Como se advirtió en el post anterior, se inicia ahora la reproducción de algunas de las intervenciones en el debate que Insight ha recogido en su página web bajo el título La crisis española en el círculo vicioso de la eurozona.
La primera corresponde a Alberto Montero, profesor titular de Economía Aplicada en la Universidad de Málaga y Presidente del CEPS.
LA AUSTERIDAD COMO UN CASTIGO
MORAL
Alberto Montero.
1.- ¿Es aceptable el
diagnóstico de “The Economist”, que viene a resumir lo que el propio Gobierno
viene diciendo de su actuación, es decir que aunque nada funcione en el terreno
de las indicaciones centrales económicas, no hay otra política posible para salir
de la crisis que la realizada por el gobierno de España?
Mi opinión es que, evidentemente, hay otras políticas posibles si bien
ninguna de ellas, y menos ésta, nos saca de la crisis en las mismas condiciones
de bienestar, empleo y derechos sociales y económicos en la que nos
encontrábamos cuando comenzó.
Así, creo que hay otras políticas posibles que permitirían paliar el
impacto que la crisis está teniendo sobre la mayor parte de la población y
sobre la clase trabajadora, pero las mismas serían meramente paliativas y no
solucionarían los problemas de fondo de la economía española sino sus
expresiones sociales y económicas más dolorosas (lo cual no es poco y es
absolutamente reprochable al gobierno que ni siquiera esté pensando en las
mismas).
El problema es que las políticas que permitirían revertir la situación y
garantizar la sostenibilidad de la economía española en la Eurozona superando
su dependencia del endeudamiento deben apostar por un cambio radical en el
sistema productivo. Es decir, son políticas de largo plazo y que no pueden
realizarse en un marco de competencia abierta con socios que nos llevan décadas
de ventaja, sin capacidad de proteger los emprendimientos productivos
incipientes de la competencia externa y con limitaciones sobre los márgenes de
maniobra política y financiera del Estado para promoverlos.
Por lo tanto, en el marco institucional y de política económica que impone
el euro, la economía española está
condenada a ser de periferia, con todas las características propias de esa
condición
2.- Si, como se dice y alega
continuamente, la política de “austeridad” se impone en España porque es la que
impone el eje Berlín – Bruselas – Frankfurt, ¿por qué no se pone en discusión
la política europea? ¿Es que quizá no hay alternativa a la política de
austeridad?
Yo creo que la discusión sobre la política
europea replica la división de la Eurozona entre centro y periferia. Creo que
en estos momentos nadie, salvo Alemania (y los últimos datos muestran que la
crisis también comienza a afectarle), se encuentra cómodo en este experimento
que es la Eurozona. Estamos en lo que podríamos denominar un juego de suma
negativa, esto es, un juego en el que todos los participantes creen que se
encontrarían mejor si no estuvieran jugando al mismo.
Así, los países del centro tienen esa percepción
porque reniegan de su contribución al rescate de las economías periféricas, olvidando
los beneficios recibidos al financiar los crecimientos descompensados de éstas.
Y las economía periféricas sienten que se les está haciendo pagar un precio
abrumador por lo que era, en parte, un deseo legítimo de equiparar aceleradamente
condiciones de vida y bienestar con el centro.
El caso de Alemania es el más complejo porque
vive en la esquizofrenia de ser centro y, por lo tanto, renegar de la ayuda a
la periferia pero, al mismo tiempo, es el Estado que ha puesto a su servicio
todo el proyecto europeo convirtiéndolo en el principal mercado para sus
exportaciones y solventando con ello el problema de la debilidad de su demanda
interna. Desde esa posición de superioridad fáctica Alemania dicta, ya sin el
contrapeso de Francia, la política europea y, más concretamente, impone casi
como una condición moral la austeridad a la periferia. Y cuando la austeridad
se impone como un castigo moral por parte de quien controla los resortes del
poder a nivel europeo no creo que quepan muchas opciones alternativas entre
otras cosas porque éstas exigirían sacrificios precisamente a quienes consideran
que han obrado virtuosamente.
Por lo tanto, no creo que esa opción pueda ser
contemplada realistamente como posible en el medio plazo. Es más, creo que si
la crisis avanza y afecta a Alemania su apuesta será aplicarse una nueva ronda
de austeridad en carne propia, dando una vuelta de tuerca más sobre las
condiciones laborales y salariales de los trabajadores alemanes.
3. Muchos
reconocen que la austeridad no basta, pero el crecimiento y el empleo
empezarán a responder cuando las reformas estructurales – en especial
facilidades y abaratamiento del despido, reducciones salariales, privatización
servicios públicos y reforma de las pensiones – comiencen a dar resultado,
impulsando la productividad. ¿Es un punto de vista correcto o, como temen
muchos, las llamadas reformas estructurales se ponen en marcha ante todo como
instrumento de destrucción de las garantías legales y colectivas del trabajo y
para la disgregación del Estado social?
Mi punto de vista al respecto es que las reformas estructurales constituyen
el núcleo de la ofensiva contra los trabajadores y contra el propio Estado social.
En un contexto de crisis generalizada del capitalismo, en el que no termina
de recuperarse la tasa de ganancia y en el que determinados servicios se
encuentran desmercantilizados porque son prestados por el Estado, la ofensiva
contra el Estado de Bienestar busca la privatización de los mismos y su
rentabilización por parte del capital.
Además, la emergencia de nuevas potencias económicas en la esfera
internacional, con unas condiciones laborales y sociales no equiparables a las
de las economías capitalistas más desarrolladas, está induciendo a una carrera
competitiva a éstas últimas tratando de ocupar mercados externos por la vía de
la equiparación a la baja de esas condiciones y despreciando los efectos que
esto tiene sobre la demanda interna.
Las políticas de reforma estructural son, por lo tanto y a mi modo de ver,
parte de la estrategia de refuerzo de la competitividad por la vía de abaratar
costes laborales, al tiempo que permiten recuperar espacios de rentabilización
del capital mediante la privatización de lo público. O, por decirlo más
contundentemente, la conquista de cuotas de mercado externo se consigue a costa
del empobrecimiento de los trabajadores y del desmantelamiento de los derechos
laborales y sociales de todos los ciudadanos, es decir, extendiendo la barbarie.
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