Como es
sabido, el 25 de abril tiene marcados tintes antifascistas. En Portugal, más cercano
en el tiempo y en el espacio a España, es el día que conmemora la revolución de
los claveles, la caída de la dictadura de Caetano, la unión entre el
pueblo y el movimiento de las fuerzas armadas, y el peligroso precedente del
que tomaron nota Estados Unidos y la propia socialdemocracia alemana de la
época para evitar un contagio en partes del ejército de España, para lo cual
resultó muy efectiva la desactivación del rol de potencia garante de la
descolonización del Sahara occidental gracias a la marcha verde impulsada por
Marruecos y rápidamente aceptada por España ante las presiones norteamericanas,
y la criminalización inmediata del puñado de militares demócratas de la UMD que
habría de permanecer prácticamente hasta nuestros días.
El 25 de abril en Italia es la
fiesta de la Liberación, día no laborable nacional, en el que se celebra “la
liberación de Italia del nazifascismo, el final de la ocupación nazi y la caída
definitiva del régimen fascista”, según afirma el Decreto que la instituyó.
Pero es también la jornada de la memoria de la Resistencia, es decir de la
lucha llevada a cabo por los partisanos en la guerra civil que enfrentó al país
tras la capitulación de Italia en septiembre de 1943, a la que siguió la ocupación
alemana del territorio y la fundación de la llamada Republica Social Italiana –
la República de Saló – y la extensión de la insurrección armada contra el ejército
alemán y las SS de una parte y las escuadras fascistas de otra que efectuaban sobre
todo labores de represión interna. Las ANPI (asociaciones de partisanos) son
las protagonistas de este día, que se acompaña de manifestaciones públicas y
del homenaje del Presidente de la República y de las máximas jerarquías del
Estado, a la resistencia antifascista.
En Bolonia, la fiesta de la
liberación es especialmente importante porque aquí en noviembre de 1944, las fuerzas
partisanas infligieron una fuerte derrota a las tropas alemanas y las milicias
fascistas en la ciudad, aunque posteriormente no pudieron liberarla al detener
su avance las tropas americanas. La memoria antifascista es muy fuerte, y se
celebra una fiesta popular en la via del Pratello con música, coros en los que
se cantan canciones populares de la resistencia, y se coloca una corona de
laurel en honor de los partisanos. A su vez, como en tantas ciudades, se organiza
una manifestación o marcha por la mañana. La tarde se dedica a gozar de la
música y de la fiesta.
Este año las celebraciones del 25
de abril se han conectado con la guerra de Ucrania. En una doble dirección. Desde
la solidaridad con Ucrania invadida por los rusos, con una neta condena de Putin
y la afirmación del derecho moral y jurídico de Ucrania de defenderse,
junto con la reivindicación de la búsqueda de la paz, el rechazo de la guerra, “una
metástasis que no se sabe hasta donde se extenderá” y el peligro de una
ampliación del conflicto a Europa, con el riesgo de las armas nucleares. El día
antes, 24 de abril, una potente marcha pacifista de Perugia a Asís como edición
extraordinaria de la marcha por la paz, había congregado a 50.000 personas bajo
el lema “Fermatevi! La guerra è una follia” (Deteneos, la guerra es una
locura) y en la manifestación central en Milán, con 70.000 personas, las
demandas de intervención externa a los combatientes para lograr un alto el
fuego y las críticas a la militarización y al belicismo se unieron a la memoria
combatiente. Pagliarulo como presidente de la ANPI, Landini como
secretario general de la CGIL y Letta como líder del Partido Democrático,
incidieron, con los matices propios de las diferencias en sus discursos, sobre
esta exigencia de paz y el rechazo de la guerra. La entrevista del secretario
general de Naciones Unidas, Guterres, con Putin en Moscú se
valoraba como un dato importante para generar resultados positivos. La posición
del Papa fue también reconocida como un elemento movilizador de los esfuerzos por
la paz.
