Mientras el BCE se congratula del hecho que en España la
renta salarial disminuya drásticamente en el próximo año, que los costes
empresariales sean mínimos – en cotizaciones sociales, porque ya conocemos que
los empresarios declaran que sus ingresos medios no superan a los de un
mileurista – y que en fin la banca siga con sus óptimas inversiones sin ningún
riesgo ni responsabilidad porque se sabe cubierta por el Estado, el
verano transcurre, africano en el centro y en el este peninsular, más amable en
el noroeste en el que se halla el titular de este blog. Y en este cuadrante
noroeste se aprovecha el descanso estival
para llevar adelante ciertas lecturas de verano.
Aunque se inscriben en géneros literarios distintos, todas
las lecturas hablan sobre la crisis desde lugares diferentes.
La primera es una forma explícita de resistencia a los
procesos destructivos del capital y de su creencia autoritaria en la
desigualdad social como causa eficiente de la riqueza material. Luis García
Montero ha escrito un hermoso libro, Una forma de resistencia (Algaguara,
Madrid, 2012), que presentó en público en la Fundación 1 de mayo ante una
audiencia entusiasta, entre la que se contaba quien esto escribe. Luis García
Montero es un magnifico poeta y a él se debe el título del blog hermano “Ciudad
Nativa” como también son de García Montero los versos que abren el acceso a esa
bitácora.
Una forma de
resistencia es un libro que descansa sobre un recuento de las cosas en las
que queda enredada la vida de las personas. Dice Luis García Montero que los dramas sociales y las especulaciones se
acaban concretando en la angustia de unos seres humanos obligados a separarse
de sus cosas para convivir con la hostilidad de un mundo extraño. Contra la
llamada destrucción creativa del capitalismo, las metáforas y las cosas
intentan conservar una voluntad humana de amor por la vida, un respeto por el
pasado que somos. Y en la evocación de esas cosas – la butaca, las gafas,
las tarjetas postales, los relojes, las copas, los libros dedicados – aparece
el aprecio de las mismas, no el precio de éstas, como un paisaje de la propia
existencia, los fetiches del recuerdo que transforman en un deseo de rebeldía,
una forma de resistencia que se basa en un mundo con contenido y con historia
alejado del espacio vacío y abstracto que marca el dinero y la forma de la
mercancía. Sin ceder a las ganas de rendirse a la imposibilidad de argumentar,
opinar o simplemente existir como sujeto activo en una democracia de reglas no
democráticas, el poeta abre su memoria de
madera y su melancolía de forma optimista a las cosas del futuro para dejar
a nuestros herederos un lugar, no un descampado. El mundo que se merecen, con
historia, generosidad y sentido, sin hipotecas ni fantasmas. Existir no puede
ser un ejercicio permanente e insaciable de devorar el vacío. La lección que
transmite este hermoso libro es que el
aprecio de las cosas habla de un mundo lleno, con dolor y amor propio, donde la
vida cuenta, donde la vida cuenta con atención sus cosas.
Petros Markáris ha construido un personaje, el comisario de
policía ateniense Kostas Jaritos, muy alejado de los moldes del investigador
privado marginal y marginado por el sistema, el “ojo privado” que ofrece una
visión desencantada y crítica de la sociedad, al estilo de Pepe Carvalho, pero
también de las creaciones literarias de policías atípicos como su pariente
siciliano, el comisario Montalbano. Jaritos es un funcionario bastante común,
con una vida familiar ordinaria y una existencia burocrática normalizada, que
manifiesta una ironía profunda ante el transcurso de las cosas y de los hechos
que se presentan como enigmas por resolver. En la novela Con el agua al cuello (Tusquets, Barcelona, 2012), el marco
histórico en el que se desarrolla el relato es el correspondiente a la Grecia
de la crisis del euro, en el 2010, y es la crisis en efecto el verdadero
protagonista de una historia en la que, para intriga del lector, son
decapitados consecutivamente un importante banquero, un relevante exponente de
las agencias de calificación o rating,
un prestamista y un agente de cobros en impagados. Grecia y Atenas en continuas manifestaciones
y cortes de tráfico, la tutela de la acción de gobierno desde el exterior, la
degradación de las condiciones de empleo y de protección social de los
empleados públicos y de la clase trabajadora – pero de manera muy detallada
respecto de la policía, los médicos y los profesores – la persistencia del paro
y la ruina de los pequeños empresarios, la presencia continua de un mercado
negro y de una inmigración irregular sobre la que se hacen recaer tantas
sospechas, conforman el paisaje inolvidable de la trama. Grecia como un espejo
que explica la encrucijada de los países periféricos europeos y el futuro de
unas condiciones de vida cada vez más degradadas para sus habitantes, víctimas
de las políticas del rigor impuestas violentamente desde las autoridades
monetarias europeas.
