Un asiduo seguidor de este blog, insiste en que éste
recupere una vieja costumbre veraniega que es la de referir alguna de las
lecturas que uno está realizando aprovechando el reposo de la estación. Así que
aquí se insertan unas notas a propósito de la obra de Achille Mbembe sobre Necropolítica.
que se puede encontrar en la web en la edición de Editorial Melusina , del 2011. Son apenas anotaciones sin integrar,
solo “flashes” cuya utilización es más que incierta.
La tesis del artículo que publicó Mbembe en el 2006 es que hay algunas figuras
de los estados soberanos de la modernidad cuyo fin último no es la creación de
una comunidad política sino la instrumentación de la existencia humana y la
destrucción material de ciertos cuerpos
y de ciertas poblaciones; figuras de
la soberanía que no estaban movidas por la sinrazón, la locura o el simple
instinto, sino por la lógica civilizatoria occidental: las colonias es el lugar
por antonomasia donde se ejercía el poder más allá de la ley, donde el estado
de excepción era la regla y donde la violencia del estado de excepción operaba
al servicio de la civilización. Los derechos humanos por tanto no son
exportables a las colonias, este es un ámbito que queda directamente escindido
del hecho civilizatorio universal.
En estos espacios coloniales, la necropolítica se materializaba en un
sistema de gobierno centrado no tanto en la producción de vida sino en la
producción de terror, violencia y muerte – física y social – de una parte de la
población en cuanto condición mínima y necesaria de la productividad social en su
conjunto, de la biopolítica. Es decir, que el biopoder, término acuñado por
Foucault para referirse a un régimen inédito que toma como nuevo objetivo y
vehículo de acción el bienestar de Ia población y Ia sumisión corporal y
sanitaria de sus ciudadanos, se nos presenta como el antecedente del necropoder.
Éste no sólo produce segmentación, sino que acaba por separar a la humanidad,
produce mundos de exclusividad recíproca, territorios estriados y duales. La
dimensión necropolítica inserta a los cuerpos en una economía fundada en la
masacre. Por eso en los contextos dominados por ella - la plantación, el ghetto en Sudáfrica, Palestina – la muerte
puede ser vista como una liberación del terror, de la esclavitud y del racismo.
El deseo de la muerte es en esto contexto un producto directo de las
condiciones de vida.
¿Se trata por tanto de definir situaciones límite, espacios políticos
localizados geográficamente en la periferia del mundo o residuales, o por el
contrario puede tener alguna virtualidad este concepto en el marco de nuestras
sociedades marcadas por la globalización? Enfatizar este punto permite desmitificar
algunos estudios que al hablar de la gobernanza neoliberal tienden a concebir
la racionalidad que está en la base de esta tecnología de gobierno como algo
exclusivamente centrado en la producción de libertad, laissez faire económico, seguridad y las mejores condiciones para
que se desarrolle la libre concurrencia y el emprendimiento. Sabemos ya, pese al discurso contrario de la
excelencia y superioridad de este modo de producir sentido, que ese trayecto va
siempre acompañado de la producción de desigualdad, la violencia en la
producción y el fortalecimiento de la subalternidad de clase. Lo que sucede es
que además de ello, esa misma instrumentación técnica de los procesos políticos
y económicos genera espacios no residuales de postración y de sufrimiento, de
ampliación de la miseria y de la pobreza y a situaciones de extrema
explotación.
Pero no es ese el contexto en el que se ejercita este poder para la
producción de la exclusión y la aniquilación social. Con las debidas cautelas,
esta concepción puede trasladarse a Europa, porque en ella los procesos de
jerarquización de la ciudadanía sobre la base de la actual lógica neoliberal de
acumulación aparecen como el producto de una doble disposición de gobierno en
el que la activación de la vida, la producción de la libertad de mercado, del
emprendimiento como figura emblemática de la auto-empresarialidad como
actuación prescriptiva predominante, y la gestión humanitaria de una parte de
la población está conectada intrínsecamente con la desigualdad y la progresiva degradación
de las condiciones de existencia de otra, en directa relación con la segregación social y cultural, el disciplinamiento
y la explotación del trabajo y la construcción de vidas y existencias
inestables e inseguras. Pero junto a ello, y compartiendo espacio social y
económico con la mayoría de esta población, hay un amplio número de personas
que vive en un estado de absoluta marginalidad; parias que no sólo han sido
expulsados de la llamada sociedad del bienestar, sino que ocupan los márgenes
de esta; seres invisibles que habitan no lugares (Ia calle, los aeropuertos,
las estaciones de tren, los hospicios, etc.), y a los que se aplica ese poder
en negativo que forma parte de la propia tecnología del gobierno democrático
que se declara democrático, inclusivo y basado en la cohesión social.
Sabemos que el securitarismo, el racismo – institucional y policial - la militarización del territorio y de las
fronteras, la deportación forzosa de inmigrantes sin papeles, no son algo externo
o un “limite soberano” de la gobernanza neoliberal, sino dispositivos situados
en el centro de dicha lógica de gobierno. Pero una cosa es la represión – la ley
Mordaza, las condenas a los sindicalistas por formar parte de los piquetes de
huelga – y otra la masacre. Esta es la versión necropolítica de Europa que se manifiesta en un terrible aspecto que
continuamente está produciendo muerte y violencia sobre las vidas de las
personas y que se materializa en la actitud de la UE ante la llamada “crisis de
los refugiados”. Ese lado que llamaríamos necropolítico no es algo extraño a la
lógica de mando de la UE en este caso. El
bloqueo de fronteras, el confinamiento en “junglas”, los muros en los límites
que impiden el paso entre los Estados, los acuerdos con Turquía para la
deportación de los prófugos, la revocación de a nacionalidad a quienes
colaboran con los terroristas, la confiscación de bienes a los refugiados, la
explotación con bajos salarios a los que logran llegar a alguna parte, todo eso
son manifestaciones que pueden reconducirse a esa noción, sin que al parecer
todavía no sea posible quebrar esa acción de gobierno que destruye y violenta
las existencias de personas humanas y permite su muerte.
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