Ha coincidido en el tiempo esta
fiesta popular de la memoria antifascista en Italia y la derrota electoral de
la ultraderecha en Francia, lo que en España ha dado lugar a no pocas
reflexiones sobre la relación Le Pen y Abascal y sus diferentes puntos de vista y sus
coincidencias, sobre el futuro en general de la ultraderecha y su segura adhesión
al proyecto de la derecha española por el momento mayoritaria, su capacidad de
imponer el marco de pensamiento en el que juega no sólo la derecha sino también
las fuerzas democráticas reformistas. Por esta vía se despliega un relato algo
contradictorio en el que por un lado se explica la potencia electoral de Vox como
la pervivencia del franquismo nunca sepultado en la transición, junto con la
estrategia de las fuerzas socioliberales de preferir esta opción como adversaria
antes que confrontarse con una fuerza de izquierda alternativa. Estos discursos se
acompañan de llamadas al antifascismo de nuevo cuño, el combate frente al
trumpismo, la reflexión sobre las causas por las que el relato falsamente anti
sistema de extrema derecha capta voluntades y agrega consensos en detrimento de
la actuación de la izquierda.
Es evidente que el antifascismo
de hoy supone, no sólo en Italia, la clara conciencia del rechazo de las
experiencias políticas criminales del régimen nacionalsocialista y del
fascista, asi como del franquismo español. Es urgente la recuperación de la
memoria democrática en nuestro país. Pero además de ello, posiblemente la mejor
definición de antifascismo la debe dar el cumplimiento de los elementos
centrales de la constitución democrática española, que lejos de constituir un
proyecto regresivo y continuista del franquismo, contiene elementos muy
importantes de cambio y de activación de la participación ciudadana y democrática,
como han reconocido las fuerzas progresistas que hoy componen nuestro gobierno.
Una constitución que permite un campo de lucha y de conflicto social en el que
quepa garantizar a las personas que trabajan un reequilibrio de las relaciones
de poder en la empresa y fuera de ella mediante la intervención de los poderes
públicos, la negociación colectiva y la huelga a través de la acción sindical.
El antifascismo es ante todo proteger
la condición subalterna de las personas trabajadoras y reconocer derechos que hagan
realidad la mejora de las condiciones de trabajo y de empleo, y que eviten la
explotación laboral de franjas importantes de la población que tiene que
aceptar condiciones serviles para poder obtener rentas suficientes para mal
vivir, en un contexto de precariedad y de pobreza laboral. Proteger el empleo
digno y hacer realidad el trabajo decente, extendiendo la estabilidad en el
mismo, garantizando la salud y seguridad en los lugares de trabajo. Y dar a
conocer los avances que en esa dirección se están realizando, explicar las
dificultades que obstaculizan algunas reformas pendientes, rechazar una
narrativa normalizadora de un estado de opinión que descuida las indudables
mejoras efectuadas en aras de otras que podrían eventualmente haberse efectuado
y que a la postre busca la invisibilización de los cambios sociales,
presentando supuestos individuales que los desmienten, cuando no elaborando falsas noticias o elevando el diapasón de las protestas de los autodenominados emprendedores a los que el cumplimiento de la normativa laboral conduce al hundimiento y a la desaparición.
Explicar lo que ha supuesto
durante la crisis la regulación temporal de empleo, la subida del salario mínimo,
la reforma de la contratación temporal, el reequilibrio de la negociación
colectiva, es hoy una eficaz forma de combatir a la ultraderecha. Por eso estos
elementos están siempre fuera del foco de los medios, y lamentablemente también
del eje de los análisis sobre la situación política. El antifascismo se
demuestra andando, es decir, cambiando las condiciones de trabajo y de vida de la
mayoría de la población. Y compartiendo en el discurso público y mediático lo
que se está transformando y el alcance de esta modificación.
El antifascismo es un sentimiento mayoritario y arraigado en Italia. En España, aún no. Las causas históricas de la diferencia son muy obvias, pero enojosas. Nos falta un motor antifascista para dar cobertura y fuerza a una política de progreso como la que se está intentando llevar a cabo.
ResponderEliminarBien, maestro, nada que objetar, pero cómo puedo yo hacer algo útil y efectivo. Estoy de acuerdo con el diagnóstico pero cómo debo actuar. Si hay algo que me da miedo, de verdad, es la posibilidad de que pudiera gobernar aquí la ultraderecha y la extrema ultraderecha. Ahí está Castilla y León.
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