Ayer por fin el presidente de la República, Cavaco Silva, encomendó al socialista Antonio Costa, formar gobierno sobre la base del pacto que éste
había realizado con las dos fuerzas de izquierda, el Partido Comunista y el
Bloque de Izquierdas. Hoy mismo se ha hecho público el gobierno compuesto por
17 personas, entre las cuales sólo 4 mujeres, pero en el que es la primera vez
que una mujer nacida en Angola y de raza negra ha ocupado el puesto de Ministro
en Portugal, en concreto el muy importante Ministerio de Justicia.
No es un secreto para nadie que se ha llegado hasta aquí a regañadientes.
Ni la presidencia de la República – que ha desempeñado un papel muy desairado
en estos acontecimientos – ni desde luego las instituciones financieras y, como
es lógico, las autoridades europeas, querían esta solución. Pese a la clara
victoria de las fuerzas de izquierda, y a ser informado por Costa de un acuerdo de gobierno en
firme entre PS, PC y BI, el presidente encomendó al líder de la derecha, Passos Coelho, la formación de un
gobierno que mantuviera los compromisos internacionales de Portugal frente a la
deuda y siguiera adelante con la aplicación de las políticas de austeridad. Una
vez asumido, el Gobierno duró escasamente diez días, al votar toda la izquierda
una moción de rechazo presentada por el PS. En el parlamento, en comparecencia
por separado, los líderes del Partido Socialista, del Partido Comunista, del
Partido Ecologista-Los Verdes (que se presentaba en coalición con el PCP) y el
Bloque de Izquierdas, firmaron acuerdos bilaterales de apoyo a un gobierno socialista.
Pese a ello, el Presidente, sometió a consulta con agentes sociales,
sindicatos y patronal, la posibilidad de un gobierno técnico por seis meses que
nadie quiso, por diversos motivos ciertamente, pero ni siquiera desde las
posiciones de la derecha, puesto que el parlamento tiene una mayoría activa de
izquierdas que ya está comenzando a ser operativa, votando leyes sobre el
aborto o la adopción por parejas homosexuales que suponían un cambio importante
frente a los planteamientos del gobierno anterior y era razonable pensar que
esa mayoría seguiría ejerciendo su poder, fortalecido además al realizarlo
desde la oposición a un gobierno “técnico” impuesto. Entre estos contactos, la
banca – salvo el Banco Portugués de Inversiones – mostró en bloque al
presidente su desconfianza respecto del gobierno proyectado, y un selecto grupo
de economistas convocados al Palacio de Belem, manifestó a su vez enormes
recelos ante el programa de gobierno pactado. La derecha (PDS y CDS)
insistieron en la inestabilidad que tiene el acuerdo de gobierno obtenido por
el Partido Socialista, frente al compromiso que por el contrario manifestaron
el resto de fuerzas políticas de izquierda.
Es entonces cuando Cavaco Silva efectúa
un nuevo acto que resulta insólito: convoca a Antonio Costa no para encomendarle formar gobierno, sino para
entregarle un documento en el que le exigía que respondiera a seis cuestiones
que debía clarificar y comprometerse como condición para su investidura de
forma que se pudiera generar una solución “estable, duradera y creíble”. Las
cuestiones planteadas se refieren al compromiso en la aprobación del presupuesto estatal, y en especial el del
2016 (puesto que en Portugal, al contrario que en España, se piensa que el
Presupuesto del Estado lo debe confeccionar la fuerza que gane las elecciones y
no la que las prepara, como groseramente ha realizado el PP), el cumplimiento
de las reglas de disciplina y equilibrio presupuestario impuestas por el
Tratado de Estabilidad, el respeto a los compromisos internacionales de
Portugal en el ámbito de la OTAN, la estabilidad del sistema financiero y el
respeto a la concertación social institucionalizada en un Consejo Permanente como
método para el desarrollo económico y la cohesión social. A su vez el
presidente del Consejo Europeo, Donald
Tusk, escribió una carta al líder socialista en el que insiste en que
resulta crucial la disciplina de las finanzas públicas y la continuidad de la
política de reformas, a la vez que felicita calurosamente al primer ministro
saliente por la labor realizada.