La tercera de las lecturas del comienzo del mes de agosto se
relaciona también con la crisis y el capitalismo expropiador de las conciencias
y de las existencias de las personas, pero de una forma menos directa. La
escritora alemana – germano-oriental – Christa Wolf, pasó un curso académico en
1991-1992 en la Universidad de Santa Mónica, en California. Se ausentaba así de
su “pequeño país”, Alemania, tras los acontecimientos de 1989-1990 que habían
producido el “cambio” que puso fin a la RDA y la inclusión del Este en la
República Federal. En La ciudad de Los
Ángeles o el abrigo del Dr. Freud (Alianza, Madrid, 2012), la autora hace el
relato novelado de esa estancia como forma de plantear una serie de reflexiones
sobre el “ser” alemán: la culpa por el
genocidio y la guerra generada por el nazismo y las clases dominantes alemanas,
el fracaso y la culpa de pertenecer a la Alemania socialista. Christa Wolf es
comunista y demócrata, y en la novela explica su vida y el aprendizaje
político, intelectual y emocional durante su existencia en una Alemania que
reaccionaba frente al infierno del nazismo y de la guerra y quería un mundo
diferente. A fin de cuentas, de preguntas
retóricas queríamos prescindir. Era evidente que la antigua sociedad, cuyas
clases dominantes habían causado la catástrofe, había de sufrir un vuelco
completo. Era evidente que los hasta ahora oprimidos habían de recibir su
oportunidad. Y la recibieron. El Estado favorecía a la gente pobre, familias en
cuyo seno habían nacido hasta entonces mujeres de la limpieza y obreros de
fábrica ponían a estudiar a sus hijos e hijas, en las universidades había un
espíritu de renovación ¿era eso poco tal vez? El relato no es para nada
lineal, se intercala y reaparece fragmentariamente, a medida que se describen
relaciones y discusiones, paseos y
paisajes americanos.
Christa Wolf fue muy crítica con el socialismo implantado en
la RDA, una vez que comprobó que no se dirigía hacia una transformación real de
las condiciones culturales y sociales de la población. Fue perseguida y
vigilada por la Stasi, y como
anticapitalista resultó asimismo una persona no querida en el oeste, incluso
con una breve temporada en una prisión del Berlín oeste en 1951. En el libro se
desvelan los retazos y los restos de la memoria de esa presencia incómoda del
intelectual crítico. Un hecho banal, haber colaborado marginalmente en 1959 en
una investigación dirigida por la policía política germano-oriental, sirve para
que en 1991 la prensa alemana democrática la convierta en una sicaria de la
dictadura estalinista. De esta forma su existencia democrática, socialista y
anticapitalista, quedaba anulada ante ese “colaboracionismo” con una policía
política que, apenas cinco años después de esa “colaboración”, comenzaría una
larga e intensa persecución contra ella, con internamientos en centros
psiquiátricos, censura y ostracismo. Pero ese episodio, que en la novela la
autora conoce en su período de estancia americano, es el eje de una reflexión
dialogada sobre el socialismo y la historia del siglo XX. Hay muchas más cosas
dentro de La ciudad de Los Ángeles o el
abrigo del Dr. Freud, pero seguramente la centralidad de este punto explica
su tardía publicación, 2010, un año antes de la muerte de su autora, el 1 de
diciembre de 2011, y la importancia que
tuvo para su reflexión sobre la memoria y la acción colectiva emprendida. La
dificultad de explicar lo vivido, de entender la utopía en la realidad concreta
que es objeto de la existencia, y de hacerlo desde un país como Estados Unidos
en el que la palabra comunismo genera una reacción negativa de manera
inmediata, es uno de los ejes de la narración. Los hechos, alineados unos junto a otros, no dan como resultado la
realidad, entendéis. La realidad tiene muchos estratos y muchas facetas, y los
hechos puros y duros son su superficie. Las medidas revolucionarias pueden ser
duras para los afectados, los jacobinos no se andaban con chiquitas, los
bolcheviques tampoco. Nosotros no habríamos negado que vivíamos en una
dictadura, la dictadura del proletariado. Una época de transición, una época de
incubación del hombre nuevo, ¿entendéis? “Quienes queríamos preparar el suelo
para la amabilidad no podíamos ser amables nosotros mismos”, a eso me atenía
yo. No amábamos nuestro país tal como era, sino tal como iba a ser. Tal como es
no seguirá siendo, de eso estábamos convencidos.
Hay más cosas, en efecto, en el libro de esta escritora siempre
compleja y sugerente. Juega con los sentidos del idioma, las diferencias
sustanciales entre la conceptualización de las cosas y de los sentimientos en
alemán y su dificultad para hacerlo en inglés. Aparece un contrapunto entre el
exilio alemán, preferentemente judío, y su relación ambivalente con Alemania,
descripciones muy sustanciosas y precisiones
sobre la política y la economía de Estados Unidos y sobre el tratamiento
de la realidad social en los medios de comunicación – los “motines” raciales de
South Los Angeles en 1991 – su actualidad política y el unilateralismo
norteamericano en materia internacional, con el arranque de la primera guerra
de Irak. Pero también sobre aspectos menos conocidos como el rastreo de la
emigración alemana antinazi de los años 30, de Brecht a Thomas Mann, que
recrearon “Weimar bajo las palmeras” de Los Ángeles hasta su posterior diáspora
mediante la actuación del Comité de Actividades Antinorteamericanas. Describe
bellísimos paisajes, hace saber cómo el tiempo pasa, y cómo la inmensa fuerza de atracción de los
muertos, del pasado, no debe condicionar el presente, la búsqueda de nuevos
caminos, el gran viraje hacia un
replanteamiento del mundo y de su transformación, hacia el comienzo, que sólo
obstaculiza la edad.
Un hermoso libro sobre la crisis, como se ha pretendido
mostrar.
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