El blog
hermano Metiendo Bulla ha iniciado un
debate sobre el futuro sindical que parte de un artículo colectivo firmado por
buenas amigas y amigos de la Universidad Autónoma de Madrid, al que se ha unido
una columna muy explícita en el título de Soledad
Gallego-Díaz. Sobre estos textos han echado su cuarto espadas un buen
número de amigos – todos ellos hombres de una cierta edad – con reflexiones de
diverso tipo que pueden consultarse en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/01/el-sindicato-y-el-nuevo-proyecto-social.html . A su vez, la
revista Claves de la Razón Práctica
en su número 238 correspondiente a enero/febrero 2015, dedica cuatro artículos
a los sindicatos, a los que define “entre la necesidad y la desconfianza” bajo
un título menos afortunado: “¿Proteger derechos o perpetuar sinecuras?”. El
caso es que parece que el debate sobre los sindicatos, su presente y su futuro,
se va extendiendo. Esta bitácora no se quiere quedar al margen. A continuación
se esboza una reflexión al respecto que se apoya fundamentalmente en la entrega
última – hasta el momento – de Javier Aristu publicada el lunes 19 de
enero en el blog hermano.
The U-boat
En las películas bélicas de
batallas navales, los submarinos, al ser un lugar cerrado y casi claustrofóbico
cuya capacidad de ataque se basa en la sorpresa y en no ser detectados, han
dado mucho juego. Un elemento clásico de este tipo de films está constituido
por la peripecia en la que el capitán del submarino, perseguido por
destructores y dragaminas, se sitúa en el fondo del mar, apagando los motores
para que sus perseguidores no le puedan localizar y crean que ya no está allí.
Si la treta sale bien el submarino
reemprende su travesía y vuelve a surcar los mares.
Esta imagen cinematográfica que
posiblemente proviene de mi frecuente presencia en los cines de barrio en mi
lejana adolescencia, es la que me ha venido a la mente cuando pienso en la
situación actual de los sindicatos. Silencio y máquinas apagadas. Mientras dura
el ataque y explotan las bombas.
Los sindicatos protagonizaron por
el contrario una fuerte resistencia frente a las reformas laborales entre el
2010 y el 2012, y a lo largo del 2013 confluyeron en grandes movilizaciones
populares. Su presencia mediática y política fue muy intensa. Pero a partir del
2014, su perfil público se ha visto progresivamente borrado. El tema de los ERE
de Andalucía y las tarjetas de Caja Madrid han ayudado sin duda poderosamente a
esta inmersión silenciosa de la que sólo se divisa de vez en cuando su
presencia pública como la que se efectuó a la hora de firmar el acuerdo sobre
la prestación asistencial de desempleo. También los submarinos enviaban a
superficie manchas de aceite para sugerir que ya no estaban operativos.
No es desde luego una mala
táctica la de esperar que escampe. No siempre la visibilidad mediática es
oportuna, como se puede fácilmente comprobar de las vicisitudes en las que
actualmente está implicada Izquierda Unida de la Comunidad de Madrid. Y más con
un campo mediático empotrado en los centros del poder económico. Pero sobre
todo me gustaría insistir en que, como en la imagen sugerida, lo importante es
que nosotros no vemos ni oímos a los sindicatos, no lo contrario. Porque de eso
se trata, precisamente. Eso es lo que pretende el capitán del submarino.
