jueves, 10 de agosto de 2017

LA REPUBLICA, DE JOOST DE VRIES


Tres queridas amigas y apreciadas colegas que pasan una corta estancia en Mallorca con sus respectivas hijas, han solicitado al titular de este blog un comentario sobre alguna “lectura no jurídica” que esté realizando en estas vacaciones. Así ha surgido este pequeño comentario a una novela del autor holandés Joost de Vries, denominada La república y que ha publicado, con traducción de Julio Grande, la editorial Anagrama.

El libro en su edición española tiene una portada inquietante, un cuadro del pintor norteamericano Walton Ford que representa una isla formada por una multitud abigarrada de perros australianos – los llamados “tigres de Tasmania” – en forma de pirámide donde se pueden observar algunos corderos mordidos por éstos, sin que haya sitio para nada ni para nadie en ese espacio cerrado y en gran medida claustrofóbico, que sin embargo alude, según su autor, al imaginario de los ganaderos australianos que procuraron la extinción de esta especie a finales de siglo. El autor de La República escribe en neerlandés y es crítico de arte, según señala la información de la solapa. Ha escrito un libro intelectual y posmoderno, que habla de muchas cosas y sobrepone discursos e imágenes potentes en una suerte de patchwork literario y cultural con grandes dosis de humor y de ironía.

El primer tema que resalta del libro es la descripción del mundo de historiadores y académicos que estudian exhaustivamente temas y problemáticas peculiares y acumulan datos y rescatan documentos que sin embargo no tienen apenas interés social o político más allá de la propia erudición que denotan. Un mundo que el autor sitúa entre los historiadores – el congreso al que asiste el protagonista tiene un título bien significativo, The End of History – pero no se requiere un gran esfuerzo imaginativo para trasladarlo a otras disciplinas en el propio campo del derecho, por ejemplo. Un mundo de revistas científicas que pese a su especificidad – o precisamente por ello – tienen un enorme impacto, y por ende una amplia cartera de solicitantes de publicación no atendidos, y una larga serie de congresos en donde los estudiosos, mayoritariamente hombres, se aíslan de lo que sucede al resto de las personas que pueblan el mundo y crean una propia y “nueva república” basada en la meritocracia del conocimiento y de la erudición. Una especie de comunidad que se cierra en torno a la sabiduría y al objeto de investigación como eje de la propia existencia y como justificación de la misma.

La parcela del conocimiento que De Vries utiliza como ejemplo es especialmente llamativo. Tanto el profesor y maestro sobre el que gira la trama como el protagonista de la misma, el secretario de la revista El sonámbulo, se dedican a los estudios sobre Hitler, que en efecto existen y tienen una enorme producción. La exposición por la novela de las diferentes ramas de los estudios hitlerianos – entre los que destacan los “hitlerianos de Berlin”, que estudiaban al Hitler de 1933 hasta el final, “el del poder, de las decisiones y sus consecuencias” y los hitlerianos de Weimar o de Munich (1918-1933), que “apelaban a un Hitler aún inacabado, descubriéndose a si mismo mientras entraba en contacto con el poder y sus seguidores”- son especialmente llamativas y le sirve al autor para lanzar una sutil advertencia sobre el neofascismo y las innumerables maneras en las que “Hitler estaba vivo” no sólo con el pretexto de una investigación sobre personas reales en Latinoamérica que, sin atender a su significado histórico y político – o en ocasiones aprovechándolo activamente, como el carabinero condecorado por Pinochet  - llevan como nombre propio el de Hitler. Sobre este entramado planea una parte del discurso, que plantea, en las disquisiciones de sus personajes, si Hitler fue un hecho histórico o sólo la huella de su imagen tal como la recogen las películas y las novelas, lo que conduce a su vez a la constatación de que la televisión y los medios de comunicación, la literatura y el cine tienen una gran capacidad para modificar la memoria colectiva sobre los hechos históricos, y la idoneidad por tanto de las actuaciones sobre ese espacio cultural y mediático para reconstruir el pasado y ofrecer una versión de los hechos históricos revisados o refutados en función de esa intervención sobre el campo de la representación de los mismos.

Hay muchas más referencias cruzadas y datos muy reseñables sobre este universo de investigaciones eruditas y en algunos casos excéntricas – como el porno hitleriano que se convirtió en un subgénero de los años 70, de orientación sado-maso -, pero el libro ante todo detalla la relación compleja entre el maestro y su discípulo ante la desaparición de aquél y la vivencia de la “sucesión” de su obra y de sus trabajos después de su muerte, su continuidad o permanencia a través del discípulo. La ausencia del maestro y la reivindicación de una suerte de filiación privilegiada o de “mayorazgo” que plantea una situación de celos y de conflicto entre quien se cree el legítimo heredero y quienes compiten con él por esa posición, que se desarrolla en situaciones de desdoblamiento de personalidad y de cruel confusión de identidades, y que es el aspecto más relevante de la novela, donde se despliega la trama más sugerente, que avanza y retrocede a partir de fragmentos de historias y de nuevos relatos que se incorporan sin que necesariamente tengan una relevancia directa en el motivo principal de la relación paterno filial entre el maestro y el discípulo y sus variaciones.

Este es el último elemento del libro que cautiva, la capacidad para enhebrar textos, formatos narrativos diferentes, referencias literarias y audiovisuales, graffitis y pintadas, juegos de rol, en una espiral en el que el engaño, la fantasía y la ficción se entremezclan de manera convincente y seductora, junto con una galería abierta de personajes insólitos, cazadores de nazis, jóvenes desmitificadores del saludo a la romana, líderes neofascistas holandeses y otras tantas figuras no desdeñables.




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