Todos
somos conscientes de las citas electorales próximas. Primero las elecciones
generales y un mes después las elecciones municipales y autonómicas. Los
periódicos, la televisión y las radios, las redes sociales hablan continuamente
de ello dándonos cuenta de los mensajes, las intervenciones y las listas
electorales que van confeccionándose, que adoptan ahora la terminología
deportiva de los “fichajes”. Sobre todo ello gravitan temas importantes, parece
que la centralidad en los discursos es ocupada por la cuestión catalana y la
privación de la autonomía política a esta Comunidad Autónoma (dando por
descontado la prisión por largos años de los dirigentes y activistas
independentistas), pero la izquierda suele querer razonablemente centrar la
agenda política en la cuestión social, la vivienda y los alquileres, la sanidad
y la educación pública y las pensiones, o más específicamente, las condiciones
de trabajo y de empleo, el salario mínimo, la reversibilidad de la reforma en
aspectos importantes de negociación colectiva, la subcontratación, el registro
de jornada. Todo nacional. En ese complejo y abrumador conjunto de discursos,
no se aborda el tema europeo. Europa no tiene existencia política en el debate
electoral español.
En efecto, nadie habla de Europa,
ni siquiera cuando está en juego la definición de sus fronteras con la retirada
de Gran Bretaña. No sabríamos cual es la posición de las distintas fuerzas
políticas sobre el Brexit, si coinciden plenamente con la posición europea de
la Comisión o si mantienen opiniones diferentes parciales o totales. No lo
sabemos porque no es un tema sobre el que se discuta entre nosotros, ni
siquiera respecto del futuro de Gibraltar. No se habla de Europa aunque si de
temas que requieren un abordaje común europeo y sobre los que éste no se
menciona como parte del problema y de la solución. Solo dos ejemplos son
ilustrativos, los flujos migratorios y las políticas de gobernanza económica.
Las fuerzas conservadoras de este
país, la triple derecha que aparece como favorita en todos los sondeos para
estupefacción de algunos ciudadanos (in)crédulos, utiliza el problema de la
inmigración como una decisión (siempre nefasta) del gobierno nacional y como
una política de segregación étnica en el interior de la comunidad nacional.
Pocos recuerdan la importancia de la denuncia que en el parlamento europeo han
hecho los grupos de izquierda y los verdes sobre la política europea sobre
inmigración que ha construido muros de contención a las migraciones desde las
zonas castigadas por la guerra o el hambre, y la necesidad por tanto de
modificar necesariamente esas decisiones a través de alianzas políticas en el
nivel europeo que establezca una regulación humanitaria y equitativa de los
flujos migratorios. No es un tema que se ponga sobre la mesa como estrictamente
europeo sino como el producto de una decisión afortunada o negativa de la
autoridad de gobierno.
Las reformas laborales del 2010 y
2012, la reforma de las pensiones del 2011 y del 2013, se gestaron bajo la
presión que imponía el rescate bancario y la deuda soberana generada por la
crisis financiera, la irrupción del conglomerado entre la Comisión Europea, el
BCE y el FMI - la troika – sometiendo su
ayuda a la estricta condicionalidad política que imponían estas “reformas
estructurales” que devaluaron fuertemente los salarios, degradaron las
garantías de empleo y redujeron la capacidad de regular las condiciones de
trabajo a través de un sistema articulado de negociación colectiva, debilitando
al sujeto sindical e induciendo un aumento de la desigualdad social y de la
precariedad laboral. Entonces se habló mucho de Europa como coartada de las
políticas internas. Hoy las variantes de la gobernanza económica europea
respecto de la relativa recuperación económica permiten un marco de juego
relativamente más amplio, como demuestra el caso portugués y, en menor medida,
el caso español tras el acuerdo entre el Gobierno y el grupo parlamentario
Unidos-Podemos – En Comu Podem – En Marea. Pero el neosoberanismo reactivo que
se extiende por una buena parte de países europeos principalmente en su versión
insolidaria y liberal, tiene serias dificultades para hacer prosperar sus
políticas asistenciales, como demuestra los problemas que el Estado italiano ha
tenido para lograr la aprobación de la Comisión a sus presupuestos. Y Grecia ha
sido devastada por esa política de austeridad de la que no se permite
retroceder.
