miércoles, 22 de mayo de 2013

LA SOLEDAD DE LA CLASE OBRERA ITALIANA









Muchos de los lectores de este blog repasan asimismo otras bitácoras del ciberespacio de Parapanda, en especial la que constituye su buque insignia, Metiendo Bulla. En ella se hospedan, como se sabe, ilustres firmas y oportunas intervenciones sabiamente administradas por Don Jose Luis López Bulla y su alias Tito Ferino. Es seguro por tanto que los lectores de esta entrada hayan leído previamente el texto de Miquel Falguera , “Un pacto social, pour quoi faire?” (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/05/un-pacto-social-pour-quoi-faire.html) en el que se realizan unas reflexiones muy extensas sobre la cultura del pacto welfariano – más allá de la cultura del pacto fordista – como jaula de hierro que encierra la manera de pensar del sindicato y condiciona su programa de acción. Con una prosa en la que predominan las simetrías con ángulos y facetas pronunciadas, típicas del estilo del autor, se desgranan una serie de consideraciones que tienen que ver indirectamente con el contenido del presente post, aunque el discurso de este bloguero es más partidario de las líneas curvas y de elipses, es decir, de una geometría sin aristas, como decía el poeta.

El sábado 18 de mayo, la FIOM, la federación de rama de los metalúrgicos de la CGIL, que está conduciendo desde hace al menos dos años una lucha aguda contra la segregación en las empresas y en la negociación colectiva que es objeto de la gran empresa transnacional del automóvil, la FIAT, con la connivencia de los otros dos sindicatos confederales del sector y la patronal del mismo, ha convocado una gran manifestación nacional en Roma, en la plaza de San Juan de Letrán. La convocatoria se situaba en un contexto político especialmente delicado, con el nuevo gobierno “de amplia mayoría” presidido por Enrico Letta, vicepresidente del Partido Democrático, que ha supuesto la derrota de una estrategia de centro-izquierda en el interior del propio PD, iniciada con la participación de más de tres millones de personas en las primarias del partido y la coalición del PD dirigido por Bersani con el grupo de izquierda SEL, liderado por Nichi Véndola.
 
La lucha contra las políticas de austeridad impuestas desde el gobierno financiero-institucional europeo y la revalorización de la centralidad del trabajo como eje de una política alternativa son las coordenadas dentro de las que se mueve este eje cultural e ideológico de una parte importante – electoralmente mayoritaria – de la izquierda italiana. La FIOM encabeza, en términos organizativos y de presencia pública, la oposición social a las políticas de austeridad y por consiguiente también al gobierno Letta. La manifestación del sábado se preparaba como una afirmación de una plataforma reivindicativa, un programa de acción que un gobierno progresista debería llevar adelante como forma de afrontar la grave situación de crisis italiana. El secretario general de la FIOM, Landini, resumía este programa en los siguientes puntos: “bloquear” los despidos que el nuevo art.18 del Estatuto de los trabajadores ha promovido, derogar la normativa que permite la inaplicación en la empresa de los convenios nacionales de sector, introducir la renta básica ciudadana – que en Italia se configura como una suerte de subsidio asistencial para todos los que no tienen empleo – una ley sobre la representación que permita fijar reglas sobre la representatividad que se basen en la voluntad de los trabajadores expresada en la elección de sus representantes, la realización de los derechos fundamentales previstos en la constitución, en especial el de libertad sindical en los lugares de trabajo y la negociación colectiva, y la refinanciación de la CIG como “amortiguador social” que permite suspender los contratos de trabajo y pagar una prestación sustitutiva a los trabajadores de las empresas en crisis, que de esta forma no se ven obligadas a despedirlos por causas económicas. 

Se trataba por tanto de todo un programa de reformas que requiere un sujeto político que lo lleve adelante. Éste último ya no es el Partido Democrático. Para la FIOM, el PD les ha dejado solos. No ha derogado las normas anti-sindicales aprobadas en el último gobierno Berlusconi, y ha apoyado la reforma del art. 18 del Estatuto aprobado con el gobierno Monti. Y no ha sido capaz de gestionar una salida progresista tras las elecciones, pese a tener la mayoría relativa y el premio de mayoría electoral, desembocando al final en un gobierno “de amplios consensos”. Ello no implica que no sea necesario ese sujeto. “El problema es si el trabajo y la izquierda volverán a sentirse representadas por ese partido” (...) “en Italia se necesita una política contundente que sea capaz  de representar al trabajo. La crisis de la izquierda nace justamente de ahí, de que no han sido capaces de representar al trabajo, un trabajo con derechos permanentes, no frágiles”. 

