martes, 28 de marzo de 2017

PALABRAS PARA JOSE ANTONIO ALONSO (POR RAMÓN SÁEZ)



En el Congreso de los Diputados se celebró ayer un homenaje a Jose Antonio Alonso , que falleció el pasado 2 de febrero. Intervinieron en él una larga serie de representantes políticos de su partido, el PSOE - Antonio Hernando, Maria Teresa Fernández de la Vega, Eduardo Madina- y la presidenta del Congreso, Ana Pastor. También su mujer, Celima Gallego, y dos amigos personales con los que mantuvo una estrecha relación personal y política, Jose Luis Rodriguez Zapatero y Ramón Sáez. Al comienzo y al final del acto cantó Amancio Prada, leonés también como Alonso. A continuación se transcribe la intervención de Ramón Sáez que supo extraer, en un texto precioso, los elementos civiles y democráticos de una persona que dejó una traza de honestidad y de compromiso entre todos los que le conocimos.

Palabras para recordar a José Antonio Alonso

Madrid 27 de marzo de 2017.


            1.- Qué difícil es hablar de un ser querido en la inmediatez de su pérdida, pues detrás de cualquier evocación se hace presente la ausencia. A propósito de la comunidad existencial en la que al parecer convivían muertos y vivos, John Berger sugiere, en sus Doce tesis sobre la economía de los muertos, que estos rodean a los vivos, los acompañan; los vivos ocupan el centro, donde se ubican las dimensiones del tiempo y del espacio, que a su vez se encuentra entornado por lo intemporal. Entre el centro y lo que lo circunda se producen intercambios confusos, interacciones que buscan elaborar sentido. Vivos y muertos eran colectivamente interdependientes: los vivos esperaban alcanzar la experiencia de los muertos, era su futuro último, de ahí la vivencia de la incompletud. Ahora, la deshumanización del capitalismo y su secuela de egoísmo han quebrado aquella mutua dependencia, hasta el punto de que los vivos, dice el poeta, creen que los muertos son aquellos que han sido eliminados. Repárese la diferencia entre el modelo de una comunidad habitada por vivos y muertos, con un centro y una periferia conectados, aquí el tiempo, allá un espacio más allá del tiempo –un ejemplo ideal de ello lo encontramos en el mundo de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo-, y enfrente la vivencia colectiva de un adentro, la comunidad de los vivos, y un afuera, separados e incomunicados, porque esta nueva relación entre vivos y muertos, en alguna medida insolidaria, genera otra presencia de la ausencia. Los homenajes postreros pertenecen a la especie de los ritos de paso, pero también participan de los rasgos del rito de agregación, en la medida que pretenden reconstruir el lazo roto por la desaparición.

            2.- La personalidad de José Antonio Alonso se desenvolvía en una tensión fundamental entre dos polos. De un lado la esperanza, que le inducía a intervenir en el espacio social para intentar mejorar las cosas, enderezar la suerte de los débiles, una suerte de pasión por la justicia y la igualdad. De otro, la búsqueda de un mundo propio, exclusivo, de un espacio interior donde refugiarse e intentar conocerse y conocer al otro que habita en nuestra piel, un proyecto esencialmente moderno que forma parte de la herencia de los grandes poetas místicos españoles (conócete, el mandato que estuvo en el origen del psicoanálisis como disciplina). Tuve la suerte de conocer y tratar a lo largo de veinticinco años al Alonso de la vida pública, del que vengo a testimoniar ahora, al jurista del estado -por contraposición al jurista del mercado, que no de estado, lo que propicia una perspectiva y una consciencia bien distinta-, al activista de los derechos, portador de cultura de la legalidad, y al Toño reflexivo, que anhelaba la soledad y el silencio en la medida precisa para delimitar un sitio propicio a la introspección y al monólogo interior, donde reencontrase y sentirse uno mismo. Una soledad sonora como la que halló y cantó Juan de la Cruz. A su manera, una cierta distancia de las cosas y de las pasiones del mundo permitía a José Antonio alimentar una espléndida capacidad para la soledad y, al tiempo, una disponibilidad para los demás, lo que expresaba en su serena presentación en los foros públicos.

Posiblemente Toño, quiero creer, no se hubiera tomado muy en serio un homenaje a su persona y a su trayectoria pública; quizá habría sonreído, aquel gesto seductor tan suyo, con la pícara ambigüedad del que sabe que la gloria es efímera y la tímida desconfianza de quien resiste a reconocerse en el perfil que otros componen, incluso con el discreto aburrimiento que sentía ante las alabanzas que en un tiempo se le prodigaron. Aún así, esta celebración es oportuna, en esta sede del parlamento, porque viene a distinguir que trabajó con dedicación al servicio del interés general y regresó al tribunal cuando constató que el tiempo de la política había concluido.

3.- Quiero recordar al juez, oficio y profesión que José Antonio eligió al terminar sus estudios y que ejerció de manera ejemplar. Alguien le definió en la hora de su pérdida como un hombre de estado. Nada más alejado, en mi opinión, de la realidad: él no habría asumido el título. Un juez, un jurista del estado atiende, se debe, a las razones del derecho. Incluso, cuando accedió a la política de partido y aceptó responsabilidades de gobierno y cometidos parlamentarios, José Antonio no se dejó llevar por las razones de estado, una razón instrumental. Concebía al estado como una forma instituida al servicio de la sociedad y de los ciudadanos, y la política como un espacio de mediación. Es más, su compromiso no era con el estado sino con la legalidad. El respeto a la ley y al derecho, la protección y desarrollo de los derechos fundamentales -de todos ellos, los de libertad y participación junto a los sociales, económicos y culturales, y para todas las personas, derechos universales e interdependientes-, el respeto a la ley era para él un hábito político y cultural. Lo había aprendido e interiorizado como juez y nunca se desprendió de él.

