El 8 de
mayo se celebra el día de la victoria en Europa. Suicidado Hitler el 30 de
abril, el ejército alemán se rindió el 7 de mayo a los americanos e ingleses en
Reims, en el cuartel del General Eisenhower y el 8 de mayo en Berlín al
ejército rojo. Ese día se honra a las víctimas del nazismo y se organizan actos
conmemorativos por el fin de la dictadura nazi, que puso fin a doce años de
persecución contra los judíos, gitanos, homosexuales y disidentes políticos. Se
recuerda especialmente que los sindicalistas fueron el primer objetivo del
terror: miles de ellos fueron detenidos, torturados y asesinados. La derrota del
fascismo es convertida en una fiesta nacional en Italia, donde el 25 de abril
se celebra el día de la liberación y el 27 de enero, día de la liberación del
campo de Auschwitz por el ejército rojo, el día de la memoria antifascista. Ese
aliento antifascista recorre toda la Europa víctima del dominio militar y de la
violencia política que sacudió nuestro continente.
No sucede así en España. El
triunfo de los sublevados tras una cruenta guerra civil, el alineamiento
inmediato del régimen con el nazismo y el fascismo fue posteriormente subsanado
por el apoyo norteamericano a la dictadura en el contexto de la guerra fría. La
solución de compromiso que supuso la Transición política evitando actualizar el
reproche al ejército y a los cuerpos de seguridad del Estado de la represión de
las libertades y de los crímenes cometidos durante la dictadura, impidió que se
incorporara al calendario oficial de conmemoraciones fecha alguna que se
relacionara con ese pasado de represión y violencia, trasladando cualquier
homenaje a la instauración del sistema democrático a partir de la Constitución.
Hay que esperar a 2007, con la Ley de Memoria histórica, para que ese terrible
pasado comience a ser reconocido públicamente y removidos sus símbolos, pero
sólo a partir de finales de 2019 se trasladaron los restos del dictador del
Valle de los Caídos, y todavía se espera un proyecto de ley que normalice la
democracia impidiendo que se considere al franquismo como una etapa histórica neutral
en términos de valoración política.
Entretanto, y al compás de los
cambios electorales y en el sistema de partidos desde 2015 hasta la actualidad,
se ha ido fortaleciendo la ultraderecha con posiciones abiertamente elogiosas
de la dictadura y fundamentalmente difamatorias de las fuerzas de la izquierda
a las que se moteja con todo tipo de injurias, que llegan hasta la denigración
mas obscena como la que hizo Ortega Smith respecto de las trece jóvenes de la JSU fusiladas en 1939 – las trece rosas – afirmando que eran mujeres que “torturaban,
mataban y violaban vilmente”. Una virulencia extrema propia del lenguaje
fascista de la época, que ha ido caracterizando sin apenas modificación el discurso
de Vox como partido político para hacer una analogía entre la rebelión militar
de entonces y la rebelión ciudadana de hoy contra el gobierno social-comunista.
Los tribunales no han encontrado en este discurso ningún elemento punible, entendiéndolos
compatibles con la amplia libertad de expresión que acompaña al debate
político.
Pero más significativo que estas
posiciones abiertamente defensoras del fascismo español, se encuentran las
incrustaciones de este argumento en los dirigentes del Partido Popular más comprometidos
con un relato inducido por el trumpismo. En ellos, el fascismo aparece como un
término irrelevante, sin que se asocie a una noción antidemocrática de enorme
desvalor. Diaz Ayuso, que ha hecho de la libertad su palabra de orden
victoriosa, conversaba con una influyente presentadora televisiva que “si te
dicen fascista estás en el lado bueno de la historia”, entre risas cómplices de
su entrevistadora entusiasta, y el alcalde de Madrid, Martínez Almeida,
en un mitin de su partido previo al Primero de Mayo, entre los aplausos de la
concurrencia, afirmó textualmente: ″¿Sabéis qué pasa? Que si el paro ha ido
bien en España es porque los fascistas que gobernamos en Madrid hemos
conseguido que el paro baje cinco veces más que la media nacional. Porque
seremos fascistas, pero sabemos gobernar”.
