En la
entrada de ayer se subrayaba la importancia de presentar a la opinión pública
una matriz cultural diferente a la “gran narrativa” hegemónica sobre el trabajo
y su regulación social y jurídica. En un momento en el que el centro del debate
público se sitúa en la crítica – absolutamente necesaria – a las actividades
ilegítimas del Partido Popular y sus dirigentes, descubierta la monumental trama
de corrupción que aflora en las más altas instancias del mismo y que afecta al
máximo nivel de sus responsables, es importante reparar en el sentido y la
función de las políticas que se presentan como elemento central del discurso
ideológico y de gobierno del autodenominado centro-derecha en un contexto de
crisis económica. En esta ocasión, se trae a colación la intervención de Maria Luz Rodriguez, profesora titular
de Derecho del Trabajo en la UCLM y miembro de Economistas frente a la crisis, un
colectivo que mantiene posiciones críticas y rigurosas opuestas a la doxa dominante en el pensamiento económico.
Maria Luz Rodriguez presentó el
libro “No es economía, es ideología”, obra
de este grupo, y de su intervención, que se puede conseguir íntegra en la
página www.economistasfrentealacrisis.com
, se publica aquí una importante parte, dedicada a la relación entre los
presupuestos económicos e ideológicos que están detrás de la reforma laboral.
ECONOMIA, IDEOLOGIA Y REFORMA LABORAL.
María Luz Rodríguez. Profesora Titular de
Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social (Universidad de Castilla-La Mancha).
Ex Secretaria de Estado de Empleo. Miembro de Economistas Frente a la
Crisis.
Uno de esos valores ideológicos que se han
presentado siempre como verdades científicas es que la devaluación de los
salarios crea empleo. La tesis es aparentemente sencilla: como se concibe el
trabajo como cualquier otra mercancía, se piensa que bajando su precio habrá
más empresas que lo compren. Aplicando este axioma a la situación de desempleo
terrible que vivimos en nuestro país, se entiende que, bajando los salarios,
habrá más empleo. Más aún: como vivimos en una economía global y necesitamos
ser competitivos a escala mundial, devaluando los salarios (ya que no podemos
devaluar nuestra moneda) podemos hacer crecer nuestras exportaciones y atraer
hacia nuestro país inversión extranjera. Todo lo cual se traduce, al menos en
teoría, en un incremento del empleo.
Claro que lo anterior requiere una reforma
laboral que impulse mecanismos de rebaja salarial (el llamado “descuelgue
salarial” es uno de ellos) y deteriore el poder de negociación de los
sindicatos y la vitalidad de la negociación colectiva, a fin de que sean las
“circunstancias del mercado”, en este caso, el miedo a perder el empleo en un
país con casi 6 millones de personas en el paro, las que marquen los salarios,
naturalmente a la baja.
Ese es, tal cual, el diseño “de libro” de la
reforma laboral de 2012. Que ha venido a sumarse a la devaluación salarial que
ya estaba en marcha desde 2009 y que se ha hecho más intensa a partir de 2011:
desde ese momento no han dejado de bajar los incrementos salariales pactados
(del 2,44 por ciento en 2011 al 1,31 por ciento en 2012), la remuneración por
asalariado/a (variación interanual de 0,7 por ciento en 2011 al 0,5 por ciento
en 2012) y los costes laborales unitarios nominales (variación interanual del
-1,4 por ciento en 2011 al -2,6 por ciento en 2012) y los reales (variación
interanual del -2,4 por ciento en 2011 al -3,0 por ciento en 2012). Y, sin
embargo, no se crea empleo; al contrario, se destruye.
La devaluación salarial en curso no está
creando empleo, sino causando paro y dolor a la sociedad.