El planteamiento de la FIOM se instala por tanto en un espacio muy complicado, el de la representación del trabajo. El sindicato representa al trabajo, principal y casi exclusivamente al trabajo asalariado, pero también a sectores de la ciudadanía que se colocan en posiciones subalternas, sufriendo las asimetrías del poder. Esta representación, que en ocasiones se quiere limitar o restringir señalando que los sindicatos sólo representan a un tipo de trabajadores (estables, varones, a tiempo completo, preferentemente en la industria y en la construcción, según el modelo fordista), es sin embargo la seña de identidad del sindicato, de cualquier sindicato por muy corporativo que sea (en esos casos el ámbito de representación se reduce, pero no el nexo de representación). Tradicionalmente, desde los debates que dan origen al movimiento obrero organizado, junto al sindicato se situaba el partido obrero. Entre ambos se solía establecer una especie de reparto de funciones, pero ambas figuras eran representativas de una clase que estaba en una situación de conflicto abierto con la clase de los poseedores de los medios de producción y que detentaban la mayoría de la riqueza de las naciones. La gestión concreta de esta dualidad partido/sindicato y la progresiva conformación de la autonomía de ambos proyectos, sindical y partidista, y por tanto sin que se establezcan vínculos de subordinación o de suplencia entre ambos, ha ocupado de forma problemática varias décadas del siglo XX.

Sin embargo, la situación a partir de los años 80 y la pérdida de la hegemonía de la ideología del Estado Social y del modelo social, ha llevado a que gran parte de los partidos que se reclamaban de una ideología clasista, en los que en última instancia, y en una cierta articulación con los intereses de las clases medias, el trabajo formaba parte central de la cultura del partido y de su acción política y de gobierno, hayan cambiado de perspectiva. Hoy la crisis de una gran parte del pensamiento socialdemócrata se basa en una desvinculación de la forma partido del ámbito de la representación, la clase trabajadora o más sencillamente, las personas de ambos sexos que trabajan y viven de ello. Se ha producido la disolución del propio concepto de trabajador como integrante de una clase social en un concepto mucho más genérico de “ciudadanía” sin atributos ni inserción concreta en situaciones de poder derivados del hecho del trabajo prestado en régimen de dependencia y ajenidad para otro, en donde el trabajo no consigue situarse en el centro de las preocupaciones de las reformas emprendidas ni de las normas adoptadas. El Partido Democrático no ha sido socialdemócrata, pero ha sufrido en su propia trayectoria esta misma evolución, manteniendo sin embargo con más fuerza la referencia histórica a la representación de la clase como un dato ineludible, lo que sin embargo ha ido declinando en cada nueva cita electoral, siendo especialmente significativo el resultado de las elecciones generales de este año, donde el desplazamiento de las posiciones más “indignadas” de los trabajadores italianos no se ha producido del PD a los partidos de su izquierda, sino hacia un movimiento de origen y conformación muy diferente como el M5S. 

Pero esa difuminación consciente de la representación política del partido – que se manifiesta en la incapacidad del mismo para elaborar políticas diferentes en el plano económico-social en una confusión de plataformas bipartidista -  hace que el sindicato haya adquirido durante la crisis una posición de extraordinario relieve no solo en el plano económico y social, sino en el plano político como catalizador de un programa en torno a una pretensión tan importante como sencilla, mantener la cultura del trabajo, poner al trabajo en el centro de la sociedad y de las preocupaciones del gobierno, de cualquier gobierno, en una perspectiva emancipatoria de las condiciones de explotación y de desigualdad en la que se presta. La FIOM lo hace mediante este programa de reforma y de defensa de la constitución y de sus derechos, a través de la movilización y la presión sobre la CGIL para que ejerza de abanderada de esta posición de defensa de la clase obrera. La confederación sin embargo se encuentra en una posición más compleja que le lleva a matizar su actuación – el secretario general provisional del PD hasta el nuevo congreso es el ex secretario general de la CGIL, Epifani – y a conseguir acuerdos unitarios con las otras dos centrales sindicales que permitan una nueva regulación de la representatividad y de la negociación colectiva como el que se está llevando a cabo con la patronal italiana. Un acuerdo sobre representatividad que incorpora – por el momento - el derecho de los trabajadores a votar y aprobar los acuerdos colectivos pactados por los sindicatos y a convocar la huelga, una de las reivindicaciones centrales del planteamiento de la FIOM.