En la redefinición de la agenda
política nacional, el tema europeo es un terreno de discusión imprescindible en
un doble sentido. Para hablar de los límites posibles a una política avanzada
de reformas sociales tanto en materia de protección social como de redefinición
de las garantías de empleo, y, de manera posiblemente más importante, para
entablar un programa de cambios en las decisiones europeas que modifiquen
gradualmente la noción misma de gobernanza económica en vigor. Hablar de la
necesidad de un sistema fiscal europeo, de un salario mínimo europeo, de un
sistema articulado de desempleo europeo, de la reforma de los tratados para
incorporar una cláusula o protocolo social que garantice los derechos
colectivos de huelga y de negociación colectiva frente a las libertades
económicas, es imprescindible porque todas ellas son medidas importantes que la
ciudadanía debe poder conocer, informarse de su posibilidad y opinar sobre las
mismas valorándolas. Introducir estos elementos de progreso no sólo ayudaría a
consolidar un “pilar social” en la UE, sino que alteraría en ordenamientos
internos como el nuestro una parte de su regulación social.
No son proyectos inalcanzables producidas
por grupos de opinión insignificantes. La posibilidad de un salario mínimo
europeo proviene del propio Juncker,
y la implantación de una prestación europea por desempleo ha sido seriamente debatida
entre Macron y Merkel. La reivindicación de un protocolo social añadido a los
Tratados es una constante en los planteamientos de la Confederación Europea de
Sindicatos que se ha acentuado a propósito del debate sobre el Pilar Social
Europeo, y de ambas cosas se han hablado en este blog.( Por un protocolo social europeo y La necesidad de introducir un protocolo social en los Tratados UE).
Pero ninguna de ellas se ha incorporado a la discusión política nacional,
probablemente ni son conocidas ni, en el caso de que se conozcan, se juzgan
interesantes.
Ganar Europa para la democracia,
conseguir que en ese preciso nivel se articulen políticas de respeto y
promoción de los derechos laborales es la misión de las fuerzas políticas
progresistas y de izquierda. Por eso las elecciones al Parlamento europeo no
sólo son un trámite engorroso subordinado a la problemática nacional, sino que
deben constituirse en un campo autónomo de debate político que resalte la
trascendencia de una Europa democrática para todos y cada uno de los países que
la componen. Y que sirva además para reconocer cuáles son las coordenadas
dentro de las cuales se mueven las diferentes representaciones políticas de las
naciones que las componen. Un instrumento útil para reconocer este terreno es
el avance que ha efectuado el Parlamento europeo en marzo (Proyección elecciones europeas 2019) que muestra el mapa de intención de voto para las elecciones de mayo 2019. Los
periódicos que se han hecho eco del mismo resaltan los resultados previstos
para España, y subrayan que en líneas generales y pese al retroceso de social
democracia y centro derecha popular y democristiano, estas siguen siendo las grandes
fuerzas del Parlamento europeo, que requerirán posiblemente el apoyo del grupo
de los Liberales, que experimenta un cierto crecimiento.
El dato es interesante, porque de
esa encuesta no se desprenden grandes cambios que pudieran alterar la
correlación de fuerzas parlamentarias que sostienen, con matices a veces
relevantes en función de los países de origen, la gobernanza económica nacida
al calor de la crisis del 2010. Por consiguiente, el crecimiento de las
opciones neosoberanistas insolidarias – que son las dominantes en el este de
Europa, en la Francia de Le Pen y la Italia de la Lega – no es lo
suficientemente fuerte como para forzar un cambio de ruta, pese a las cifras
absolutas. La socialdemocracia pierde casi un 6 % de puntos y 51 diputados, los
democristianos y populares bajan un 3,5% en votos y pierden 36 diputados. Solo
los liberales ganan un 1,6% y 7 diputados, pasando de 68 a 75.
Pero este pronóstico, que ha sido
saludado positivamente en cuanto implica que el crecimiento de planteamientos
xenófobos y reaccionarios no tiene suficiente fuerza, es también una mala
noticia para el europeísmo crítico porque viene a suponer la confirmación de
una política indiferenciada en sus presupuestos económicos y sociales que impide
diseñar un futuro para Europa solidario y democrático. Socialdemócratas,
democristianos y liberales aparecen como la “vieja política” sostenedora de una
Europa que se guía fundamentalmente por las exigencias de la financiarización
de la economía y que es incapaz de construirse ni institucionalmente en el
plano federal y democrático, ni socialmente en la preservación de los derechos
sociales y laborales frente a las vigoréxicas libertades económicas. Solo hay
que pensar que, en el caso español el PP se inscribe en el grupo democristiano
y Ciudadanos en el Liberal para comprobar lo inconveniente de esta
concentración política entre el centro izquierda, centro y derecha, en la
preservación de un escenario profundamente neoliberal.
