lunes, 17 de febrero de 2020

PARADOJA Y PARÁBOLA DEL BREXIT: EL NUEVO PASAPORTE BRITÁNICO



Paradoja y parábola del Brexit, la fabricación del nuevo pasaporte británico, azul como en los tiempos en los que Gran Bretaña era una potencia imperial mundial, tal como añora expresamente su primer ministro Boris Johnson, y no en el color rojo del período de su pertenencia a la Unión europea a partir de los años setenta del siglo pasado.

Para la confección de nuevo pasaporte el gobierno no ha utilizado una empresa británica, haciendo de nuevo grande a Bretaña, como reza el slogan publicitario y habría sido coherente con su extremo nacionalismo. Ha externalizado la producción, en un ejercicio de terciarización, a una empresa multinacional francesa, Thales, que se define en Wikipedia como “una compañía francesa de electrónica dedicada al desarrollo de sistemas de información y servicios para los mercados aeroespacial, de defensa y seguridad”, que ha absorbido recientemente a un grupo de empresas británico dedicado a la industria de la defensa y en la que el Estado francés tiene una importante participación. Hasta aquí, la anécdota sirve para explicar que pese a la reivindicación fuerte del soberanismo británico, la confección de un símbolo decisivo de la pertenencia a la comunidad nacional, como el pasaporte, no se residencia en ninguna empresa británica, sino que se confía a una compañía francesa con participación pública, todo una señal de la debilidad de las consignas nacionalistas y cómo se obvian inmediatamente sus proclamas en la práctica ocultando eso sí su elusión.

Pero el tema más interesante es que la fabricación de estos pasaportes muda de nuevo de acento, y la empresa francesa encomienda su fabricación a una fábrica polaca localizada en Tcew, en el norte de Polonia. Esta nueva “descentralización productiva” trámite una contrata de servicios, es sin embargo denunciada sobre la base de que la operación conlleva una explotación laboral intensa. Los trabajadores polacos cobran menos de 500 euros mensuales – el salario mínimo en el 2019 en Polonia era de 523,03 € al mes – con turnos de trabajo extenuantes, a menudo de doce horas consecutivas, lo que han provocado las protestas de los obreros, muchos de ellos abandonando el trabajo mientras que otros declaran que se encuentran en las mismas condiciones que en una prisión, otros fingiendo que estaban enfermos para poder trabajar en otro lugar y llegar a fin de mes.  Unas quejas que han llevado al sindicato Solidarnosc a iniciar una investigación sobre las condiciones de trabajo en esta fábrica de Tcew.

Esta segunda fase de la noticia es más interesante, porque pone sobre el tapete una de las cuestiones que están en la base de las decisiones del Brexit, la libertad de comercio sin reglas que disciplinen la forma de reducir los costes de las mercancías de las que se quiere disponer en el mercado global. Especialmente la inexistencia de reglas que se refieran a la intangibilidad de tratamientos salariales y de condiciones de trabajo mínimas y equitativas con independencia del lugar de prestación de los servicios. El mecanismo de la externalización de la prestación de servicios desde la empresa contratista francesa, que ha cobrado 260 millones de euros por el encargo de los nuevos pasaportes británicos, a la fábrica polaca que los fabrica en condiciones salariales y de trabajo muy inferiores no solo al salario medio en las manufacturas de su propio país – unos 720 € de media - , sino en términos tales que suponen la violación de las normas europeas y nacionales sobre jornada de trabajo y otras condiciones laborales.

Como en los esquemas clásicos, la reivindicación política de soberanía plena se acompaña de la libertad también sin restricciones de imponer las condiciones de mercado tanto a los ciudadanos nacionales, cuyo nivel salarial desaconseja producir en territorio británico los símbolos nacionales, como a los ciudadanos polacos, que son sometidos a una explotación laboral urgida por las reglas de un mercado que les trata simplemente en su condición de mercancías. No es una novedad, porque el gobierno británico ha logrado conectar con ese profundo conservadurismo reaccionario que cobró cuerpo en la era Thatcher en aquel país, imponiéndose al otro alma progresista y socialdemócrata que generó el “espíritu del 45” tan bien retratado por Ken Loach. El soberanismo británico es ante todo reivindicación de la carencia de reglas sobre la circulación del dinero, las mercancías y los servicios, lo que impone definitivamente la consideración de los derechos humanos fundamentales, entre ellos la libertad sindical y la negociación colectiva como parte indispensable del trabajo decente, un obstáculo a la consecución de la riqueza de la nación. Como en el interior de ésta los derechos deben ser respetados, el marco global de los mercados se configura como un espacio abierto a la explotación y a la violación de derechos laborales. Y en el plano propiamente interno, quiebra cualquier solidaridad internacional entre los trabajadores británicos y los trabajadores polacos, puesto que éstos resultan explotados en su propia tierra.

No debería suceder esto en Europa. La empresa francesa Thales, ha afirmado que respeta siempre las reglas sindicales y las normas de salud y de seguridad, pero lo cierto es que ha elegido Polonia no porque en Francia – como en Inglaterra – no existan condiciones técnicas  y fuerza de trabajo cualificada para la realización del encargo, sino porque en ese país el nivel de protección de los derechos laborales es reducido y el nivel de implantación y control sindical muy limitado. De esta manera, la parábola del Brexit se completa con la existencia de una Unión Europea marcada por la desigualdad a través del mercado basado en las libertades económicas fundamentales que lesiona los derechos laborales de la ciudadanía europea. La ventaja política de Europa que el Brexit ha combatido es que existen reglas que disciplinan estas relaciones de mercado y que a fin de cuentas las libertades económicas pueden encontrar un cierto contrapeso en la existencia de reglas comunes sobre el desplazamiento de trabajadores o iniciativas importantes derivadas del Pilar Social como es la implantación de un salario mínimo europeo. Para ello sin embargo, la democratización real de la Unión europea es una necesidad cada vez más urgente.

Este debate no se puede confinar entre las nuevas fronteras de la Unión Europea, porque el Brexit ha supuesto el triunfo de una concepción violenta del poder económico y financiero global camuflado, como en su modelo norteamericano, en la exaltación de la soberanía nacional. Una nación dividida, sin embargo, entre los poseedores de la riqueza cada vez más desiguales respecto de las distintas capas de la sociedad, que buscan legitimar su dominio a través de la exaltación de los símbolos de soberanía y el orgullo patriótico. La Unión Europea no puede permanecer prisionera de esa concepción depredadora del mundo y de las personas que no respeta derechos y que fortalece e incrementa la desigualdad y el sufrimiento. Con modestia, el desarrollo coherente del llamado Pilar Social Europeo especialmente en sus dos propuestas más llamativas, el salario mínimo europeo y la creación de una protección frente al desempleo en Europa, es imprescindible, pero este debate tiene que también proyectarse sobre los Presupuestos actualmente en discusión, en donde por el contrario, la mirada ordoliberal es la dominante, y no se considera esta problemática.

La paradoja y la parábola del Brexit es que la separación política de la Unión europea no impide que exista una identidad en la forma de concebir un mercado global en donde el respeto a los derechos que acompañan al trabajo decente es ignorado o incluso considerado un obstáculo. El caso de los pasaportes británicos es por tanto significativo.





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