Siguen las movilizaciones sociales. El último ejemplo, el de Gamonal en Burgos, ha sido el ejemplo más repetido de cómo una lucha social y ciudadana puede conseguir éxitos muy señalados.Aunque en algunos comentarios lo más destacado fuera la capacidad de rebelarse de un barrio popular, más incluso que esa movilización hubiera logrado una importante victoria frente al
autoritarismo y la corrupción municipal. A propósito de ello, surge una reflexión objeto de este comentario.
El (neo)liberalismo niega al
trabajo capacidad de interlocución política. Lo cosifica, considerándolo una
mercancía, y a los portadores del mismo, los trabajadores, los esconde tras
imágenes deformantes. Son individuos libres que pactan entregar sus energías a
cambio de un salario. Es el salario el elemento decisivo para su calificación
como sujetos de derechos. Expectativas que se deducen de un contrato sobre el
valor de su trabajo medido en términos de salario y conceptuado como coste del
proceso productivo. El sindicato es un mediador – aceptado o impuesto – en la
determinación salarial y del tiempo de trabajo. Anclado en el mercado laboral y
en la relación contractual que consagra la libertad del intercambio salarial, el
trabajo no puede ingresar en la esfera de lo público, de la determinación del
interés general, como interlocutor político. No tiene voz porque no es un
sujeto político ni sus representantes –los sindicatos de trabajadores- alcanzan
la condición de generalidad necesaria. Son siempre “particulares”, “profesionales”,
“laborales”. Y las determinaciones que se producen en las relaciones materiales
de la existencia de las personas que trabajan – los conflictos que las
atraviesan, las reglas que las disciplinan – son siempre privadas, de carácter
esencialmente económico, no políticas. Es un mundo aparte que se mantiene opaco
ante las perspectivas de emancipación derivadas de la consideración democrática
y ciudadana. El trabajo asalariado se desarrolla en un espacio de autoridad
incontestada a la que no puede exigírsele que se adecue a las formas
democráticas. A ello se ha unido en los últimos tiempos una perspectiva que
enlaza el trabajo con el empleo, relacionando la cantidad de éste con la
devaluación del valor económico de aquel. Cuanto menos valga el trabajo, más
empleo habrá.
Frente a ello, todos los
esfuerzos del discurso antiliberal han ido dirigidos a la politización del
espacio del trabajo y a considerarlo como un terreno decisivo para la
configuración del status de
ciudadanía. El paralelismo entre la lucha de la burguesía por el reconocimiento
de sus libertades y la necesidad de una trayectoria paralela de los
trabajadores por la conquista de la democracia en la empresa y en los lugares
de la producción no ha tenido la continuidad histórica ni cultural que habría
sido precisa para afirmarse en el discurso político común de las fuerzas
reformistas.
El ciudadano es por el contrario
una figura aceptada por la escisión liberal como un sujeto abstracto, no
cualificado por su posición subalterna social y económicamente, que coopera a
la conformación del interés general y que goza por tanto de la aceptación
condicionada a su empleo funcional al desarrollo de la riqueza de todos y a la
preservación de las libertades económicas que la encuadran. El discurso
antiliberal se ha beneficiado de esta figura abstracta y universal y la ha
completado con otro contenido activo y exigente que requiere prestaciones
públicas que nivelen las desigualdades sociales, sitúen fuera de la lógica del
mercado determinadas exigencias de vida e involucren el espacio público en los
intereses de la mayoría, en los bienes comunes de la población. En ese mismo
discurso el trabajo se presenta como la condición necesaria de esa ciudadanía
social, pero es muy difícil aproximar el espacio de la ciudadanía al de un
trabajo fragmentado, dislocado y precario que progresivamente se afianza como
el único horizonte real posible de empleo. Inestable y devaluado.
