La revista gallega Luzes
prepara para el número de octubre un monográfico sobre “El laberinto
catalán”. A través de un buen amigo que sugirió mi nombre, han tenido la
amabilidad de solicitarme un texto en el que reflexionara de manera genérica
sobre tres preguntas a propósito de cómo se ha desarrollado este tema hasta la
actualidad, si su continuación puede originar fenómenos de regresión
democrática y si cabría alguna solución dentro del marco constitucional al
respecto. Este es el resultado.
I
Es un tema molesto, que genera a muchos de los que vivimos fuera de Catalunya
un cierto desasosiego, que no comprenden los amigos y amigas que viven allí
todos los días urgidos por las noticias y los sucesos que conforman lo que aquí
llamamos “el problema catalán”. No basta con explicarles que la cuestión no
radica en que “en el centro” no tengamos una información verosímil de lo que
está sucediendo, porque nosotros también nos reímos de que televisión, radio y
periódicos ofrezcan noticias y valoraciones de expertos formadores de opinión
en las que continuamente se advierte sobre los peligros que acechan a la unidad
de la patria y las provocaciones del independentismo frente a las que se
requiere una compacta respuesta de los partidos que conforman el “bloque
constitucional”. Ni tampoco porque no comprendamos que el problema de la
identidad nacional se expresa con absoluta urgencia en una cierta graduación
desde el independentismo y soberanismo hasta el federalismo, en una amplia
mayoría de catalanes que lo consideran un elemento decisivo en la determinación
de su inmediato futuro, que exige un cambio político en esa dirección.
Se trata más bien de la sensación de contemplar impotentes una estructura
circular cerrada, en la que se están afrontando posiciones políticas de
imposible realización presentadas por el contrario como inamovibles por las
partes en liza, y en donde los planteamientos de transformación social que
caracterizan a las posiciones de izquierda y progresistas resultan
permanentemente bloqueadas y hostigadas. Tiene una gran virtualidad rupturista pero bloquea el desarrollo de otros procesos emancipatorios en el resto del Estado. Esa es la base del malestar con el que
tantas personas contemplamos las vicisitudes del proceso de “desconexión” que
se está planteando en Catalunya.
II
El impulso soberanista catalán se inscribe en el contexto de los procesos
destituyentes que tuvieron lugar entre 2014 y 2015 en España y que se centraron
en el cuestionamiento no sólo de las medidas concretas en las que se había
encarnado la política de austeridad y la construcción autoritaria de la salida
a la crisis, sino en la impugnación de aspectos esenciales del marco
constitucional exigiendo un cambio político profundo que alcanzaba la forma y
la estructuración del estado, pero también la opacidad de la política y la
degradación de las condiciones de vida y de trabajo. La reivindicación del
derecho a decidir sobre la integración de la nación catalana en el conjunto del
estado español o como estado independiente implicaba afirmar no sólo el
carácter plurinacional que se quería rescatar de la visión de España como
“nación de naciones”, sino asimismo la pluralidad existente en la sociedad catalana
que se proyectaba así sobre la “vieja” y la “nueva” política, constituyendo un
punto de partida mayoritariamente aceptado por motivos sin embargo muy
diferentes por los distintos sujetos políticos y sociales más relevantes en
Catalunya.
El resultado electoral a nivel del Estado que se produjo en diciembre del
2015, mostraba una correlación de fuerzas muy inestable, pero con una presencia
hasta el momento desconocida de las fuerzas partidarias de un cambio político
profundo. Como se sabe, el desarrollo de ese período parlamentario no tuvo la
solución que debería haber obtenido y la repetición de las elecciones en junio
del 2016 desembocó en la peor de las fórmulas posibles, con la continuación del
gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PSOE, que era plenamente
inidóneo para enfocar, entre otros muchos temas, el problema catalán. Que a su
vez iba conformando un polo independentista de manera irregular e inconstante,
desde la declarada innecesariedad del referéndum al comienzo y las elecciones
“plebiscitarias” después, que no lograron su objetivo, hasta la recuperación
del referéndum posteriormente, con el compromiso de la desconexión del Estado
español y la creación de una república catalana, acompañado de una
reformulación de las identidades políticas de la antigua Convergencia y la
explosión de fenómenos de corrupción asociados a esa “marca política” a través
del fundador de la misma que se acumulaban al panorama general que asediaba al
PP desde las diferentes operaciones judiciales que estaban en marcha.
Se ha ido produciendo a partir de ahí un proceso de apropiación del derecho
a decidir como opción política que compartían amplias capas de la población
catalana por parte de los grupos que conforman la mayoría parlamentaria del
parlamento catalán, de manera que se ha presentado el referéndum convocado para
el 1 de octubre como la expresión única de este derecho de autodeterminación.
