El tiempo de las vacaciones es siempre tiempo de lecturas. Del socialismo utópico al socialismo científico, leíamos en su tiempo, pero realmente apenas hablábamos del primero. En un tiempo como el que nos toca vivir, recobrar el gusto por leer a los primeros socialistas del capitalismo triunfante es un ejercicio mental muy agradable y conveniente. Ahí van algunas notas sobre el proyecto de Icaria y su creador, el escritor comunista Étienne Cabet.
Con la expansión de la sociedad moderna, liberal en lo político y capitalista en lo económico, se multiplican las visiones de una nueva sociedad, las utopías del futuro. Una de las que tuvo mayor éxito fue El viaje a Icaria de Étienne Cabet (1840), que prefiguraba una sociedad comunista, sin dinero, en una ciudad arquitectónicamente diseñada en geometrías nítidas, y en donde el trabajo era la base de la riqueza y de la distribución de los bienes en un mundo sin explotadores ni explotados. Pero el interés de la utopía consistió en que, popularizado el texto de Cabet, el viaje a Icaria se concretó en organizar expediciones para construir colonias icarianas en el nuevo mundo: Norteamérica. Una versión laica de la tierra prometida que procuraba la huida de un mundo real en el que vivir era un suplicio atroz.
Icaria es la utopía (in)creíble. Para los burgueses y las élites emergentes de su tiempo el carácter ilusorio del proyecto era evidente. Lo dijo el tribunal que condenó por estafa a Cabet en su actividad de conseguir miembros para las expediciones hacia las colonias de la igualdad.
“Considerando que se deduce del diario y de las piezas de convicción,(…) Cabet planteó las bases del contrato social para su comunidad de Icaria, y declaró que los principios generales de esa Comunidad estaban consignados en su obra titulada Viaje a Icaria;
Considerando que esa obra (…) representa en el Capítulo primero a Icaria como una segunda Tierra prometida, un Edén, un Elíseo, un nuevo paraíso terrestre (…) que en el capítulo trece muestra la infancia feliz y sin trabajo, la virilidad sin fatiga y sin preocupación, la vejez llena de fortuna y sin dolor, con ancianos que viven casi el doble de la existencia humana normal; que en el Capítulo quinto declara totalmente resuelto el problema de la igualdad social; que en las demás partes de la obra se dedica principalmente a describir las maravillas, las magnificencias, las prodigalidades, las delicias de Icaria;
Considerando que al presentar así como realizable una empresa imaginaria y al presentar un cuadro tan atractivo de delicias quiméricas, Cabet se ha propuesto con toda evidencia abusar de la confianza de terceros para arrastrarlos a formar parte de la Sociedad formada por él (…)”.
Los jueces del tribunal expresan el juicio inapelable de cualquier burgués de la época. Es impensable concebir una sociedad alternativa a la actual, cualquier proyecto de organización social y política diferente al capitalismo triunfante es ilusorio. Por eso quien sostenga ese sueño emancipatorio debe ser consciente de su radical imposibilidad, por lo que el proselitismo sobre las utopías anticapitalistas constituye una estafa a espíritus ignorantes. “Manejos dolosos” – dirá la justicia – destinados a abusar de la confianza de la gente humilde. Manipulación de una creencia de la que se sabe con seguridad que no puede suceder, que, en un sentido literal, no tendrá lugar.
Sin embargo Icaria se levanta, primero en Texas, luego tras varios avatares, en el abandonado templo de los mormones en Nauvoo, en Illinois, a orillas del Missisipi. No es el paraíso, sino un “laboratorio” que implicará “la transición del viejo mundo al nuevo mundo” forjado con los “elementos necesarios” para edificar un Estado donde reine la fraternidad, “la ciencia, las artes y la industria”. Es la fundación de una república que presupone la organización de un trabajo que ha sido devuelto a sus sujetos, los trabajadores, y a un fin, la práctica de la fraternidad como “dicha común”. Lo cuentan las cartas de los icarianos en 1849.
“Aquí ya no ha patrones que procuren un máximo de producción explotando nuestras fuerzas y nuestra salud. Imaginad una sociedad de más de 200 obreros y obreras de todas las profesiones coordinados por directores elegidos por ellos mismos. Imaginad que todos estos trabajos están organizados en forma tal que todos ellos emplean útilmente su tiempo. Todos trabajamos con inagotable vigor, y hoy que hacemos todo por amor a la humanidad y no por amor al dinero, nuestro deseo de trabajar ya no tiene límites”.
Es una utopía familiar y modesta, con redistribución de funciones entre todos los oficios, de forma que los “considerados propios de hombres desheredados”, lo desempeñan de forma igualitaria “los más notables por su inteligencia, su valor moral y cultura de espíritu”. El dinero se ha olvidado y la prodigalidad de la naturaleza se une a la solidaridad humana. El mensaje que se dirige a los candidatos a ser nuevos colonos icarianos señala esa idea.
“Nuestra sociedad no es más que una colonia de trabajadores (…). Entre nosotros encontrarán el amor fraterno, para con ustedes, para con sus mujeres y niños, el más tierno afecto que pueda inspirar una doctrina tan bella como la nuestra. No les proponemos compartir las privaciones, pues no las tenemos. Nuestras fatigas, trabajamos tanto como podemos, pero nadie muere de cansancio entre nosotros. Nuestra vida es frugal, activa. Eso es todo. No somos ricos pero tampoco somos pobres”.
