Varios seguidores del blog se han quedado frustrados ante los resultados electorales. El blog hermano Metiendo Bulla hablaba de humillación para quienes esperábamos ampliar el espacio de crítica y de propuesta alternativa y lograr la reversibilidad de las reformas impuestas durante los cuatro años del gobierno PP (2011-2015). En el post anterior se hacía un análisis de la necesidad de este cambio político. En la siguiente entrada se ofrecen algunas modestas reflexiones sobre los resultados del domingo.
Los resultados de las elecciones
de 26 de junio han sido decepcionantes. No sólo por la pérdida de votos del
centro izquierda y de la izquierda, sino por el fortalecimiento del polo
neoliberal en torno al Partido Popular, como la referencia hegemónica de la
derecha que asume tanto la herencia del postfranquismo, especialmente visible
en torno a la apropiación de los aparatos de Estado, como la modernidad del
ajuste antisocial en sintonía con el comando financiero-político europeo.
Cabalgando a lomos de encuestas
unánimemente favorables al crecimiento de la izquierda – que se equivocaron
también de manera generalizada en los pronósticos – el incremento de 850.000
votos para el PP respecto de las elecciones de diciembre y la obtención de casi
ocho millones de votos en total (7.906.185), ha supuesto una enorme decepción
para quienes apostaban por la consolidación de una alternativa de cambio
político que condujera a un gobierno de izquierdas. Es cierto asimismo que en
el 2011, el PP obtuvo 10.830.693 votos, y que por tanto a lo largo de la crisis
ha perdido tres millones de votantes, que pueden fácilmente situarse en la
cifra - 3.123.769- con los que cuenta Ciudadanos (C’s), al menos en el nicho de
sufragios en el que se sitúa actualmente, también él con importantes pérdidas
de consensos – en torno a 400.000 votos – pero aun conservando un bien
significativo 13 % del total de votos emitidos.
En el otro lado, el partido más
afectado por su indeterminación frente a las políticas de crisis ha sido el
PSOE. Que ha pasado de los 11.300.000 votos del 2008 tras el primer gobierno de
Zapatero, a casi siete millones en
el 2011 y, tras la irrupción de Podemos, a 5.530.779 el 20 de diciembre del
2015 y, finalmente, de nuevo estabilizado en junio en 5.424.709, con tan solo
90.000 votos menos que en las primeras elecciones, y con el orgullo de haber
resistido y ser la primera preferencia en votos del bloque de centro izquierda
e izquierda, con cuatrocientos mil votos de diferencia sobre Unidos Podemos
(UP) y pese a su fallido pacto con Ciudadanos para intentar gobernar en minoría
en la anterior y brevísima legislatura.
Ambos partidos, que se repartían
en turno el gobierno del Estado español con el apoyo puntual de los partidos
nacionalistas vascos o catalanes, han reducido sustancialmente el ámbito de
consensos electorales, lo que por el momento parece ser un dato incontestable y
permanente del panorama político español, que ha modificado por tanto el
bipartidismo imperfecto en el que se desenvolvía.
La izquierda, agrupada
electoralmente en Unidos Podemos, ha obtenido 5.049.734 votos, el 21,10 % del
total, pero ese resultado no se corresponde con la suma que habría debido
obtener entre los votantes de Podemos y los de Izquierda Unida que se
registraron en diciembre del 2015 y que propició la unión entre ambas fuerzas.
Novecientos mil votos largos que debería haber recibido esta opción electoral y
que al no anotarse en estas elecciones se percibe como una refutación no
esperada de las grandes expectativas de crecimiento de una alternativa de
cambio real que pusiera en acto los objetivos impulsados por las grandes
movilizaciones de estos últimos años. Sucede sin embargo que no todos los votos
no allegados provienen de los territorios donde se presentaron en el 2015 por
separado IU y Podemos, sino que en los espacios electorales de las confluencias
unitarias – Catalunya (-75.000), Valencia (-20.000) y Galicia (-60.000) – también
se han producido pérdidas significativas de votos, especialmente en Galicia,
donde la coalición ha perdido uno de los seis escaños obtenidos en la anterior
legislatura.
