Antes del verano, la editorial Trotta publicó un
interesante libro de Albert Noguera que tenía por título “El
sujeto constituyente entre lo viejo y lo nuevo”, y solicitó al titular de este
bitácora que entablara un diálogo con el autor sobre los temas suscitados en
esta obra. El resultado fue en efecto una conversación
que ha sido publicada en septiembre por el blog de la editorial Trotta y que se
puede encontrar en esta dirección EL BLOG DE LA EDITORIAL TROTTA. Con el permiso de la editorial se reproducen en esta entrada algunas de las
reflexiones sobre el libro y las respuestas del autor en torno a un tema
actualmente muy relevante, los procesos constituyentes, en torno a la
experiencia española reciente a partir y alrededor del 15-m. Hay quien
entendería que la discusión sobre “lo constituyente” está cobrando una
actualidad evidente en torno a la “cuestión catalana”, un banco de pruebas
inmejorable para un discurso sobre la tensión constituyente/destituyente, pero en este diálogo el tema no asoma,
sin que ello le haga perder a mi juicio interés ni actualidad.
1.- El libro presenta una sugerente exposición sobre la
noción de sujeto constituyente en el marco de la teoría política y el derecho
constitucional, que ha suscitado muy buenos comentarios entre sus lectores. Se
trata desde luego de un problema teórico y político que ha cobrado excepcional
relevancia en el curso de los procesos de movilización entre el 2014 y el 2015
y sobre el que trabajó, desde otra perspectiva, Gerardo Pisarello en otro libro
también publicado en Trotta hace un poco más de un año, en julio de 2016, Procesos constituyentes, caminos para la
ruptura democrática. Sin embargo, me parece que a partir del impasse generado en España a partir de
la convocatoria de nuevas elecciones y la formación de un nuevo gobierno del
Partido Popular con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PSOE, el tema ha
quedado un tanto oscurecido. Uno de los indudables méritos de tu obra es
rescatarlo y aislarlo como problema. Lo que me pregunto es que si esa
consideración del objeto de estudio supone reconocer su “cierre” como tema de
actualidad, para por el contrario abrir su significado retórico, metafórico,
que puede ayudar a soportar la construcción de alternativas estratégicas,
“explicando” un modo de estar en la política entendida no como administración
de lo existente, sino como un proyecto de profunda transformación social.
No estoy de
acuerdo en la afirmación de que con el fin del ciclo de luchas abierto en 2011
y la investidura de Gobierno se haya “cerrado” la cuestión del sujeto
constituyente y ésta sea hoy una discusión más retórica o teórica que práctica.
El error de esta afirmación es que no entiende ni la naturaleza ni el lugar
natural del Sujeto constituyente. Presenta éste como algo temporal cuyo lugar
propio es la superficie política. En cambio, para mí, el sujeto constituyente
es algo permanente cuyo lugar natural es el subsuelo político. Sólo si se
percibe el sujeto constituyente de esta última manera es que se puede entender
el carácter profundamente práctico que hoy tiene el libro.
Que quiero
decir con esto? Creo que a partir del 15-M se impone una concepción
teórico-política equivocada del sujeto constituyente. Se tiene la idea de que
la forma sujeto constituyente es algo excepcional y temporal propio de momentos
de crisis orgánica del sistema y luego desaparece. El 15-M pone en boga en
España las tesis del acontecimiento de Rancière,
Badiou y otros, según la cual primero son los acontecimientos y luego el
sujeto. Es decir, se afirma que por razones de azar hay veces en la Historia
que ocurren acontecimientos políticos y estos dan lugar, a continuación, a la
aparición de un sujeto constituyente espontaneo. La colectividad toma
conciencia en aquel instante de la excepcionalidad del momento y se pone al
servicio del mismo, dando lugar a una explosión de participación y conformándose entonces en sujeto
constituyente. Así se ha interpretado el 15M. Esta concepción se basa en dos
ideas: la primera es que los sujetos constituyentes se conforman
espontáneamente en la superficie política de manera retransmitida. Y la
segunda, es que son temporales, al cerrarse la “ventana de oportunidad” el sujeto
constituyente desaparece, debiendo esperar a otro momento histórico para que
vuelva a aparecer. Entendido de esta manera sí que podríamos decir que
finalizado del ciclo de luchas abierto en 2011 y con la investidura de Gobierno
se ha “cerrado” la cuestión del sujeto constituyente y ésta es hoy una
discusión más retórica que práctica.
Sin embargo,
como decía, creo absurdo pensar que la historia son momentos instituyentes que
se dan por azar cada x años y que en medio de ellos no pasa nada. Para mí el
sujeto constituyente no es algo temporal sino permanente y su lugar natural no
es la superficie sino el subsuelo político. En momentos de normalidad del
sistema, los espacios de visibilidad, los que el sistema presenta como
representación de sí mismo, son las instituciones del Estado y del capital.
Estos son lo que Luis Tapia llama la
superficie política. Pero ello no quiere decir que no pase nada más ni que no
existan en la sociedad otras redes y prácticas invisibles de crítica y
apropiación, gestión, organización y dirección alternativa de los procesos
sociales y políticos, en movimiento continuo que conforman el subsuelo
político. Se trata de la red de movimientos sociales y formas de asociatividad
popular. Todas estas conforman un sujeto constituyente permanente cuyo lugar
natural es el subsuelo político. Y ni los momentos constituyentes no se dan por
azar ni los sujetos constituyentes aparecen de manera espontánea. Estos se dan
a partir de una relación dialéctica entre medio social y sujeto social que
permiten al sujeto constituyente permanente una oportunidad coyuntural para
emerger del subsuelo a la superficie política e intentar asaltar el poder.
Estos son momentos excepcionales, pero fuera de ellos, el sujeto constituyente
continúa existiendo de manera permanente y su lugar natural de conformación y
vida es el subsuelo político, aquí es donde se prepara y arma ideológicamente,
discute su estrategia, su discurso, su organización, etc. para cuando llegue el
momento.
Entendido de
esta manera y no de la primera es que se entiende por qué digo que este libro
no tiene un carácter retórico y teórico sino fundamentalmente práctico. Este
pretende aportar una caja de herramientas para que los movimientos sociales, de
naturaleza permanente y ubicados de manera natural en el subsuelo político,
discutamos la forma de organización, estrategia, discurso, etc. que nos permita
estar preparados para que cuando se dé la próxima oportunidad de emerger a la
superficie, poder afrontarla con garantías de sumar al máximo número de gente y
de transformar de raíz el sistema.
2.- El hilo de desarrollo sobre el sujeto constituyente
desemboca en una “modelización” de la democracia declinada en plural, lo que
naturalmente implica un planteamiento que rechaza correctamente la idea de que
el modelo liberal-democrático es la única versión posible de la democracia que
excluye cualquier otra noción que no reúna sus rasgos teóricos y políticos
distintivos. Los riesgos de esta modelización – frente a las ventajas
didácticas de la misma – se encuentran en el esfuerzo de su propia
delimitación, porque pareciera que el resultado es el de modelos puros, sin
capacidad de contagio o de mezcla entre ellos. Resulta así que la consideración
de la democracia parlamentaria sostenida por un sistema de partidos aparece
como un modelo “acabado”, cuando posiblemente sería más cierto definirlo como
en decadencia, lo que permitiría además desarrollar más extensamente la
relación de este modelo con el espacio de la soberanía como legitimación del
sistema. En el libro hay una interesante apreciación sobre la sociedad política
como espacio de ejercicio de soberanía disociado del de la titularidad de la
misma, que a mi juicio debería derivarse hacia un discurso sobre la
representación como elemento clave de esta forma de gobierno que es asimismo
una situación de dominio. Esta consideración crítica hacia la democracia de
partidos posiblemente requiera una mayor reflexión en ese sentido, que atienda
a los espacios abiertos por el sistema de representación en el seno de la propia
tecnificación de este mecanismo de sustitución del ejercicio del poder
político.
Es cierto que
el libro teoriza tres modelos o tipos ideales de democracia construidos a
partir de la conexión entre fenómenos empíricos y elementos valorativos
generales y que como tipos ideales que son, se caracterizan por ser modelos
acabados con consistencia lógica y falta de contradicción interna. Sin embargo,
en el propio libro afirmo que la mayoría de veces en la historia tanto la forma
del sujeto constituyente como de democracia emergente son formas híbridas de
los modelos puros descritos. Por tanto, en ningún momento buscan tener carácter
de realidad absoluta, sino tan sólo constituir un instrumento formal para la
comparación de realidades empíricas a fin de poder describirlas con conceptos
comprensibles lo más unívocos posibles y comprenderlas y explicarlas con
imputación causal.
Pero aclarado
esto, creo que pones sobre la mesa una cuestión clave. Estamos de acuerdo que
la tendencia actual, especialmente con la decadencia y deslegitimación de la
democracia pura representativa de partidos que señalas, obliga,
inevitablemente, a dejar atrás el modelo puro o acabado de democracia
liberal-representativa y avanzar hacia formas híbridas que articulen elementos
propios del modelo representativo y del participativo. Y ello, como también
señalas, requiere otra reflexión de fondo que a mi entender es la de ¿cómo articulamos
o hibridamos la esfera de lo representativo y los partidos y la de lo
participativo y lo popular? Aquí creo que existen, al menos, dos opciones: como
armonía o como conflicto.
Si entendemos la relación entre lo
representativo y lo participativo de forma armónica, los mecanismos
participativos se conciben, básicamente, como técnica de corrección frente a
las desviaciones de la democracia representativa. La participación se concibe
en este sentido no tanto como una alternativa totalizante al modelo de
democracia liberal-representativa sino como a instrumentos técnicos que
posibilitan parchear este modelo con elementos tomados del área de la
democracia directa. Por tanto, se trata de elementos técnicos correctores
capaces de revitalizar los desgastados esquemas del modelo
liberal-representativo. Para poner un ejemplo, podemos ubicarnos en la
Constitución de la República de Weimar. La fuerte crisis por la que estaban
atravesando los esquemas parlamentarios, hizo que diversas técnicas de la
democracia directa, como el referéndum, reaparecieran entonces como uno de los
correctivos más adecuados a la tarea de reconstrucción racionalista del
parlamentarismo. Max Weber se
refería, en Economía y Sociedad, al
referéndum como “un instrumento de desconfianza frente a Parlamentos
corrompidos". Esta era pues la
nueva intención instrumental o la nueva funcionalidad correctora, no
trasformadora, con que empezaban a ser pensadas tales técnicas de
participación.
Por el contrario, si entendemos la
relación entre lo representativo y lo participativo de forma conflictiva, la
participación está, estrechamente, vinculada a dos aspectos: uno, a la crítica
al orden estatal y económico liberal. Aquí los procesos participativos no son
solamente la construcción de un sujeto colectivo participante como “cuerpo
electoral” formal con la finalidad de “ser consultado en” o “formar parte de”
los procesos decisorios del Estado, sino que son movimiento donde el sujeto
colectivo se construye a partir del conflicto estructural con los propios
principios de organización política de la sociedad y formas de distribución de
la riqueza social. El sujeto colectivo se construye a partir de un antagonismo
estructural contra el sistema. Y otro, a la concepción de la participación como
estrategia de transición. Ello implica entender la participación como
desbordamiento de las estructuras estatales, las instituciones políticas y sus
relaciones de distribución, para reorganizar formas alternativas de
apropiación, gestión, organización y dirección de recursos y procesos sociales
y políticos. En resumen, aquí la participación es la politización de los
diferentes tipos de escasez o precarización social, de la que emana una acción
colectiva participante que desborda los espacios institucionales estatales para
crear nuevas realidades. Esta última forma de hibridación entre lo
representativo y lo participativo como conflicto creo que debe ser la fórmula
buscada por una izquierda constituyente.
Excelente contenido, mis felicitaciones para Albert Noguera, y por supuesto, al maestro que pregunta. Resulta importante resaltar el tema del sujeto constituyente como la expresión de las colectividades dentro de la sociedad y sobre todo la focalización de necesidades sociales dentro de las cuales la participación social debe tomar protagonismo para el cambio de las realidades, en este sentido, la clase obrera ya tiene camino recorrido cuando se trata de la participación para el cambio de realidades ante las problemáticas sociales que enfrentan. Desde Nicaragua, que avanza dentro de un sistema participativo y comunitario, un abrazo. Alejandro Taleno Rueda.
ResponderEliminar