La república de Icaria se fortalece en esa sencillez, y su impulso permanece en el tiempo, a pesar de las grandes crisis – las “disidencias” – que sufre el proyecto. La reformulación del ideario icariano, la propuesta más presidencialista de dirección del mismo y la flexibilización de la posibilidad de devolución de una parte de los capitales entregados a la causa, jalonan las divergencias de los socios y sus disidencias, en especial la de 1855-56 que culmina con la muerte del fundador, Étienne Cabet, de una apoplejía. Divididos definitivamente en dos grupos, la “mayoría roja” de éste grupo deja Nauvoo y se instalan en Corning (Iowa), donde, a su vez, en 1877, esta comunidad sufrirá la nueva disidencia de los “Jóvenes icarianos”.
Más allá de las vicisitudes históricas que recorren la existencia concreta de estas comunidades icarianas, lo relevante es destacar que en su propia descripción, el proyecto lleva una paradoja que anula su proyección real. Icaria no puede ser un lugar, una colonia en alguno de los territorios de Estados Unidos o en cualquier otro espacio abierto. Es un anhelo de transformación de lo cotidiano y una reacción frente a no poder vivir en ese escenario. Icaria es una promesa de revolución en el mundo capitalista y liberal, de construcción de la república democrática y socialista de los trabajadores, que pospone su cumplimiento por un espacio libre, una nueva frontera y una tierra virgen donde no existan “almas envilecidas por la antigua organización social” de la explotación humana y del sufrimiento del pueblo.
El tiempo de la utopía de la república de Icaria es el tiempo de la creación de figuras-tipo de la emancipación y de construcción de una nueva subjetividad colectiva en lo político y en lo social que rompa la dominación capitalista, y que por tanto se enlaza con las estrategias políticas e ideológicas que han dado sentido al pensamiento emancipatorio europeo en el siglo XIX y a las realizaciones políticas del siglo XX en el campo del socialismo. Es un tiempo que se reapropia de significados de futuro y les asigna capacidad para constituirse en realidad, en una apertura a otra organización social compleja que impida la explotación violenta del trabajo y la desigualdad más radical entre las personas.
Hoy, como los magistrados que condenaron por estafa al autor de Voyage en Icarie, se tiene la convicción de que no es posible otro mundo alternativo al actual. En la crisis que radicaliza las pulsiones de apropiación desigual de la riqueza e impulsa a la pobreza y a la desprotección social a cientos de millones de personas en el planeta, no hay espacio para concebir una colectividad futura liberada de la explotación del trabajo y del medio ambiente. Las pequeñas utopías moderadas que se encuentran en circulación hacen referencia a un modo de civilización – el europeo, por ejemplo – que no quiere ver desaparecer los derechos sociales, pero en las que el trabajo, y ante todo el trabajo explotado, precario, fragmentado en diferentes desigualdades y en la intermitencia entre el no-trabajo y el trabajo sin derechos, se entiende como un ámbito inmune a la intervención democrática e intangible para la acción política, incapaz de ser gobernado colectivamente.
Reivindicar por tanto el tiempo de las utopías y de las estrategias de constitución de una organización social igualitaria y radicalmente democrática, que ponga fin a la explotación y al sufrimiento humano y acabe con la apropiación desigual de la riqueza en el mundo, es importante. Demostrar la indecencia presuntuosa de quienes - como los jueces franceses que condenaron a Cabet - mantienen la imposibilidad de un mundo mejor y diferente al existente, es oportuno, porque permite simultáneamente la posibilidad de afirmar un dominio colectivo del porvenir basado en las figuras reales de la emancipación de los seres humanos.
Nota aclaratoria: Los textos entrecomillados sobre las declaraciones de los miembros de la República de Icaria o de la sentencia del tribunal de 1849, han sido entresacados del capítulo 12 de la obra de Jacques Rancière, La noche de los proletarios (Archivos del sueño obrero), Editorial Tinta Limón, Buenos Aires, 2010, pp. 425 ss. La obra Voyage en Icarie tuvo una repercusión muy importante en Europa, y en concreto en España, a través de su temprana traducción en 1846 y 1848 por Narcis Monturiol, creador de La Fraternidad. Pese a constituir un libro que exaltaba la utopía comunista, pero sin reivindicar la metodología de la violencia o de la insurrección – o precisamente por ello – tuvo una gran influencia en el republicanismo barcelonés, con personajes como Abdó Terrades, compañero y amigo de Monturiol y está documentada asimismo la incidencia de sus descripciones arquitectónicas sobre la ciudad comunista en los trabajos de Ildefons Cerdá, que denominó al barrio de Poble Nou como Icaria en 1855. Algún tiempo después, un libro de un catalán fundador del Parti Comuniste Catalá, Josep Soler Vidal, “Pels camins d’Utopia” (México, 1958), reconstruiría la peripecia de la república de Icaria.
Me alegra este descubrimiento de Cabet. Debe usted saber que está documentado que Marx escuchó a Cabet en una taberna parisina mientras peroraba por la igualdad y el comunismo. Allí señaló que creía en el convencimiento y en la razón como forma de lograrlo. Un obrero que estaba junto a Marx comentó: ¿Cuando se ha visto que uno que tiene todo se conmueva por el sufrimiento de los trabajadores?. Y ese comentario le impresionó a Marx. Luego habría que reconocer a Cabet su importnacia como divulgador de las ideas comunistas
ResponderEliminarEn estos días de homenaje a Bruno Trentin vale la pena recordar su insistente lección: "Leer a la izquierda que no venció". Por otra parte, leer a estos "utópicos" es una delicia: enseñan deleitando. Se le echaba de menos, don Antonio, por estos ciberlugares. Pero entendemos que el descanso es obligatorio para seguir dando la tabarra. Desde Zahúrda de Mar, mis mejores consideraciones.
ResponderEliminarPerdón, Don Antonio: algo ha salido mal. He sido yo, el tito Ferino, quien equivocadamente ha pulsado alguna tecla y ha salido el anterior comentario con el nombre del joven Simón. Mis disculpas. JLLB
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