La pluralidad de opciones políticas soberanistas o federalistas que
reivindicaron ese derecho a decidir han sido excluidas de este proceso, mientras
que enfrente se fortalece un polo – dentro y fuera de Catalunya – que niega el
referéndum y su virtualidad dirimente y que utiliza el mecanismo de apropiación
empleado por el independentismo catalán para rechazarlo de plano. En ese
proceso de condensación, las posiciones alternativas que reclaman que todas las
opciones políticas se sientan llamadas a participar y que objetan que el
referéndum convocado carece de garantías suficientes para poder ser aceptado
tanto desde el punto de vista político como desde el reconocimiento
internacional, son hostigadas por parte del independentismo como “traición” a
la identidad nacional - subrayando las
coincidencias entre la izquierda y la derecha españolista – y por parte del otro
polo conservador por su “ambivalencia cómplice”, en una convergencia que tiene
en el Ayuntamiento de Barcelona su objetivo principal.
La operación de desconexión plantea problemas jurídicos muy importantes,
que en el estado actual de las cosas sólo admite una resolución negativa por
parte del Estado español con el aval del Tribunal Constitucional cuya ley
ordenadora se ha reformado de manera expresa para poder dirigir y controlar
estos movimientos. El gobierno de España desplaza al Tribunal Constitucional la
responsabilidad en la toma de decisiones sobre este asunto, que por otra parte,
al gozar de toda la atención mediática, impide que la opinión pública conozca
la deriva cada vez más recentralizadora de este órgano en sus últimas decisiones
sobre aspectos importantes de la asistencia sanitaria o del gasto farmacéutico,
por ejemplo. En cuanto a la producción
jurídica de la Generalitat, la ley de convocatoria del referéndum, que no
requiere un quorum de participación
para considerar vinculante el resultado, y la ley denominada de transitoriedad
jurídica y fundacional de la república catalana, que la mayoría parlamentaria catalana
ha impedido que se admitieran y debatieran enmiendas a la misma y cuya entrada
en vigor se pospone a una publicación sin fecha cierta, son textos de eficacia
jurídica incierta y de validez remota para el ámbito de aplicación al que van
destinadas. A su vez, sin que exista una negociación sobre las materias
competencias del Estado, es ilusorio afirmar una transición ordenada de
prestaciones sociales y de impuestos desde el Estado español, y la relación con
la Unión europea como futuro estado miembro es algo inconcebible sin que
previamente se haya iniciado un proceso de organización de la posible secesión
de Catalunya del Estado español.
Además, para un iuslaboralista, el problema de la independencia requiere considerar
aspectos que normalmente no se mencionan en el debate político actual. Uno de
ellos se refiere a la posición que Catalunya puede ocupar en el proceso
avanzado de globalización, puesto que cada vez más los procesos globales pueden
prescindir de la jerarquía de los estados-nación y articularse directamente con
cierto tipo de territorios y de actores locales, lo que es especialmente cierto
respecto de las ciudades globales, donde la economía global es organizada,
gestionada y financiada. La reflexión sobre el soberanismo y sus consecuencias
en orden a la conexión o desconexión del territorio de Catalunya respecto del resto
del Estado español tiene que tener en cuenta esta relación con el sistema
económico global y en qué medida la opción elegida es más funcional a la
inserción en éste, lo que converge con la discusión sobre la incorporación a
Europa y a la zona euro, pero lo trasciende y afecta fundamentalmente a los
agentes económicos e instituciones financieras que contemplan el proceso en
curso.
El segundo tema es el de la contigüidad histórica y material de las clases
trabajadoras catalanas con las del resto del Estado español. Las figuras
sociales a través de las cuales éstas se organizan son compartidas con el resto
de España, en una perspectiva confederal que resulta muy interesante tener en
cuenta en orden a comprender que una parte significativamente decisiva de la
sociedad catalana no se expresa de manera diferente en los diversos territorios
del Estado y que por tanto no pueden concebir una estructuración administrativa
y política que escinda de manera definitiva los vínculos de nacionalidad entre
Catalunya y España. El hecho de que los sindicatos más representativos, la
Comisión Obrera Nacional de Catalunya y UGT – Catalunya, reivindicaran el
derecho a decidir en el 2016 y en el momento presente hayan rechazado el
referéndum del 1-0, revela los límites de este proceso de apropiación de una
perspectiva plurinacional del Estado español por parte del independentismo
catalán desde el punto de vista de los sectores organizados de las clases
trabajadoras.
