Hablar del sindicato en Europa es también hablar de pluralidad sindical. Lo que sigue es un breve texto divulgativo de esta noción para un Diccionario Jurídico Internacional que se publicará en el primer trimestre del 2013.
El sindicato es una figura social
que tiene referentes muy diversos en el plano ideológico, organizativo y
cultural.
Por referirse principalmente a
Europa, el movimiento sindical se encontró desde su fundación atravesado
siempre por distintas posiciones ideológicas que tenían referencia directa con
el plano político. Marxistas y bakuninistas primero, pero ya desde la primera
posguerra mundial socialistas y comunistas, con algún espacio para los
sindicatos cristianos. La diferencia significaba comúnmente confrontación entre sindicatos, lo que se
acentuó tras el inicio de la “guerra fría” y la división de Europa en dos zonas
de influencia de los dos bandos en liza.
Esta cesura ideológica estaba por
tanto muy relacionada con la diferente relación que el movimiento sindical
establecía con la política y fundamentalmente con el partido político que
representaba a la clase trabajadora en el espacio parlamentario y de gobierno.
Por tanto, además de una determinada concepción global de las relaciones
laborales, del papel de la ley y de la negociación colectiva, del uso de la
huelga y de los medios de acción colectiva, de la función que debía desempeñar
el sindicato en la empresa y en los órganos de participación en la misma, el
dato que marcaba más profundamente la diferencia era el proyecto político de la
sociedad por construir.
El pragmatismo sindical no acepta
fácilmente la utopía, que al fin y al cabo es un lugar ideal por construir que
no existe en la realidad, pero sí asume
como propios, aunque muchas veces de forma crítica, los modelos políticos de
Estado que declaraban explícitamente su proyección social y la defensa de los
derechos de los trabajadores como clase social oprimida. Estado social y Estado
socialista eran por tanto dos referentes político-culturales que mantenían
divisiones muy profundas en el plano político y que se reiteraban en el plano
sindical. Para unos pues, el estado social de la República Federal Alemana,
pero sobre todo el modelo sueco de regulación social, era un ejemplo al que
encomendarse, para otros el horizonte se situaba en un estado obrero al estilo
del que podía encontrarse en la Unión Soviética.
Como
es sabido, estos referentes fueron cambiando y problematizándose a lo largo de
los años 60 y 70 del siglo XX, con la extensión de los nuevos marxismos
críticos y los movimientos de emancipación que fueron cristalizando en el
llamado tercer mundo a través de los procesos de descolonización y liberación
nacional. París y Praga en 1968 funcionaron de parteaguas en la percepción por
parte de los trabajadores europeos del proyecto de sociedad que querían
construir, y las luchas de los años inmediatamente posteriores revelaron la
posibilidad de una convergencia en un futuro de socialismo en libertad. Junto a
ello – o quizá posiblemente por esa cuestión – el sindicalismo europeo fue
desarrollando una noción de autonomía que le alejaba de los esquemas
tradicionales de “cesión de soberanía” sobre la elaboración del proyecto
político en los “partidos políticos
hermanos” y lo fue sustituyendo por un
principio de cooperación interdependiente entre ambas organizaciones que se
caracterizaba por estar presidido por las nociones de autonomía y de
independencia.
Autonomía
respecto del proyecto político de sociedad que sostiene el partido político, lo
que implicaba seguramente amplias zonas de coincidencia, pero que no excluía la
posibilidad de disenso puntual o de fondo con el programa del partido, que
condujera a una relación conflictiva. Independencia del proyecto sindical
respecto de los procesos de representación política y sus avatares, en el doble
sentido de no subordinar el programa de reformas al éxito electoral de las formaciones
políticas más homogéneas ideológicamente con el enfoque sindical, ni de poner a
disposición de la labor de oposición política la fuerza erosionante del
gobierno que puede provocar la acción reivindicativa sindical.
A esta evolución se unió, ya a finales de los
años 80, la caída del muro de Berlín y la desaparición de los viejos arquetipos
del llamado socialismo real. Las sucesivas evoluciones de la socialdemocracia
de la Tercera Vía o del Valor para el Cambio generaron una fusión de las
ideologías de centro izquierda y de centro derecha que paradójicamente
convergieron en una cierta hostilidad y desapego del partido socialdemócrata
respecto del sindicato, que reivindicaba un programa de derechos sociales y
laborales ignorado por el nuevo modelo de partido neo-laborista o
neo-socialdemócrata. En este contexto las divisiones ideológicas netas se
transforman en tradiciones culturales, lo que permite un intercambio más fácil
de experiencias y de ideas reguladoras del tipo de sindicalismo que se quiere poner
en práctica, a lo que también ha contribuido la progresiva configuración de la
Confederación Europea de Sindicatos (CES) como la representante de todo el
sindicalismo europeo, superados ya los vetos ideológicos que mantuvieron fuera
de la organización hasta los años 90 del siglo XX al sindicalismo mayoritario
del sur europeo, con la única excepción de la CGIL italiana.
Pero
que se hayan amortiguado las irreconciliables diferencias ideológicas y
políticas y que impere por así decir un cierto “sentido común” a todas las
organizaciones sindicales europeas no evita que la voz sindicato se siga
declinando en plural, y las diferencias entre las mismas sigan siendo
considerables. Esto es lo que explica que, más allá de la conformación del
sindicato en un país determinado con arreglo a una pauta unitaria frente a
otros en donde son varios los sindicatos que actúan en el terreno de las
relaciones laborales, la pluralidad
sindical ha acompañado tradicionalmente a esta figura social en Europa.
Ante todo por el arraigo nacional del
sindicato y su dependencia de su peculiar conformación histórica, que se
traduce en un cierto orgullo de pertenencia a la misma como una forma de
preservar la propia identidad. La marca del encuadramiento ideológico se
manifiesta asimismo en las diversas formas de enfocar la relación con los
empresarios y con el poder público, o sobre el tipo de acción colectiva de
presión que se practica, entre tantos otros temas importantes que explican unas
prácticas colectivas propias.
Desde un punto de vista más preciso, se hace
hincapié en que la diferencia entre los diversos modelos sindicales proviene
fundamentalmente de la vigencia de un patrón unitario o pluralista como base
del mismo. La cultura sindical y política de los sindicatos europeos que
concentran en un solo sujeto la práctica totalidad de la representación de los
trabajadores en un país determinado, suele tener una serie de características
comunes muy acusadas, entre ellas, de manera relevante, la debilidad del mando
confederal, que es sustituido por la importancia de las federaciones de rama
como eje de la estrategia y de la política del sindicato. Por el contrario, los
países donde hay una larga tradición de pluralismo sindical en donde varios
sindicatos compiten entre sí por la representación de los trabajadores en el mismo ámbito
funcional y territorial, el contexto cultural es relativamente común y la
articulación de poderes internos en las estructuras del sindicato está
presidida por una dirección confederal fuerte.
Pero quizá lo más relevante en Europa
respecto a la constatación de la diversidad sindical que existe en este espacio político y
económico es la pertenencia a un área geográfica determinada del mismo. Es como
si se pudiera trazar un mapa sindical de Europa con fronteras definidas que se
pueden atravesar con dificultad.
Hay al menos cuatro grandes
territorios poblados por sindicalismos comunes entre sí y diferentes a los
demás. Un primer grupo, el más numeroso y posiblemente influyente, es el que
componen los sindicatos centro-europeos y escandinavos, al que podría
asemejarse el sindicalismo “tradeunionista” insular, pero que por las
características tan peculiares del marco institucional en el que se mueve y el
peso de las tradiciones nacionales anglosajonas, lo sitúan en un segundo
espacio diferenciado. Un tercer grupo lo constituiría el sindicalismo
pluralista de base ideológica del sur, que incluye a Portugal, España, Francia,
Italia y Grecia, y por último se encontraría el agrupamiento de los sindicatos
de los países del este, caracterizados por su fragmentación y debilidad. Para
unos el sindicato está diseñado para actuar fundamentalmente en el marco de la
relación económica y social, mientras que para otros el sindicalismo tiene que
desarrollar una importante vertiente socio-política. El anclaje
nacional-estatal de cada una de estas organizaciones refuerza el relativo
aislamiento de las diversas posiciones y explica la dificultad de trasponer al
plano supranacional europeo una dinámica de acción colectiva interdependiente y
coordinada entre los distintos sujetos sindicales que lo componen.
El sindicalismo europeo,
organizado en torno a la Confederación Europea de Sindicatos (CES) tiene esta
fragmentación cultural y organizativa de sus miembros como una base inestable
de su acción sindical. El sindicalismo
tiene abierta una “nueva frontera”, la de su dimensión europea considerada como
un todo y no como la suma de las distintas problemáticas nacionales. Esta
identidad europea forma parte de una
consciente posición del sindicato en la globalización a favor de otro mundo y
otra sociedad, de forma que la única solución practicable no es refugiarse tras
las fronteras de los respectivos ordenamientos internos, sino traspasarlas y
exigir “más Europa”, es decir, un desarrollo importante de elementos políticos
de control democrático de la fuerza regulativa de los mercados y la puesta en
marcha de instrumentos redistributivos profundos a través de la acción coordinada
y unitaria de los sindicatos europeos.
La jornada de lucha del 14 de noviembre ha sido el primer momento de una
nueva disposición común del sindicalismo que requiere una fuerte re-elaboración
de los conceptos de “propio” y “ajeno” o ”solidario” en la estrategia sindical de
cada confederación nacional – estatal así como de la práctica política de la CES.
Para el 14 de marzo se propone un nuevo momento de protesta europea que no necesariamente
se va a expresar en huelgas generales en algunos de los países, sino en formas de
lucha que logren una gran visibilidad con menor coste sindical. Pero el pluralismo
sindical no puede ser un obstáculo a esta acción general, como tampoco es ya aceptable
que ciertos sindicatos acepten y aprueben mediadas de acción común en el ámbito
europeo y luego las nieguen en su concreción en el momento de su puesta en marcha.
En ocasiones mediante la alegación de que es difícil movilizar a los afiliados por
un objetivo solidario europeo; en otros por rivalidades y hostilidades derivadas
de la pluralidad sindical en un solo país. El sindicalismo europeo tiene que superar
necesariamente este horizonte de fragmentación y de impotencia si quiere seguir
siendo un actor de relieve en las relaciones laborales europeas definidas por una
unidad de mercado y monetaria que conspira contra los derechos de los trabajadores
y trabajadoras.
Muy buen artículo. Lástima que no se titule: La construcción sindical europea.
ResponderEliminarDiversidad y pluralidad se parecen pero no son exactamente lo mismo. A veces el unitarismo de herencia jacobina ve pluralidad donde solo hay diversidad.
Una pequeña observaciión ante un gran artículo
¡Ya nos estás presionando a los incumplidores, con tu sutileza habitual! ¡Canalla!
ResponderEliminarJaime