En el coloquio celebrado en la UNIA en Sevilla el viernes pasado organizado asimismo por la UPO y el Instituto Joaquín Herrera Flores, al que se ha referido la entrada inmediatamente anterior de este blog, se produjeron una serie de intervenciones sobre el tema general que había sido planteado por el coordinador del evento y presidente de DECLATRA, Wilson Ramos Filho, Xixo. Como se anunciaba en el citado post, presentamos hoy el texto que la catedrática de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid, Maria José Fariñas Dulce, utilizó como base para su intervención en este evento, dándole además la bienvenida a las páginas de este blog agradeciéndole su disponibilidad y su deferencia para esta bitácora anclada en la mítica ciudad de Parapanda.
TRABAJO, RETROCESOS SOCIALES Y
ALTERNATIVAS
María José Fariñas Dulce
Tenemos la certeza de que desde
comienzos del siglo XXI estamos perdiendo muchos de los elementos éticos y
estéticos conquistados durante los dos siglos anteriores. La lógica del
beneficio sin límite está destruyendo las bases de la solidaridad social y del
orden moral que lo sustentaba.
Se está introduciendo un cambio
fundacional en el constitucionalismo social consagrado tras la Constitución de
Weimar de 1918. Los derechos sociales están transitando desde su inicial
reconocimiento constitucional, pasando por una situación de debilidad
estructural, hasta su cuestionamiento teórico actual. No son derechos, se dice
desde las teorías neoliberales, son “distorsiones del mercado”.
La mistificación del mercado ha
conducido a justificar las desigualdades socioeconómicas como algo natural e
inevitable, trasladando la culpa de las mismas a los individuos. La narrativa
oficial está instalando en la opinión pública la idea de “que si es usted
pobre, es culpa suya”. Esto es algo que se expone claramente en la última
película de Ken Loach, Yo, Daniel Blake.
Pero, tras esto, se oculta la realidad
de que durante las últimas tres décadas, los ciudadanos hemos ido perdiendo
derechos sociales, se han privatizados servicios públicos esenciales, se han
precarizado las condiciones laborales y se han disminuido las rentas del trabajo
en favor de las del capital. El Estado ha hecho dejación de su función de
emancipación social y va abandonando a los ciudadanos a “su suerte”.
Pero el trasfondo de todo esto está
en la progresiva desconstitucionalización
del trabajo y en la pérdida de su carácter político. La creación del Estado
Moderno como estado liberal (“estado de propietarios libres” según lo teorizó
John Locke) se basó en el mito fundacional de la propiedad privada como derecho
natural. Esto permitió elevar a categoría política la defensa de la propiedad
privada y de la libertad contractual. Tras las revoluciones obreras y
sindicales del siglo XIX, se llega a un pacto tácito entre capital y trabajo o
entre economía y sociedad. Este pacto implicó la incorporación del trabajo en
las Constituciones, como derecho y su reconocimiento como categoría política.
Se convierte así el trabajo y los derechos a él asociados en el eje central de
estructuración de las sociedades modernas y, sobre todo, en el principal vínculo
de la integración social. Los que no tenían el poder, la única manera que
tenían de integrarse en la sociedad era a través de su trabajo y de los
derechos a él asociados, así como los demás derechos d emancipación social
(educación, sanidad, pensiones públicas..). No en vano, los DDHH nacen como
límites al poder político, con los derechos e libertad, y al poder económico,
con los derechos sociales.
A lo que estamos asistiendo ahora,
tras la irrupción del neoliberalismo económico (con sus desregulaciones jurídicas, privatizaciones, externalizaciones
laborales, automatización del trabajo etc...) es a la pérdida del trabajo
como motor de estructuración de nuestras sociedades. El proceso de
desindustrialización, junto con las diferentes oleadas de externalización
laboral, y el tránsito del capitalismo productivo al capitalismo financiero,
han roto el equilibrio societario entre capital y trabajo en favor de aquél. El
capitalismo ha triunfado.
