Adoración Guamán es una jurista del trabajo bien conocida. Lleva mucho tiempo
debatiendo y luchando por la consecución de un Tratado internacional vinculante
sobre Empresas Transnacionales y Derechos Humanos. Es una de las más reputadas
especialistas en el derecho del trabajo transnacional. En esta temporada se
encuentra en Quito (Ecuador), como docente e investigadora en FLACSO aunque son
frecuentes sus desplazamientos a este lado del océano. Ha escrito para la
Revista CRISIS una reflexión bien interesante sobre el trabajo esclavo moderno.
Simultáneamente con este trabajo, en la Universidad de Valencia se va a
celebrar el 5 de marzo un seminario en el que este será el tema monográfico y
en donde, tras una presentación a cargo de Cayetano
Nuñez intervendrá Adoración Guamán junto a otras colegas,
Lorena Sales y Chiara Marullo. Este blog se honra en acoger este texto que insiste
en una de las realidades terribles de este mundo que son encubiertas y de las
que no se habla.
John Doe fue un niño esclavo.
Raptado de Mali cuando era muy pequeño, fue forzado a trabajar durante años, 14
horas diarias, seis días a la semana, a cambio de un poco de comida. Era
golpeado y azotado habitualmente, forzado a ver las torturas que infringían sus
guardianes a quien intentaba escapar de aquella plantación. John Doe recogía
cacao en Costa de Marfil, con ayuda de una ONG pudo fugarse y, con 5
compañeros, llegó a denunciar a las empresas que lo esclavizaron, entre otras
Nestlé, ante un tribunal estadounidense en el año 2005. No ha sido el único
caso que ha salpicado a la poderosa Nestlé. En 2015, forzada por las campañas
ciudadanas y los medios de comunicación, la propia empresa transnacional
encargó una investigación a Verité (ONG de Derechos Humanos) para analizar las condiciones
de trabajo en seis de los centros de su cadena de producción radicados en
Tailandia. El informe consideró probada la existencia de trabajo esclavo y
tráfico infantil en la cadena de producción de la comida para gatos (Whiskas)
que comercializa Nestlé.
La existencia de trabajo esclavo
que mancha de sangre los alimentos nos comemos o la comida que le damos a
nuestros gatos puede parecer una realidad lejana. Son situaciones que en
nuestro imaginario se ubican geográfica e incluso temporalmente lejos. La
palabra esclavitud evoca tiempos pasados, situaciones “abolidas” o propias de
otros lugares. Evidentemente la forma clásica de esclavitud, representada por
personas con grilletes y cadenas ya (casi) no existe, sin embargo, la realidad
nos demuestra que la esclavitud está en nuestra puerta, concretamente y no
solo, en Santo Domingo de los Tsáchilas, en las haciendas de la empresa
Furukawa.
La empresa Furukawa, de capital
japonés, comenzó a operar en Ecuador hace 55 años, en la provincia de Santo
Domingo de los Tsáchilas, extendiéndose posteriormente a las provincias de los
Ríos y Esmeraldas. Hoy cuenta con 32 haciendas que ocupan una superficie de
2.300 hectáreas. La empresa se dedica a la exportación y producción de fibra de
abacá. Aunque solo tiene formalmente en nómina a 198 empleados, son más de 400
mujeres, hombres, niñas y niños los esclavizados por Furukawa. Estas personas
trabajan sin contrato de trabajo, sin seguro, sin medidas de salud y seguridad,
sin derecho a la sindicación o negociación colectiva. Las y los trabajadores y
sus familias viven en las plantaciones, algunas personas no han conocido otro
lugar más allá de las haciendas, donde han nacido y crecido. No han ido a la
escuela o fueron brevemente y comenzaron a trabajar en la plantación a edades
muy tempranas, algunas a los ocho años. Su vida, su espacio, su tiempo, gira en
torno al abacá y se desarrolla entre las plantaciones y los campamentos donde
viven, sin luz, sin agua, sin saneamiento, sin atención sanitaria ni escuelas
cercanas.
Furukawa, con un ejercicio de
extremo cinismo, se desentiende de ellas y ellos porque afirma que no existe
relación laboral. De hecho, para intentar evitarla (y evadir sus obligaciones
con el seguro social) la empresa ha arrendado porciones de sus tierras a
algunos trabajadores, haciéndoles firmar contratos de predios rústicos que en
ocasiones ni tan siquiera entendieron. Desde la firma, la empresa afirmó que
estos “arrendatarios” debían organizar el trabajo del resto, terciarizando así
la producción e incumpliendo un buen conjunto de normas fundamentales. Cada uno
de estos supuestos arrendatarios deben pagar a la empresa una cantidad por
hectárea y por gastos y le venden la totalidad del abacá por una cantidad
ínfima, que deben repartir entre el conjunto de los trabajadores. El resultado
son salarios de miseria que apenas cubren las necesidades vitales y que no
permiten vislumbrar otro futuro fuera de las plantaciones.
