Una oleada de manifestaciones ha recorrido Europa del sur en las dos
últimas semanas. El pistoletazo de salida lo dio la gran concentración en
Madrid del 15 de septiembre, convocada por la cumbre social y los sindicatos, a
la que siguió la muy comentada manifestación del 25 de septiembre (25-S) de “rodea
el Congreso”, a la que siguió una represión policial inusitada y una
presentación por parte de las autoridades de gobierno abiertamente hostil al
ejercicio del derecho de manifestación, en un intento de criminalizar las
protestas que no resultó, ante la respuesta de masas que se produjo el propio
día 26. El 29 y el 30 de septiembre se produjeron manifestaciones
importantísimas en Lisboa – convocada por la CGTP – con cientos de miles de
manifestantes, en Madrid se volvió a rodear el congreso a la llamada del
movimiento 25-S, en Paris una muchedumbre de 80.000 personas, convocadas por la
CGT se pronunció en las calles contra el Pacto Fiscal europeo exigiendo un
referéndum, y, lo que resulta especialmente significativo, en Alemania se
efectuaron manifestaciones en más de 40 ciudades, a iniciativa conjunta del
sindicato Ver.di y la organización ATTAC. También en Varsovia, Solidarinosc convocó
50.000 manifestantes, aunque esta movilización hay que leerla en clave
plenamente nacional, sin la referencia al rechazo a las políticas de austeridad
europeas que comparten los otros supuestos. La larga lista de movilizaciones no
se detiene. El 7 de octubre, las manifestaciones convocadas por la Cumbre
social y los sindicatos en todas las
capitales de provincia contra los presupuestos para el 2013 y la política de
recortes, exigiendo un referéndum sobre las mismas, congregó a cientos de miles
de personas. En Italia, los estudiantes han salido a la calle en una
manifestación – fuertemente reprimida en Roma – el 8 de octubre; en Francia, el 9 de octubre la CGT ha
convocado una jornada de lucha y manifestaciones “en defensa del empleo y de la
industria”, y Atenas está en estado de sitio ante la llegada de la canciller
alemana a vigilar el cumplimiento estricto de las medidas de rigor –el “memorándum”
– que generan aún más sufrimiento a la
población griega.
En ese contexto, los sujetos que aparecen en el mapa de la protesta y la
resistencia son los viejos colectivos representantes de la clase trabajadora y nuevos
sujetos que presionan para lograr un proceso constituyente, que en ocasiones se
presentan atomizados en el extremo del espacio político. Esta pluralidad de
actores ha llevado a algunos amigos a plantear una reflexión sobre su
significado y sus implicaciones. Guillermo Gianibelli, jurista del trabajo
argentino y ciudadano honorario de Parapanda, plantea de este modo sus reflexiones
que se transcriben a continuación con la esperanza de que puedan
propiciar la apertura de un cierto debate sobre el tema.
Querido
Antonio,
El blog se
ha ido convirtiendo, al hilo de la crisis, en un espacio de mayor profundidad
de análisis, de tono y alcance general en términos de políticas y momentos
decisivos para las mismas.
La última
planteada, que pareciera instalarse en una suerte de dilema entre afirmación de
la Constitución o apertura de un proceso constituyente, que también estaría en
un punto de discusión entre los movimientos que se manifestaron
recientemente el 15-S y el 25-S, uno más articulado en función de la
institucionalidad y la historia sindical y el otro evidentemente inorgánico,
espontáneo o diverso, es no sólo una oportunidad de teorización sino, más
acuciante, de dilucidación de los rumbos que podría tomar la contestación
social a la crisis.
Podría, por
ejemplo, plantearse la pregunta sobre si ¿es necesario, posible o pertinente
analizar y actuar en la crisis sobre la base de una conformación social y
política tal como se ha delineado y evidenciado en, por poner un período, los
últimos 30 años?, en su formalización jurídica (la constitución democrática y
de Estado Social) pero también en su materialidad cotidiana; y entender el
período actual como una fase momentánea, excepcional y por ende a ser resuelta
con los cánones de aquella conformación?; o, por el contrario, entender y sobre
todo aprovechar este momento como una manifestación de los límites de aquella
y, por tanto, una oportunidad para analizar y actuar por fuera, como una forma
de transformar y, en alguna medida, denunciar las relaciones de poder – reales
– que condujeron a la crisis y pretenden conjurarla sobre aquella misma base
material de poder.
Dicho de
otro modo, ¿alcanza con seguir pensando el devenir de la política en ciernes
con los moldes - institucionales y fácticos – del período “democrático”?,
¿o dicho período no alcanzó en términos democráticos para evitar una usurpación
definitiva de la soberanía popular por la oligarquía del dinero y las finanzas
bancarias?, y entonces es preciso reconstruir, sobre otras bases, un ejercicio
del poder “realmente” democrático.
En términos
sociales parece ser que las constituciones de la segunda posguerra, que
plasmaron el compromiso reformista para sustentar la paz, continúan siendo una
aspiración a la vez posible y límite. La “constitución de los derechos” podría
continuar siendo el programa político, de nuevo, posible y actuable,
relativamente emancipador. Ocurre, sin embargo, que en ese proyecto
constitucional, reconocidos como tal los derechos de propiedad y de empresa, y
aún con ciertas válvulas normativas de limitación, se ha permitido que, por la
propia lógica de la acumulación, los gestores y apropiadores de aquellos
derechos hicieran sucumbir a los portadores de los derechos de ciudadanía y,
con ello, el supuesto “equilibrio” que la constitución reformista proponía y
que los sujetos políticos debían administrar. Así fueron claudicando partidos
políticos que debían ser adalides de dicho pacto, se fueron sucediendo
modificaciones normativas, muchas de ellas dirigidas a la relación capilar
económica del contrato de trabajo y a su gestión colectiva, y se fue modelando
una cierta anomia cultural que los mass media promovieron y
aprovecharon.
