La crisis ideológica y de
proyecto de la socialdemocracia europea es un hecho conocido. La aceptación del
ideario social-liberal como seña de identidad del partido socialista francés y
el giro antisindical del Partido Democrático en Italia, que ha provocado el
enfrentamiento directo con la CGIL no augura buenas perspectivas para
replanteamientos en clave socialdemócrata de las formaciones políticas
socialistas del sur de Europa. Con el agravante de que los pequeños matices
introducidos en Francia e Italia a través de la negociación de aspectos
financieros e impositivos para evitar la aplicación estricta de la prohibición
del déficit presupuestario, han sido considerados por Alemania y su canciller de manera negativa, de forma que ambos países
deben “profundizar en sus reformas”, especialmente en la legislación laboral y
en el desmantelamiento del Estado social. Enfrentarse a esa deriva parece ser
la única alternativa posible en la península ibérica si se quiere evitar el
progresivo debilitamiento de estas opciones en términos electorales.
Esto sucede con el PSOE a partir
de la elección del nuevo secretario general y de su equipo de dirección. Se ha
iniciado un viraje político que se manifiesta en su compromiso de no gobernar
con la derecha y la extrema derecha – aunque si a llegar a acuerdos sobre
puntos concretos con esta formación – y en la asunción de una serie de
compromisos políticos importantes. El más significativo, por su carácter
simbólico, la derogación del art. 135 de la Constitución – aunque se habla de
la reforma del precepto, el objetivo es depurarlo de los elementos que imposibilitan
el endeudamiento para incrementar el gasto social, como ha recordado
oportunamente Javier Doz (http://blogs.publico.es/uno-mayo/2014/12/05/articulo-135-de-la-constitucion-modificar-o-derogar-la-reforma-de-2011/)
– y a continuación la derogación de la reforma laboral, a través de la
propuesta de un nuevo Estatuto de los Trabajadores cuya concreción todavía se
desconoce.
Se trata de un compromiso difícil
que contraría a las viejas guardias del Partido y a sus centros de referencia
para fijar las líneas políticas en materia de política económica, que son las
grandes empresas de la información y de las comunicaciones y la energía, grupos
mediáticos afines, la tecno estructura del Banco de España y algunos centros de
creación ideológica como FEDEA. El proyecto de estos grupos, que reiteran con
más insistencia, es el de la “gran coalición” con la derecha y extrema derecha
española, invirtiendo el ejemplo alemán, donde la CDU-CSU pactó con el SPD. En
esa “dogmática” se ventila el futuro, como ha explicado muy bien José Luis López Bulla en su blog
hermano (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/12/habra-gran-coalicion-pp-y-psoe.html)
, lo que dificulta la seguridad en que el proyecto presentado pueda ser
viable (internamente) y lo hace difícilmente creíble para amplios segmentos de
población que tienen muy próxima la política desplegada por el PSOE con Zapatero y Rubalcaba, y explican su
apuesta programática como electoralismo para evitar el desbordamiento por la
izquierda a partir de Podemos con el
apoyo de Izquierda Unida.
Esta es también la situación en
Portugal, aunque no se hable de ella, dada la ignorancia tradicional de nuestra
cultura política respecto de la que se desenvuelve en el país vecino. El
próximo congreso del Partido Socialista Portugués tiene como objetivo la
aprobación de un claro viraje a la izquierda. Antonio Costa, el líder del PS, ha dejado claro cuáles son sus
prioridades. Los compromisos del Estado respecto de la deuda son menos
importantes que las responsabilidades del Estado con sus ciudadanos, de forma
que rechaza la lógica del empobrecimiento propio de la política de austeridad.
Enfatiza la necesidad de considerar al Estado como agente económico, cuya
actividad es esencial para garantizar crecimiento y empleo, dando prioridad a
la lucha contra las desigualdades y la pobreza, revalorizando a su vez el
trabajo y la concertación social. Afirma asimismo que el PS no hará una
coalición con los partidos de la derecha, con los que declara que hay un desencuentro
ideológico e incluso generacional muy importante, propiciando por el contrario,
un diálogo con la izquierda. También declara que el Estado no puede tener un
modelo de familia y debe luchar contra la violencia doméstica. Hacía mucho
tiempo que el PS – ahora afectado además por la detención y encarcelamiento de
su ex secretario general y presidente del Gobierno, José Sócrates – no establecía este diagnóstico y elaboraba un
proyecto de manera tan clara como vehemente.
Sin embargo no es fácil dar ese
giro. En el Partido Socialista pervive un discurso anticomunista que se define
como anti-izquierdista, que lleva a una lógica de exclusión de toda formación
política que cuestione críticamente el sistema económico en vigor y pueda
alterar el sistema bipartidista que alterna los gobiernos. El vicepresidente del
grupo parlamentario socialista promete que “no se izquierdizará el PS” y un
relevante eurodiputado del partido preconiza “un entendimiento de régimen” con
el PSD si el PS no alcanza la mayoría absoluta.
La apertura del programa del PS a
los agentes de la izquierda social y política- principalmente al PCP, pero
también al Bloco de Esquerdas, hoy muy en crisis- es un elemento muy importante
en el diseño de un cierto frente de resistencia a las políticas financieras de
austeridad, a la renegociación de la deuda y al cambio de los planteamientos
neoliberales de la troika por una
acción europea federal que reforme de manera efectiva las estructuras políticas
y financieras de la región sobre la base de una política de participación democrática
de la ciudadanía europea.
Lo mismo sucedería si el socialismo español es capaz
de articular una propuesta abierta a los grupos de izquierda que se enfrentara
a la insoportable autoridad económico financiera que insiste en el
empobrecimiento masivo, la desigualdad como regla y la pérdida de los derechos
laborales en nuestros países. Para ello es necesario explicitar un programa
común que pueda ser compartido desde las posiciones de izquierda, sin
exclusiones, enunciado con la radicalidad democrática que los tiempos
requieren. En ese diseño ideal, la posición que ocupen los socialistas españoles
será determinante de su supervivencia, pero asimismo de la garantía de una política democrática en la
que se deben necesariamente integrar.
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