Eso tiene que ver asimismo con la
debilidad de los planteamientos que defienden la idea de un europeísmo crítico
y democrático. El Grupo de Izquierda Europea / Izquierda Unida Nórdica y el
Grupo de Los Verdes son posiblemente quienes encarnan todos los matices de esta
posible Unión Europea. Es muy interesante comprobar que solo han conseguido
representación en el parlamento europeo en la mitad de los países que lo
componen (13 países de los 26 en liza, excluida Gran Bretaña ante la
desconexión producida por la puesta en marcha del art. 50 del Tratado), aunque
el dato no refleja la real extensión de los mismos, dado que en algunos países
un grupo sustituye al otro en lo que podría representar este pensamiento
crítico y democrático con Europa que sigue siendo minoritario electoralmente. En
definitiva, abarca un campo más reducido que el que proporciona la socialdemocracia,
presente electoralmente en 26 países, los democristianos y populares, en 24 e incluso
los liberales, con representación parlamentaria en 20 países.
La Izquierda y Los Verdes agrupan
formas políticas representativas en el norte, centro y sur de Europa, no en el
Este. Polonia, Bulgaria, Eslovaquia, Rumania, Croacia y Estonia carecen de
representación cualquiera de estos grupos, y la que obtienen en otros países
como Hungría Polonia – los Verdes – son muy escasas. Es seguramente la herencia
negativa de la derrota del socialismo real, que sin embargo no se produce en
una buena parte de los países del occidente europeo, con especial incidencia en
el sur. Sin embargo, resulta especialmente llamativo el caso de Italia, ante la
colocación del M5S en el Grupo de Europa de la Libertad y de la Democracia
Directa y la Lega Nord en la de Europa de las Naciones y de la Libertad, donde
la izquierda no tiene por tanto representación fuera del Partido Democrático
que se inscribe en el grupo socialdemócrata. Las proyecciones estadísticas
dicen que el Grupo de Izquierda Europea decrece en estas elecciones de mayo del
2019 en 5 diputados, pasando de 52 a 47 (sobre 705 del total), mientras que los
verdes pierden solo 3 diputados – de 52 a 49 - gracias a enormes incrementos en Alemania y en
Francia, pero sin embargo no obtienen representación en cinco países donde la
habían obtenido en las elecciones del 2014.
Las listas electorales a Europa
por parte de los grandes partidos nacionales se interpretan como una forma
honrosa de prescindir de un “peso pesado” de la política. Felizmente en la
izquierda de la “nueva política” este tipo de costumbre aún no se ha
practicado, entre otras cosas porque fueron precisamente las elecciones
europeas las que permitieron emerger y dar visibilidad política al recién
creado partido de Podemos. La actividad de los diputados europeos de la
izquierda española ha sido formidable, aunque tampoco esto sea un elemento que
se haya valorado en el espacio interno de la opinión pública. Cada uno tiene
sus preferencias, pero la labor de Paloma
López, Javier Couso y Ernest Urtasun
ha sido verdaderamente espléndida y hay que recordarla. En cuanto a las
elecciones de mayo, todavía no se han hecho públicas las candidaturas, pero se
sabe que la lista de Podemos va a contar como número 1 con una persona muy
preparada profesionalmente y dotada de una extraordinaria capacidad de análisis
y lucidez política, Pablo Bustinduy –
cuya última intervención en el Congreso ha sido justamente considerada como una
de las mejores intervenciones de defensa de un proyecto democrático y social
que se han oído en el hemiciclo – lo que
sin duda garantiza que la temática europea tenga un espacio político directo en
el debate de la izquierda sobre la transformación social.
En definitiva, una aritmética de
alianzas diferente de la que ahora existe podría lograr un cambio importante en
Europa, situando a la socialdemocracia en posiciones de cambio real de las
instituciones europeas en defensa de mayores derechos sociales y ciudadanos y
apostando por la mayor democratización de la arquitectura de poder, reduciendo
las asimetrías clamorosas que se dan en ella. Pero es también importante para
lograr este objetivo la incorporación del espacio europeo a la discusión de las
cuestiones nacionales, unir a las reivindicaciones esgrimidas la perspectiva
europea no sólo porque sea fundamental en el devenir político de las cosas,
sino porque así también se ayuda a construir un sentido de pertenencia crítica
a ese constructum económico, social y
político que llamamos Unión Europea que constituye una referencia hoy
ineludible del proyecto de transformación social que se defiende en y desde
España. Y al que naturalmente se debe augurar un buen porcentaje de éxito en
las elecciones del 26 de mayo. En ellas votaremos en consecuencia, esperemos
que masivamente, sosteniendo ese proyecto.
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