Es conocido que estamos en una situación política insegura, pendientes e
inquietos por la definitiva (o no) investidura de Pedro Sánchez como
presidente del gobierno el 23 de septiembre, y con un insólito discurrir de la
vida política entre un abigarrado y compacto reforzamiento de las derechas en
los gobiernos municipales y autonómicos en los que han podido cuajar una
mayoría sin importarles programa ni trayectorias sospechosas y conscientes de
corrupción, y la imposibilidad no muy bien explicada ni comprensible de
acuerdos mínimos entre PSOE y UP y la desidia en alcanzarlos en el seno de la
izquierda, pese a que la fórmula para obtener un gobierno estable es conocida y
es la única posible a salvo de la decisión suicida para la izquierda (pese a
las encuestas que parecen aconsejar al PSOE esta decisión autolesionista que
posiblemente dañaría también de forma muy importante la densidad representativa
de UP) de volver a convocar nuevas elecciones en noviembre.
En ese contexto de incertidumbre, Joaquín Pérez Rey ha publicado
un texto bien comprometido y sugerente en el diario Público sobre la
centralidad que debería tener el trabajo en un proyecto de cambio social como
el que sin duda debe llevar a cabo el nuevo gobierno y la ignorancia de este
tema en la dinámica de las negociaciones emprendidas. El autor ha generosamente
cedido a este blog su intervención para que la reproduzcamos como una entrada
del mismo, conscientes de que no podremos rivalizar en audiencia con el digital
de referencia, pero si al menos hacer llegar esta reflexión crítica bien
interesante a la fiel audiencia del blog, que está acostumbrada a paladear
productos intelectualmente exigentes y críticos con la realidad de las cosas y
la razón pragmática de la política que la conduce a una situación de la que
queremos salir a toda costa.
A continuación por tanto el texto señalado, para deleite y alimento del
mejor espíritu de quienes lo lean.
El trabajo en la investidura o los límites del debate democrático
laboral
Joaquín Pérez Rey
@jperezrey
Profesor de Derecho del
Trabajo UCLM
Si buscamos en Wikipedia la biografía del fichaje estrella
de la patronal española, la exministra Fátima Bánez, nos
toparemos con dos grandes hitos. Fue la primera mujer que ocupó la cartera que
en su día ejerció Largo Caballero y es la que durante más tiempo la ha
desempeñado, mucho más de lo que lo hizo el viejo socialista de la UGT.
O quizá la Wikipedia se equivoque porque la señora Bánez no
fue en realidad ministra de trabajo, sino de empleo y por tanto estuvo al
frente de un ministerio inédito que comenzó por prescindir del nombre que lo
había definido desde su creación en 1920. La ministra no solo borró el trabajo
de los membretes y del metacrilato de las fachadas, sino que se esforzó con
ahínco en desdibujarlo más allá de los papeles oficiales patrocinando la gran
reforma laboral de inspiración neoliberal que además trasladaba la política de
empleo hacia el fomento del «emprendimiento». Transformar el trabajo en una
mercancía, que es en lo que se empeñaba la reforma, es el camino más rápido
para invisibilizarlo y convertir a los parados en «emprendedores fracasados» es
una operación ideológica para externalizar la responsabilidad por el desempleo
practicando una suerte de autoinculpación.
Dejar de nombrar el trabajo, concibiendo una sociedad de
emprendedores que elimine la conciencia de subalternidad y que ponga el énfasis
en la responsabilidad individual de cada uno, es un sueño neoliberal que
afortunadamente ofrece resistencias y resulta inaccesible a la izquierda por
más que esta esté desdibujada. Aceptar este paradigma es tanto como decretar el
fin de la historia y por eso el debate de la investidura fallida que tanta
frustración produce entre los progresistas de nuestro país podría, sin embargo,
tener algo positivo que merece destacarse.
Del trabajo
normalmente no se habla y la investidura fue una sonora excepción. Con ella
pareció volver al primer plano de la actualidad y por lo que parece el reparto
de las responsabilidades políticas, el ministerio de trabajo en concreto, sobre
esta materia han tenido un papel decisivo en la falta de acuerdo. Y ello por
paradójico que resulte es una buena noticia que confirma lo esperado: la
centralidad del trabajo en las preocupaciones sociales, económicas y políticas
por más que se haya insistido en diluirlo (disfrazarlo incluso) en la política
de empleo como categoría residual de la política económica.
Sacar al trabajo del ostracismo neoliberal es una operación
imprescindible para que nuestro mercado de trabajo no continúe por la senda de
la precariedad en la que corre el riesgo de autocombustión. Lo reclaman con
insistencia los sindicatos de clase y un número elevado de conocedores de las
relaciones laborales, sin que falten toques de atención por parte de organismos
internacionales. Pero no es un camino de fácil tránsito, el trabajo, sobre todo
cuando se trata de corregir tendencias manifiestamente favorables a
determinados tipos de empresa -no necesariamente las más eficientes o las menos
especulativas- también genera resistencias especialmente visibles en eso que se
da en llamar las élites. Provoca hilaridad comprobar, por ejemplo, como la prensa
conservadora resucita a los comunistas que se comen a los niños para advertir
el peligro que se correría si una diputada de UP, con una enorme experiencia en
temas laborales a sus espaldas dicho sea de paso, ocupara el cargo de ministra
de Trabajo.
