Hay una gran confusión bajo los cielos, como decía Mao y
recordaba a menudo Vázquez Montalbán, y este
caos se concentra en estos días en el debate cultural entre la izquierda a partir
de una serie de lecturas veraniegas – el libro de Daniel Bernabé especialmente, seguido de apasionados comentarios,
críticas y desmentidos al mismo - que reflexionan sobre clases sociales y
desigualdades, y por tanto sobre el papel del trabajo en una sociedad “que lo
glorifica entendiendo que fuera de éste, tal como se ha construido, no existe
posibilidad alguna de valorar la vida social”, como resume Jorge Moruno en el que seguramente es su libro mejor construido, La fábrica del emprendedor. Trabajo y
política en la empresa-mundo, publicado por Akal en el 2015 y que ha
conocido una segunda edición en el 2017.
El debate proviene de la crisis de la sociedad salarial y la llegada de un
orden post-industrial en el que el trabajo disminuye su rol central y nuevas
formas de poder tecnocrático generan formas de conflicto alejadas del análisis
convencional de la lucha de clases. Se trata de poner en duda una visión
totalizante según la cual la sociedad es representada reductivamente sólo en
términos de identidad de clase, sobre la base de la posición que ocupa en el
proceso de producción de bienes y servicios en una economía capitalista. Una
visión que es ciega ante el racismo, negadora de la diversidad cultural de las
sociedades desarrolladas contemporáneas y que exhibe por el contrario lo que
hace ya dos décadas, Nick Dyer-Whiteford
calificó como “triunfalismo científico” en su muy interesante monografía Cyber Marx. Cycles and Circuits of Struggle
in High Technology Capitalism, publicado en 1999 por la editora de la
Universidad de Illinois, que ha orientado buena parte de las reflexiones de
estas notas. Ya no resulta central la confrontación entre capital y clase. Las
relaciones de clase se entremezclan con otras dominaciones y opresiones
(sexismo, racismo, homofobia, industrialismo) sin que exista una ordenación que
las jerarquice unas sobre otras: una diversidad de identidades semióticamente
construidas que colisiona con la centralidad de la clase obrera y la “rompe” definitivamente
como ha escrito recientemente Pastora Filigrana
en medio del debate sobre las “diversidades”.
Hay un gran desorden bajo los cielos, porque el orden global que se impone
es el de la mercantilización general de las cosas y de las personas, la compra
y venta del tiempo de vida, su sumisión a la ley del valor en un sistema total
e integrado de interdependencias. Un orden que subsume cualquier otra forma de
dominación en esta lógica, una forma cancerígena de crecimiento y de generación
de riqueza profundamente desigual, en un crecimiento tóxico y suicida, en una
subordinación plena al capital transnacional de los medios de comunicación y de
educación de masas que rechazan y repelen los mensajes que permiten identificar
en el orden del capital y la globalización financiera la causa de la injusticia
y del sufrimiento de amplias capas de la población. Un orden que contiene un
descomunal desorden, un complejo extenso de dolencias y angustias, de
destrucción y de aniquilamiento que se amontona en todos los rincones de este
mundo. Desde ese punto de vista, el del antagonismo social, la confrontación se
desplaza a las luchas – viejas y nuevas – para disolver y eliminar las formas
de dominio y subyugación del capital. Lo que se debate es acerca de cómo
centrar el discurso de la emancipación en el nuevo estado de civilización que
presenta el siglo XXI.
El recurso fundamental de la nueva sociedad es el conocimiento tecno- científico,
y la nueva era se manifiesta en la iniciación y difusión de las tecnologías de
la información y del conocimiento, al punto que la generación de riqueza
incesante depende de una economía de la información en la que el intercambio y
la manipulación de los datos simbólicos excede o subsume la importancia de los
procesos materiales de lo que se viene a denominar en el discurso sindical
europeo la “economía real”. Estos cambios tecno - económicos se acompañan de
significativas transformaciones sociales, teniendo en cuenta que la transición
a esta nueva sociedad en la que vivimos se produce a escala planetaria.