Los sindicatos están fuera del lugar de trabajo
En las intervenciones de los
colegas de la Universidad Autónoma y, de manera más tosca en la voz amiga de Soledad Gallego-Díaz, lo que más llama
la atención es la percepción por parte de ambos de que los sindicatos son una
figura social que se sitúa en la esfera pública, desempeñando funciones de
regulación general tanto en el mercado de trabajo como en el espacio
socio-económico de las relaciones sociales. Ninguno hace un vínculo con su
realidad laboral, como si hablaran de un sujeto que no estuviera insertado en
su cotidianeidad. Y sin embargo, la articulista de El Pais conoce muy bien la
actuación del Comité de empresa y de los sindicatos en él representados durante
el ERE todavía reciente de Juan Luis Cebrián, y las
compañeras y compañeros de la UAM a buen seguro participarán en las elecciones
a Juntas de Personal votando alguna de las listas sindicales en liza, mientras comparten departamento con un profesor
que ha desempeñado funciones de representación del colectivo, Ricardo Morón, cuyas realizaciones son
sin duda alguna una muestra de lo mejor de la acción sindical, y que, con perdón,
podría ser un émulo castizo de ese “sindicalista joven de 44 años, David Rolf, que se está haciendo famoso
en Estados Unidos”.
Quiero decir que en las
reflexiones sobre el futuro del sindicalismo se aprecia una cesura muy fuerte
entre la percepción del sindicato como una institución socio-política que se
juega en la esfera pública con funciones de suplencia o de complementariedad de
los sujetos políticos y los poderes económicos, y la existencia simultánea de
esas estructuras sindicales en las empresas, centros de trabajo y
administraciones públicas, donde se realiza la síntesis entre la acción
reivindicativa y la capacidad contractual del sindicato y donde, por ende, se
manifiestan los problemas “centrales” de la presencia del sujeto colectivo, la
composición plural de las figuras del trabajo y la conflictividad que se
desenvuelve en esos espacios. Por eso en las intervenciones “domésticas” del
debate, esta dimensión es la que se resalta, y se relaciona con los resultados
en las elecciones sindicales, en el cambio de modelo de representación o su
reforma, en la necesaria imbricación de la acción sindical en las empresas
transnacionales y en la dimensión europea, con la dificultad de mantener la
vigencia real de los convenios colectivos en pequeñas y medianas empresas, etc.
Desde otro punto de vista, se
podría quizá pensar que en la percepción de estos autores se resaltan dos
aspectos que componen la representación sindical a partir de esta dualidad, de
manera que lo que se viene a señalar por
los proponentes del debate es que ambas versiones no son coincidentes, o que
hay una disparidad profunda entre el espacio de la acción sindical concreta en
los lugares de trabajo y su proyección en el espacio público del sindicalismo
confederal como sujeto político, siendo así que ambos deben converger. En este
último, los sindicatos “no se ven, no se oyen”, pero en el espacio concreto de
la acción sindical en los lugares de
trabajo, somos nosotros los que “no vemos, no oímos” a los sindicatos.
La capacidad disuasoria, la fuerza
de la imposición
Hay muchos materiales sobre la
crisis del sindicalismo, casi tantos como los que existen sobre el sindicalismo
en la crisis. Una ojeada a los textos debatidos y presentados en el I Congreso
sobre Economía, Trabajo y Sociedad de la Fundación 1 de Mayo, proporcionaría un
excelente material de trabajo, y seguramente aportaría elementos de análisis
muy interesantes a este debate. Hay sin embargo problemas acuciantes que
conviene sin duda afrontar para elaborar alguna respuesta concreta, como la
participación en los consejos de administración de las empresas y el propio
sentido de la participación institucional del sindicato, la reformulación de
los mecanismos de consulta entre afiliados y trabajadores sobre el programa de
actuación de los sindicatos y la concertación social, o la reflexión sobre
aspectos específicos del trabajo sindical como el empleo público, en especial
las administraciones públicas, los sectores de enseñanza y universidad, la
sanidad. Por no mencionar el problema extremo del deterioro y estancamiento de
la negociación colectiva.
Pero si uno tuviera que extraer
el elemento determinante de la crisis que está en la base de tantas
reflexiones, elegiría seguramente el de la pérdida o al menos el desgaste
acelerado de la capacidad sindical de intimidación a la contraparte, la incapacidad
de disuadir a ésta – el poder privado o al poder público – de adoptar
decisiones que se confronten con el sindicato a causa del coste económico y el
perjuicio social medido también en términos políticos que lleva aparejada esta
posición. Y junto a esa disuasión preventiva, la incapacidad de afirmar el
propio programa reivindicativo, de imponer una buena parte de las medidas que
integran el proyecto sindical de tutela de los derechos de los trabajadores.
