Hoy, 11
de mayo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, firma en La Moncloa
con los presidentes de la CEOE y Cepyme, Antonio Garamendi y Gerardo
Cuerva, y con los secretarios generales de CCOO y UGT, Unai Sordo y Pepe
Álvarez, el Acuerdo Social para la Defensa del Empleo (ASDE), un acuerdo
alcanzado en diálogo social para extender los ERTE más allá del estado de
alarma entre estos agentes sociales y la Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.
Se trata de un acuerdo un tanto
especial, puesto que está destinado a convertirse en un Decreto Ley que
previsiblemente aprobará el gobierno en su reunión del consejo de Ministros del
martes y por tanto expresa gráficamente la realidad de un norma directamente
pactada con los interlocutores sociales que desvincula la medida fundamental de
mantenimiento del empleo en la crisis económica derivada del Covid-19, el
Expediente de Regulación Temporal de Empleo, de la situación del estado de
Alarma, y da una proyección posterior al mismo como instrumento de regulación y
amortiguación social ante las evoluciones negativas para sectores y empresas
que lleven consigo la reanudación de la actividad económica después de que
finalice el período de excepción, permitiendo a su vez una transición de los
ERTE por Fuerza mayor a los de causas objetivas. Ya habrá tiempo para que los
analistas desbrocen en detalle esta regulación cuando se convierta en Decreto Ley
y se publique en el BOE, pero lo que se quiere resaltar en esta entrada es la
relevancia del propio Acuerdo en la determinación de las reglas que han de
regir las relaciones laborales en el período post-pandemia o si se prefiere, en
la reconstrucción social que debe presidir esta etapa.
En el ASDE se inserta un elemento
importante que compromete a los sindicatos más representativos y a las
asociaciones empresariales, y es la creación de una Comisión de Seguimiento
tripartita laboral del proceso de desconfinamiento, que estará integrada por
las personas al efecto designadas por el Ministerio de Trabajo y Economía
Social, el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, CEOE,
CEPYME, CCOO y UGT. Tiene como función principal “el seguimiento de las medidas
que, en el ámbito laboral, se están adoptando durante la fase de
excepcionalidad atenuada, el intercambio de los datos e información recabada
por las organizaciones integrantes y el Ministerio de Trabajo y Economía Social
al respecto, así como la propuesta y debate de aquellas medidas que se
propongan por este o por cualquiera de las organizaciones que la integran”. Es
decir, que se pretende con el Acuerdo insertar en la acción pública de
desarrollo de la crisis un elemento de cogobierno con los interlocutores sociales,
reforzado por la obligación de consulta previa en el caso concreto de
prolongación de los ERTE por fuerza mayor más allá de la fecha señalada para estos
de 30 de junio de 2020.
Una gobernanza de la
salida a la crisis fundada sobre el diálogo social y la cooperación entre el
poder público – Trabajo y Seguridad Social – el sindicalismo confederal y las asociaciones
empresariales más representativas, que marca posiblemente la vía para ir
diseñando un proceso de reconstrucción económica y social después del período
de excepción que estamos viviendo. Es decir, que la participación directa de
los interlocutores sociales en ese proceso de interlocución con el poder público
es hoy más seguro que el por el momento improbable encuentro con los llamados
partidos de oposición, representados por el PP y Vox junto con Ciudadanos y
otros grupos como Coalición Canaria. Los agentes socio-económicos han conquistado
con este Acuerdo un status sociopolítico que no puede frustrarse o
supeditarse a una supuesta prioridad del acuerdo entre partidos.
Si se quiere seguir utilizando la
evocación de los Pactos de la Moncloa como referente del objetivo pretendido
de reconstrucción económica, social y política del país, que desplazó al
espacio de la negociación entre partidos las líneas maestras tanto del esquema
institucional democrático posterior como del marco legislativo en materia económica
y social, situando a sindicatos y asociaciones
empresariales en una posición subordinada – y seguidista – del proyecto global
resultante, en esta ocasión los términos tienen que alterarse sustancialmente.
Son las figuras colectivas que representan los intereses económico-sociales de
trabajadores y empresarios quienes han demostrado la capacidad de comprometerse
en la administración de la crisis y en la defensa de una recuperación económica
que intente, con la ayuda pública, el mantenimiento del empleo, pese a su
fragmentación y debilidad estructural ocasionada por un modelo de desarrollo
productivo que tiene que ser modificado. Esta corresponsabilidad en la
legitimación de las políticas públicas de gestión de la crisis económica
derivada del Covid-19, tiende, por su propia dinámica, a continuar en el futuro
como una forma de gobierno de la dimensión social y económica que será clave en
la fase de reconstrucción del tejido industrial y económico de nuestro país
tras la crisis. La conducción tripartita del “desconfinamiento” basada en el
diálogo social que hoy se explicita en la firma del ASDE, es un dato lo
suficientemente valioso para el Gobierno como para no hacerlo progresar y
desarrollar en su diseño de reconstrucción nacional, creando dentro de él un
amplio espacio de negociación y de cooperación con los agentes sociales.
Este es el valor político
fundamental del acuerdo, sin perjuicio de que también señale por defecto las
carencias del cuadro político que quincenalmente abochorna a la opinión pública
informada con los improperios e insultos a la actuación del gobierno en la
crisis y que en el último pleno del Congreso amagó de manera irresponsable con
echar abajo el estado de alarma con la lesión irreparable que ello acarreaba a
la prevención sanitaria y de las medidas de protección social arbitradas. El acuerdo
social supone un nuevo revés a la política agresiva de enfrentamiento que lleva
a cabo el Partido Popular a nivel nacional y que reduplica, de manera también chirriante
durante la semana pasada, en la Comunidad de Madrid, con la crisis política
abierta en ese gobierno con la dimisión de la Directora General de Salud
Pública expresando su desacuerdo con la decisión de la CAM de solicitar el pase
a la fase 1 de la desescalada. Demuestra que los agentes económicos, las
asociaciones empresariales, si saben llevar a cabo un proceso de consultas y de
negociación en el marco de la gobernanza de la crisis, tanto con los sindicatos
como con el poder público, asumiendo un rol de interlocutor político de
suplencia frente a la incomparecencia del PP en este plano y la debilidad
evidente de Ciudadanos al intentar rellenar este puesto. Una interlocución
posiblemente no buscada, pero que ha sido el resultado natural del fracaso de
la orientación política de confrontación directa que buscaba el Partido Popular
y la extrema derecha y que se ha hecho patente en esta última semana.
En el Acuerdo hay compromisos muy
relevantes que marcan un cierto sesgo en la gestión que se está haciendo de la
crisis, y resulta conveniente darles el valor que se merecen al estar
respaldados por el consenso de todas las partes firmantes del mismo, patronales,
sindicatos y gobierno. Fundamentalmente resaltan los acuerdos sobre la
normativa ya aprobada sobre la prohibición de los despidos mientras dure el
estado de alarma y la cláusula de mantenimiento de empleo y consecuente
prohibición de despedir durante los seis meses posteriores a la reanudación de
la actividad para aquellas empresas que se hayan acogido a la regulación
temporal de empleo, un rasgo definitorio de la regulación de la crisis. Pero
destacan asimismo los límites presentes en el ASDE sobre la “transparencia fiscal”
y el reparto de dividendos. Respecto de lo primero, las empresas y entidades
que tengan su domicilio fiscal en países o territorios calificados como
paraísos fiscales no podrán acogerse a los expedientes de regulación temporal
de empleo que prevé la regulación excepcional que se ha venido efectuando desde
el RDL 8/2020. Respecto de lo segundo, las empresas y sociedades que hagan uso
de “los recursos públicos destinados a los ERTEs” regulados en la normativa de
excepción, “no podrán proceder al reparto de dividendos correspondientes al
ejercicio fiscal en que se apliquen estos expedientes de regulación temporal de
empleo”, a menos que devuelvan el importe de la exoneración de las cuotas a la
Seguridad Social efectuada. Aunque esta regla es sólo de aplicación a las
empresas de más de cincuenta trabajadores en plantilla, la idea es clara: no
aprovechamiento de los recursos públicos bien para evadir impuestos, bien para proceder
a repartir beneficios a los ocios sobre la base del sostenimiento público de su
actividad productiva.
Se trata por consiguiente de la
consolidación de un proyecto de dirección de la regulación de intereses en la
crisis que está especialmente preocupado por la repercusión negativa sobre las condiciones
de existencia social que la crisis del Covid-19 está causando sobre la
población trabajadora, a la vez que exige una corresponsabilización de las
empresas en este compromiso común adoptado por las partes. Manifiesta una
tendencia cuyo ensanchamiento y prolongación se verá en el futuro. Un elemento
central para verificar la continuidad de estas iniciativas habrá de ser, de
manera muy significativa, l concreción de ese “pacto contra la temporalidad” del
que habló en el Congreso la ministra de Trabajo, Yolanda Diaz, y que ha
sido recogido también por el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en
el debate sobre el Estado de alarma y en otras comparecencias. Mientras tanto,
la firma de Acuerdo es una buena noticia que fortalece la acción del gobierno y
refuerza la vertiente de la participación colectiva de los interlocutores
económicos y sociales como figuras centrales en la disputa de la gestión política
de las soluciones a la crisis.
Muy buen comentario, profesor Baylos, acerca del impulso del diálogo social cono instrumento esencial para hacer la reconstrucción y las transiciones pendientes de forma negociada y equitativa. Un "Pacto contra la temporalidad" es no solo necesario, sino absolutamente imprescindible para introducir una dinámica completamente diferente en el funcionamiento de nuestro mercado de trabajo: empleo digno y trabajo decente.
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