martes, 5 de diciembre de 2017

MÁS ALLÁ DE CATALUÑA: REFLEXIONANDO SOBRE EXPERIENCIAS EXTERIORES



Han comenzado las elecciones en Catalunya y es previsible que desde hoy hasta el 21 de diciembre sea este el tema que ocupe la mayor parte de las opiniones, comentarios y reflexiones en prácticamente todos los medios de comunicación y en las redes sociales. Puestos a votar, los programas son importantes pero lo son mucho más las personas, como se ha visto en la crisis que culminó con la anulación del autogobierno de Catalunya merced a la aplicación del art. 155 de la Constitución, con la estatura gigantesca de Joan Coscubiela.El titular de este blog no puede votar, por razón de su residencia, en las elecciones catalanas y por tanto su implicación sólo pasa por recomendar a las amigas y amigos que si tienen derecho al voto en esa cita electoral que dirijan su decisión hacia la lista en la que se integra Joan Carles Gallego, una persona que por su trayectoria sindical, su pensamiento crítico y su presencia personal, más allá de su compromiso político en este momento con lo que por estas sedes madrileñas y manchegas llamamos “los comunes”, merece claramente el apoyo de tantas y tantas personas que quieren de buena voluntad una resolución pactada, no humillante, para la “cuestión catalana”. (Dicha sea esta recomendación de voto con la humildad del foráneo y el respeto a otras opiniones de amigos y compañeros que se decantan por otras opciones naturalmente legítimas y que consideran más ajustadas).

El caso es que de alguna manera la consideración de la cuestión catalana como el único problema y la única noticia a la que poder referirse, genera una cierta incomodidad porque esta homogeneización temática no sólo disimula hechos nefandos de corrupción, sectarismo y arbitrariedad del gobierno y de alguno de sus aliados más tensionados, Ciudadanos, que está ampliando el espacio de exclusión política más grande que se conoce en la historia constitucional española. También oculta procesos sociales de resistencia y de avance social, la renovación del conflicto en el marco de la negociación colectiva, iniciativas ciudadanas y sindicales, proyectos de regulación de aspectos centrales de la existencia y del trabajo. Y, por si fuera poco, concentra la atención en el nivel estatal-nacional, descuidando lo que sucede en la Unión Europea, las tendencias presentes en los estados miembros de la Unión que puedan resultar de interés para nuestra vivencia cotidiana y, desde luego, dejando de lado hechos fundamentales que están definiendo la globalización financiera y la consolidación de su dominio en áreas cada vez más importantes de nuestro planeta.

Un área especialmente descuidada es la de América Latina, dejando de lado el manido recurso a Venezuela como espejo deformado de los ataques a la coalición de Unidos Podemos. Tradicionalmente sin embargo, los medios de comunicación se permitían informar sobre los procesos políticos y económicos en América Latina con cierta profusión. Hoy la mirada que nos devuelven sobre los mismos está demasiado contaminada por intereses económicos directos derivados de la participación financiera de editoriales y periódicos, y por una sobre exposición al ideario neoliberal como guía de lectura de estos acontecimientos.

Por eso en esta semana de puente en la que se festeja el 39º aniversario de la Constitución española y la castiza festividad de la Inmaculada Concepción, la Purísima, dogma de fe desde la bula Ineffabilis Deus de 1854 - 163 años hace - , el blog se va a llenar de estas referencias latinoamericanas. La primera la brinda un artículo breve de Tarso Genro, exponente destacado del PT brasileño, en el que de manera muy sintética cuestiona la deriva anti social en la que se ha embarcado el gobierno brasileño tras el golpe de estado – golpe blando, del que hablaremos en otras entradas – y la necesidad de una nueva estrategia de propuesta y de proyecto que se reapropie del Estado y de su función redistributiva.

Es el siguiente:

LA ANARQUÍA DEL MERCADO PERFECTO
Tarso Genro


Una bomba atómica social que va a estallarle al próximo gobierno, cuyos efectos son todavía imponderables, es la desorganización social y productiva que será causada por la reforma laboral brasileña, particularmente por la aplicación desenfrenada del trabajo intermitente y precario, de acuerdo con las reglas ya vigentes de una parte, y la interposición de personas jurídicas como trabajadores autónomos (PJ, la llamada “pejotización”) acelerada, que transformará una buena parte de la mano de obra asalariada en falsos empresarios de si mismos. La caída en la cotización que financia la Previsión Social, el sentimiento de desresponsabilización del trabajador nómada con los destinos de una empresa tomadora “eventual” de sus servicios y la ausencia de pertenencia a una comunidad social – aquella comunidad primaria solidaria que es la base de una sociedad de convivencia, como afirmaba Durkheim – va a tener severas consecuencias políticas y económicas.

Estamos tratando de una sociedad, la brasileña, en la que la mayoría de los trabajadores, si perdieran algo, saldrían directamente de la pobreza decente a la miseria doliente, a diferencia de las sociedades europeas, más desarrolladas en términos sociales y de organización estatal, en la cual los trabajadores que pierden algo con reformas de esta naturaleza transitan desde sus condiciones de consumo – con una cierta holgura para la supervivencia – hacia un patrón de consumo cercano a la pobreza, no definida  todavía como miseria. Las grandes transformaciones tecnológicas que han ocurrido durante los últimos 30 años han sido apropiadas íntegramente por los ricos y por las clases dirigentes, en los países de mayor concentración de renta, cuya situación de clase permitió una mayor influencia sobre el contenido de las reformas.

En verdad, puede afirmarse que el contrato social demócrata, que se expandió por el mundo, en formas dramáticamente diferentes en cada país, generando políticas sociales de protección a los más excluidos (como políticas compensatorias) o propiciando conquistas salariales importantes (en vastos sectores de las clases trabajadoras), llegó a su fin. Los sujetos políticos y sociales que componían las clases trabajadoras de la segunda revolución industrial y las burguesías industriales que les correspondían, al mismo tiempo que van perdiendo su fuerza política, pierden también su capacidad de negociación para la instauración de contratos políticos “sectoriales” que ya no son tolerados por la “furia” de la acumulación financiera. Esta transforma toda la sociedad en función de sus necesidades: acumulación con menos trabajo productivo, en sentido clásico y “rentismo” transformado en red de intereses legitimados por los grandes medios de comunicación.

Es obvio que una lucha de resistencia debe emprenderse en los tribunales en defensa del sistema de protección constitucional que supone la Consolidación de Leyes Laborales (CLT, el código de trabajo brasileño) que todavía podría permitir contratos de trabajo decentes para una gran parte de trabajadores “por cuenta ajena”, especialmente aquellos que viven con los mínimos profesionales marcados en los convenios colectivos o con el salario mínimo, que ya está siendo corroído de forma acelerada. Pero es hora también de pensar en otro sistema de tutelas, a partir del Estado, para repartir, que no sólo se cifre en el derecho al trabajo remunerado previsible – trabajaremos menos para que trabajemos todos – como para repartir los beneficios de las transformaciones tecnológicas en curso y que hasta ahora solo fueron apropiadas por una minoría privilegiada, ni siquiera el uno por ciento de la población económicamente activa.

Tenemos que pasar de una visión de “renta mínima obligatoria” como derecho ciudadano debido independientemente de que la persona pueda trabajar o no, a una “socialización del derecho al trabajo” como “derecho a una renta mínima de trabajo productivo” o de los servicios prestados a la sociedad, sea cual fuera el tipo de prestación, para que la destrucción de la cohesión social que se avecina sea corregida, desviando los rumbos del desastre social al que el golpismo nos ha conducido.
No se trata, en mi opinión, de una revolución, sino de una poderosa reforma neo-socialdemócrata, que capture el Estado por el pueblo soberano y retire la organización estatal de su condición de mero administrador de la deuda pública. El verdadero populismo que nos asola es el populismo del mercado perfecto, que ha sido “vendido” por los grandes medios de comunicación a las clases trabajadoras y sobre todo a los sectores medios, convenciéndoles que la única salida es “el fin del Estado Social”, una especie de anarquía al gusto del capital financiero, que transforma la vida en una pesadilla que la mayoría vive en la soledad de la precariedad y del trabajo intermitente.


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