En este punto hay que insistir,
porque el sindicalismo español ha llevado a cabo una fuerte movilización
social, incluidas tres huelgas generales, sin que haya conseguido ni siquiera
una mínima contrapartida de los poderes económicos y del gobierno. El único
contrapeso que se ha logrado en el 2014 se presenta como un fruto tardío de la
presión sindical, pero parece haberse generado más bien como un efecto
adicional al cambio en la imagen del PP con finalidades electorales en el año
2015. Sin embargo, en conflictos concretos el sindicalismo ha luchado y ha
vencido, desde las huelgas de la limpieza hasta la marea blanca, y en la
actualidad el conflicto todavía abierto de Coca-Cola. Si hiciéramos un recuento
de resultados obtenidos, sería positivo al tener en cuenta el contexto nefasto
de crisis de empleo y de reducción salarial en el que estamos inmersos.
Es conveniente analizar
las posibles firmas de presión y de lucha, la visibilidad de la representación
y por tanto de la presencia sindical. Es seguro que hay que volver a situarse
en espacios no reglados por la institucionalidad del sindicato, que recupere
una capacidad de alterar la cotidianeidad también en el terreno simbólico. A
partir de huelgas y conflictos concretos es posible articular ensayos de estas
nuevas formas de gobierno del conflicto que fortalezcan y completen las formas
“viejas” o tradicionales del mismo. Un desarrollo de este tema sería muy
conveniente, teniendo en cuenta que hay sectores enteros de producción de
bienes y de servicios que ni siquiera han conocido una huelga – salvo las
convocatorias de huelga general – en toda una generación de trabajadores y que
por tanto ignoran la cultura del conflicto y la participación de trabajadores y
de la ciudadanía en el desarrollo y en la extensión del mismo.
Construir sindicalismo a partir
del análisis del conflicto social, esa podría ser una conclusión provisional
interesante.
Sólo se habla de política
En cualquier caso, el tiempo
actual está conociendo un renacimiento de la política como expresión de las
distintas opciones de gobierno de la sociedad y como manifestación de proyectos
alternativos de edificación de una nueva sociedad. Es un proceso que conduce,
según la terminología al uso, a la apertura de un espacio constituyente. El
sindicato coincide en líneas generales con esta perspectiva, de forma que ya en
junio del 2014 CCOO ha afirmado la necesidad de una reforma de la Constitución
“no cosmética”, en donde se debe incluir las grandes opciones políticas,
económicas y sociales del país. Gaceta Sindical ha dedicado un
número específico a este aspecto bajo el título genérico de “Por una reforma
constitucional”. http://www.ccoo.es/comunes/recursos/1/pub140443_n_23__Por_una_reforma_constitucional.pdf
Lo cierto es por tanto que el
interés ciudadano se ha desplazado hacia el ámbito de la política democrática,
de las opciones electorales, de los grandes debates entre fuerzas políticas
donde se está produciendo una amplia renovación de sujetos y una nueva
rearticulación de las fuerzas en presencia, más pluralistas y más orientadas
hacia la izquierda y la radicalidad democrática. Europa es asimismo un
horizonte mucho más cercano que nunca, en donde los resultados electorales en
Grecia son un dato decisivo para el devenir político español.
