Muchos de
los lectores de este blog repasan
asimismo otras bitácoras del ciberespacio de Parapanda, en especial la que
constituye su buque insignia, Metiendo
Bulla. En ella se hospedan, como se sabe, ilustres firmas y oportunas
intervenciones sabiamente administradas por Don Jose Luis López Bulla y
su alias Tito Ferino. Es seguro por tanto que los lectores de esta entrada
hayan leído previamente el texto de Miquel
Falguera , “Un pacto social, pour quoi faire?” (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/05/un-pacto-social-pour-quoi-faire.html) en el que se realizan unas reflexiones muy extensas sobre
la cultura del pacto welfariano – más allá de la cultura del pacto fordista –
como jaula de hierro que encierra la manera de pensar del sindicato y
condiciona su programa de acción. Con una prosa en la que predominan las simetrías
con ángulos y facetas pronunciadas, típicas del estilo del autor, se desgranan
una serie de consideraciones que tienen que ver indirectamente con el contenido
del presente post, aunque el discurso
de este bloguero es más partidario de las líneas curvas y de elipses, es decir,
de una geometría sin aristas, como decía el poeta.
El sábado 18 de mayo, la FIOM, la
federación de rama de los metalúrgicos de la CGIL, que está conduciendo desde
hace al menos dos años una lucha aguda contra la segregación en las empresas y
en la negociación colectiva que es objeto de la gran empresa transnacional del
automóvil, la FIAT, con la connivencia de los otros dos sindicatos confederales
del sector y la patronal del mismo, ha convocado una gran manifestación
nacional en Roma, en la plaza de San Juan de Letrán. La convocatoria se situaba
en un contexto político especialmente delicado, con el nuevo gobierno “de
amplia mayoría” presidido por Enrico
Letta, vicepresidente del Partido Democrático, que ha supuesto la derrota
de una estrategia de centro-izquierda en el interior del propio PD, iniciada
con la participación de más de tres millones de personas en las primarias del
partido y la coalición del PD dirigido por Bersani
con el grupo de izquierda SEL, liderado por Nichi Véndola.
La lucha contra las políticas de
austeridad impuestas desde el gobierno financiero-institucional europeo y la
revalorización de la centralidad del trabajo como eje de una política
alternativa son las coordenadas dentro de las que se mueve este eje cultural e
ideológico de una parte importante – electoralmente mayoritaria – de la
izquierda italiana. La FIOM encabeza, en términos organizativos y de presencia
pública, la oposición social a las políticas de austeridad y por consiguiente
también al gobierno Letta. La
manifestación del sábado se preparaba como una afirmación de una plataforma
reivindicativa, un programa de acción que un gobierno progresista debería
llevar adelante como forma de afrontar la grave situación de crisis italiana.
El secretario general de la FIOM, Landini,
resumía este programa en los siguientes puntos: “bloquear” los despidos que
el nuevo art.18 del Estatuto de los trabajadores ha promovido, derogar la
normativa que permite la inaplicación en la empresa de los convenios nacionales
de sector, introducir la renta básica ciudadana – que en Italia se configura
como una suerte de subsidio asistencial para todos los que no tienen empleo –
una ley sobre la representación que permita fijar reglas sobre la
representatividad que se basen en la voluntad de los trabajadores expresada en
la elección de sus representantes, la realización de los derechos fundamentales
previstos en la constitución, en especial el de libertad sindical en los
lugares de trabajo y la negociación colectiva, y la refinanciación de la CIG
como “amortiguador social” que permite suspender los contratos de trabajo y
pagar una prestación sustitutiva a los trabajadores de las empresas en crisis,
que de esta forma no se ven obligadas a despedirlos por causas económicas.
Se trataba por tanto de todo un
programa de reformas que requiere un sujeto político que lo lleve adelante.
Éste último ya no es el Partido Democrático. Para la FIOM, el PD les ha dejado
solos. No ha derogado las normas anti-sindicales aprobadas en el último
gobierno Berlusconi, y ha apoyado la reforma del art. 18 del Estatuto aprobado
con el gobierno Monti. Y no ha sido capaz de gestionar una salida progresista
tras las elecciones, pese a tener la mayoría relativa y el premio de mayoría
electoral, desembocando al final en un gobierno “de amplios consensos”. Ello no
implica que no sea necesario ese sujeto. “El problema es si el trabajo y la
izquierda volverán a sentirse representadas por ese partido” (...) “en Italia
se necesita una política contundente que sea capaz de representar al trabajo. La crisis de la
izquierda nace justamente de ahí, de que no han sido capaces de representar al
trabajo, un trabajo con derechos permanentes, no frágiles”.
