El jueves 22 de febrero se celebró en el Círculo de
Bellas Artes un homenaje a Javier
Martínez Lázaro, magistrado de la Audiencia Nacional que falleció el 17 de
septiembre del 2017. La idea erala de rememorar todas las etapas de su vida,
como líder estudiantil, abogado del metal de CCOO, miembro relevante de Jueces
para la Democracia, miembro del consejo General del Poder Judicial y finalmente
magistrado de la sala de lo penal de la audiencia Nacional. Cada una de estas
facetas era comentada por algunas de las personas que le habían conocido en
esos tiempos. El homenaje fue enormemente concurrido, más de 400 personas
abarrotaron la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, y la
alcaldesa Manuela Carmena fue la primera que intervino después de la
presentación de Jose Maria Fernández
Seijo. Una crónica bastante circunstanciada del acto se puede consultar en el
digital Confilegal , en el siguiente
enlace: Homenaje a Martinez Lazaro, un hombre en el buen sentido de la palabra bueno.
Fueron muchas las intervenciones, como se ha dicho, glosando los distintos
aspectos de la personalidad de “Tito” que se entremezclaba con todo un tiempo
histórico de lucha por la democracia y la libertad. De entre ellas, destacamos
para su publicación en este blog las palabras que le dedicó su compañero en la
Audiencia Nacional y gran amigo, Ramón
Sáez, que fueron unánimemente comentadas por su belleza y su exactitud en
el retrato. Merecen la pena, como podrán comprobar los lectores y lectoras de
este sitio.
Palabras para Tito de su amigo Ramón
(22 febrero 2018).
Recurro
a tres ideas para evocar la memoria de Javier y elogiar al amigo: la verdad, la
cultura y la esperanza. (Ahora Tito me susurra: Ramón, no te pongas estupendo.
Pero esta vez, querido, tampoco te haré caso, por respeto a la memoria de Max
Estrella, aquel genial personaje a quien tantas veces encontramos en las rondas
nocturnas por la ciudad.)
1.-
La verdad. En un hermoso texto sobre la figura y la tarea del periodista, y
Tito lo fue, que prologaba una recopilación de artículos titulado El reportero frenético, uno de los
libros mas vendidos en la República de Weimar, Egon Kisch –checo-alemán judío
comunista y de buena familia, como se presentaba-, en una clave que nos resulta
bien contemporánea, consideraba que su mundo estaba inundado de mentiras, se había
olvidado de sí mismo y se regodeaba en las falsedades, de ahí que, afirmaba,
«nada es mas asombroso que la simple verdad, nada más exótico que lo que nos
rodea, nada más imaginativo que la objetividad. Y nada hay mas sensacional que
el tiempo que nos ha tocado vivir». La sentencia de Kisch, el mismo personaje y
sus artículos, causarían delicia a nuestro amigo. Es más, la afición a la
verdad, la pulsión por la objetividad, la capacidad de atender especialmente, y
de gozar también, de aquello que nos rodea eran valores y sentimientos que formaban
parte del carácter y de la personalidad de Javier.
2.-
La cultura. Tito regresó a la jurisdicción en noviembre de 2007, después de
siete años en el Consejo, lo que hizo posible que compartiéramos intensamente
espacio y tiempo de vida, que aprovechamos para aprender de la amistad y del
respeto al otro, en un clima de afecto y complicidad. El camino de vuelta al
tribunal se desenvuelve, lo quieras o no, en un plano descendente: del gobierno
de los jueces a miembro del colectivo gobernado –aunque Javier sabía que en
materia de jurisdicción no hay nada que gobernar, así lo exigen la separación
de poderes y la potestad de decir el derecho que le corresponde en exclusiva al
juez en el proceso. El retorno a esa realidad, ya conocida, requiere de una
adaptación emocional e intelectual que Javier llevó a cabo con la humildad y la
fuerza que le caracterizaban.
Le
irritaba la falta de medios de la Audiencia Nacional, «el fuerte», como
llamábamos a nuestro tribunal parangonando con ironía metáforas gloriosas con
las que había sido nombrado. (La ironía es una estrategia universal de
supervivencia que Tito manejaba con maestría.) Se encontró con expedientes de
papel que eran auténticos mamotretos, compuestos por miles de folios unidos sin
orden ni concierto, de manera arbitraria, y sin un índice que le permitiera
transitar por ellos. Tenía razón: sin instrucciones de uso eran, físicamente, inmanejables.
Hay muchas anécdotas que recordamos quienes compartimos aquel tiempo y que nos
hacen sentir la ilusión de que sigue acompañándonos. En realidad nos acompaña,
de otra manera.
Por
lo demás, el reciclaje que hizo nos brinda una lección. Lo habíamos hablado en
alguna ocasión a propósito de la formación del juez: la necesidad de la cultura
para hacer un buen juez, de cultura jurídica y de cultura general. Porque una
persona culta, que posee conocimientos, como era su caso, del derecho, de la
historia, la economía, la sociología y la política, que se informa, que
disfruta de la ficción literaria y cinematográfica, está mejor dotada para
construir el conflicto objeto del proceso, para analizar la prueba y elaborar
el hecho, para decidir aplicando la Constitución y la ley. Es algo que pudimos
aprender también trabajando a su lado: la
importancia de la cultura. La labor del juez es de naturaleza intelectual, lo
que demanda, aparte de la técnica jurídica y de conocimientos humanísticos, de
una cultura democrática de las libertades y los derechos. (Si los jueces, y en
general los decisores públicos, tuvieran el hábito de la cultura de los
derechos -que es heredera del pensamiento ilustrado- no asistiríamos a la
involución que representan la criminalización de la palabra sin incitación, la
censura del arte, la persecución de creadores y de obras de ficción.)
3.-
La esperanza. Cuando nos enfrentamos al recuerdo del amigo aparece, como un
lugar común, su optimismo. Sin embargo, yo creo que, más allá del punto de
vista, Javier se identificaba con una tradición que se sustenta en la esperanza
de un mundo mejor, lo que le determinaba a actuar aunque la empresa pudiera
estar abocada a la derrota. Lo importante era plantar cara a la infamia,
denunciarla, hacerla pública. Porque más que la injusticia, duele la sumisa
aceptación de que las cosas son así y no se pueden cambiar. La desesperanza -de
la que hablara Bertolt Brecht en sus versos de exilio A los hombres futuros- surge por la constatación de la falta de
rebelión o de respuesta ante la injusticia. Lo recordaba hoy Santiago Sierra
comentando la retirada de su obra de la feria de arte: peor que lo que ha
pasado es lo que no ha pasado, es decir el silencio de galeristas y creadores. Frente
a la servidumbre voluntaria que se impone como conducta políticamente debida,
Javier reaccionaba ante toda forma de injusticia que detectara. Ni callaba ni
otorgaba, sin reparar en evaluaciones utilitaristas y sin temer al fracaso. Solo
por ello –aunque sabemos que hay mucho mas en su haber-, por estos gestos de
hombre justo, su vida ha tenido sentido y es para nosotros un testimonio.
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