Como ya
se ha comentado en este blog, durante un cierto tiempo se ha producido una
desconexión con la audiencia. Han sido más de diez días sin entablar ese
diálogo a ciegas del que sólo se constata su efectividad a través del contador
de visitas que presta Google. El comienzo de las clases en el grado, el inicio
del curso de especialistas latinoamericanos en relaciones laborales que se
desarrolla en Toledo y que este año homenajea a su coordinador e impulsor, Pedro Guglielmetti, poder
terminar una ponencia para el próximo congreso anual de la AESS, que sigue la
moda de solicitar los textos que se van a debatir en el encuentro con
anticipación al mismo para poder publicarlo, cerrar la última lectura del
verano, reencontrarse pacientemente con las y los amigos, todo ello explica la
ausencia en estos días de la cita con el blog, que se ha ido convirtiendo en
una suerte de ritual cotidiano para la autorreflexión o la llamada de atención
sobre temas que parecen merecerla.
También la política, claro. O al
menos lo que aparece repetido como política en todos los medios de comunicación
y que se centra en los relatos – es la palabra clave – que narran los
desencuentros entre PSOE y UP en la formación de un gobierno de cambio y de
progreso como el que ambas formaciones habían prometido a sus electores en
abril del 2019. Una narrativa que se concentra en el método y los objetivos –
gobierno de coalición o gobierno sostenido en torno a un programa acordado –
que se van desplegando ante los ojos y los oídos de la población en una
continua sucesión de enfrentamientos y desplantes que hace previsible la
desembocadura del proceso en un final que todos dicen no desear, la
convocatoria de elecciones.
Aunque en mi formación cultural
sea fundamentales Puro Veneno y 19 días y 500 noches, tales
gustos por la poética musical y los personajes que retratan ambas obras no me
llevan a plantearme siquiera la posibilidad de abstenerme como síntoma del
rechazo ciudadano a la incapacidad de la política para dar respuesta a las aspiraciones
colectivas que se plasmaron en los resultados electorales de abril, cuando todo
parecía seguro. Votaré, como tantos otros, pero será ineludible plantearse el
sentido de esa libertad cívica fundamental. Libertad ¿para qué? ¿Para qué sirve
que haya una izquierda relevante electoralmente si no consigue sus objetivos
inmediatos? Los 71 diputados de UP permitieron la moción de censura y fueron,
al fin, claves en el cambio político. Los 42 diputados de las elecciones de
abril no han logrado lo que parece ser el fin al que todo se debe subordinar,
entrar en el gobierno. Y la legislatura agoniza entre reproches justificados a
la obstaculización del proyecto diseñado.
¿Por qué se vota a una opción
política determinada? Normalmente en la intención del voto cuentan de manera
fundamental las pretensiones y las aspiraciones de los ciudadanos que ejercitan
el derecho al sufragio. Modificar los aspectos más nocivos de la reforma
laboral, imponer la revalorización de las pensiones y derogar el factor de
sostenibilidad, depurar la ley mordaza de los elementos más ofensivos contra la
democracia, derogar el precepto penal que permite la incriminación penal de los
piquetes de huelga, diseñar una estrategia de reindustrialización en un marco
de sostenibilidad, regular el precio de
los alquileres y promover eficazmente el derecho a la vivienda digna, impulsar
un pacto educativo que financie adecuadamente y reconstruya la destrucción del
sistema por la Ley Wert, revertir la privatización en servicios públicos clave
como la sanidad, abrir un amplio debate sobre la democracia en la empresa,
todas ellas son las razones por las que una persona orienta su voto. Eso es lo
que conforma el contenido de las reivindicaciones y los programas electorales,
pero ese es el debate que se ha ocultado en los relatos que se trasladan a la
ciudadanía informada. Todos conocemos al dedillo las ofertas concretas que Sánchez
e Iglesias han ido cuajando – o, para ser más preciso, las
propuestas y los rechazos a las mismas – sobre la forma que debe adoptar la
cooperación o coalición entre ambas fuerzas políticas, pero en esa narración se
difumina o incluso se borra por completo el contenido de la regulación que
pretenden ambas fuerzas políticas, la construcción de un programa común en el
que se pueda llegar a una suerte de compromiso que recoja el eje central de las
reivindicaciones sostenidas por los sindicatos y otros movimientos sociales.
No resulta muy sugerente discutir
sobre quien es el culpable del desencuentro, ni tampoco cuál es el peso
relativo de la culpa de cada cual. Todos tenemos nuestras preferencias y las
podremos justificar con toda suerte de detalles. Pero lo que es evidente es que
ambas fuerzas políticas, en diferente grado desde luego, han incurrido en una
gran irresponsabilidad al no ser capaces de afirmar un campo de encuentro en el
que se asentaran líneas centrales de cambio social y de reforma en coherencia
con lo que los electores habíamos votado en abril. El contexto económico tanto
en España como fundamentalmente europeo, la remodelación de las instancias de
gobierno en la UE, no han sido tampoco elementos que hayan acelerado o
favorecido la necesidad de estabilizar un panorama de cambio social y de
profundización democrática como la que exigían la mayoría de los electores en
abril.
No hablemos de las incertidumbres
que se plantean con las nuevas elecciones, cuyos resultados se confían por
parte de las fuerzas políticas de la izquierda, a la predictibilidad de las
encuestas. Un lenitivo para la opinión de los dirigentes políticos y en
especial para los spin doctors del presidente del gobierno, pero que no
asegura por el contrario la confianza de los ciudadanos en que todo seguirá
igual pero mejor, permitiendo por fin un gobierno monocolor apoyado desde donde
sea menester, izquierda o derecha, sin claudicaciones ni presiones. Un
escenario que también aseguraría a quienes desde la izquierda siempre han
apostado porque el PSOE se sitúe en un centro más cómodo con sus aliados de la
derecha económica que sostenido por la izquierda social. Al contrario, para la
gente común, está escrito que la convocatoria de nuevas elecciones supondrá la
decepción y el retroceso sobre sus aspiraciones y reivindicaciones que tuvieron
una posibilidad de afirmarse tras los resultados de abril.
A la hora de escribir estas
líneas, confiamos todavía en un gesto audaz e inteligente desde la izquierda
que permita salvar la situación, por el momento y desde hace tiempo,
empantanada. Al fin y al cabo, hemos heredado un optimismo antropológico en el
progreso y la intuición sobre el manejo de los últimos minutos de la partida política
que se juega también en los gestos y en las sorpresas nunca ha abandonado a la
izquierda. Así que aun hay esperanzas. Ponme esa cinta otra vez.
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