En términos jurídicos, esta
situación puede encuadrarse dentro del fenómeno de la esclavitud moderna, en
una de las llamadas “formas análogas a la esclavitud” o “servidumbre de la
gleba”. Vayamos por partes porque no es fácil definir el concepto de
“esclavitud moderna”. Es bien sabido que, en su acepción tradicional, la
esclavitud se define como el estado o condición de un individuo sobre el cual
se ejercitan los atributos del derecho de propiedad o algunos de ellos. En la
actualidad y sin leyes que permitan que un ser humano detente formalmente la
propiedad de otro, la esclavitud moderna puede definirse por la concurrencia de
tres elementos: involuntariedad, es decir, la persona que encuentra en
situación de esclavitud queda bajo el control de quien le explota sin
posibilidad de liberarse, algo que ocurre tanto con la retención física como
con el control de los pasaportes o la imposibilidad de facto de volver al país
sin el salario prometido, entre otras muchas situaciones); el impago o pago de
salarios que solo permiten cubrir la subsistencia (podríamos incluir aquí la
retención de los salarios o el intercambio de los mismos por sexo forzado) y
violencia física y psicológica o amenaza de la misma. La Fundación Walk Free
por su parte define esclavitud moderna como las situaciones de explotación que
una persona no puede abandonar por las amenazas, coacciones, violencia o abuso
de poder.
Dentro de estas situaciones de
abuso de poder se incluyen entre otras y según la Convención suplementaria
sobre la abolición de la esclavitud de 1956, las relaciones de servidumbre,
tanto la servidumbre por deudas, como la servidumbre de la gleba. En
particular, esta última se refiere a la condición de la persona que está
obligada por la ley, por la costumbre o por un acuerdo a vivir y a trabajar
sobre una tierra que pertenece a otra persona y a prestar a esta, mediante
remuneración o gratuitamente, determinados servicios, sin libertad para cambiar
su condición. Como puede observarse, la realidad de la empresa Furukawa encaja
a la perfección en esta última definición.
Evidentemente, estas situaciones
están prohibidas por un buen número de Convenciones Internacionales, son
incompatibles con la Constitución de la
República de Ecuador y están proscritas en el COIP, entre otras normas como el
Código del Trabajo ecuatoriano que trata específicamente la explotación de
niñas y niños. Aun así, Furukawa ha esclavizado a centenares de personas
durante décadas, con conocimiento de las autoridades y, hasta el momento, tan
solo ha recibido una sanción económica irrisoria y una suspensión de su
actividad por 60 días. Ni que decir tiene que esta actuación “sancionatoria”
del Ministerio de Trabajo ecuatoriano se produjo in extremis, cuando la
denuncia bien elaborada y contundente de la Defensoría del Pueblo no le dejó
otra solución. Una vez confirmada la existencia clara de una situación de
esclavitud, en su faceta de servidumbre, constatada su ilegalidad y la inacción
vergonzosa del gobierno (no se puede llamar respuesta a la maniobra
gatopardista del MdT) la mirada crítica debe ir más allá para preguntarnos por
el origen de este fenómeno y de la impunidad con la que se produce.
Para ello es útil recordar que
las personas en situación de esclavitud plantan, recolectan o fabrican bienes
cuyo comercio asciende a un valor de 354 mil millones de dólares. Siguiendo los
datos recopilados por la Confederación Sindical Internacional, es posible
afirmar que, en el año 2018, la mayor parte del beneficio del trabajo esclavo
estuvo vinculado a las grandes empresas transnacionales de ropa, alimentación y
servicios consumidos en el mundo entero, siendo las personas migrantes y los
pueblos indígenas particularmente vulnerables a la explotación, que, sin duda,
tiene rostro de mujer. El uso del trabajo esclavo, o extremadamente precarizado
es funcional, o es un requisito fundamental para la “competitividad” de estas
redes empresariales y para el desmedido aumento de su tasa de ganancia. Pero
los culpables de la esclavitud no son solo los esclavistas directos. En muchas
ocasiones, los gobiernos o autoridades son cómplices directos de estas
situaciones, bien rebajando las normas laborales o ambientales, bien a través
del impulso de tratados de comercio o de políticas de atracción de la inversión
extranjera, o bien aceptando el sempiterno chantaje del FMI y sus exigencias de
precarización. Tomen nota de este conjunto
de culpables y beneficiarios de la esclavitud apunten tema para posteriores
entregas, Furukawa es solo la punta del iceberg.
No hay comentarios:
Publicar un comentario