Que la
amable audiencia del blog no tome demasiado en serio estas reflexiones. Al fin
y al cabo siempre se habla de noticias del verano a propósito de aquellas que
no tienen excesivo interés porque en el periodo estival nunca sucede nada
demasiado importante. A algunas gentes el calor les aplana, a otras por el
contrario el calor les produce un cambio de estado, algo parecido al tránsito
de lo líquido a lo gaseoso. Otros simplemente arden y se queman.
Las noticias se hacen cargo de
estas transformaciones. En Francia, por ejemplo, la jurisdicción penal ha
declarado visto para sentencia un juicio contra los directivos de France
Telecom sobre el suicidio de 19 empleados, 12 intentos de suicidio y 8 cuadros
de depresión severa. El relato es conocido, pero conviene refrescarlo. Se trata
de la privatización de una importante empresa pública francesa cuyos empleados
tenían un cierto blindaje legal que impedía a los nuevos ejecutivos de la
empresa despedirles sin excesivo coste. De esta manera, la estrategia de los
cargos directivos fue la de presionar a estos trabajadores para que abandonaran
la empresa “voluntariamente” como una baja incentivada. Una estrategia que
impulsaba los excedentes de mano de obra con todos los medios a su alcance,
inclusive a través del acoso moral sobre éstos, fundamentalmente capas medias y
altas de técnicos de la empresa. El responsable de personal de la empresa fue
profético al afirmar que lograría su objetivo de suprimir 22.000 empleos de
cualquier manera, “saldrán por la puerta o por la ventana”. Expresión bien
gráfica, ciertamente, que anunciaba lo que luego vendría. Inmolación,
ahorcamiento, ingestión de cócteles y lanzamiento por la ventana de tantos
trabajadores presionados para que dejaran su trabajo. Los jueces franceses no
han considerado sin embargo que los directivos de la empresa hayan cometido
homicidio involuntario ni puesta en peligro de la vida de las víctimas, sino
que se han centrado en lo que también en nuestro sistema penal se criminaliza
como acoso moral.
En efecto, el art. 173 de nuestro Código Penal establece que cometen
el delito quienes” en el ámbito de cualquier relación laboral o funcionarial y
prevaliéndose de su relación de superioridad, realicen contra otro de forma
reiterada actos hostiles o humillantes que, sin llegar a constituir trato
degradante, supongan grave acoso contra la víctima”. Los actos criminales de
estos dirigentes de empresa sucedieron entre el 2007 y el 2010, lo que da una
buena idea de la lentitud de la justicia, y se han solventado en condenas de un
año de prisión a cada uno de los siete ejecutivos imputados, una multa de
15.000 € a cada uno de ellos y una de 75.000 a la empresa, que ahora es Orange.
Los condenados no entrarán en prisión y 15.000 € para cada uno de ellos
posiblemente no llegue a la cantidad que cobran mensualmente. Por tanto su
acción criminal se ha castigado con la pérdida de menos de un mes de sueldo. Es
de esperar que en el bonus anual
compensarán esa pérdida. La empresa Orange por su parte se ve castigada con
75.000 €. Excusemos el comentario sobre la capacidad disuasoria que estas
sanciones económicas tienen para la gran multinacional.
Para lo que puede servir este
ejemplo francés es sencillamente para recordar que el imperativo neoliberal del
rendimiento de la productividad que culmina en extinciones de puestos de
trabajo en masa con ocasión de la privatización de un servicio público, no conoce
límites en cuanto a la expresión de su violencia. Una violencia y una
brutalidad que no se ejercita sólo a distancia, dando las órdenes desde un
despacho decorado con la sobriedad postmoderna de los ejecutivos de las
sociedades cotizadas, sino que se proyecta de manera precisa y concreta sobre
hombres y mujeres personalizadas, presionando y forzando la voluntad de los
sujetos, sometiendo a un cerco su vida laboral y destruyendo su equilibrio
psíquico y la relación con su esfera privada de vida. Una violencia y
brutalidad que se enmascara como un ejercicio contable que implica la
racionalidad de las opciones de la administración de la empresa. Una actuación
criminal que se fundamenta en la exclusiva consideración de la persona que
trabaja como una mercancía desechable.
