viernes, 30 de agosto de 2019

ITALIA Y NOSOTROS



Concentrada la audiencia mediática en las turbulencias que denota la política española en torno a la posible investidura del 23 de septiembre o la convocatoria de elecciones, no se atiende suficientemente a otros acontecimientos de enorme importancia que están sucediendo en otros países europeos, a los que no se está dando la relevancia que se merecen. El significado de la reunión del G-7 y los movimientos apreciables en la guerra comercial global, la absolutamente excepcional anulación del parlamento británico por el nuevo primer ministro Johnson y su alineamiento anti europeo con las posiciones de Trump, o la caída del gobierno negro-amarillo de Italia y la solución parlamentaria que busca una nueva mayoría en este país. Esta última vicisitud política es especialmente interesante porque contiene algunas enseñanzas útiles para la actual situación española.

Las elecciones generales en Italia tuvieron lugar en marzo del 2018, y supusieron un vuelco importante en el panorama político italiano. Ante todo por la victoria electoral del Movimiento 5 Estrellas (M5S) que fue el partido más votado, con casi once millones de sufragios, seguido del Partido Democrático con algo más de seis millones, y la Liga, que había perdido un año antes su referencia regional al Norte y se había constituido, bajo la égida de Matteo Salvini, como un partido nacional, obtuvo el tercer puesto en número de votos con cinco millones y medio. La construcción complicada del sistema electoral italiano, que fuerza a las coaliciones, hizo que la coalición de la derecha, entre la que se encontraba el incombustible Berlusconi, obtuviera más votos que la del centro izquierda liderada por el PD, pero que la posibilidad de gobernar dependiera en todo caso de la posición que adoptara el M5S, que había ganado importantes posiciones en todo el país, sustituyendo en el Sur a las preferencias de los votantes clásicos del PD. Tras tres meses de negociaciones, se caminó hacia un gobierno extraordinariamente complicado, porque se trataba de una coalición entre la Liga y el M5S, cuyos programas no parecían poder  conciliarse, pero que encontraron una suerte de espacio común a través de la reivindicación de un neosoberanismo muy reluctante frente a la gobernanza europea, con un fortalecimiento de la vertiente represiva y autoritaria de la seguridad entendida y publicitada como protección frente a la oleada inmigratoria que la guerra de Libia y el cierre de la via de llegada a través del Egeo había provocado en Italia, y la corrección de algunos de los elementos más negativos de la legislación laboral que el gobierno Renzi puso en práctica entre el 2013 y el 2016, antes de su dimisión ante la derrota de su planteamiento de reforma institucional en diciembre de este año.

El gobierno amarillo-negro no tuvo fácil su alumbramiento, no sólo en cuanto al programa de actuación sino también en torno a sus componentes, puesto que el Presidente de la República vetó al ministro de Economía propuesto por el primer ministro Conte, y la bicefalia entre Di Maio como el vicepresidente de asuntos sociales y Salvini como ministro del interior, ha generado muchas fricciones en la práctica, especialmente a partir de los últimos acontecimientos en los que el desprecio de las normas internacionales y de derechos humanos por parte de Salvini en relación al rescate de inmigrantes en el Mediterráneo resultó extraordinariamente patente. En materia social, el gobierno intentó avanzar un proyecto de regulación laboral más garantista – el Decreto Dignidad – pero la visión sobre la que partía bloqueaba la conexión entre este tipo de acción de gobierno y los sindicatos, en especial con el más potente de ellos, la CGIL. Para el Movimiento5 Estrellas, era necesario proceder a la desintermediación en la sociedad italiana, entendiendo por tal la construcción de una relación directa y prioritaria entre la ciudadanía, organizada como movimiento, y la política, lo que por tanto llevaba a la priorización de una forma de gobernar en la que el diálogo social y la intermediación de la organizaciones sindicales y empresariales no resultaban determinantes en la acción de gobierno, siendo por el contrario instancias de representación que impedían la acción política directa entre el pueblo, la gente, y su representación “en movimiento”. Algo de esta politicidad directa gente/movimiento que no confía en la representación política partidista ni en la colectiva basada en la pertenencia a la clase, está también presente en el debate del primer Podemos, y se proyecta aun hoy incluso en formaciones escindidas como la de Mas Madrid.

Lo que ya se conoce es que ante lo que Salvini interpretaba según las encuestas de opinión como un momento electoral de enorme popularidad que iba a permitir consolidar y ampliar su mayoría parlamentaria y además eliminar a su socio M5S, puso en práctica una moción de censura en el Senado para obtener la caída del gobierno y poder convocar elecciones. La maniobra sin embargo no le ha salido como quería, porque han reaccionado inteligentemente el resto de partidos, en especial el PD, que, no sin un cierto debate interno han considerado la oportunidad de que se forme un nuevo gobierno sin necesidad de convocar elecciones, esta vez mediante la coalición entre el M5S, que sigue siendo el partido con más diputados y senadores sin coalición, y el PD, como líder de la coalición de centro-izquierda. En los próximos días veremos cuáles serán las líneas de acción de este gobierno neonato. Landini, el secretario general de la CGIL, ha dicho en la fiesta de la Unitá celebrada antes de ayer en Ravenna que aguarda el programa de gobierno a la espera de nuevas e importantes reformas sociales y del sistema de imposición injusto que se ceba en las rentas de trabajadores y pensionistas. “Los sindicatos no tenemos gobiernos amigos o enemigos, salvo que se trate de gobiernos filofascistas o racistas a los que combatimos directamente. Sólo consideramos que el gobierno actúe a favor o en contra de los derechos de los trabajadores”, ha sintetizado, reclamando un importante esfuerzo de reflexión y de diálogo con los sindicatos, los empresarios y el nuevo gobierno sobre la base de un cambio social importante.

Hay en el caso italiano muchas enseñanzas para la actualidad española. Las más evidentes, la tentación de recurrir a la convocatoria de elecciones para aumentar la densidad y la presencia electoral de una fuerza de gobierno que carece de una mayoría parlamentaria, y la inteligencia de las fuerzas políticas desplazadas de poder articular una respuesta que aleje la posibilidad de las elecciones. En España no hay ciertamente una posibilidad de juego con las fuerzas de oposición, pero si hay soluciones que permitirían la investidura del gobierno del PSOE aunque posteriormente éste se tuviera que ver obligado a encontrar acuerdos fundamentales en orden a los presupuestos generales del Estado y al control de la actividad de gobierno. Es también muy sugerente constatar que las dinámicas políticas que solo piensan en términos de fortalecer el propio partido para debilitar al socio de gobierno no producen los efectos perseguidos por quienes las impulsan, de manera que en el caso italiano la Liga y su líder, Salvini, han pasado de ser el elemento más visible en la dirección del gobierno italiano a la posición de líder de la oposición expulsado del ejecutivo y sin que su fuerza electoral pueda modificarse. También es interesante comprobar el giro del M5S respecto a la posibilidad de gobernar con el PD, una cuestión que ambas fuerzas políticas habían rechazado hace tan solo un año, y la importancia que sin duda deberá tener en el inmediato futuro para el nuevo gobierno, las estrategias de intermediación social que garantice su permanencia, frente a la tradicional teorización de la “desintermediación” de los exgrillinos como forma de concebir la política. En este sentido, la insistencia reiterada y cada vez más impaciente de los sindicatos UGT y CCOO en un gobierno de progreso entre PSOE y UP no debe ser ignorada por ninguna de ambas formaciones políticas, con independencia de la distinta responsabilidad que tienen cada una de ellas en conseguir los consensos a los que se refiere el artículo 99 de nuestra Constitución. Por último, la propia capacidad de las diferentes formaciones políticas para compartir un programa común pero también áreas de gobierno. Una posibilidad que trasciende la buena o mala relación entre fuerzas políticas, que saben en un momento dado, superar sus desconfianzas para concentrarse en un programa de actuación y en un reparto de responsabilidades en orden a la acción de gobierno. En una práctica tan rígida como la española del gobierno monocolor, muy ligada al bipartidismo y a una cierta patrimonialización de la administración y de la dirección de los cuerpos de funcionarios del Estado, que se consideran que deben ser preservados frente a irrupciones “externas” al juego de sustitución bipartidista, la experiencia italiana del mestizaje político y de la flexibilidad en los acuerdos es especialmente notable, y sería muy conveniente que pudiera importarse a nuestro sistema político.


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