Esta apreciación diferente se
comprueba en el discurso actual frente a las políticas de austeridad frente a
la crisis. La narrativa de contestación de estas políticas que se basa sobre la
reivindicación de una ciudadanía activa, participativa, es mucho más fuerte que
la que incorpora a este discurso el elemento de la subalternidad del trabajo,
la erosión de los derechos laborales y la devaluación progresiva del salario. Y
ello con independencia de que esa narración la efectúen los movimientos
sociales o el sindicalismo de clase.
La debilidad del argumentario que
reposa sobre la centralidad del trabajo y la remoción de las situaciones de
autoritarismo y explotación es algo detectable también en el discurso sindical,
mucho más compacto en la reivindicación de la ciudadanía social, como si se
diera por descontado que el dogma liberal de la opacidad del trabajo a la
democracia tuviera tal carga de realidad que fuera improbable su remoción en la
acción política de los sujetos sociales. Como también se manifiesta en la
actividad cultural de los juristas críticos que actúan en este marco
antiliberal y democrático, mucho más interesados en el desarrollo de las
técnicas de garantía y de los contenidos de los derechos sociales ciudadanos
que en la disciplina jurídica del trabajo, que cuenta con técnicas e
instrumentos ya consolidados dogmáticamente que sin embargo son reconfigurados
y devaluados en las últimas reformas laborales.
La opacidad democrática del
trabajo se expresa asimismo en las formas de conflicto que adoptan las
movilizaciones sociales. La sublevación de la ciudadanía en cuanto partícipe de
un territorio y de unas necesidades de vida en la ciudad, o de unos servicios
públicos son los elementos más subrayados como modelos para la acción. Por
mencionar los ejemplos más relevantes, la actuación de la PAH por el derecho a
la vivienda se mueve en esa dimensión, aunque hace referencia más precisa al
desarrollo y garantía de un derecho social que está construyendo en gran medida
la propia presión popular y las formas especiales de dar visibilidad al
conflicto, como los “escraches” emprendidos con tanto éxito y participación.
Las “mareas ciudadanas” y fundamentalmente la de sanidad y enseñanza, gestionan
y expresan un descontento en relación con la prestación de un servicio público
y saben estar presentes en las calles con una vistosidad muy notable. La
referencia a la posición social de estos ciudadanos marcada por el desarrollo
de una actividad laboral asalariada o de cuidados, por la prestación de un
trabajo, se coloca en un lugar muy residual. Los ejemplos que podrían
insertarse en ese proceso de rechazo y resistencia, como la lucha victoriosa de
los trabajadores de la limpieza de Madrid a través del ejercicio de su derecho
de huelga, no se mantienen en el discurso explícito que alimenta la
contestación a las políticas de austeridad en la mayoría de sus exponentes más
cualificados. La huelga es un modo de acción lejano de las pautas
preponderantes de la movilización ciudadana e incluso no se considera que forme
parte de ésta.
Parecería que el propio sindicato
se aparta de los moldes clásicos que canalizan y expresan el disenso frente a
las políticas públicas de recortes y de reformas estructurales a través de la huelga
general. Por un lado el sindicato español tiene dificultad en expandir el
conflicto más allá de la empresa – aunque sea muy eficaz en dirigir y gobernar
el conflicto en la misma – pero además sabe que la huelga que subvierte la
normalidad productiva de los trabajadores y sólo de éstos no alcanza el grado
de presión social necesario para involucrar a la ciudadanía como categoría
popular, política. Dejando de lado el problema de la eficacia de la huelga y
por tanto de su percepción como instrumento central de la participación de los
trabajadores en un proyecto de reforma social – tema al que posiblemente se
dedicará una reflexión específica en breve – la huelga general ha dejado de ser
un acto de resistencia general que expresa el rechazo del trabajo prestado en
régimen de explotación y de autoridad incontestada. Se considera más bien un
trabajoso momento en el que se hace presente la representación colectiva del
trabajo y su capacidad de influencia entre un amplio número de trabajadores,
una reivindicación del sujeto colectivo que representa el trabajo y que se
exhibe como interlocutor político. Pero ese proceso de exteriorización es
penoso y agotador, gasta muchas energías personales y medios materiales y no
obtiene un éxito ciudadano entendido como afectación del consumo y de la
cotidianeidad de la vida de las personas.