La manifestación puso de manifiesto la fuerza de la oposición social que se articula en torno a la FIOM, con la presencia de personajes icónicos de la transformación social como Stefano Rodotà en la tribuna, y entre la masa personalidades bien relevantes como Cofferati o Barca, del PD, además de la plana mayor del SEL con Nichi Vendola, y algunos diputados del M5S. Pero también sus límites. El PD no convocó a la manifestación y sus líderes más relevantes no asistieron. En el ámbito político, por tanto, sigue habiendo un cortocircuito entre la exigencia sindical de un programa de reformas y la actuación del partido que además preside un gobierno “amplio” con el centro y la derecha berlusconiana. En el sindical, el aislamiento representativo de la FIOM se refleja en la inasistencia de los demás sindicatos confederales a la concentración – por lo demás plenamente hostiles a su convocatoria - , y la frialdad con la que resultó acogida la intervención del enviado del secretariado de la CGIL, Nicolosi, que tuvo que recordar a quienes le interrumpían gritando “huelga general” que la CGIL había convocado en solitario siete huelgas generales contra los gobiernos de Berlusconi y una, coordinada a nivel europeo, el 14 de noviembre, contra el gobierno Monti. A la FIOM se han asociado tradicionalmente otros colectivos, en especial los estudiantes, y otros grupos que han ido desgranando sus luchas contra las políticas de austeridad – precarios de la educación y de la información, plataformas anti TAV – que sin embargo participaron en menor número en la manifestación pese a haber sido especialmente invitados. En el fondo,  el problema que se plantea es que algunas de las reivindicaciones esgrimidas en la manifestación no se perciben en sintonía con las preocupaciones culturales y políticas de estas capas de la población, más centradas en un cierto comunitarismo de nuevo tipo, en la subversión de los mecanismos representativos electorales y políticos y su sustitución por una participación más directa e individualizada de la población, en la difusión de un modelo económico que no sacrifique al crecimiento la conservación del medio ambiente, y así sucesivamente. 

A fin de cuentas, la identidad obrera reivindicada por la FIOM no es compartida no sólo en términos de mayoría social, sino también en términos de opinión pública, y es negada expresamente por la acción del poder público. Tampoco se asimila ni se metaboliza por los sujetos políticos en el proceso electoral, ni siquiera por aquellos que provienen históricamente de dicha identidad. Como se ha dicho, las identidades no son cosas, son imágenes de relaciones sociales, y dependen tanto de los que las asumen y adoptan como de los que las rechazan. 

El problema entonces es una vez más qué hacer. La alianza y compenetración con otros movimientos sociales de un sindicalismo como el representado por la FIOM – y la CGIL - tiene grandes dificultades para abrirse camino en la gobernanza real tanto en el sistema autónomo de relaciones laborales como en las políticas públicas, y se distorsiona en las ofertas políticas que se presentan a la ciudadanía en los procesos electorales. Tanto el conflicto como la necesidad de un acuerdo social y político resultan o improbables o ineficientes, y por tanto se desemboca en la urgencia de emprender una estrategia de reconstitución del espacio político desde una nueva perspectiva. Aquí se plantea por consiguiente el problema al que se refiere Falguera sobre los modelos culturales que rigen ese proceso reconstituyente en lo que se refiere al sindicato. Pero también el de las referencias a las que dirigirse. En el tema de los derechos, parece por el momento claro que la exigencia de democratización real y efectiva que va unida a la centralidad del trabajo tienen como referencia un modelo de constitucionalismo social fijado en los textos constitucionales nacionales pero también en los textos internacionales de alcance universal, como aparecen en las declaraciones de la OIT o la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. No parece que este objetivo haya decaído en los “nuevos tiempos”, ni se haya debilitado ante la irrupción de nuevas identidades y de nuevas culturas. En todo caso, se fortalecen estas exigencias de mayor participación y más calidad de la situación que garantizan los derechos sociales básicos y los derechos colectivos e individuales derivados del trabajo. 

Por tanto, los medios de los que dispone el sindicalismo en el horizonte de sentido en el que nos movemos, no tienen la eficacia “clásica” que poseían en el escenario en el que se fueron generando, pero las propuestas y los fines elaborados y defendidos por el movimiento sindical son plenamente coherentes y convenientes. Es más, el sindicato es un sujeto activo – junto a otros, pero de modo determinante –  en la reformulación del espacio político y está cooperando muy diligentemente a la solución de la problemática que trae la crisis combatiendo las políticas erróneas para luchar contra ella. Y con la paciencia del viejo topo, sigue escarbando en solitario pese a las dificultades del terreno y a carecer de herramientas idóneas para proseguir su marcha.
                                                               

No hay comentarios: