Se cumple ahora un año desde la
reforma laboral puesta en práctica por el gobierno del PP en el RDL 3/2012 que
luego remachó la Ley 3/2012, y los datos de los que se dispone ponen de
manifiesto que sus efectos han sido plenamente desastrosos tanto en términos de
destrucción de empleo como de demolición de la negociación colectiva.
Esta es también la opinión no
sólo de los sindicatos más representativos, sino de organizaciones sociales y
partidos políticos y de una amplia mayoría de la ciudadanía, expresada a través
de las encuestas de opinión. Sólo el gobierno y los empresarios mantienen las
bondades de esta legislación, en el último de los casos exigiendo a su vez una
mayor desregulación del trabajo como forma de asegurar plenamente el éxito de
la normativa. Y se hace bandera de esta regulación “extremadamente agresiva” -
como la definió el ministro Guindos –
para mostrar el compromiso del Reino de España con las “reformas de estructura”
que habían exigido las autoridades financieras y la Comisión europea como forma
de garantizar la solvencia económica derivada de la financiación del
endeudamiento del país.
Europa es simultáneamente la
coartada y el horizonte de la regulación del trabajo y sus derechos, y esta
referencia no sólo es privativa del gobierno actual, sino que se remonta al
giro radical que en mayo de 2010, tras una lamentable reunión de Ecofin,
imprimió el gobierno Zapatero a sus políticas, con la puesta en marcha de una
reforma laboral que se ha ido deslizando progresivamente desde la Ley 35/2010 y
el RDL 7/2011 – una nueva vuelta de tuerca provocada por una carta secreta del
BCE – hasta la normativa actual, la Ley 3/2012, que presenta los trazos
neoliberales más gruesos. Un marco de referencia en el que España, junto con
otros países de la periferia del sur de Europa, ocupa una posición plenamente
subordinada que se caracteriza por la devaluación drástica de los salarios y el
desmoronamiento de los servicios públicos esenciales de la sanidad y de la
educación, con un incremento exponencial del paro correspondiente a una fuerte
desaceleración económica. Las tasas de desempleo en Grecia, en España o en
Portugal, son reveladoras de esta imposición desequilibrada a los países del
sur que generan el sufrimiento de una gran parte de su población, la desprotección
frente a los estados de necesidad, el crecimiento de las situaciones de
desigualdad y de injusticia. Los gobernantes de estos países carecen de
densidad política alguna. No cuentan en el contexto europeo, están sólo para
obedecer las órdenes de las autoridades monetarias y sus traductores políticos.
Se trata de una Europa en la que se han ido construyendo
mecanismos de regulación alejados de los espacios de debate político y
separados de los procedimientos típicos de producción de normas en la Unión. El
Pacto del Euro de marzo de 2011 y su ataque a la negociación colectiva
centralizada y a las cláusulas de revisión salarial entendidas como freno al
crecimiento de la competitividad, dio lugar a la carta del BCE al gobierno de
España – como también al italiano, entonces presidido por Berlusconi –
imponiendo la “descentralización” de la negociación colectiva, lo que fue
prontamente seguido entre nosotros mediante la norma de urgencia RDL 7/2011,
luego superada e intensificada en su indicaciones por el RDL 3/2012.
La firma en febrero de 2012 del
Tratado que instituye el Mecanismo Europeo de Estabilidad fue seguida de la de
un “Tratado sobre la estabilidad, la coordinación y la governance de la Unión Económica y Monetaria” en marzo de 2012,
conocido por su nombre en inglés Fiscal
Compact y del que se abstuvieron la república checa y el Reino Unido. Este
texto instaura una coordinación preventiva muy fuerte de las políticas
económicas de la zona euro, con la finalidad de “conseguir los objetivos de la
Unión Europea”, lo que en realidad implica afirmar las políticas de austeridad
de forma muy exigente. El mecanismo puesto en marcha es de naturaleza
“intergubernativa” y por tanto se sitúa fuera del espacio del debate político
parlamentario europeo, separándose de los procedimientos ordinarios de creación
de normas en la Unión Europea. Como han desarrollado una serie de juristas
convocados por el Instituto Sindical Europeo, estos instrumentos no cumplen con
los objetivos de crecimiento sostenible,
un amplio nivel de empleo y la cohesión social que deben alcanzar las políticas
de la Unión, al no respetar ni garantizar derechos fundamentales, individuales
y colectivos, en la definición de esa política de “austeridad”. Se trata además de unas medidas que marginan
al Parlamento y deslegitiman a las instituciones europeas ante los
ordenamientos del sur que sienten que se les arrebata el contenido de su status de ciudadanía social y se les
empuja a una condición de existencia precaria. La violencia con la que se ejerce esta política
se visualiza en la sumisión con la que los gobernantes de estos países se
disponen a obedecer, sin ninguna capacidad de negociación o de propuesta, las
decisiones del Banco Central – Bundesbank y de la Comisión o la canciller
alemana.
Esta situación está generando
tensiones muy fuertes en el interior de los países sobre los que se ejercita
esta presión a la baja sobre el contenido del Estado Social y sobre la
reducción de los derechos individuales y colectivos derivados de la relación de
trabajo. Es patente el escaso margen de maniobra que se tiene desde el espacio
nacional-estatal, especialmente ante la evaporación progresiva de los
procedimientos democráticos de discusión y de debate y su sustitución por medidas de aplicación inmediata, sin
publicidad ni participación, enterrando cualquier iniciativa de diálogo social
o de interlocución política. Junto a ello actúa también negativamente la disolución
real de los programas políticos que se agitan en el espacio electoral bipartidista en una cierta indefinición sobre
las consecuencias de una política, la de austeridad, que se acepta plenamente.
Estos procesos de crisis de la política y de la democracia están generando una
desconstitucionalización tácita de elementos básicos de la cohesión social y de
la tutela del trabajo en el espacio nacional-estatal sobre la base de una
lógica material basada en las relaciones de mercado, el crecimiento de la
competitividad y la financiarización de la economía.
Las resistencias a esa
confiscación de derechos y de estándares de vida son muy fuertes, y la
conflictividad social es extensa y mantenida. Frente al conglomerado de
organizaciones sociales, entre las cuales de forma muy activa los sindicatos,
movimientos y otras figuras colectivas, que manifiestan en la calle y en los
espacios públicos el rechazo frontal a estas políticas, el poder público opone
un muro de silencio. El gobierno practica un negacionismo obstinado del
conflicto social y de la movilización social. Es plenamente opaco a reconocer
una subjetividad social portadora de un programa alternativo al que ejecuta
autoritariamente. Este negacionismo hace que resulte de difícil gestión el
mantenimiento de un esquema de movilización permanente, sin que tenga como
resultado el reconocimiento de una relación bilateral y la afirmación de un
principio de negociación política con los sujetos sociales, en primer lugar con
los sindicatos. Podría decirse que forma parte de la identidad profunda del
gobierno y del partido que le sostiene edificar la governance de las relaciones
sociales en torno a un principio autoritario que excluye cualquier mecanismo de
participación. Conforme avanza y se extiende la protesta, más se manifiesta
esta tendencia, acentuada en sus perfiles más negativos. En efecto, se puede
comprobar el progresivo desmantelamiento de las estructuras de participación
democráticas por un grupo reducido de
personas que actúa como si las instituciones de gobierno fueran patrimonio
privado de uso exclusivo de una casta dirigente irresponsable y, conforme se
van conociendo más detalles sobre el caso Bárcenas
y la financiación irregular del Partido Popular, profundamente corrompida.
La presión acrecentada de los
sindicatos, de los movimientos sociales y de categorías profesionales enteras,
como en la sanidad o en la enseñanza, junto a una cierta sensación de
irritación y de furia, puede causar momentos de tensión social muy aguda. Pero
esta presión en el plano interno tiene que encontrar una salida política. Y las
que de forma ordinaria se da el sistema democrático están completamente cegadas
por el poder público que ha confiscado cualquier espacio de participación
democrática a su actuación. Por eso resulta imprescindible trabajar
permanentemente en la construcción desde el polo social de los sindicatos y de
los movimientos en una alternativa que sea capaz de gobernar democráticamente
los procesos económicos, refundando el espacio público e impulsando, junto con
las fuerzas políticas que se impliquen en este proyecto, una reforma general
del sistema democrático a través de lo que se ha venido en llamar
“desbordamiento democrático” que pueda converger en un nuevo proceso
constituyente con las dosis de “vigoroso pragmatismo” que éste puede exigir.
Pero este proceso no es posible
si no se sitúa, simultáneamente, en el espacio europeo. Centrarse en la dimensión nacional como elemento decisivo de los procesos
organizativos de la resistencia colectiva, es insuficiente. Ignorar la dimensión europea del problema
político actual es reducir en una gran medida nuestras capacidades de
observación y de crítica. Hay que preguntarse si es posible que el sistema
monetario unificado y el mercado común sean compatibles con la idea democrática
en el ámbito de la Unión Europea. Una idea construida sobre la noción de
ciudadanía europea considerada ésta no como un elemento retórico sino como una
categoría política construida como un espacio de conflicto, que se mueve
alrededor de una idea de democracia no sólo representativa, sino también
participativa y conflictual. Y hay que proyectar el debate sobre la
desconstitucionalización tácita en materia de trabajo y cohesión social que se
está produciendo en España – como en otros países europeos – con la
constatación de una sustancial contradicción entre un espacio normativo
neoliberal expansivo y un sistema de derechos sociales garantizados
constitucionalmente en los ordenamientos nacionales que son sistemáticamente
degradados para preservar la Unión Económica y Monetaria que sustituye la idea
de la Unión política.
Abrir el espacio – Europa como terreno
de conflicto para implantar en él un principio de solidaridad, como insiste la
CES y el sindicalismo europeo, es un objetivo funcional a la movilización y la
lucha en el estado español. Es cierto que solo un reforzamiento - en muchas
ocasiones la creación ex nihilo - de los mecanismos democráticos en el espacio
europeo permite la generación con fuerza de un espacio social que se imponga a
un orden económico cada vez más injusto y desigual, pero es igualmente cierto
que la reivindicación de la solidaridad entre los trabajadores y trabajadoras
europeos y la presentación de un programa articulado de propuestas para
refundar la dimensión social europea es una condición de existencia de un
amplio frente democrático que insista en la posibilidad de una Europa política
y democrática, que mantenga un fundamento cooperativo en la relación entre sus
miembros sin incidir en las desigualdades entre los diferentes estados miembros.
En los documentos de la CES se
encuentra un repertorio de propuestas sobre cómo abordar los problemas de la
deuda y financiación, el crecimiento y el empleo, pero lo que resulta más
interesante es la afirmación de un programa de más calado sobre el “pilar
social” del gobierno económico de la Unión Europea, la vigorización de los
instrumentos democráticos y la exigencia de una “refundación” de la Unión
Europea, una verdadera “ruptura democrática” que invierta la tendencia presente
en la deriva 2011-2012, en especial el antidemocrático Tratado de estabilidad,
coordinación y gobernanza. Para ello el sindicalismo europeo ha considerado que
era preciso ir construyendo un espacio europeo de resistencia real, no
meramente simbólica, que permitiera la presencia del conflicto social en su
dimensión transnacional. Tras la primera – y muy importante – jornada del 14 de
noviembre, en la que fundamentalmente se apreció una solidaridad horizontal
entre los países del sur europeo, con huelgas generales en Portugal- España e
Italia, junto con Grecia, pero con importante participación de sectores el sindicalismo
del “centro”, como en Bélgica y Alemania, se vuelve a plantear esta
movilización “fuerte” a nivel europeo para mediados de marzo, con una
manifestación que se concentre en Bruselas. La actividad europea de la CES
contrasta con la muy limitada acción transnacional de los socialistas, que sin
embargo tienen más actividad de propuesta en sus respectivos ordenamientos
internos con ocasión de los procesos electorales en curso (en Italia primero,
pero también en Alemania), y en donde “la cuestión del trabajo” ha adquirido
una gran relevancia. En la izquierda política meridional hay también un extenso
debate sobre Europa – protagonizado en lo fundamental por Syriza – que
previsiblemente ha de obtener sus frutos en las elecciones europeas del 2014.
Pero mientras se van fraguando estos cambios necesarios, la problematización
del espacio europeo desde una cultura de los derechos democráticos es
inseparable de la defensa de los derechos laborales, individuales y colectivos
y de las prestaciones esenciales del Estado Social en el interior de cada
estado-nación.
Todo me parece bien eso de confluir en la Europa de la solidaridad, pero yo quiero que caiga el gobierno y que se vayan Rajoy y su cuadrilla, encabezada por la Cospedal, y eso es lo importante para mi. Lo de Europa, perdone, pero es mñusica celestial
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