III
Todos los casos que se conocen de ejemplos democráticos de reivindicaciones
de autodeterminación de territorios de un estado, como Quebec respecto de
Canadá o Escocia respecto del Reino Unido, han sido precedidos de una
negociación amplia y exhaustiva tanto sobre las condiciones del referéndum
como, fundamentalmente, sobre los elementos transicionales que se pueden
desarrollar si la consulta diera un resultado favorable a la separación del
Estado al que antes pertenecía. Esta es asimismo la condición previa que
requiere el reconocimiento internacional de estas consultas populares, además
del envío de los correspondientes observadores de la imparcialidad del acto
electoral. Estos presupuestos faltan en España, y el gobierno del PP no está
dispuesto a entablar un diálogo que le sitúe más allá de los márgenes de autogobierno
que establece el actual Estatuto de Autonomía, interpretados de la forma
restrictiva que establece el Tribunal Constitucional. El gobierno sabe además
que el manejo inteligente de este enfrentamiento institucional con la
Generalitat refuerza las posiciones españolistas mayoritarias en el resto del
Estado que el PP hegemoniza, por lo que no está tampoco interesado en abrir
ninguna vía al diálogo, que no le reporta nada en términos de consolidar su
base social. Desde el independentismo catalán, se está alentando un proceso que
se da por seguro cuando es evidente que su realización es más que problemática
y puede poner en riesgo a funcionarios y empleados públicos cuya participación
en el referéndum no puede ser sino a título voluntario y no en función de su
relación de empleo. Un creciente número de ciudadanos y ciudadanas catalanas
han anunciado públicamente que no irán a votar en el referéndum del 1-0, y esa
desafección voluntaria puede multiplicarse ante las dificultades evidentes para
abrir las sedes electorales y custodiar las urnas.
Casi de común acuerdo, todos los actores políticos están pendientes de lo
que vaya a suceder después del 1-0, perdiendo interés por lo que arroje un
referéndum que todos dan por amortizado. Y mientras que para el gobierno del PP
el resultado será en todo caso un triunfo de la legalidad nacional y de la
posición de firmeza y autoridad sostenida, para la Generalitat marcará la
convocatoria forzosa de unas elecciones en las que es muy posible que se
produzca una polarización del voto en las listas de Esquerra Republicana,
desplazando la hegemonía que en el nacionalismo catalán tenía CiU con el PdeCat
como heredero forzoso, de una parte y de otra, en paralelo, un fortalecimiento
de Ciudadanos como la lista no independentista más clara y radical, sin que
haya un papel muy preponderante para las opciones socialistas o de Catalunya en
Común aplazando por tanto la apertura de un proceso de discusión colectiva,
política y social, sobre esta problemática.
La cuestión más complicada es que en ese momento la izquierda progresista
carece de un proyecto al respecto que tenga influencia decisiva en la sociedad
catalana ni en la española, más allá de sostener principios muy fuertemente
anclados en valores de respeto democrático y de la pluralidad ideológica que la
caracteriza. Tampoco a nivel del Estado tras el 1-0 se prevén cambios
significativos en el horizonte político, sin que el previsible incremento de la
conflictividad salarial en torno a la negociación colectiva, y la continuidad
de las luchas contra la privatización y la precariedad, junto con la
reivindicación de los servicios públicos en especial sanidad y educación, vaya
más allá de esta dimensión socio-política en la que se despliegan y pueda ser un detonante de un rumbo diferente
que construya alianzas políticas capaces de alterar el equilibrio actual de
poderes.
Ese estancamiento de la situación política, unida a la frustración de
sectores del independentismo que han sido convencidos de la irreversibilidad de
las decisiones adoptadas por su gobierno en torno a un nuevo estado catalán
organizado en forma de república, contribuye al enrarecimiento evidente del
clima de convivencia civil en Catalunya a partir de estos últimos
acontecimientos y plantea serios interrogantes respecto a la solución
democrática del mismo. La Constitución española tampoco ayuda a encontrar una
salida, clausurada ante un esquema de organización territorial que ha sido
progresivamente cerrado por una jurisprudencia extremadamente centralizadora y
antiautonomista del Tribunal constitucional, cuya composición no parece poder
desmentirse en años sucesivos y que está condicionado por un sistema de reforma
que dificulta extraordinariamente cambios importantes en sus estructuras
centrales.
No se ve por tanto cómo sea posible romper esa estructura circular cerrada
en las circunstancias actuales. Pero hay que eludir las situaciones de
anquilosamiento político porque suelen dar lugar a soluciones autoritarias que
pretenden poner fin a las mismas. El sistema democrático tiene que encontrar
formas de sortear esta posibilidad más que probable si el estancamiento
persiste y el problema catalán no se reconduce a unos cauces de negociación y
de debate del nuevo modelo de integración en el Estado español, como deseamos
muchos.
Bueno. Lo único bueno de todo esto es que pueden abrir la Reforma de la Carta Magna y poder decidir sobre como cerrar el proceso del 78. Nunca se cerró, y por ende LA III REPUBLICA sería buena. Pero como señalas cada vez más LOS ESTADOS no controlan la economía y otras cuestiones que se dejan en manos del mal llamado COMERCIO INTERNACIONAL. Complicado pero no imposible. La Comunidad del Planeta parece prehistórica porque no ha aprendido nada, bueno sí, ha aprendido que el planeta tiene fecha de caducidad, y depende de este siglo XXI que dure 2000 años más o que se vaya al carajo. BUEN CURSO 2017-2018. En Zaragoza como siempre. Salud y República.
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