Por lo tanto, aquí también surge el discurso sobre el trabajo y su proceso
de conformación material como un aspecto central del debate, el que se apoya en
el conocimiento social necesario para la innovación científico – técnica, el
poder del conocimiento convertido en directa fuerza productiva, el futuro del
trabajo – por emplear el rótulo tan expresivo de la OIT que enmarcará las
celebraciones de su centenario en el 2019 – que se materializa en creación y
movilización para producir maravillas tecnológicas de fábricas robóticas,
manipulación genética, redes globales de ordenadores y una sociedad
digitalizada. La objetivación del conocimiento social en lo que antes se
llamaban “nuevas tecnologías”, y que prioriza el trabajo intelectual en masa
como el conjunto de know how que sostiene
las operaciones de “alta economía” canalizadas a través de las grandes
corporaciones transnacionales y las instituciones financieras, un capitalismo
de alta tecnología que introduce mejoras en los ingresos y en el consumo, pero
que implica una productividad cada vez mayor, una competencia constante y una
interminable intensificación de los ritmos de trabajo. El futuro del trabajo se
reconduce al análisis de ese “trabajo inmaterial” que se sitúa en la información
y en la comunicación como ejes del proceso de producción y que se continúa a
través de una amplia red de conexiones educativas y culturales. Un trabajo del no
se menciona ni la tradicional masculinización de la tecnología sedimentada
entre la división entre casa o domicilio familiar y trabajo perpetuada en el
uso de las tecnologías de la digitalización de forma diferente y subordinada
por las mujeres ni la segmentación en términos de género, raza y edad que éstas
presentan tanto en función de la fragmentación del trabajo que aquéllas
proponen y fomentan como respecto de su utilización en términos represivos y de
control. Una inteligencia plural y multiforme que no necesariamente se organiza
en torno a un espacio concreto y definido como es la fábrica, ni se corresponde
con la subjetividad clásica derivada del trabajo industrial. Se representa a
caballo entre la exaltación del riesgo y la iniciativa individual del
emprendimiento y la inseguridad de la inserción móvil e intermitente de la
precariedad en el empleo, lo que es la base de la propuesta teórica explicativa
de Jorge Moruno en el libro antes
citado.
Hay un caos absoluto bajo los cielos, y las certezas de antaño son
sustituidas por impresiones al sol naciente que no reflejan imágenes nítidas.
El debate cultural de este verano es también significativo por lo que elude o
al menos por lo que no le parece conveniente abordar, quizá para no ser
descortés con otros sujetos sociales que pudieran estar alineados con estos
planteamientos. Porque en definitiva se trata de revertir la polaridad entre
capital y trabajo, y la conveniencia (o no) de colocar en el centro del
análisis la lucha (de clase) contra el capital. El trabajo – en su proyección
material concreta, siempre inacabado y oscilante en su dimensión personal,
subjetiva – es siempre para el capital un “otro” problemático que debe ser
controlado y sometido mediante formas que varían y se adaptan en función de las
circunstancias determinadas de ese mando o dominio. Desde ese punto de vista,
las luchas constituyen el sujeto, y por tanto la organización concreta de éste
sujeto – o la organización precisa de las condiciones en las que se va a
desarrollar e institucionalizar el
conflicto – es determinante en el análisis. Esta perspectiva falta en el debate
al que aluden estas notas, que se entretiene en el relato sobre las distopías
hechas realidad, sobre “lo siniestro interminable que se instala como el modelo
social-laboral-mental”, al decir de Moruno,
o sobre las estrategias de base sobre las que se debe edificar la acción
política como desobediencia y como proyecto de transformación social. Pero sin
mencionar las formas organizativas sobre las que edificar esta resistencia y
esa alternatividad partiendo de lo realmente existente. Faltan análisis
detallados en estas intervenciones sobre el discurso progresista que examine la
realidad de la(s) lucha(s) de clases en el espacio nacional – estatal español
en primer término, y en Europa en segunda posición. Nadie habla del sindicato como
“la expresión organizada del mundo del trabajo”, que es la fórmula con la que Unai Sordo, el secretario general de
CCOO se refiere a esta formación social, y no porque se trate de ideologías
neoliberales para las que “el trabajo es un input productivo más y el sindicato
es un agente que sobra”, sino porque en ese discurso el descubrimiento de lo
político como espacio de insubordinación y de resistencia, de impulso y organización
de un poder constituyente, no sabe qué decir a formaciones sociales como los
sindicatos que se consideran irremediablemente vinculados a la fábrica fordista
y al paradigma industrial consiguiente, en el marco de una agencia contractual
del reparto del salario y el beneficio empresarial como forma de regular la
acumulación capitalista en un equilibrio inestable entre la producción, la
retribución del trabajo y el consumo. Pero “aunque sea más fácil romper un átomo
que un prejuicio”, son preconcepciones equivocadas que no sitúan correctamente
la polisemia social de la acción sindical y el carácter sociopolítico de esa
formación social.
Es claro que un discurso sobre el futuro del trabajo, sobre la tecnología como
dominación de clase, sobre los ciclos de
circulación del capital y la emergencia de la deuda junto con la
financiarización global del orden capitalista, tiene que desembocar desde luego
en la constatación de una subjetividad colectiva progresivamente inestable y
descentrada en medio de la fragmentación del trabajo y de la segmentación
social discriminatoria y desigual en un contexto de una fuerte
re-restructuración de los elementos centrales de la producción de mercancías.
Pero ese análisis tiene necesariamente que reparar en las formas de organización
– variables, en ocasiones comprimidas o sólo pergeñadas – que en la realidad
material de los procesos sociales se pueden encontrar en funcionamiento, sin
que sea correcto – ni conveniente – declararlas todas ellas fuera de servicio en una suerte de rottamazione unilateralmente declarada por los estudiosos
del pensamiento alternativo. En el trayecto que conduce a la exploración de
formas nuevas de encarar las realidades productivas y sociales que conforman el
nuevo marco civilizatorio de nuestras democracias cada vez más débiles e
inactivas, discurrir sobre la organización de las subjetividades colectivas que
se expresan a través del trabajo asalariado – con independencia de la
disociación entre trabajo y empleo y las reflexiones sobre la emancipación de
la noción de trabajo de su inserción en la lógica del salario – es imprescindible.
Para ello sería importante que se considerara el debate que se está dando desde
hace tiempo en el espacio de discusión sindical, al parecer invisible para las
preocupaciones de los nuevos diseñadores de la voluntad política alternativa y
emancipatoria.
“Hay un gran desorden bajo los cielos. La situación es excelente”. Esa es
la cita completa de la frase de Mao. La confusión actual ofrece sin duda la
oportunidad de construir, inteligentemente, un cambio radical, un proyecto compartido
desde la insubordinación y el rechazo al dominio indiscutido de la desigualdad
y la injusticia del capitalismo globalizado, que pasa por la cooperación
intensa entre agentes sociales – en primer lugar los sindicatos – y políticos
en la organización de las subjetividades rebeldes a través del conflicto y de
la creación autónoma de reglas colectivas que intervengan sobre la restricción
del dominio unilateral en la producción y en el consumo de los poderes privados
que comandan la sociedad.
“La situación es excelente”. Hay que aprovecharla, por tanto, aunque solo
sea para no contradecir al Gran Timonel, genio de las contradicciones.
Gracias maestro.seguimos aprendiendo.Leon de Paternal .Buenos Aires
ResponderEliminarSeñalar la organización sindical como referencia un gran acierto. Las nuevas formas de trabajo, implican reconocer la heterogeneidad de la clase, con nuevas caracterizaciones que puedan abarcar todas las modalidades de explotación capitalista. Y además considerar lo inmaterial, que es también trabajo, desenmascarando la mercantilización de todas las relaciones. He comentado ya en algún artículo que las nuevas tecnologías no surgieron de la nada,son el producto del trabajo humano,de su cualificación,del desarrollo de sus capacidades creativas. Por eso en la campaña de la OIT es muy importante considerar la educación y la formación continua como un eje muy significativo
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