Con
ocasión de la celebración de varios concursos para plazas de catedrático de
universidad y de titular de universidad, retrasadas en la UCLM durante dos años
a causa de las ya bien conocidas restricciones económicas que ofrecía la tasa
de reposición en las universidades públicas heredadas de los recortes del empleo
público furto de las políticas de austeridad, ha surgido esta reflexión sobre
la forma en la que se diseñan los instrumentos de evaluación de la actividad
docente e investigadora, cuya valoración viene ya dada a través del mecanismo
de la acreditación, y frente a la cual el concurso-oposición viene simplemente
a sancionar formalmente una decisión ya adoptada por la Agencia pública de
evaluación, que es quien realmente procede a intervenir sobre este aspecto. La
contraposición entre una universidad simulad y una universidad real, me ha
servido para las notas que siguen.
En 1988, Umberto Romagnoli publicaba
en la revista Il Mulino un artículo que titulaba “La Universidad
simulada” en el que se refería a la diferencia que existía entre el cuadro
institucional que diseñaba un cursus honorum cifrado en méritos
burocráticos y la actividad universitaria como marco de ejercicio de un
pensamiento crítico y fecundo. Es una imagen potente que puede servir para
explicar las sensaciones que hoy en España tenemos algunos de los profesores de
Derecho del Trabajo sobre lo que nos rodea en el medio universitario.
Existe una universidad real y una
universidad simulada. En esta, los nombramientos, las designaciones de puestos
de trabajo y de categorías profesionales dependen de un proceso en muchos casos
plenamente desconectado de la realidad. Los procedimientos que se han arbitrado
para valorar la capacidad docente e investigadora no coinciden con la medición
real del trabajo que ha realizado la persona concernida. Ni se tiene en cuenta
la actividad docente, contemplada a lo largo de la vida del profesorado ni la
gestión académica, así como tampoco el trabajo integrado en un grupo de
referencia académica que no interviene en la valoración de estos méritos.
Los mecanismos de promoción
académica han sido capturados por una casta burocrática especializada designada
de forma ignota por la Agencia que tiene a su cargo la evaluación y que cuenta
con asesores e informantes que permanecen en la sombra, identidades opacas que
alimentan el sistema. Un sistema que sólo tiene en cuenta la cantidad de
publicaciones, de reconocimientos de actividades o de asistencias, paneles,
convenciones, de liderazgo de proyectos de investigación graduados en función
de la autoridad pública que los otorgue, sobre temáticas cuya relevancia o interés,
coyuntural, reiterativo de otros estudios o productivo en términos teóricos no
se entra a valorar, porque el mero hecho de concederlo es un mérito autoasignado,
y el proyecto al acabarse se vuelca en nuevos artículos o en volúmenes colectivos
que a su vez alimentan el fondo cuantitativo de la producción de excelencia
investigadora de sus autores. La valoración prioritaria de la cifra que se ha
conseguido aportar a la Universidad es clave en la promoción del líder que lo
ha conseguido. En ello también se basa la transferencia del conocimiento, de la
que ante todo se valora la capacidad del sujeto de haber compatibilizado su
dedicación a tiempo completo con el desempeño de otras actividades
profesionales, desde la de magistrado suplente o árbitro electoral a miembro off
shore de importantes estudios jurídicos cuya aportación se traduce en un
contrato de colaboración del art 83 LOU.
Se trata de un modo de concebir la
actividad del profesor de manera que el progreso y la promoción se entienda
como un acto individual, segregado del trabajo colectivo del grupo de
referencia en el que esta persona se incluye, y cuyo valor se mide por tanto en
función de la iniciativa personal del investigador o investigadora, en pos de
una excelencia que se merece como individuo. Este personaje que crea la
universidad simulada es un emprendedor, la actividad académica se configura
como emprendimiento, medido y objetivado en parámetros cuantitativos donde la
calidad del trabajo realizado está ausente.
Ni la calidad de lo que se
escribe o publica, el contenido y la relevancia del enfoque que se utiliza, la consideración
de pertenencia a un grupo de trabajo y su inserción en la construcción de la
cultura jurídica de un país, la comunicación real y sostenida con otros grupos
en el espacio europeo – o latinoamericano – mediante la circulación de la
producción académica, ni la capacidad de transmitir a los alumnos los conocimientos,
tanto en el nivel más elemental como en el especializado del segundo ciclo y la
formación de doctores, las iniciativas de una enseñanza creativa, nada de ello
es especialmente relevante para la universidad simulada.
En la universidad simulada, hay
prácticas ya asentadas y estereotipos personales del profesor triunfante,
coleccionista de presencias inanes en congresos y seminarios de todo tipo, el
especialista en ofertar y obtener artículos que describen la norma legal con
nobles intenciones didácticas y que se sitúan en las revistas denominadas de
impacto – aun no jerarquizadas en nuestro campo del conocimiento bajo el
imperio del Journal Citation Report y sus secuelas – como primorosos
ejercicios de reiteración descriptiva, el promotor de libros colectivos
traducidos al inglés para hacer patente la internacionalización de su caudal
científico aunque consciente de que nadie va a leer en otro sitio que en el impreso
de acreditación de ANECA, el muy extendido practicante de lo que se ha denominado
“anecdotario judicial comentado”, entendiendo sin embargo que el comentario de
una serie de fallos de diferentes tribunales es la única forma de exponer el “derecho
vivo”. Todos estos hábitos conducen al éxito y son sinónimos de la excelencia académica
que solicita nuestro sistema de promoción.