Los datos del último año son dolorosos, pero
evidentes: 380.949 parados/as más en las estadísticas de paro registrado, que
alcanza el récord histórico de 4.980.778 personas registradas como
desempleadas; 778.829 afiliados/as menos a la Seguridad Social; una pérdida de
más de 850.000 empleos y un incremento del número de personas desempleadas que
supera las 690.000. No sé si es a esto a lo que se refería la Ministra de
Empleo y de Seguridad Social cuando decía sentirse “muy moderadamente
satisfecha de la reforma laboral”. A mí me parecen, sinceramente, cifras
terribles, que vienen a demostrar que la devaluación salarial en curso no está
creando empleo, sino causando paro y dolor a la sociedad.
Como sucede con la propia austeridad, ya que,
desde el segundo trimestre de 2012, los recortes en gasto público están
provocando graves pérdidas de ocupación en el empleo público, más altas incluso
que las habidas en el empleo privado (en el último trimestre de 2012, la
ocupación baja un -6,98 por ciento en el primero frente a un -4,30 por ciento
de pérdida de ocupación en el segundo).
Estos mismos datos de pérdida de empleo e
incremento del número de personas en desempleo sirven para desvelar otro de los
valores ideológicos hechos valer como axiomas científicos. Hemos escuchado una
y otra vez que el coste del despido estaba frenando la creación de empleo, como
si lo que hay que pagar por destruir un puesto de trabajo en el futuro
influyera decisivamente en la creación del mismo en el presente. Siguiendo este
sendero, la reforma laboral de 2012, profundamente ideológica en este y otros
muchos aspectos, rebaja la indemnización por despido y lo facilita
considerablemente, al eliminar la autorización administrativa en los
expedientes de regulación de empleo.
Hay una estrecha correlación entre la
facilidad para despedir y el incremento de los despidos: desde que entró
en vigor la reforma laboral de 2012 se han incrementado los despidos.
Los resultados no se han hecho esperar. Acabamos
de ver que no se crea empleo, sino que se destruye. Pero hay más: desde que
entró en vigor la reforma laboral de 2012 se han incrementado los despidos. Lo
que viene a confirmar que, más que una relación entre el coste del despido y la
creación de empleo, lo que existe es una estrecha correlación entre la
facilidad para despedir y el incremento de los despidos. En efecto, en 2012 ha
habido más de 1,9 millones de despidos, frente a los 1’7 millones que se
produjeron en 2011 (un incremento en el número de despidos de casi un 11 por
ciento). Se han incrementado los despidos individuales basados en causas
económicas (pasando de 173.535 a 261.508); pero, sobre todo, se han
incrementado los despidos colectivos basados en esas mismas causas, los
conocidos como expedientes de regulación de empleo. Con datos de noviembre de
2012, es decir, a falta de un mes para concluir el año, ya son casi 89.000 los
despidos de esta clase, la cifra más alta de despidos colectivos de toda la
crisis económica. Consecuencia, sin ninguna duda, de haber eliminado la
autorización administrativa para poder llevar a cabo esta clase de despido y
haber descompensado, por esa vía, el poder de negociación de los/as
trabajadores/as en los procesos de reestructuración empresarial.
Un año después de la reforma laboral no
parece que se negocie más rápido, ni tampoco que se negocie mucho más en el
nivel de la empresa.
Un último valor ideológico utilizado como verdad
científica al que me quiero referir es al del dinamismo y la capacidad de
adaptación al entorno de la negociación colectiva. Se había insistido mucho que
nuestro modelo de negociación colectiva no poseía la capacidad de adecuarse al
rápido devenir de los acontecimientos económicos. Primero, porque tardaban
mucho en renegociarse los convenios colectivos y, después, porque apenas si
teníamos negociación colectiva en la empresa. Nuevamente la reforma laboral de
2012 hace suyos estos valores e incorpora las dos “recetas científicas” para
acabar con estos problemas: la limitación del periodo de ultra-actividad del
convenio colectivo a 12 meses de duración (antes duraba hasta que se firmaba el
nuevo convenio colectivo) y la prioridad absoluta de la negociación colectiva
en la empresa, sin ningún tipo de ligazón con la negociación colectiva
sectorial, en un país en el que más del 86 por ciento de las empresas tiene
menos de 10 trabajadores/as.