Posiblemente es esa convicción la
que ha llevado a los sindicatos españoles a compartir sus formas de
movilización con las que se expresan desde la esfera de la ciudadanía social, a
fundir sus reivindicaciones con las que manifiestan los movimientos ciudadanos,
a los que por cierto el sindicato da organización y estructura. Exhaustos ante
la movilización “particular” frente a la degradación del trabajo, las últimas
huelgas que reivindican un tratamiento garantista del derecho al trabajo se detienen ante la Ley 3/2012 de
reforma laboral. Las últimas medidas en esta materia – el RDL 16/2013 – han sido criticadas de
forma contundente pero sin arbitrar una respuesta en el campo del conflicto. Tampoco
han sido muy consideradas en el discurso alternativo de la movilización social
contra las medidas de austeridad.
Aunque lo importante para los
sujetos que reciben y resisten las consecuencias de las políticas de austeridad
es percibir las formas a través de las cuales se expresa un claro rechazo a las
mismas, es también conveniente prestar atención no sólo a los hechos o a las
prácticas llevadas a cabo colectivamente, sino a la manera en que se produce la
deslegitimación de la actuación de los poderes públicos y privados, la repulsa
a la corrupción y al autoritarismo, en definitiva, la narrativa que emerge de
estos sujetos frente a la sucesión brutal de acontecimientos y su imposición violenta
por las autoridades de gobierno y el poder empresarial.
Y el discurso es diferente en uno
y otro supuesto, el de los recortes sociales y el de la degradación de los
derechos derivados del trabajo. En este último caso, se ha actuado desde las
sucesivas reformas legislativas favoreciendo la fragmentación, la variabilidad
y la atomización de los intereses de los trabajadores para romper la capacidad
de agregación de la forma sindicato y difuminar su poder contractual. Con el
poder público el diálogo social ha quedado prácticamente desactivado ante una
política definida de manera unilateral frente a la que solo cabe una
intervención adhesiva por parte de los sujetos que representan el trabajo en
una sociedad determinada. El trabajo sigue siendo considerado como un espacio
opaco a la consideración democrática, un territorio donde la autoridad del
poder privado no puede ser contestada ni colectiva ni individualmente, un
momento secundario en la movilización social y política de los proyectos
reformistas.
Recomponer esa asimetría es
importante. Ante todo para el propio sindicato, que necesita seguir construyendo
un modo de estar en el trabajo que no implique la anulación de los derechos del
trabajador y del ciudadano y que por tanto debe repolitizar democráticamente
ese espacio de actuación. También servirá para reformular la relación con los
movimientos sociales recuperando el lado oculto del trabajo como eje de
explicación de la desigualdad social y la remercantilización de la existencia.
Ayudará en fin a que la izquierda política supere las demasiadas inseguridades que
denota respecto del proyecto de reforma que encarna, tanto en el nivel europeo
como en el plano nacional.
Qué bonito lo de hoy de nuevatribuna!!
ResponderEliminarTe felicito con todas mis fuerzas por el esplendido artículo sobre el neoliberalismo y trabajo que he leido hoy en Nueva Tribuna. Comparto plenamente tus apreciaciones. AO
ResponderEliminarHola Dr. Baylón,
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el concienzudo artículo que has publicado en Tribuna. He pensado que a pesar de su brevedad podría ser interesante discutirlo en el seno de nuestro grupo de investigación y quizá con tu presencia, pues intentaríamos hacerlo en la Escuela de Relaciones Laborales. Frente al palacio de Parcent, te mando un abrazo F.
O sea que este "post" se ha conocido sobre todo por Nueva Tribuna, como debe ser:
ResponderEliminarhttp://www.nuevatribuna.es/opinion/antonio-baylos/neo-liberalismo-niega-voz-y-subjetividad-trabajo/20140122192914100192.html.