Frente a ello en la universidad
real la capacidad académica se consigue mediante la acumulación de trabajo
esencialmente colectivo a lo largo de un tiempo que se dilata o se contrae en
función de la calidad de lo que se produce, estudiando y perdiendo el tiempo en
pensar el derecho, relacionando los paradigmas teóricos vigentes con un
proyecto de regulación alternativo que mantiene una tensión entre el
conocimiento informado y la valoración crítica del sistema jurídico y de sus
manifestaciones más importantes. Un proceso de trabajo que se relaciona con la
historia y con la doctrina que nos ha precedido y que sabe tender puentes y
entablar un diálogo fructífero con otros grupos de trabajo universitario en el
ámbito europeo, sin despreciar el intercambio de modelos y de reflexiones con
el ámbito cultural latinoamericano. Una apuesta por tanto por la calidad del
trabajo intelectual somo signo de pertenencia a esa universidad real que está
presente, aunque en muchas ocasiones resulte invisible ante la preponderancia
de los mecanismos que conforman la universidad del emprendimiento y de la
excelencia simulada.
La dimensión real del trabajo universitario
es ignorado por los mecanismos de promoción y de visibilización de la excelencia
académica. En algunos campos de conocimiento de las ciencias sociales, la disociación
entre una y otra dimensión es muy fuerte, como sucede en economía o en
sociología, donde incluso el dominio de los espacios de publicidad científica
de impacto está orientado ideológica y metodológicamente para excluir de su
seno a los tipos de pensamiento científico no homogeneizados en un canon regular.
En el campo jurídico, y en concreto en nuestra área de conocimiento, las técnicas
de simulación, imprescindibles para obtener un reconocimiento académico
superior, han sido más accesibles, con todas las dificultades posibles,
ciertamente, a la promoción de personas que se identifican con las prácticas de
la universidad real. Dicho de otra forma, quienes apuestan por la calidad y la
primacía del trabajo colectivo, de profundización de la dogmática jurídica,
tardan más en ser aceptados como excelentes académicos, aunque se incorporen a
los mecanismos de simulación que posibilitan la promoción académica.
Pese a ello, seguir construyendo
una cultura jurídica crítica, que se nutra de la elaboración doctrinal anterior
y contemporánea, sin atender a “escuelas” o adscripciones de origen, que se
sostenga transversalmente sobre una masa de conocimientos y de teoría compartida
tanto entre universitarios españoles como de otras nacionalidades, con especial
atención al ámbito europeo, y que se nutra de una interrelación fructífera con
los operadores jurídicos ligados a la acción colectiva en el plano laboral,
económico y social, es una tarea ineludible. La Universidad real no puede
languidecer ni debilitar su empuje ante la omnipresencia ominosa de los
instrumentos institucionales que permiten simular la excelencia académica.
Excelente aportación, Antonio. Desde hace años estamos viendo como se degrada la figura de la profesora o profesor universitario para ser convertidos en burocratas a los que se les priva del tiempo necesario para estudir y pensar en profundidad y, así, poder transmitir conocimientos con claridad. Pero todavía hoy sigue habiendo, a pesar de las dificultades, una universidad real.
ResponderEliminarConcuerdo con el Prof. Aparicio. Magnífica entrada y muy necesaria. La burocratización de nuestra labor está poniendo en riesgo la docencia y la investigación en la Universidad, aunque existen bolsas de resistencia. Todavía no hemos salido de la política de austeridad en las Universidades públicas. En algunas, como la UCLM, el retraso de las plazas no es de dos, sino de siete años.
ResponderEliminarEsta entrada en tu blog, al que acudo con frecuencia, me parece estupenda y muy apropiada, especialmente cuando cada vez somos menos las personas que no "transferimos" nuestros conocimientos (adquiridos en nuestra condición de personas que estamos en el servicio público) mediante todo tipo de medios a los grandes (y de otro tamaño también) despachos/gabinetes de abogados (aquí sí que empleo el masculino intencionadamente) cobrando por ello (otra forma de "descapitalización" de lo público: dinero público invertido para nuestra formación que luego no se devuelve a la sociedad, sino a la empresa, cuando no "saltamos" directamente al mercado, creando una empresa de asesoría jurídica y otros menesteres). Y a ello, hay que añadir la calidad formal que acaba con la verdadera calidad material. Sí, el burocratismo del liberalismo económico (o capitalista), que evidencia una gran paradoja: piden menos normas y menos intervención pública (para lo que conviene), pero nos inundan con todo tipo de formularios, criterios de calidad ISO, códigos empresariales..., de modo que así estamos pendientes de crear una apariencia (o una simulación) para salir del paso con solvencia propia de la picaresca.
ResponderEliminarAl final, el Sr. Powell (con su Memorando confidencial: Ataque al Sistema americano de libre empresa), después de muchos años, va consiguiendo aquí también lo que pretendía.
Cuídate mucho y (como en la serie Canción Triste de Hill Street) "tengan cuidado ahí fuera".
Unha aperta moi grande desde A Coruña.
Xosé Manuel Carril
Qué acertadas palabras. La lógica del mercado ha inundado a la Universidad, también en el ámbito docente e investigador, y nos ha quitado el tiempo, ese bien preciado que (parafraseando a Montserrat Galcerán) la Universidad "robó" al capitalismo para poder hacer pensamiento y reflexión, para mirar con perspectiva, para colectivizar pensamiento y librarse de las limitaciones intelectuales del individualismo y de la urgencia con la que aquél oculta el bosque.
ResponderEliminarEs innegable que nunca como ahora se producen en número infinidad de artículos, estudios, libros, etc.; pero no es tan claro que hayamos producido más pensamiento jurídico-laboral que en tiempos pretéritos... o al menos, a mi entender, el ruido de toda esa cantidad de papel descriptivo y burocrático parece ocultarlo.
Un saludo