Todos los
periódicos de hoy abren con grandes titulares. La prensa madrileña afín al
bloque de la derecha extrema, con júbilo ante lo que supone un triunfo de la
minoría parlamentaria de oposición que ha impedido que la mayoría apruebe una
ley, evitando por tanto que los órganos donde teóricamente se deposita la
soberanía popular funcionen según el principio de mayorías, que habían quedado
claramente reflejadas en los 184 diputados que aprobaron el proyecto de ley en
el Congreso. La prensa digital junto con medios de solvencia editorial e
histórica como El País o La Vanguardia, junto con emisoras
afines, como la SER, anuncian con preocupación una deriva antidemocrática que
todos insisten en calificar como inédita y que causa gran preocupación.
Televisión Española se supone que, fiel a su tradición, se mantendrá en
equidistancia, favoreciendo la confusión y a fin de cuentas apoyando la versión
oficial según la cual para preservar la democracia el Tribunal Constitucional
ha tenido que romper las reglas del estado democrático.
No se necesita mucho trabajo para
demostrar que el sonrojante proceso de decisión que ha impulsado y finalmente
llevado a cabo la mayoría del Tribunal Constitucional, con dos de sus miembros
técnicamente sustituidos por los dos magistrados nombrados por el Gobierno,
expresa una posición estrictamente de partido que hace suya sin mediación
alguna. No se ha hecho ni siquiera el esfuerzo por aparentar una cierta
imparcialidad en el razonamiento que avala tal decisión. El principio básico es
que la mayoría de los magistrados – que se reúnen como grupo político, al
margen de la estructura que vertebra la actuación del Tribunal, en Secciones y
Pleno – tiene capacidad para imponer su voluntad en el marco de una estrategia
definida y decidida por el Partido Popular. No se necesita razonar nada, porque
hay seis votos sobre cinco y eso es suficiente. El resultado es grotesco, los
dos recusados votan oponiéndose a su recusación, violentando la imparcialidad
del proceso, y se aceptan las medidas cautelarísimas solicitadas por el PP para
impedir que el Senado pueda efectuar la misión legislativa que la Constitución
le impone.
Es el paralelismo con la propia
doctrina del TC que le ha permitido intervenir en las asambleas legislativas a
partir del procès lo que los medios empotrados en el poder económico
y político de la derecha extrema alegan como justificación: El Tribunal puede
intervenir en cualquier asamblea legislativa en medio del proceso de creación
de normas porque detenta ese poder de excepción que se ha asignado
unilateralmente, aunque ello suponga considerar la ilegitimidad del órgano
legislativo que pretende actuar como la mayoría del Tribunal entiende que no puede hacerlo.
La decisión del Tribunal Constitucional define el contenido y el alcance de la
potestad normativa de los órganos legislativos en cualquier momento del
procedimiento de creación de normas, impidiendo a voluntad la deliberación
sobre la ley en trámite sin escuchar ni oír a las partes interesadas. La
constitucionalidad de la ley no se enjuicia una vez que ésta ha sido
promulgada, como exige la LOTC, sino que se examina a lo largo del proceso de creación, para que su
cuestionamiento partidista en el Congreso adquiera ejecutividad plena,
imponiéndose a las mayorías parlamentarias mediante la suspensión del proceso
legiferante. Una intervención lesiva del principio de autonomía del parlamento que obedece directamente a la asunción por el TC de una
estrategia de partido que congela el principio básico de las mayorías políticas
como fundamento de la orientación de la norma legal.
A la postre, esta decisión, como
el enrocamiento del Partido Popular en no proceder a la renovación del poder judicial,
y de nuevo, a la desobediencia de la mayoría de los componentes del CGPJ a
cumplir una norma legal que les daba un plazo perentorio – incumplido
reiteradamente -para el nombramiento de los dos magistrados del Tribunal
Constitucional, produce una erosión profunda en la apreciación ciudadana por
la institución. Nadie hoy puede pretender tomar en serio el CGPJ, reducto de
una desobediencia contumaz de una serie de personas que ante toda la población
son identificados como jueces y magistrados plenamente orientados al servicio
de intereses personales – seguir en el cargo – y políticos – no permitir un
cambio en su composición conforme a la nueva mayoría expresada en las
elecciones de 2019 y en la formación de un gobierno de coalición progresista. Este mismo
descrédito sacude ahora al Tribunal Constitucional, convertido en un espacio de
actuación sectaria y partidista sostenido por una mayoría mecánica y caducada.
Quizá esta grave crisis
institucional pueda leerse como una nueva manifestación del viejo esperpento grotesco
de la España brutal, sectaria y reaccionaria a la que las personas de una
cierta edad estábamos acostumbrados y que confiábamos había ya desaparecido de este país. No ha sido así. Una gran parte de la población sin embargo lo vivirá
de este modo, confusa ante las explicaciones que se les da, sin tiempo ni ganas
para atender a las reflexiones técnicas y políticas que demuestran lo
extraordinariamente grave de la cuestión. No es una de las preocupaciones más
acuciantes con las que la ciudadanía tiene que lidiar en su quehacer cotidiano.
El desprestigio constante de las garantías democráticas funciona también como
un eficaz instrumento de amortiguación de la insumisión y por tanto hay que ser
inteligente en la respuesta para conseguir una mejor comprensión ciudadana de
la captura institucional de elementos clave del poder judicial y del control de
constitucionalidad que el sectarismo antidemocrático del Partido Popular está
propiciando y controlando.
En estos días serán varias las
asociaciones y organizaciones colectivas que tomen postura pública contra esta
deriva que lesiona la institucionalidad del control de las decisiones políticas
del poder legislativo, impidiendo la acomodación democrática de éstas que exige
la propia Constitución. Sería también deseable alguna declaración de los
órganos que expresan la voluntad popular de acuerdo a los resultados
electorales, reivindicando la posición que les corresponde en la elaboración de
las leyes. Pero lo importante es que se recupere pronto una normalidad
democrática que haga realidad la renovación del CGPJ, y completar el
nombramiento de los magistrados que corresponde al Tribunal Constitucional conforme
a las reglas que se prevén legalmente y que el Partido Popular se obstina contumazmente
en desobedecer desde hace ya demasiado tiempo.
Livina Fernández Nieto
ResponderEliminarNi Estado social, ni democrático y cuando añadieron «de derecho», lo que realmente querían incluir era «de derechas». Fueron comedidos «los padres» de la Constitución y no se atrevieron por aquel entonces. Hoy podrían incluir «rabiosamente de derechas» y sin sonrojarse. Lo digo y lo mantengo, este país tiene una metástasis. Ya lo cantaba Serrat: «escapad gente tierna, que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada que hacer». 😢