Por tanto
así como aquella aspiración democrática que, insisto, puede y debería seguir
siendo proyecto político social de quienes hoy contestan las políticas del BCE,
se fue diluyendo, se fue debilitando también el carácter normativo de la
Constitución hasta convertirla en un marco precioso para una pintura que no
guarda relación con el mismo. Las conocidas vías para que esto suceda, conceptualmente
se pueden referir a dos: una, la excepcionalidad o emergencia económica que, a
los fines de salvaguardar el Estado, debe ser “gobernada” también con medidas
de emergencia y, por ende, saltando los caminos institucionales marcados, o
negando el conjunto de derechos que rigen aún en dicho estado de excepción; la
otra, también sobradamente conocida, está ya anticipada más arriba en términos
de divergencia entre la Constitución formal y su correlato material, ahondando
la fractura entre normatividad y efectividad. La vía de la excepcionalidad, de
matriz schmitiana y cara a la “razón de Estado” lleva a la negación del Estado
de Derecho sin más; la vía de la divergencia, que ha teorizado Ferrajoli, a la
larga, también conlleva la sensación de inexistencia de la Constitución, de
“papel mojado” como imputan los movimientos más cercanos al 25S.
Y entonces
si aquella “constitución de los derechos”, en el marco de la correlación de
fuerzas sociales admitida, debería ser suficiente programa en el actual
contexto, ¿cómo hacer para recuperar su vigencia real, con qué fuerzas político
sociales administrar el carburante necesario para desentumecerla y, lo más
importante, cómo hacer retroceder a la oligarquía del dinero y las finanzas que
estatuyeron, si bien a escala global pero con políticas locales, el reinado de
la economía por sobre el conjunto social?.
Aquí sí, en
la medida y con el desarrollo de la crisis, con la visualización más directa y
extendida de sus efectos, el paradigma del poder constituyente puede ser un vehículo
de acumulación política y de ebullición creciente que transforme la potencia de
contestación en sublevación constitutiva, que sea a la vez denuncia de la
violación del pacto constitucional existente y del mismo modo afirmación de una
nueva constitución de poder que lo rescate. Un poder constituyente no para
cambiar la constitución formal sino para actuarla materialmente. Pero no
ingenuo, puesto que ello podría conducir al mismo fracaso del largo período
democrático anterior, sino sagaz y radical en el sentido de reconstituir poder
social con otras redes y otra institucionalidad, con formas democráticas
radicales y con controles exigentes y crecientes a la propiedad privada,
a la acumulación de capital, a la distribución de la renta y el excedente, a
los medios de comunicación privados; con nuevas formas de propiedad social y
bienes colectivos, con el aseguramiento vital de los derechos en términos de
renta mínima de subsistencia, etc.
La crisis
como oportunidad es el momento en que justamente las “seguridades” que
supuestamente el sistema confiere ya no son tales o muestran un resquicio en
que la ecuación no es tan satisfactoria en relación a las posibilidades de otro
mañana. Ello implica, también, que los movimientos sociales que lo alumbren
rompan con las lógicas de actuación dentro del sistema. Si el sujeto sindical
constituido se mira menos como gestor / contradictor de / en la crisis y más
como sujeto vanguardia de aquel sentido del poder constituyente puede que
articule aquella potencia y contribuya a conducir el porvenir.
Y nos
queda, querido amigo, atender a otras sabias premisas que marcaste en tu
bitácora, entre ellas la escala europea del proceso pero, como debe ser, queda
para sucesivas y prontas tenidas…
Abrazos,
Guillermo.
Queridos Guillermo y Antonio;
ResponderEliminarEl debate sobre la vigencia de la Constitución, a raíz de la excepcionalidad jurídica y social a la que asistimos con esta crisis, resulta un acierto pleno.
Hace tiempo, ya llevamos cinco años de estrangulamiento del estado social, democrático y de derecho, que la percepción que se tiene sobre la Constitución es que ha quedado a la izquierda -en ocasiones, muy a la izquierda- de las fuerzas políticas, pero también de las sociales.
Esto es, ha habido un corrimiento profundo, perdón por la expresión, hacia la derecha política y económica por parte de las fuerzas políticas, pero también de las sociales.
En lo que a las fuerzas políticas se refiere, no resulta necesario detenerse, aunque su recuperación resulte del todo imprescindible para levantar el vuelo democrático.
Sí, sin embargo, en lo que atañe a las fuerzas sociales, ya que expresan contradicciones discursivas fuertes que acaban reconduciendo su plataforma reivindicativa hacia objetivos como el nuevo proceso constituyente en lugar de exigir el cumplimiento material del texto constitucional (con independencia de que ciertos aspectos como el de la participación política necesitan una profunda reflexión y revisión).
Y es aquí donde, a mi juicio, el Sindicato puede y debe desarrollar un papel proactivo de vanguardia, además del reactivo, que provoque espacios de diálogo y solidaridad con el conjunto de movimientos sociales a través de la explicación y defensa del conjunto de derechos constitucionales que hoy están viéndose transgredidos día si y día también.
A este respecto, el Sindicato ha comenzado su andadura como lo ha demostrado la convocatoria del 15-S, pero todavía queda camino por hacer.
En fin, agradecido por los estímulos de los conductores del blog, me despido no sin antes mandaros fuertes abrazos desde ese lugar cuyo nombre confundo como consecuencia de los recortes en Educación.
PT