De esta lista de exigencias, se desprende la obsesión de las instituciones
financieras y del empresariado por mantener la dogmática neoliberal del
equilibrio presupuestario y de los recortes en el gasto social. Pero hay un
elemento que llama la atención, y es la invocación a la concertación social que
efectúa el Presidente de la República. Como ha hecho notar justamente un
analista especialmente cualificado, Manuel
Carvalho da Silva, ex secretario general de la CGTP-IN y hoy coordinador responsable en Lisboa del polo del
Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra que preside Boaventura dos Santos, el objetivo
perseguido con esa anotación es el de aludir de esta forma a la imposibilidad
de realizar cambio alguno en la regulación de las relaciones laborales sin el
consenso de los empresarios. Algo que en el debate sobre la reforma laboral
española se ha escogido por el PSOE como forma de “solventar” el problema del
despido y de las indemnizaciones por esa causa de extinción del contrato, reenviando la solución al acuerdo (imposible) con el empresariado. Los
empresarios portugueses temen ahora que, llegando al poder un gobierno de
izquierdas, se puedan poner en práctica medidas que recompongan las situaciones
logradas en estos cuatro años respecto del poder empresarial y la capacidad de
gestionar unilateralmente las relaciones de trabajo, o que corrijan la
mercantilización acelerada del empleo asalariado.
Lo que el Presidente de la República quería transmitir, haciéndose portavoz
de estas posiciones, era por tanto un compromiso de inmutabilidad. Que el
gobierno de izquierda no pueda proceder a alterar en favor de los trabajadores
una situación de desequilibrio en favor de los poderes empresariales que se
quiere consolidar de manera definitiva para el futuro. Es grave que el Presidente
de la República identifique esta defensa de la consolidación del grave y
acentuado desequilibrio social y económico como un interés nacional. Es una
señal de la corrupción de la democracia en estos tiempos de crisis y la
desconfianza que en la voluntad popular tienen los grandes poderes económicos y
financieros cuando ésta se inclina por el cambio político pese a la
manipulación masiva que sobre la opinión pública generan los medios de
comunicación entregados a estos poderes. Desde otro punto de vista, es evidente
que en esta condición al gobierno de Costa,
la presidencia de la República ha identificado claramente cuáles son los
espacios de contrapoder que se deben anular para que no se inicie una etapa de
cambio, por muy limitado que éste sea, que cuestione las líneas de orden y
sumisión trazadas desde las políticas de austeridad. Otra indicación muy
interesante para el caso español y los debates en los que el tema del trabajo y
sus organizaciones de representación ocupan un lugar periférico y residual
frente a otros considerados de mayor relieve.
La posición del presidente de la República, su retraso deliberado en la designación
del Partido Socialista es una señal de las resistencias que el programa de
gobierno de la izquierda portuguesa va a encontrar. Dentro de tres meses se
debe elegir a un nuevo Presidente de la República, y en ese juego también es
importante la selección entre los candidatos sobre la base del respeto real a
las opciones democráticas que se produzcan entonces. Veremos cómo se desarrolla
este aspecto en el futuro.
Es cierto que las dificultades con las que se enfrenta el nuevo gobierno
son muchas, y que la crisis no es sólo económica y política, sino también
ideológica. Hasta el momento, se daban circunstancias muy negativas. El movimiento
sindical se sentía acosado por varios frentes, a la defensiva, con escasa
capacidad de construir opinión, y las diferentes sensibilidades políticas
se encontraban sumidas en una suerte de desasosiego – tomando prestado el
término de Pessoa – que les conducía
prácticamente a asumir como inevitable la aceptación de la dinámica dominante, en
un contexto de división partidaria que implicaba diseñar proyectos y
estrategias que aunque alimentaban la
oposición a la misma, a la vez suponía
ser conscientes de que en el mejor de los casos sólo podrían prometer “la
victoria que nunca podrán tener”. Pero es también cierto que el ciclo de luchas
sociales en Portugal ha sido muy intenso, que los movimientos sociales y los
sindicatos han generado un amplio consenso por el cambio y que eso se ha
traducido en unas mayorías en sufragios y en escaños que viabilizan un cambio político real logrando una confluencia de las tres
fuerzas políticas relevantes que podrán asegurar la estabilidad de una solución de
gobierno que tiene como eje el rechazo de las políticas de austeridad.
Desde ese punto de vista, Portugal merece ser atendido como una parte de
los experimentos que se están produciendo en el sur de Europa como resultado de
unas políticas autoritarias que reproponen una desigualdad social acentuada y
un cesarismo político-financiero como forma de gobierno supra-ordenado a esos
intereses. Es un ejemplo además a seguir en otras coordenadas, como en España,
en la medida que muestra la capacidad de interlocución en la izquierda y la
consolidación de un acuerdo de la socialdemocracia hacia las posiciones más
críticas situadas a su izquierda, y a su vez, la posibilidad de que éstas
hablen entre ellas sin desautorizaciones mutuas.
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