El sindicalismo español tiene una cierta tradición en adoptar un papel secundario en estos procesos de transición. Lo hizo en el período 1976- 1980 y ahora, por razones distintas, parece que también asume una cierta subsidiariedad en el que está en curso, con todas las incertidumbres sobre su alcance y extensión. Es cierto además que la derecha considera al sindicalismo como un obstáculo prescindible, pero tampoco es bien apreciado en la izquierda. No digamos en el PSOE, que legisló contra el sindicato y los valores que éste representa en el 2010 y en el 2011, y modificó la Constitución en un sentido no democrático. El arrepentimiento que ahora exhibe este partido – por el que hay que felicitarse, desde luego - no recupera sin embargo al sindicato como sujeto del cambio. En cuanto a Podemos, al margen de la prudencia de su equipo dirigente, es bien conocida la reluctancia que entre una gran parte de sus componentes suscita la representación sindical confederal, los llamados – con razón – sindicatos mayoritarios, para los que se quiere importar el rechazo al modelo bipartidista. Sólo IU-ICV parece contar con el sindicalismo de clase como una seña de identidad, posiblemente también como forma de marcar la diferencia con Podemos. Pero nombres como Joan Coscubiela o Paloma López son bien indicativos de este trend.
El sindicalismo español tiene una cierta tradición en adoptar un papel secundario en estos procesos de transición. Lo hizo en el período 1976- 1980 y ahora, por razones distintas, parece que también asume una cierta subsidiariedad en el que está en curso, con todas las incertidumbres sobre su alcance y extensión. Es cierto además que la derecha considera al sindicalismo como un obstáculo prescindible, pero tampoco es bien apreciado en la izquierda. No digamos en el PSOE, que legisló contra el sindicato y los valores que éste representa en el 2010 y en el 2011, y modificó la Constitución en un sentido no democrático. El arrepentimiento que ahora exhibe este partido – por el que hay que felicitarse, desde luego - no recupera sin embargo al sindicato como sujeto del cambio. En cuanto a Podemos, al margen de la prudencia de su equipo dirigente, es bien conocida la reluctancia que entre una gran parte de sus componentes suscita la representación sindical confederal, los llamados – con razón – sindicatos mayoritarios, para los que se quiere importar el rechazo al modelo bipartidista. Sólo IU-ICV parece contar con el sindicalismo de clase como una seña de identidad, posiblemente también como forma de marcar la diferencia con Podemos. Pero nombres como Joan Coscubiela o Paloma López son bien indicativos de este trend.
De esta manera,
la visibilidad mediática se dirige a la forma – partido y no considera
atractivo al sindicalismo, que hasta en el lenguaje se distancia de la
narrativa política democrática que se está desarrollando. Pero eso plantea un
nuevo reto al sindicato, el de saber insertar su acción sindical, conducida
desde su propia autonomía, en un proceso de cambio político sin que aparezca
extraño o distanciado del mismo, como si le fuera indiferente.
Todo comienza hoy
Se podría sin
embargo desarrollar otra línea de análisis que se centre en la problematicidad
del poder contractual sindical, su degradación a partir del cambio de reglas
que ha impuesto la reforma del 2012 y las consecuencias de la misma en la
práctica de empresas y empresarios que aseguran su poder privado a costa de la
regulación colectiva y de su constante incumplimiento. Hay por tanto una
necesidad de cambiar los esquemas de acción ya “normalizados” durante al menos
treinta y cinco años de relaciones laborales democráticas y cuestionar las
rutinas que los han acompañado durante tanto tiempo. El fortalecimiento de las
asimetrías de poder es una realidad frente a la cual el sindicato y los
sindicalistas tienen que reaccionar desde una posición más adecuada a la
relación de fuerzas en las que nos movemos. Es algo que tiene mucha relación
también con las estructuras organizativas, federales y territoriales, del
sindicato, y de su capacidad para incorporar nuevas experiencias, nuevos
ensayos reivindicativos que se concluyan en un acuerdo.
Centrarse en la
negociación colectiva, repensar sus esquemas y estructuras, sería también una
buena conclusión provisional sobre el sindicalismo del futuro. Que, como cada
día, en el de mañana sabe que siempre comienza todo otra vez. Lo que se está
desarrollando hoy.
