La institución de un salario mínimo ha sido siempre mal vista por la
ortodoxia económica liberal. Un atentado a la capacidad de los empresarios de
fijar libremente el precio del trabajo, jugando a la baja con las expectativas
del empleo.
El razonamiento liberal, como es sabido, invierte los términos de
la realidad al afirmar que garantizar por norma estatal un piso salarial
desincentiva a los empresarios a contratar trabajadores. La conclusión es
obvia. No debe existir un salario mínimo legal (como sucede en muchos países,
que en el mejor de los casos lo dejan a la negociación colectiva), o, si existe,
debe tener una cuantía ínfima, para incentivar el empleo, o compensarse
preferentemente con ayudas estatales a las empresas para resarcirles de esa
imposición lesiva de las leyes del mercado libre y del sistema de precios.
No es un asunto del pasado. La crisis ha excitado – como tantas otras cosas
– la fantasía de los especuladores de la explotación, y el argumento se repite.
En julio del 2014, el think thank del
Partido Popular, la FAES, propuso en un documento de título prometedor – Continuar la reforma laboral – la idea de eliminar el salario mínimo para "evitar que se convierta en una
barrera para la entrada en el mercado laboral". Antes, en marzo del 2014,
la CEOE había propuesto, más morigerada, un salario mínimo para los jóvenes que
incentivara la contratación de este colectivo al ser inferior al salario mínimo
legal, en la línea de una recomendación del Banco de España del 2013 que propuso contratar por debajo del salario
mínimo a grupos específicos de trabajadores "con mayores dificultades para
su empleabilidad".
Lamentablemente para estos apóstoles de la creación de empleo deprimiendo
al límite de la miseria los salarios, no sólo la Constitución garantiza el
derecho de los trabajadores a “una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades
y las de su familia”, sino que el Estatuto de los Trabajadores lo regula en el
art. 27 como mínimo interprofesional, que debe ser fijado y revisado por el
Gobierno previa consulta de las organizaciones sindicales y empresariales. Es
un hecho adquirido en la cultura de los derechos en el ámbito europeo, y como tal se reconoce en la Carta Social
Europea en su art. 4, según el cual, “para garantizar el ejercicio efectivo del
derecho a una remuneración equitativa, las Partes se comprometen a reconocer el
derecho de los trabajadores a una remuneración suficiente que les proporcione a
ellos y a sus familias un nivel de vida decoroso”.
Aunque la perspectiva neoliberal no puede lograr su máximo objetivo, la
eliminación de un mínimo salarial garantizado en todo trabajo, lo que si
consigue es presionar a la baja sobre la suficiencia de la retribución. Las
políticas de austeridad emanadas por el complejo financiero y político europeo
convergen con ese objetivo al imponer de manera generalizada una brusca
devaluación de salarios en todo el Estado español.
Esas orientaciones chocan frontalmente con el sistema de derechos
reconocidos internacionalmente a la que los estados están obligados en virtud
de los compromisos que han adquirido. La “evanescencia constitucional” que han
sufrido los derechos laborales reconocidos en las constituciones nacionales a
través de la subordinación del control realizado por el Tribunal Constitucional
a las iniciativas del gobierno, han revalorizado el recurso a los organismos
internacionales como forma de poner de manifiesto la violación de derechos que
las políticas de austeridad están llevando a cabo. Esta construcción del campo internacional
de los derechos como horizonte de exigencias y de límites a las políticas de
austeridad no sólo tiene relevancia directa en relación con los compromisos de
los Estados y de la interpretación y aplicación judicial de las normas, sino
que fija los fundamentos de futuras regulaciones que sustituyan a las que hemos
padecido en estos últimos cinco años en materia laboral y de protección social.
Así ha sucedido con el salario mínimo en el ámbito europeo. El salario
mínimo establecido en España para los trabajadores del sector privado y de los
contratados de la función pública "no garantiza un nivel de vida
digno", según reflejan las conclusiones del Comité Europeo de Derechos
Sociales del Consejo de Europa, que ha evaluado el cumplimiento de la Carta
Social Europea y de su protocolo adicional en enero del 2015.
Pero también respecto de la OIT. Los sindicatos CCOO y UGT han interpuesto
una reclamación ante la OIT alegando el incumplimiento por el gobierno español
del Convenio nº 131 de la OIT sobre salarios mínimos. La queja se basa de un
lado en que el salario mínimo no cubre las necesidades de los trabajadores y de
sus familias porque el salario ha perdido poder adquisitivo en el transcurso de
los años, y de otro en que no existe ni se ha querido prever un procedimiento
exhaustivo y eficaz de consulta con los interlocutores sociales para la
fijación de los salarios mínimos. La congelación del salario mínimo en el 2014,
la pérdida de poder adquisitivo de salarios y pensiones y el aumento de los
precios, se ha traducido en un empeoramiento de las categorías de los
trabajadores más vulnerables. Por otra parte, las consultas a las que obliga la
ley se han convertido en un puro trámite sin que realmente se produzca un
intercambio de pareceres con vistas a terminar en un acuerdo. No se ha previsto
un mecanismo que asegure la eficacia de la consulta, a los sindicatos no se les
permite expresar sus puntos de vista con conocimiento de causa y sus opiniones
no se tienen en absoluto en cuenta al fijar el salario mínimo, lo que
contradice el Convenio 131 de la OIT.
Esta alegación ha sido acogida por el Consejo de Administración de la OIT,
que ha decidido admitir a trámite la queja y debatirla en el seno de un Comité
tripartito. La discusión sobre este tema será enormemente relevante para
enmendar las prácticas autoritarias del gobierno también en este punto.
Con ello CCOO y UGT siguen desarrollando la línea de trabajo que se apoya
en el crecimiento salarial generalizado con el objetivo de ir recuperando el
poder adquisitivo perdido. Las luchas salariales se suelen sacrificar en
momentos de destrucción de empleo, pero el contexto de las políticas de
austeridad la colocan también en un primer plano.
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