Las elecciones en Colombia pueden resultar decisivas para
la correlación de fuerzas en América Latina. Tras los acuerdos de paz que
permitieron la finalización de la guerra civil con las FARC, la oposición a los
mismos por parte del ex presidente Uribe
y una inmensa abstención hizo que se perdiera el referéndum sobre los
mismos y que la fuerza evidente de este proceso se debilitara. En estas
elecciones presidenciales, sin embargo, ha surgido una fuerza importante de la
izquierda, en torno a Gustavo Petro,
que ha ido creciendo exponencialmente y está en condiciones de competir por la
presidencia en la segunda vuelta, a mediados de junio.
Los resultados de las elecciones del 27 de mayo las explicaba de esta
manera el diario global El Pais: Iván Duque, candidato del Centro
Democrático, el partido del expresidente Álvaro
Uribe ha ganado la primera vuelta de las elecciones en Colombia con el 39%
de los votos. El uribista se disputará la presidencia con Gustavo Petro, representante de la izquierda y exalcalde de Bogotá,
que ha conseguido el 25% de la votación. A menos de 300.000 votos se ha quedado
Sergio Fajardo, líder de la
Coalición Colombia y representante del centro político colombiano. El exalcalde
de Medellín confiaba en la remontada. Si se hubiera unido a Humberto de la Calle, candidato del
partido Liberal, como en un primer momento de la campaña se planteó, hubieran
pasado a segunda vuelta. Germán Vargas Lleras, candidato de Cambio Radical y
exvicepresidente de Juan Manuel Santos, se ha quedado en el 7% de los votos.
El directorio de los blogs reunidos de Parapanda han encargado a Karena Caselles, jurista del trabajo
colombiana, que aparece en la imagen de apertura de esta entrada, una nota de análisis sobre las elecciones en Colombia y las
posibilidades que se abren en aquel país. En rigurosa exclusiva, este blog las
publica a continuación
Elecciones en
Colombia
Posibilidad y
Realidad
En el momento en
que muchos hacen cruces, otros tantos cuentas, la mayoría desdice y algunos se
frotan las manos por retornar al Palacio Presidencial, el tablero de la segunda
vuelta para elegir presidente de Colombia no aparece fácil para ninguno de los
dos contendientes y eso es ya todo un acumulado para las fuerzas progresistas,
que por segunda vez en 200 años tiene vocación real de poder y que, al igual
que la figura de Jorge Eliécer Gaitán, de hace 60 años, recogen el sentir de
una amalgama de voces que aunque son escépticas, con razón o sin ella, sobre el
cambio, tienen la oportunidad de hacerlo.
Si de matemática
pura se tratara la suma entre los tres candidatos que apostaron por la paz y
que se abanderaron como alternativa, esto es Humberto De La Calle, Sergio
Fajardo y Gustavo Petro, alcanzaría, sin más, 9.840.130, que son superiores a
los de Iván Duque y que aun contabilizadas con las de Germán Vargas Lleras
reflejan 8.977.533, pero como la mayoría de los votos no se capturan, ni las
vertientes son un monolito, y no pueden endosarse, el panorama se debate entre
la posibilidad y la realidad, que en tres semanas, esto es el 17 de junio,
define el quehacer en los años venideros, que en cualquier evento aparecen
convulsos.
La estrategia
que se cierne contra el candidato de la izquierda democrática Gustavo
Petro es el miedo a la entelequia del castrochavismo que no es cosa distinta
que azuzar el fantasma de la precariedad que atraviesa Venezuela, como si la
pobreza fuese algo extraño a nuestra realidad, pero además como si el propio
espejo de Colombia no fuese más horrendo, no solo por ella sino por los
millones de muertos que ha dejado el conflicto interno armado, por los otros
tantos millones de desplazados, el aniquilamiento de fuerzas democráticas y aun
doloroso y reciente acumulado de asesinato de lideres sociales de zonas rurales
que han defendido los Acuerdos de Paz, como carta de batalla democrática. Así
mismo le reprochan su Alcaldía de Bogotá las capas medias que, paradojicamente,
han tenido una de las peores gestiones pero con el actual mandatario, apoyado
en su momento por la coalición de derecha.
El voto
ciudadano que parece más esquivo para la alternativa política es el de la clase
media emergente, que ve con desconfianza a la izquierda, justamente porque
lleva décadas padeciendo, la mayoría sin saberlo, las tesis de la seguridad
nacional con su enemigo interno, y para el cual el uribismo, aunque
demostradamente corrupto y con cargos de desapariciones y masacres, no lo
encuentra tan nefasto, como si lo es para el campesinado que es el que clama el
cambio desde las regiones donde con fuerza arrasadora aparece el progresismo
político.
Aunque Iván
Duque parece en una posición más cómoda, en tanto debe remontar un número menor
de votantes y tiene consigo una estrategia que les ha sido efectiva, como
demostradamente lo hicieron con el plebiscito por la paz, lo cierto es que la
oscuridad de las figuras que tiene a su alrededor parecen no darle respiro, no
solo es percibido como lo que es, un apéndice de Álvaro Uribe Vélez, sino que este trae de la mano a los sectores
más retardatarios, los que aspiran a la destrucción del sistema de justicia
transicional y del actual poder judicial que ha encarcelado a varios de sus
integrantes, por comprobados nexos con la corrupción y el paramilitarismo, así
mismo el retorno de figuras de probada oposición contra las libertades
sexuales, religiosas y políticas, la libertad de cátedra, los derechos
constitucionales, en todo orden.
Iván Duque
aunque de edad joven representa lo pasado y lo oscuro, y no tiene posibilidad
de desmarcarse de ello, aunque desde ayer intente ocultar sus aliados, o hablar
sobre puentes con otros sectores, y ello es así no solo por que las fuerzas de
la ultraderecha han cooptado cualquier posibilidad para ello, sino porque con
la experiencia de Juan Manuel Santos, ungido en el 2010 por ellos, entienden
que deben garantizar la no repetición de lo que entienden como traición, esto
es permitir la coexistencia democrática de otros.
El retorno del
uribismo, sin duda más perjudicial, arrastra una posibilidad certera de que,
como en los viejos tiempos, la censura y sobre todo la venganza, vengan a
instalarse como sucedió del 2002 al 2010 y que ya probados huérfanos de poder,
nuevamente reformen las reglas para seguir allí, como lo recordó hace poco
Andrés Pastrana, turnándose la ultraderecha la Presidencia, sin el mayor
sonrojo.
Para que esto no
ocurra es necesario seguir acortando la brecha de abstencionistas, a los que
pueda movilizar la alternativa democrática, como finalmente aconteció este
domingo, pues casi 20 millones de ciudadanos, que representan el 53% del censo,
salieron a votar, en su mayoría jóvenes, superando con creces los porcentajes
de los últimos años en los que la apatía era superior. En las capitales la
alianza entre Sergio Fajardo y Gustavo Petro daría un panorama alentador, porque
de lo que se trata es de unir esfuerzos para no permitir que el uribismo
retorne, pero aun así también faltaría sumar a otros partidos políticos y sus
bases, así como líderes de opinión que trasladen el voto indeciso al de una
posibilidad alternativa política, en la que Petro tenga fuerza pero no sea la
única y en la que se despeje, en la práctica, los temores infundados de su
mesianismo.
La posibilidad
de construir un acuerdo sobre lo fundamental y que recoja a amplios sectores
sociales y políticos, que es el reencauche del viejo liberalismo político en
Colombia entra de nuevo en escena y aparece como válida en este momento en que
es necesario cambiar la realidad.