Al margen de la incorrección del
dato sobre el descenso del paro en la Comunidad de Madrid, lo extraordinario es
la utilización de este término por el Alcalde de la capital de España. La
banalización del mismo. Ningún representante democrático de la Unión europea, y
desde luego, ningún regidor o regidora de cualquier capital europea se
permitiría definir, ni siquiera en términos paródicos, su actuación política
como fascista. Eso es solo posible en Madrid, donde se ha logrado subvertir el
sentido democrático de las palabras, vaciándolas de contenido. Banalizando el
sentido de terror y sufrimiento que implica asumir el fascismo como posibilidad
política, convirtiendo la libertad en un folio en blanco que se concreta en la capacidad
de consumir y de suministrar servicios que se adquieren en el mercado.
El ejemplo de la esterilización a-democrática
del concepto de fascismo plantea algunas dudas ante el discurso político,
porque no parece que este hecho constituya una preocupación relevante en los
planteamientos de la izquierda. Al contrario, las opiniones más reiteradas tras
el triunfo del PP en Madrid han consistido en reivindicar un trabajo político
continuado sobre las cosas que importan, situar el foco en lo cotidiano, huir
de las grandes palabras. Insistir en consecuencia en las propuestas de gestión,
en las cosas del día a día. Un discurso que por lo tanto se sitúe en el futuro
y no hable del pasado. Marcos de discusión convincentes sobre el modo de vida y
no encuadres de debate que se remitan al pasado. En este esfuerzo por construir
un relato creíble y aceptable, la importancia del debate ideológico se desplaza
a las formas en las que las fuerzas de progreso pretenden construir una
cotidianeidad más eficiente socialmente, sus propuestas concretas de gestión.
El problema de este tipo de
planteamientos que se abre paso en la reflexión sobre el triunfo del PP en
Madrid es que la clave del éxito futuro se cifra en el abandono de la discusión
sobre los conceptos básicos de la cultura democrática, que no deben formar parte
del marco de debate en el que se sitúan las propuestas de la izquierda. Con
ello se abandona a la derecha trumpista que nos gobierna la posibilidad de
subvertir el contenido de estas grandes nociones que daban sentido a la
contienda democrática, como han hecho efectivamente en esta campaña logrando la
banalización del fascismo – y de paso, regularizando la agresión de la
ultraderecha como un pensamiento plenamente integrado en la normalidad
democrática – y volcando la noción de libertad en la decisión individual de las
personas en la satisfacción de sus deseos a través del consumo, aprovechando la
carga emocional que la larga situación de la pandemia ha ido generando en
amplios sectores de población.
Situar fuera del marco de la
discusión política el antifascismo como condición democrática no debería ser una
conclusión válida para la recomposición de un relato de la izquierda que
pretenda vencer en el 2023 en Madrid. Es una exigencia fundamental de partida,
que no niega la capacidad de las fuerzas de progreso de proponer medidas
concretas y soluciones a las realidades terribles de desatención, destrucción
de lo público e incremento de la desigualdad que caracteriza la gestión
neoliberal acentuada en la Comunidad de Madrid. No es un relato sobre el
pasado, aunque la memoria del pasado sea un elemento que ilumina una buena
parte de la acción política del presente. Entre las cosas que importan, no
banalizar el fascismo ocupa un lugar importante. Antes que el espacio de la
cultura democrática sea corrompido y adulterado por otros discursos que la transformen
en algo irreconocible, es importante afirmarlo como un objetivo decisivo para
la reordenación del pensamiento transformador de la izquierda. Señalar las
formas en las que se manifiesta hoy, el avance negativo del autoritarismo y la
intolerancia, la extensión de la agresión y del odio. No puede ser el único elemento del debate,
pero debe formar parte de lo que encuadra la visión alternativa de la política
que asumen las fuerzas políticas de progreso. En el marco del debate tiene que
entrar el fascismo como un elemento actual, presente, algo que realmente
importa como amenaza y como recuerdo odioso que hay que combatir sin
vacilación. Salvo mejor parecer.
Paco Rodríguez de Lecea
ResponderEliminarMuy de acuerdo. Ir a las cosas dejándose de abstracciones está bien, pero el fascismo no es una abstracción, respira venenos muy concretos. Habrá que trabajar simultáneamente en los contenidos y en el marco.