Y he aquí el dilema ¿por qué el trabajo no ha permitido un
acuerdo de gobierno que diera luz verde a la investidura de Pedro Sánchez?
En verdad en este terreno hay ya mucho camino recorrido. Si
se leen las propuestas consensuadas por PSOE y UP en el acuerdo
de presupuestos se observa sin dificultad un programa laboral que se erige
sobre dos ejes principales: uno a largo plazo, la elaboración de un nuevo
Estatuto de los Trabajadores para el siglo XXI, y otro para el mientras tanto,
la derogación de los aspectos más lesivos de la reforma laboral, sin perjuicio
de los ajustes en materia de pensiones y Seguridad Social. No es un consenso
aislado porque existen también compromisos con los sindicatos más
representativos del Estado que permiten incluso descifrar qué es eso de los
aspectos más lesivos de la reforma laboral y que, de forma muy comedida, se han
hecho coincidir con la desnaturalización de la negociación colectiva y la
necesidad de volver a equilibrarla recuperando la ultraactividad indefinida de
los convenios, eliminando la prioridad no negociada de los convenios de empresa
o garantizando de forma más eficaz los derechos de los trabajadores
subcontratados. Medidas imprescindibles para acabar con los lamentables abusos
que han dado lugar a fenómenos como las
kelys y que nadie en su sano juicio podría considerar deseables.
Sin embargo, y sin negar la importancia de algunas de las
medidas incorporadas a los decretos de los «viernes sociales» (el subsidio para
mayores de 52 años o el registro de jornada por no hablar de las medidas de
conciliación), lo cierto es que la pasada legislatura concluyó sin mover una
coma de la reforma laboral del PP. Son varias las razones que lo explican, pero
no se puede negar que el PSOE ha encontrado fuertes resistencias internas. La
predisposición de la Ministra de Trabajo se ha topado reiteradamente con la
reticencia de la de Hacienda y la sensación general es que de la consigna «derogar
la reforma laboral» se ha pasado al lábil y enrevesado compromiso de «analizar
la conveniencia de aprobar modificar» los aspectos más lesivos de dicha
reforma. Incluso las apelaciones a un nuevo Estatuto de los Trabajadores para
el siglo XXI parecen haberse convertido en un trampantojo para no abordar el
mientras tanto: la insoportable precariedad que nos asola. De las distintas
almas que habitan en el PSOE parece imponerse la que comparte los elementos
esenciales del discurso laboral neoliberal y por eso, para defenderse de sí
mismo, queda muy lejos de suponer una ocurrencia que el ministerio de trabajo
recaiga en una fuerza política capaz de representar el sentir que en el terreno
laboral comparten seguramente la mayoría de los votantes socialistas. Con ello
no se entrega la regulación del trabajo a insensatos comunistas, sino que se
sientan las bases para la remodelación imprescindible del mercado de trabajo
que, se insiste, cuanta con consensos sindicales y políticos suficientes para
resultar identificable sin suponer ni siquiera una amputación completa del
modelo laboral que definió el PP en 2012.
Si en verdad
el trabajo fue el escollo principal para impedir un acuerdo es muy difícil
comprender por qué. Si no hay acuerdo en lo laboral la única razón convincente
es que intereses ajenos a los que con sus votos dieron su oportunidad a un
gobierno de cambio estén condicionando el debate. Sin duda sería extraño, casi
cándido, que esos intereses vinculados al poder económico no pugnaran por
mantener el status quo laboral, pero si lo consiguieran no cabe más que
concluir con una fatalidad: no hay espacio para un debate democrático alrededor
del trabajo, sus designios están marcados de antemano y se sitúan al margen del
debate político. Y ello justo en el momento en el que la legión de trabajadores pobres que produce el actual ordenamiento necesita justo
lo contrario, la «repolitización» del trabajo, por robarle la expresión a uno
de los mejores laboralistas españoles.
“De las distintas almas que habitan en el PSOE parece imponerse la que comparte los elementos esenciales del discurso laboral neoliberal y por eso, para defenderse de sí mismo, queda muy lejos de suponer una ocurrencia que el ministerio de trabajo recaiga en una fuerza política capaz de representar el sentir que en el terreno laboral comparten seguramente la mayoría de los votantes socialistas. Con ello no se entrega la regulación del trabajo a insensatos comunistas, sino que se sientan las bases para la remodelación imprescindible del mercado de trabajo que, se insiste, cuanta con consensos sindicales y políticos suficientes”
ResponderEliminarAtina, y mucho, J. Perez Rey. Un artículo que pone el foco en aquello que más castra la vis social del psoe. A mi juicio no es la única causa pero si la más decepcionante de su bloqueo al Gb de coalición.