No dejen de
leer los seguidores de este blog las lecciones que el maestro López Bulla extrae del resultado de la vicenda griega para las izquierdas
españolas, El gran estratego y el pitufo gruñón , y dejemos para más adelante el análisis de la noción de Europa que está siendo diseñada, con el concurso de la derecha cristiano-demócrata y la social democracia, en torno al concepto de gobernanza económica y de supremacismo alemán. La imagen que se inserta es una buena estampa de la obscenidad de los vencedores que retrata perfectamente la violencia de la que son capaces de mostrar en la opresión de los pueblos y de las personas. Ahora sin embargo se propone para esta entrada unas reflexiones sobre el antisindicalismo fruto de la lectura de un libro relativamente reciente sobre este punto. Aunque muchos dirán que no, este es también un tema muy relacionado con el diseño de Europa y la necesidad imperiosa de detener la violencia brutal del dinero contra las personas.
Una de las cosas más chocantes que se experimenta cuando se entra en una
librería inglesa es que sólo se pueden encontrar libros que hablen sobre
sindicalismo en la sección de historia. Es una materia acotada que no es
reconocida por los estudios sobre el presente del derecho o de las relaciones
sociales. Pasa algo semejante con el derecho del trabajo. Han desaparecido los
(escasos) libros sobre derecho social europeo, y apenas se encuentran manuales
sobre el derecho del empleo. Uno sólo sobre Derecho del Trabajo con ese título,
de Collins, Ewing y McColgan,
data del 2005 y la segunda edición de 2010.
Sin embargo todos saben que el sindicalismo en Gran Bretaña es un fenómeno
social, que con el liderazgo de Milliband
los sindicatos han ganado peso en el interior del Partido Laborista y que
actualmente, frente a la política de recortes, están llevando a cabo
importantes acciones no sólo en la calle con manifestaciones muy corpulentas,
sino a través de una serie de huelgas que han afectado fundamentalmente al
sector público. El metro de Londres, algunas compañías ferroviarias del mosaico
que surgió de las privatizaciones thatcherianas, museos como la National
Gallery, o inminentes convocatorias en la enseñanza frente a recortes
salariales y pensiones, son los últimos supuestos de este mes de julio. Esta
presencia de la acción colectiva sindical encuentra una respuesta muy fuerte
por los sectores conservadores del país y sus medios de comunicación. Algunos
columnistas – como el exlaborista Leo
McKinstry, desde las páginas de The
Spectator – braman contra este atentado “contra los trabajadores” – al tratarse
de huelgas que afectan al conjunto de la población – y exigen el endurecimiento
de las leyes sindicales recortando al máximo “los privilegios” de los sindicatos.
Durante un tiempo se sabía que la rudeza antisindical de los medios
conservadores británica era proverbial – recordaba un tanto a los medios
pinochetistas hablando de los sindicatos – pero para un español hoy estas
actitudes nos resultan lamentablemente familiares.
Por eso el encuentro en la biblioteca central de Cambridge de un trabajo
colectivo dedicado al estudio del antisindicalismo como objeto de estudio
académico ha permitido constatar no sólo la relevancia del fuerte rechazo
frente a esa figura, sino relacionarlo con una cierta “repulsión” hacia la
forma de representación concreta – una asociación voluntaria y permanente de
personas que trabajan – que ha adoptado el sindicato como expresión histórica
de la necesidad de representar el interés colectivo.
La “repulsa” del sindicalismo, una categoría social que da sentido a la
cohesión social y económica y agrega consensos en la comunidad política de un país
determinado, tiene sin duda una base liberal. El antisindicalismo es una noción decididamente liberal que tiene
más fuerza cohesiva que la desconfianza hacia el Estado y la preservación de
una esfera individual de libertad de los individuos que construye la idea de
libertad negativa que está en la base de las doctrinas liberales de origen
anglosajón. Permanece y se refuerza conforme se debilita la influencia de un
sistema de pensamiento construido sobre la solidaridad y la politización democrática
de la economía, la sociedad y el trabajo.
Es muy común pensar que el antisindicalismo liberal se basa en la
hostilidad hacia lo colectivo como opuesto a lo individual, aunque naturalmente
lo que se combate es el carácter clasista de la noción de representación y la
capacidad de ésta para presentarse dinámicamente como acción colectiva. Se considera
así incompatible con las libertades de empresa y de la economía que rigen la
sociedad civil, aunque posteriormente se presente más bien como un “obstáculo”,
una “restricción” a las libertades económicas fundamentales que sostienen la
sociedad y que por tanto debe ser “justificadas” como excepción a la regla. La única
forma de integrar lo colectivo en este esquema liberal más “permisivo” es en el
marco de una relación bilateral contractual, como un elemento de estabilidad
del negocio que se genera a partir de las obligaciones recíprocamente asumidas.