El planteamiento de la FIOM se
instala por tanto en un espacio muy complicado, el de la representación del
trabajo. El sindicato representa al trabajo, principal y casi exclusivamente al
trabajo asalariado, pero también a sectores de la ciudadanía que se colocan en
posiciones subalternas, sufriendo las asimetrías del poder. Esta representación,
que en ocasiones se quiere limitar o restringir señalando que los sindicatos
sólo representan a un tipo de trabajadores (estables, varones, a tiempo
completo, preferentemente en la industria y en la construcción, según el modelo
fordista), es sin embargo la seña de identidad del sindicato, de cualquier
sindicato por muy corporativo que sea (en esos casos el ámbito de
representación se reduce, pero no el nexo de representación). Tradicionalmente,
desde los debates que dan origen al movimiento obrero organizado, junto al
sindicato se situaba el partido obrero. Entre ambos se solía establecer una
especie de reparto de funciones, pero ambas figuras eran representativas de una
clase que estaba en una situación de conflicto abierto con la clase de los
poseedores de los medios de producción y que detentaban la mayoría de la
riqueza de las naciones. La gestión concreta de esta dualidad partido/sindicato
y la progresiva conformación de la autonomía de ambos proyectos, sindical y
partidista, y por tanto sin que se establezcan vínculos de subordinación o de
suplencia entre ambos, ha ocupado de forma problemática varias décadas del
siglo XX.
Sin embargo, la situación a
partir de los años 80 y la pérdida de la hegemonía de la ideología del Estado
Social y del modelo social, ha llevado a que gran parte de los partidos que se
reclamaban de una ideología clasista, en los que en última instancia, y en una
cierta articulación con los intereses de las clases medias, el trabajo formaba
parte central de la cultura del partido y de su acción política y de gobierno,
hayan cambiado de perspectiva. Hoy la crisis de una gran parte del pensamiento
socialdemócrata se basa en una desvinculación de la forma partido del ámbito de
la representación, la clase trabajadora o más sencillamente, las personas de
ambos sexos que trabajan y viven de ello. Se ha producido la disolución del
propio concepto de trabajador como integrante de una clase social en un
concepto mucho más genérico de “ciudadanía” sin atributos ni inserción concreta
en situaciones de poder derivados del hecho del trabajo prestado en régimen de
dependencia y ajenidad para otro, en donde el trabajo no consigue situarse en
el centro de las preocupaciones de las reformas emprendidas ni de las normas
adoptadas. El Partido Democrático no ha sido socialdemócrata, pero ha sufrido
en su propia trayectoria esta misma evolución, manteniendo sin embargo con más
fuerza la referencia histórica a la representación de la clase como un dato
ineludible, lo que sin embargo ha ido declinando en cada nueva cita electoral,
siendo especialmente significativo el resultado de las elecciones generales de
este año, donde el desplazamiento de las posiciones más “indignadas” de los
trabajadores italianos no se ha producido del PD a los partidos de su
izquierda, sino hacia un movimiento de origen y conformación muy diferente como
el M5S.
Pero esa difuminación consciente de
la representación política del partido – que se manifiesta en la incapacidad
del mismo para elaborar políticas diferentes en el plano económico-social en
una confusión de plataformas bipartidista - hace que el sindicato haya adquirido durante
la crisis una posición de extraordinario relieve no solo en el plano económico
y social, sino en el plano político como catalizador de un programa en torno a
una pretensión tan importante como sencilla, mantener la cultura del trabajo,
poner al trabajo en el centro de la sociedad y de las preocupaciones del
gobierno, de cualquier gobierno, en una perspectiva emancipatoria de las
condiciones de explotación y de desigualdad en la que se presta. La FIOM lo
hace mediante este programa de reforma y de defensa de la constitución y de sus
derechos, a través de la movilización y la presión sobre la CGIL para que
ejerza de abanderada de esta posición de defensa de la clase obrera. La
confederación sin embargo se encuentra en una posición más compleja que le
lleva a matizar su actuación – el secretario general provisional del PD hasta
el nuevo congreso es el ex secretario general de la CGIL, Epifani – y a conseguir acuerdos unitarios con las otras dos
centrales sindicales que permitan una nueva regulación de la representatividad
y de la negociación colectiva como el que se está llevando a cabo con la
patronal italiana. Un acuerdo sobre representatividad que incorpora – por el
momento - el derecho de los trabajadores a votar y aprobar los acuerdos
colectivos pactados por los sindicatos y a convocar la huelga, una de las
reivindicaciones centrales del planteamiento de la FIOM.