En la 108ª reunión de la
Conferencia Internacional del Trabajo en Ginebra, se ha aprobado el Convenio nº
190 sobre violencia y acoso en el trabajo. Es un texto muy importante que sitúa
este problema en el centro de la regulación internacional, una posición de
destaque que hasta el momento no ocupaba. El preámbulo de la norma parte de la
constatación evidente de que la violencia y el acoso en el mundo del trabajo “afectan
a la salud psicológica, física y sexual de las personas, a su dignidad, y a su
entorno familiar y social”, pero estas conductas también afectan “a la calidad
de los servicios públicos y privados, y pueden impedir que las personas, en
particular las mujeres, accedan al mercado de trabajo, permanezcan en él o
progresen profesionalmente”. De manera específica, recuerda que “la violencia y
el acoso son incompatibles con la promoción de empresas sostenibles y afectan
negativamente a la organización del trabajo, las relaciones en el lugar de
trabajo, el compromiso de los trabajadores, la reputación de las empresas y la
productividad”. Una norma internacional que se ha visto con razón como un paso
adelante en el diseño de un espacio global de derechos caracterizado por el
trabajo decente. A partir de ese enfoque, el convenio 190 ha sido saludado con
alegría por los representantes de los trabajadores en la OIT y su importancia
es evidente.
Pero no conviene olvidar que en
el sustrato de las relaciones de poder en la empresa, en la relación que liga
al trabajador con el empresario hay cada vez mayor presencia de amplias dosis
de arbitrariedad y de imposición unilateral de condiciones de trabajo y de
existencia no queridas ni aceptadas por las personas que las padecen. La
situación laboral generada por la post-crisis conoce este reverdecimiento del
autoritarismo laboral. En el despliegue obsceno del incremento ostentoso de las
ganancias de las grandes corporaciones y las entidades financieras, la
mercantilización del trabajo fundamenta la violencia del poder privado que
rompe y aplasta trayectorias de vida y proyectos personales. Y que es la
legislación de cada uno de nuestros países los que no ofrece mecanismos
potentes desde la dimensión público-estatal para hacer efectivos los derechos
de los y las trabajadoras.
Por eso cuando una ministra del
gobierno del Partido Socialista español insiste en negarse a revisar las
disposiciones legales que introdujeron un conjunto de medidas degradatorias del
derecho al trabajo y las garantías del empleo que han propiciado una profunda
devaluación salarial, la pérdida de cientos de millares de empleos, y el
incremento terrible de la desigualdad social, porque revertir la reforma
laboral, como exigen los sindicatos y las formaciones de la izquierda, “no
solventa nuestros problemas”, la noticia quema las manos y provoca un cambio de
estado en el lector. Un lector que ante las palabras de la ministra Calviño está que arde. Como el tiempo en
esta canícula de julio. Confiemos eso sí que no acabe reduciéndose a cenizas
(el lector, no la ministra, claro, que tiene otros problemas)
Buen día, no recuerdo en que país aconteció, y si se trata de Telecom. Había leído que x empresa había enviado a un grupo de jóvenes muy jóvenes a cursar Master en Inglaterra. A su regreso los pusieron al frente del trabajo sucio y por encima de las capaz de profesionales medios, de carrera, etc. Que ello representó un terrible acoso. He visto por estos lares actuaciones bastante parecidas y en el sector público, con sus condimentos.
ResponderEliminarcapas (no capaz)
ResponderEliminar"las disposiciones legales que introdujeron un conjunto de medidas degradatorias del derecho al trabajo y las garantías del empleo que han propiciado una profunda devaluación salarial, la pérdida de cientos de millares de empleos...".
ResponderEliminarCreo que la última afirmación (sobre pérdida de empleos) no es rigurosa. El gran aumento del paro se produjo bajo la anterior legislación (antes de 2012) y se debió a la negativa de Zapatero a hacer reformas, como le aconsejó su propio munistro de Economía Pedro Solbes. Y el empleo se recuperó en España bajo el mandato del señor Rajoy y con las reformas emprendidas por éste. HAY QUE SER RIGUROSOS Y VERACES, NOS GUSTE O NO LA REALIDAD.