Un año después, no parece que se negocie más
rápido, ni tampoco que se negocie mucho más en el nivel de la empresa. Teniendo
en cuenta los convenios colectivos registrados en 2012, el porcentaje de
trabajadores/as con convenio de empresa ha aumentado en menos de 2 puntos,
pasando del 8,77 por ciento en 2011 al 10,61 por ciento en 2012, con lo que,
verdaderamente, la estructura de la negociación colectiva apenas ha sufrido
cambios.
La que sí está sufriendo con los cambios
producidos en su regulación es la propia negociación colectiva. El número total
de convenios colectivos registrados en 2012 (2.611) es el más bajo de toda la
crisis económica y el más bajo también de toda la serie histórica. Es decir, se
están negociando muchos menos convenios colectivos de los que se negociaban con
anterioridad. Pero lo peor es que el número de trabajadores/as a los que los
convenios colectivos registrados en 2012 dan cobertura (6 millones) es también
el más bajo de toda la crisis económica y hay que remontarse hasta 1982 para
encontrar otro más bajo en toda la serie histórica. Conclusión: la negociación
colectiva se está desvitalizando y el modelo de relaciones laborales está
perdiendo las propiedades de que le nutría la misma: mayor igualdad entre
trabajadores/as y empresarios/as, mejor redistribución de rentas y más
democracia en las empresas.
Bien, con los datos que acabo de esgrimir, creo
haber demostrado que la devaluación salarial no necesariamente crea empleo,
pero empeora la calidad de vida de los/as trabajadores/as y sus familias, y es
muy posible que esté en la base de la fuerte depresión de la demanda interna
que hoy cercena la capacidad de crecimiento de nuestra economía.
También hemos visto que las facilidades para
despedir lo único que engendran son nuevos despidos, sin que haya crecimiento
alguno del empleo. Eso sí, favorecen la imposición del poder del/a empresario/a
en la empresa, ya que el temor al despido, cuando hay casi 6 millones de
personas buscando trabajo, actúa como impulsor de la sumisión y la obediencia.
Finalmente, la pretendida búsqueda de una mayor
capacidad de adaptación de la negociación colectiva, se está saldando con una
devaluación de ella. Se sabía, claro que sí, que con un tejido empresarial
compuesto de pequeñas y pequeñísimas empresas, la negociación en el seno de
estas –sin ningún tipo de “cortafuegos” procedente de la negociación sectorial-
se iba a entablar entre partes desiguales en poder y, por tanto, podía terminar
con la imposición de las condiciones de trabajo que solo favorecen a la
empresa. Se sabía también que, limitando la ultra-actividad a un año de
vigencia, bastaba esperar ese tiempo para que el convenio colectivo se muriera.
A partir de ahí, el temor de los/as trabajadores/as a quedarse sin convenio
colectivo y, así, al albur de otro peor o del propio poder empresarial, ejerce
como elemento de convicción para aceptar las posibles rebajas de derechos que
las empresas puedan poner encima de la mesa.
Todo lo anterior es lo que se estaba buscando.
Pura ideología y poca ciencia. Lo bueno de descubrirlo es que nos permite
afirmar que hay otra forma de entender y hacer las cosas. Que hay alternativas.
Economistas frente a la Crisis apuesta por ellas.
Me parece muy interesante, pero me da la impresión de que la autora de este papel tambien participó de ese mismo contenido ideológico que ahora denuncia cuando fue secretaria de empleo del gobierno Zapatero
ResponderEliminarLa experiencia en materia de reformas laborales nos ha enseñado que se debería limitar la capacidad de los ejecutivos de turno a realizar reformas laborales en tiempos de crisis a través del Real Decreto-Ley. Esto es realizar un Pacto que impida la deriva ideológica que rezuman tanto las últimas reformas laborales como las anteriores.
ResponderEliminarAcabad con la crisis del trabajo y del empleo!