4.- José Antonio maduró profesionalmente una vez que se asentó en Madrid, en 1990, y se inscribió en una tradición que venía de la lucha por la democracia y los derechos, la de Justicia democrática. Formó parte de una generación intermedia que sucedió a un grupo único de jueces, entre los que destacaban a la cabeza del colectivo Perfecto Andrés, Cándido Conde, Manuela Carmena, Juan Alberto Belloch y otros muchos. En torno a Jueces para la democracia se entregaron a la tarea de configurar los valores de una verdadera cultura de la jurisdicción: el juez como órgano de garantía, la vinculación a la ley y al derecho en clave constitucional, ley inserta en un orden donde la Constitución no solo tiene valor normativo sino que es su criterio de validez, lo que conlleva la aplicación directa de los derechos fundamentales y la intangibilidad de su contenido esencial, la independencia externa e interna, la imparcialidad del tercero entre partes enfrentadas, la motivación como fuente de legitimación de las decisiones de los tribunales, inmediación en la práctica de la prueba, expulsión de la venalidad del palacio de justicia (aquella inveterada corrupción nominada, castamente, con la metáfora de la astilla). Aunque el deseado giro cultural no llegó a su conclusión, hay un antes y un después en las prácticas judiciales, y en la propia vivencia del pluralismo al interior de la magistratura, que es deudor de aquel activismo.

5.- Toño Alonso fue portavoz de Jueces para la democracia durante cuatro años, a partir de 1994. Su impronta es reconocible. Se expresaba con rigor y elegancia, era próximo y divulgaba muy bien. Permítanme tres apuntes sobre sus ideas. Creía que la justicia debía abrirse a la sociedad, para ello había que redactar las resoluciones en lenguaje comprensible, sin renuncia alguna a la técnica jurídica pero atendiendo a sus destinatarios, que no eran los abogados sino los ciudadanos. En aquella época, Jueces para la democracia incrementó el diálogo y el entendimiento con organizaciones defensoras de derechos humanos, de los derechos de los presos, de los migrantes, de los trabajadores, de las mujeres, de los consumidores, del pacifismo y del medio ambiente, participando en debates y confrontaciones que dieron inusitado protagonismo a la asociación. En una lógica similar, José Antonio defendió con rigor la puesta en funcionamiento del jurado popular, un programa que para el orden penal preveía la Constitución, pero que contaba con una opinión contraria en la profesión. La intervención de ciudadanos en la función de juzgar era una escuela de ciudadanía, como había dicho Tocqueville a partir de su experiencia sobre la democracia en América, y además desacralizaba la función, la hacía más próxima. Entendía la potestad de jueces y tribunales como un servicio público que prestaba tutela a los derechos, a las libertades y a los intereses legítimos. Esta idea de servicio público fue un revulsivo, pues en alguna medida era un elemento contracultural, aunque pudiera parecer una propiedad del estado social de derecho y se correspondiera con la tradición del derecho público francés, en realidad venía a desequilibrar el papel del juez entendido en perspectiva exclusiva de poder. Poder sí, para decir el derecho en el caso, pero con una dimensión prestacional, como órgano de garantía del derecho. Por las mismas razones, pensaba que el Consejo General del Poder judicial debía ser elegido por el parlamento, aunque era consciente del peligro de ocupación partidista de las instituciones consideraba que la elección por los jueces de una parte de sus miembros podría convertir al órgano constitucional en un espacio de representación corporativa. Ideas polémicas que defendió luego como vocal del propio Consejo. En el debate, siempre supo escuchar y manifestar el respeto a las posiciones de los demás.

No puedo olvidar su ejercicio de la jurisdicción en clave constitucional. El sistema penal dispersaba violencia innecesaria sobre los más débiles, era el momento de incremento del encierro penitenciario, el inicio del populismo punitivo. El proceso debía respetar la dignidad de la persona, incluso restaurar al acusado su condición ciudadana. En este punto la sensibilidad del juez, pensaba y practicaba Alonso, era un factor esencial. En el juicio procuraba responder a las exigencias del modelo del observador imparcial y emotivo, un tercero ante el conflicto que controla los sentimientos por medio de las razones del derecho, pero que es capaz de identificar la desigualdad y trata de matizarla en el debido equilibrio entre las partes. Lo que le llevó a preocuparse por la calidad de la defensa o a optimizar las alternativas a la pena de prisión. Siempre trató de mirar el mundo desde abajo, una mirada compasiva que nutría con la ficción literaria y cinematográfica.

6.- Si alguien pregunta por el legado que nos deja José Antonio Alonso –el juez, el diputado, el ministro y el ciudadano-, creo que ha de buscarse en la cultura de la legalidad, donde jueces y tribunales requieren de la suficiente independencia para someter al poder al derecho, a todos los poderes, públicos y privados, poderes del estado y del mercado, y sancionar las ilegalidades que cometen para afirmar la vigencia de la ley. Un legado necesario en tiempos de zozobra donde la función reguladora del derecho se ha debilitado tanto y de manera tan rápida. José Antonio Alonso se sentía descorazonado ante la magnitud de la fuerza destituyente que estaba disolviendo los derechos y sus garantías en nuestro sistema jurídico-político, en una evolución que pone en cuestión la propia esencia de la democracia.

1 comentario:

Juan María Calvo dijo...

Felicidades, querido Ramón, por un testimonio tan elaborado y tan sentido. Un gozo para los sentidos.