Además, se ha instalado en el
imaginario social –y esto es un triunfo también del capitalismo global- la idea
de que cualquier acción colectiva consciente, cuyo objetivo sea imponer cierto
control social, es equivalente a totalitarismo. Ha ganado la visión liberal de
que es mejor construir un mecanismo (el mercado) y dejarlo operar ciegamente,
aunque nos lleve a la catástrofe ecológica y mantenga la explotación del hombre
por el hombre, y a la pérdida de derechos. Por eso es tan difícil actualmente
articular movilizaciones sociales de resistencia. La sociedad se ha escindido,
las clases trabajadoras están fragmentadas y los conflictos socioeconómicos se
han culturizado o etnificado, haciendo que los trabajadores se enfrenten entre
sí por el color de la piel o la religión trasmitida, y en la competencia por
recursos públicos. Frente a lo colectivo, se ha impuesto el “individualismo de
la desposesión”, del que no tiene nada, del desclasado,
del empobrecido. Abocado a la lógica del “sálvese quien pueda y yo el primero”.
Alternativas:
1.- Creo que es necesario recuperar
esa dimensión colectiva de los proyectos emancipadores del siglo pasado. No se
trata simplemente, de una vuelta a las experiencias revolucionarias pasadas: la
historia no tiene vuelta atrás. Pero sí de ser capaces de construir nuevos
activismos colectivos de resistencia frente al neoliberalismo global, que no
pasen por los repliegues identitarios, ni por los fundamentalismos
neoconservadores y proteccionistas.
Lo cierto es, que es urgente
construir políticamente nuevas utopías emancipadoras, capaces de generar
esperanzas de fututo para una ciudadanía frustrada, temerosa y desesperada. Por
ello, creo que el reto de la izquierda en el siglo XXI está en tomar conciencia
de un cierto estado de depresión colectiva frente a la euforia capitalista
neoliberal del consumo y de la producción destructiva de desigualdades. Y,
sobre todo, no dejar que las nuevas derechas, los fundamentalismos religiosos y
los populismos autoritarios conservadores coopten este espacio y se apropien,
como parece que lo están haciendo, del discurso.
La desigualdad socioeconómica está
produciendo ya no sólo conflictividad social, sino conflictos políticos, y está
minando las bases igualitarias de la democracia.
2.- En segundo lugar, la izquierda
debe dar una batalla política y transnacional por la re-reegulación de los
mercados. Establecer nuevos mecanismos de control y de límites al poder.
3.- La izquierda debería ser capaz de
pilotar de nuevo la agenda social a nivel transnacional, algo que por ahora
parece que está en manos de los populismos de derechas y los autoritarismos
fundamentalistas.
Diagnosticado el problema hay que ir a la praxis que en este caso debe empezar por corregir la causa inicial del desequilibrio, en mi opinion la irracionalidad del capitalismo financiero salvaje, que como indica Maria Jose ha susituido el poder del capitalismo industrial.Esta es en mi opinion la principal causa de los efectos nocivos de la globalizacion, que por otra parte es positiva para un reequilibrio global de la riqueza.Esta globalizacion con algun orden racional deberia ser la palanca para la superacion de los estados nacionales y la creacion del eternamente utopico estado mundial federalizado.La reciente vuelta al nacionalismo economico de USA y UK plantea el problema de una forma que puede tener resultados imprevisibles.Con un criterio posibilista de igual manera que se consiguio un equilibrio en el capitalismo regulado por la socialdemocracia europea, hoy dia esas ideas socialdemocratas deberian plantearse la accion en el nudo del priblema wue es lo que he apuntado, mas que en una pura reclamacion de derechos que evidentemente hay wue propugnar en el nivel global y no como reinvidicaciones intranacionales que son esteriles.La lucha ideologica contra los nacionalismos que siempre la izquierda tuvo es hoy mas que nunca necesaria.
ResponderEliminarEnhorabuena Maria Jose.