Hay también un antisindicalismo autoritario – lo que no impide que el
anterior también lo sea – que se manifiesta mediante la oposición a lo
colectivo de la categoría de lo público-estatal, como la remoción necesaria de
un interés de grupo que pretende ser general porque aspira a representar a la
mayoría social a partir del trabajo, del hecho material de trabajar, y que por
consiguiente se aparta de – y conspira contra – la capacidad del Estado de
crear y poner en práctica el interés general sobre la base de una peculiar
síntesis de intereses de sectores o de grupos sociales. La hostilidad
antisindical desde lo público-estatal expresa la repulsión frente a lo
colectivo-clasista que se fundamenta en una consideración autónoma, desde la
clase social, del proyecto social global y de la concreta relación salarial
como base del sistema económico y que por consiguiente se confronta con la
determinación estatal del interés general a través de mecanismos de
representación cerrados y prefijados por el poder público.
Estas dos determinaciones pueden converger y coincidir en un argumentario
común. Es el que aúna individualismo económico y libertad de empresa como
expresión genuina de este individuo-propietario y el rol integrador y resolutivo
del Estado frente al particularismo egoísta y corporativo del sindicalismo de
los trabajadores. Son manifestaciones
culturales de liberalismo autoritario, un concepto posiblemente clave en
adelante para entender el desarrollo de la UE y que se podría verificar en
algún estudio de caso.
Ambas versiones objetan el mecanismo de la representación que está en la
base de la forma – sindicato. No es una representación civil de propietarios ni
es una representación política de ciudadanos libres e iguales, sino un híbrido
entre ambas que busca otro espacio por cubrir, el de las personas que someten
su trabajo y el tiempo de vida a la explotación laboral.
Sin que muchas veces se mencione expresamente, éste es el tema que recorre
el problema de la eficacia de los convenios colectivos o de su fuerza
vinculante en la expresión de la constitución española, la discusión sobre los
sujetos legitimados para negociar y la diferente posición de quienes son
titulares del derecho de huelga, y se presenta como solución específica a
través de la elaboración de la noción de la representatividad sindical.
Actualmente este rechazo del elemento representativo se detecta también en
relación con el ámbito propio del trabajo objeto de representación, como si éste
se hubiera inmovilizado en un espacio cada vez más despoblado, dejando fuera a
un gran número de personas que no construyen su identidad ni primaria ni fundamentalmente
a partir del trabajo. Esta carencia determina una incapacidad de la forma
sindicato para cumplir su función integrativa de un interés colectivo que
tiende a percibirse como general a partir de una representación del trabajo
también global. El antisindicalismo aquí se nutre de las propias carencias del
sindicato, pero se alimenta de la ganga ideológica liberal que puede explicar
sus frustraciones mediante la deslegitimación de la figura social que debería
representar a estos sujetos.
El antisindicalismo como cuestionamiento de la capacidad del sindicato para
representar colectivamente el hecho social del trabajo implica necesariamente
negarle legitimidad para ello y por tanto también negar su presencia en el
espacio donde se desarrolla el trabajo. A través de esta doble negación se
produce en muchas ocasiones la confusión entre planteamientos antisindicales y
aquellos que buscan remplazar el mecanismo de la representación colectiva por
otros modelos de adhesiones individualizadas o de relaciones interpersonales
plurales. Se viene a estudiar principalmente como un conjunto de prácticas
sostenidas tanto por el Estado y las agencias públicas como por las empresas y
su personal directivo y que se someten a una serie de patrones o de moldes que
pueden analizarse y sistematizarse en paralelo a otras aproximaciones más
fundadas en el análisis de la represión y de sus formas de expresión.
Pero el antisindicalismo ante todo es una ideología, una marca cultural de
la época que aborrece en la esfera privada la posibilidad de ser representado
en sus intereses mediante instancias de solidaridad y de nivelación contrarias
a un planteamiento de progreso extraordinariamente anclado en el esfuerzo y el
emprendimiento individual, y que no permite intrusiones en el espacio público
de sujetos que concurran a representar a un grupo social desde la densidad del
trabajo, impidiendo un contraste más nítido y general entre ciudadanos
desprovistos de más coerciones que las que pueden derivarse de su conciencia y
libre expresión de sus creencias.
Hay mucho que desarrollar a partir de estos esquemas.
Podría indicar el autor y título del libro que menciona?
ResponderEliminarQuerido Antonio:
ResponderEliminarNo ha sido un tema de moda en la doctrina inglesa, como tampoco lo ha sido por otros lares. Pero estoy profundamente convencido de que va a empezar a serlo desde ya. Las elecciones de 7 mayo han producido un efecto esencial, que es un sentimiento del gobierno Tory de que tienen un mandato para desarrollar su manifiesto político. Y estos cabrones lo van a hacer. Para empezar, legitimando desde ya el esquirolaje a través de agencias de empleo. Pero la respuesta doctrinal está servida. Ahora ha estado muy centrada en la ampliación de la protección más allá del contrato de trabajo y en la crisis europea, pero la veo bastante potente. Habrá que estar atentos al Industrial Law Journal, ya veremos.