Gracias por el rico debate que estáis llevando a cabo sobre el sindicalismo, tanto en esta bitácora como en Metiendo Bulla.
ResponderEliminarEn efecto, mucho se ha debatido y discutido sobre el futuro del sindicalismo desde la irrupción de la crisis, ya sea desde el propio sindicato que desde sus alrededores académicos. En este sentido, la prudencia parece aconsejar seguir reflexionando e intervenir si algo se puede aportar.
Sin embargo, poco se ha reflexionado sobre dos aspectos que podrían contribuir a contextualizar el momento actual que atraviesa el sindicalismo confederal y desde el que avanzar en el debate.
El primero tiene que ver con la capacidad que ha mostrado tanto el poder público como el poder privado de convencer culturalmente sobre el carácter estrictamente mercantil del trabajo, cuya degradación resulta necesaria para permitir una recuperación económica en los distintos sectores y empresas. A este respecto, el proyecto sindical alternativo a este discurso se ha circunscrito a mantener una fuerte beligerancia consiguiendo grandes logros -y otros no tan grandes-, pero con una cierta dificultad a la hora de elaborar propuestas alternativas que den cuenta de la situación actual del trabajo. En definitiva, se echa en falta un debate más profundo y riguroso sobre las condiciones materiales en las que el trabajo se desarrolla ya desde antes de la crisis. Todo ello, pese a que existen textos bien interesantes que quieren contribuir a este debate, como el que nos muestra La parábola del sindicato o el que toma como premisa el hecho de que nos encontramos ante una tercera revolución industrial en la que se ha alumbrado una renovación del taylorismo (digital). Acompañar y profundizar este debate podría arrojar algo de luz sobre las formas e instrumentos más adecuados para desarrollar la representación de los trabajadores. Por cierto, en este ámbito no existe tampoco una reflexión política que vaya más allá de lo estético, pese a que de tanto en tanto se trae a colación el fundamental debate sobre el cambio de modelo productivo.
El segundo tiene que ver con el posicionamiento que los trabajadores, tanto públicos como privados, hemos mantenido con carácter general antes y durante la crisis. Haré referencia solo al sector público, donde ha existido y existe un total abandono del trabajador respecto de los problemas de los distintos sectores que conforman el área pública y, por tanto, respecto de los proyectos sindicales para revertir aquellos. Esta situación se ha agudizado ya en tiempos de crisis, asistiendo además a un menosprecio del sujeto colectivo, pese a que con mucha probabilidad es en el sector público donde se han desarrollado las experiencias más interesantes tanto en el ámbito del conflicto como en el teórico sobre la prestación material de los distintos servicios públicos y las alternativas reales que pueden llevarse a cabo distintas de su mercantilización.
En definitiva, podría resultar fértil reflexionar sobre el sindicato desde el estudio de un proceso de producción en el que el trabajo, con toda seguridad, desarolla un papel distinto en relación con su función política, económica y social. Y, relacionado con lo anterior, intentar desenmarañar las causas por las cuales los trabajadores se han alejado de sus problemas laborales y de sus representantes sindicales, intentando no acudir a posiciones maniqueas al respecto.
Distinti saluti,
Paco
Pues, todas esta reflexiones son fantasticas, pero aqui se hace el trabajo y no se nos ve, por que no se mira y no se oye por que no se quiere escuchar, os invito un dia de trabajo normal de acompañantes de un sindicalita de base de los sectores productivos privados, de trabajo parcial de atencion, o administrativo y de visitas a empresas, haciendo elecciones sindicales, o vistando empresas para regular e informar de los derechos, convenios etc etc y llegareis agotados a vuestra casa si se da bien a las 21.00 hora.
ResponderEliminarEl sindicato jamás a sido bien recibicdo solo para aquellos que lo han utilizado en lo colectivo y en lo individual pero el resto se esconde, bajo el paraguas del miedo, de la coación de la amenaza etc etc