del Estado español.  El penoso ejemplo de la campaña de infundios de Esperanza Aguirre contra Manuela Carmena es el primero de los ejemplos. La ferocidad con la que el PP de Madrid va a resistir al cambio en el Ayuntamiento está ya conociéndose, y cuenta con el apoyo inestimable de una amplia red de medios de comunicación cuya obsesión no es la de evitar medidas de cambio en la ciudad, sino acabar con la existencia de la propia unidad popular y las candidaturas ciudadanas. Sin embargo, la resistencia a estos impulsos destructivos y su atenuación mediante el recurso al contacto directo con la gente común, es muy posible y puede prevalecer frente a todo tipo de maniobras desestabilizadoras.

El gran problema de fondo de los ayuntamientos democráticos es el de la desigualdad y la dificultad en disponer de medios que puedan financiar acciones que la intenten compensar o nivelar. El grado de endeudamiento de la capital de España, por ejemplo, es estratosférico. Y todo lo que hasta ahora ha sido complaciente por parte del poder central se convertirá en un dogal cada vez más estrecho, siguiendo el ejemplo del acoso que se está produciendo con el gobierno democrático griego. Sin embargo, ya se han adoptado algunas prioridades imprescindibles, como las relativas a las situaciones de emergencia humanitaria, el derecho a la vivienda, o decisiones simbólicas como el recorte de los sueldos de los ediles, que son cuestiones muy importantes para construir un cambio de mentalidad y de la imagen de quienes ostentan la representación institucional de la ciudad y de los ciudadanos, para que “la vida pueda ser vivida con dignidad”.

Un cambio cultural que conduce a una nueva concepción del espacio urbano, pero también del tiempo en este mismo espacio, flexibilizándolo y adaptando su uso a las necesidades personales y cambiantes de diferentes estratos y grupos sociales. En Madrid, Manuela Carmena ha reclamado una “cultura de las mujeres” que reivindica el valor de los cuidados, y que revaloriza el valor social de las políticas emprendidas como resultado de la combinación de tantos factores para mejorar la vida de las personas. En ese nuevo paradigma, el servicio público es un elemento central, y por eso la llamada de la alcaldesa de Madrid a la creatividad de los funcionarios que deben disfrutar trabajando para mejorar la situación de los ciudadanos, en el marco de un decidido compromiso de lucha contra la corrupción, que en el caso de Madrid es especialmente grave.

Con todas sus dificultades, frente al escepticismo de quienes se mantienen atrincherados en la certeza de la tradición y en el reproche ante lo nuevo,  la situación es especialmente sugerente. Como le gusta repetir al alcalde de Coruña, es una primavera democrática que comienza aquí y va a atravesar Europa, trayendo “un tiempo nuevo”. Esta promesa deberá cerrarse sólo unos meses después, en las elecciones generales. Y ahí de nuevo el ejemplo de los ayuntamientos democráticos es enormemente productivo. Los mejores resultados se han obtenido en el marco de estas candidaturas ciudadanas. Por eso el debate sobre la formación de instrumentos semejantes en las elecciones generales es ahora tan interesante. Y al parecer muy sentida. Cuando salieron del pleno del Ayuntamiento de Madrid Pablo Iglesias y, tras él, Alberto Garzón, la gente que se arremolinaba fuera empezó a gritar “unidad popular”. Toda una señal que debería servir para tomar decisiones adecuadas en un próximo futuro.



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