La manifestación puso de manifiesto
la fuerza de la oposición social que se articula en torno a la FIOM, con la
presencia de personajes icónicos de la transformación social como Stefano Rodotà en la tribuna, y entre
la masa personalidades bien relevantes como Cofferati o Barca, del
PD, además de la plana mayor del SEL con Nichi
Vendola, y algunos diputados del M5S. Pero también sus límites. El PD no
convocó a la manifestación y sus líderes más relevantes no asistieron. En el
ámbito político, por tanto, sigue habiendo un cortocircuito entre la exigencia
sindical de un programa de reformas y la actuación del partido que además
preside un gobierno “amplio” con el centro y la derecha berlusconiana. En el
sindical, el aislamiento representativo de la FIOM se refleja en la
inasistencia de los demás sindicatos confederales a la concentración – por lo
demás plenamente hostiles a su convocatoria - , y la frialdad con la que
resultó acogida la intervención del enviado del secretariado de la CGIL, Nicolosi, que tuvo que recordar a
quienes le interrumpían gritando “huelga general” que la CGIL había convocado
en solitario siete huelgas generales contra los gobiernos de Berlusconi y una, coordinada a nivel
europeo, el 14 de noviembre, contra el gobierno Monti. A la FIOM se han asociado tradicionalmente otros colectivos,
en especial los estudiantes, y otros grupos que han ido desgranando sus luchas
contra las políticas de austeridad – precarios de la educación y de la
información, plataformas anti TAV – que sin embargo participaron en menor
número en la manifestación pese a haber sido especialmente invitados. En el
fondo, el problema que se plantea es que
algunas de las reivindicaciones esgrimidas en la manifestación no se perciben
en sintonía con las preocupaciones culturales y políticas de estas capas de la
población, más centradas en un cierto comunitarismo de nuevo tipo, en la
subversión de los mecanismos representativos electorales y políticos y su
sustitución por una participación más directa e individualizada de la
población, en la difusión de un modelo económico que no sacrifique al
crecimiento la conservación del medio ambiente, y así sucesivamente.
A fin de cuentas, la identidad
obrera reivindicada por la FIOM no es compartida no sólo en términos de mayoría
social, sino también en términos de opinión pública, y es negada expresamente
por la acción del poder público. Tampoco se asimila ni se metaboliza por los sujetos políticos en el
proceso electoral, ni siquiera por aquellos que provienen históricamente de
dicha identidad. Como se ha dicho, las identidades no son cosas, son imágenes
de relaciones sociales, y dependen tanto de los que las asumen y adoptan como
de los que las rechazan.
El problema entonces es una vez más qué hacer. La
alianza y compenetración con otros movimientos sociales de un sindicalismo como
el representado por la FIOM – y la CGIL - tiene grandes dificultades para
abrirse camino en la gobernanza real
tanto en el sistema autónomo de relaciones laborales como en las políticas
públicas, y se distorsiona en las ofertas políticas que se presentan a la
ciudadanía en los procesos electorales. Tanto el conflicto como la necesidad de
un acuerdo social y político resultan o improbables o ineficientes, y por tanto
se desemboca en la urgencia de emprender una estrategia de reconstitución del
espacio político desde una nueva perspectiva. Aquí se plantea por consiguiente
el problema al que se refiere Falguera sobre los modelos culturales que
rigen ese proceso reconstituyente en lo que se refiere al sindicato. Pero
también el de las referencias a las que dirigirse. En el tema de los derechos,
parece por el momento claro que la exigencia de democratización real y efectiva
que va unida a la centralidad del trabajo tienen como referencia un modelo de
constitucionalismo social fijado en los textos constitucionales nacionales pero
también en los textos internacionales de alcance universal, como aparecen en
las declaraciones de la OIT o la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. No
parece que este objetivo haya decaído en los “nuevos tiempos”, ni se haya
debilitado ante la irrupción de nuevas identidades y de nuevas culturas. En
todo caso, se fortalecen estas exigencias de mayor participación y más calidad
de la situación que garantizan los derechos sociales básicos y los derechos
colectivos e individuales derivados del trabajo.
Por tanto, los medios de los que dispone el
sindicalismo en el horizonte de sentido en el que nos movemos, no tienen la
eficacia “clásica” que poseían en el escenario en el que se fueron generando,
pero las propuestas y los fines elaborados y defendidos por el movimiento
sindical son plenamente coherentes y convenientes. Es más, el sindicato
es un sujeto activo – junto a otros, pero de modo determinante – en la reformulación del espacio político y
está cooperando muy diligentemente a la solución de la problemática que trae la
crisis combatiendo las políticas erróneas para luchar contra ella. Y con la
paciencia del viejo topo, sigue escarbando en solitario pese a las dificultades del terreno y
a carecer de herramientas idóneas para proseguir su marcha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario