sábado, 2 de diciembre de 2017

DETRÁS DE UN LIBRO


Esperando que les guste, esta entrada va dedicada principalmente a las y los juristas del trabajo que emprenden la aventura de escribir un libro “de derecho” queriendo transformarlo. Que no son multitud, pero que tampoco son insignificantes.

Un libro publicado siempre tiene detrás siempre una historia que por regla general no suele ser conocida ni valorada por sus lectores. Y sin embargo la historia del libro explica una buena parte de sus contenidos y de sus desarrollos, de sus éxitos y de su repercusión académica o científica o por el contrario permite considerarlo dentro del universo de la literatura de conveniencia en la que se mueve una buena parte de la producción universitaria.

Un libro puede ser también la cristalización en un momento histórico concreto de la vicisitud personal de su autor, expresa sus preocupaciones y sus intereses en medio de una línea de producción científica y de pensamiento que por definición debe ser crítico, da cuenta de la forma concreta en la que aborda el tema de investigación planteado, las influencias que ha recibido, sus compromisos teóricos y sus ajustes de cuentas con el debate doctrinal sobre la materia seleccionada, afirma su individualidad como obra personal, en los tiempos presentes manifiesta la ansiada excelencia que le haga acreedor al juicio positivo de una comisión de notables más inclinados sin embargo a predicar esta característica de los artículos publicados en revistas de calidad verificada y jerarquizada por un índice patrocinado por potentes grupos editoriales globales.

A los libros, como a sus autores, se les nota la edad, van adquiriendo años como una pátina al inicio imperceptible pero luego bien visible, al punto de permanecer confinados en anaqueles cada vez más alejados de los del uso bibliotecario frecuente, olvidados de todos como un juguete roto o conducidos a la basura como preveía Von Kirchmann ante las dos palabras rectificadoras del legislador, quizá vendidos al peso por algún cartonero avispado. Pero frente a ese triste destino de los libros jurídicos, con la edad a veces los libros se convierten en clásicos, y quedan siempre allí, para ser consultados y citados casi de forma ritual en estudios y artículos posteriores, y se les acuerda una especie de trato reverencial, que denota más una actitud de distancia que de afinidad. Aunque se conoce la fragilidad de estas liturgias, todo jurista que escribe un libro querría que su obra, al pasar el tiempo, adquiriera esta cualidad.

Tras la lectura de un libro es lícito preguntarse por qué se escribió, con qué finalidad, cuál fue el ánimo del autor o de la autora, si detrás de su escritura latía un propósito de invertir el curso de las cosas, de establecer una nueva línea de interpretación, de descubrir una contradicción en los argumentos mayoritarios que podía ayudar a desembarazarse de ellos, a crear las condiciones para que se pudiera reescribir la norma para encontrar espacios más amplios de libertad colectiva e individual de la ciudadanía, o para justificar intervenciones niveladoras y de progreso de los poderes públicos. Los libros que cuestionan el orden establecido en el campo de lo jurídico son siempre los más interesantes, porque su construcción teórica abre interrogantes y obliga a quien los lee a interrogarse sobre sus propias certezas. En ocasiones sin embargo son muy pocas las páginas que ayudan a repensar la realidad y la arquitectura de la norma o las acciones que se cristalizan en las reglas colectivas, pero merecen la pena, por ellas se salva un trabajo entero, son las que permanecen en la memoria cuando pasa el tiempo y el libro espera aún ser consultado una y otra vez en la estantería de la librería propia de sus lectores.

Los tiempos de la acreditación y de la excelencia empujan hacia el artículo medido y valorado no por su contenido sino por el lugar editorial en el que se hace público, aunque también aquí la lectura del texto permite valorar su pertinencia. Se abandona el libro porque se considera excesivo, porque su objetivo se cubre mejor a través de menos páginas, más centradas, en el artículo de revista científica. El libro jurídico es el libro de tesis, un esfuerzo desmesurado que sin embargo se sabe obligatorio, una muestra pública de que quien lo ha escrito sabe investigar y centrar un problema en un recorrido dinámico y transversal. Los otros libros, las monografías, se van diluyendo en la práctica académica, cada vez más volcadas en la explicación útil de lo que dicen los jueces sobre lo que es el derecho, sobre lo que pasa después de la promulgación de la norma en el espacio restringido de la preceptiva jurídica. Sobre la descripción no cuestionada de una normatividad que se instala sobre una realidad desigual e injusta, insoportable.

La historia que está detrás de los libros dignifica el género y explica su composición concreta. Deberíamos acostumbrarnos a pedir a los autores que aclararan al público la historia que lo sostiene, las relaciones con lo que ha venido trabajando, el impulso que le llevó a escribir así y no de otra manera los textos que conocemos. Detrás de un libro hay una historia que merece ser contada, las pequeñas cosas que permiten conocernos y reconocernos en un proyecto de transformación de la realidad a la que queremos contribuir con nuestro trabajo teórico.



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