Como es natural, han sido muchos
los motivos que se alegan para este fiasco. Posiblemente la repetición de las
elecciones alejó en el tiempo y en el contenido una parte del voto emocional,
de rechazo al PP y a sus políticas de ajuste y de represión popular, pero
también otra parte de aquellos que habían votado a Podemos como forma segura de
poder expulsar del gobierno al PP y se han sentido decepcionados por la
incapacidad política de esta fuerza para lograr su objetivo y permitir que Rajoy siguiera en funciones. Otros, en
parte coincidentes con los anteriores, no han aprobado la alianza electoral y
previsiblemente funcional de IU con Podemos, como también otros tantos
entienden que la democracia directa de los círculos de Podemos ha sido ignorada
en la elaboración de las listas electorales. Finalmente, una no desdeñable
porción de electores considera, a la vista de la experiencia de la legislatura
pasada, que la política es incapaz de ofrecer solución a sus problemas de
existencia y por tanto no merece la pena participar en ese espacio simbólico de
la representación. En algunos casos estas disonancias han propiciado la
abstención, y en otras el retorno al voto socialista, como previsiblemente
puede comprobarse en la comunidad de Madrid, donde además la resistencia a la
IU de Garzón es especialmente fuerte
tras los combates fratricidas tan dilatados en el tiempo desde hace dos años.
Es cierto asimismo que la
continuada agresión mediática y del resto de los principales actores políticos
contra UP ha podido ser muy eficaz, especialmente para propiciar la
reordenación del voto de la derecha frente a un posible gobierno construido en
torno al reconocimiento de UP como primera fuerza electoral de la izquierda. El
miedo a un gobierno de progreso – que el PSOE por su parte negaba con continuos
ataques a la coalición rojo-verde-morada – dirigido por la izquierda
transformadora ha movilizado a muchos votantes para vigorizar al partido que
aparece como un antagonista eficiente de este polo político. Por otra parte, la
confrontación entre el PSOE y UP no ha favorecido precisamente a esta última,
pese a su política de “mano tendida” que por otra parte se contradecía en
algunas declaraciones de candidatos de UP especialmente desafortunadas. La
pregunta final al respecto es si la confluencia con IU le ha perjudicado a
Podemos, y la respuesta a la misma es el objeto del debate en el interior de la
coalición UP, que probablemente tenga en cuenta que en la confluencia de ese
cúmulo de factores, la unidad electoral ha sido beneficiosa para mantener al
menos la misma fuerza parlamentaria que en diciembre del 2015.
Tampoco ha ayudado a la izquierda
la vicisitud británica, el referéndum y la decisión de abandonar la Unión
Europea. Durante el período electoral ha sido patente el abandono o la omisión
por parte de todas las fuerzas políticas de cualquier debate serio sobre Europa
y las reformas necesarias de las instituciones y de las políticas europeas,
pero también y de forma llamativa por UP. Pero la victoria del leave ha hecho explícito que cualquier
alternativa de cambio en un país como España tiene que desarrollar un programa
de acción en la Unión tanto frente al diseño hasta el momento hegemónico
neoliberal como respecto de la necesidad de encontrar las vías para poner en
práctica medidas de democratización de las instituciones de gobierno de la UE.
La inteligente relación que el conglomerado mediático ha efectuado entre el
referéndum y la victoria de los populistas se trasladaba mecánicamente a
cuestionar el derecho a decidir como fórmula de resolver el problema de la
estructuración territorial del Estado español y sus negativas consecuencias –
el abandono de Gran Bretaña de Europa que sugería el triunfo del soberanismo en
una consulta en Catalunya. Además el Brexit
cogió con el pie cambiado a los líderes de la coalición de izquierdas que
no lo pudieron integrar en un discurso ya elaborado o presentado sobre la Unión
Europea a lo largo de la campaña.
Por su parte, en el frente
nacionalista, hay una cierta continuidad respecto de las elecciones de
diciembre. En Catalunya, donde se han hecho públicas las conversaciones
rufianescas del Ministro del Interior que utiliza los aparatos de estado para
desprestigiar falsamente y eliminar a sus adversarios políticos, ERC se
mantiene fuerte y Convergencia, pese a su crisis, tiene un peso electoral
atendible. Pero es En Comú Podem el partido más votado en Catalunya y eso tiene
que ver con la percepción de una buena parte del electorado catalán sobre la
capacidad de esta fuerza política de organizar consensos en torno al nuevo
diseño del Estado y el ineludible derecho a decidir, lo que por cierto plantea
importantes problemas de futuro para esta legislatura. En Euskadi, el PNV
pierde un escaño, Bildu se mantiene con una discreta presencia, y de nuevo el
partido que es preferido en el Pais Vasco es Podemos.
Ahora bien, ¿Cuál es el cuadro
actual al que nos enfrentamos, más allá de la desilusión ante las expectativas
no cumplidas y dejando de lado los análisis de toda la prensa escrita extasiada
ante el triunfo de Rajoy y el bloque
de la derecha? Todos dan por supuesto que el PP debe formar gobierno, aunque
ninguno parece reparar en que este partido adolece de una fuerte rigidez
programática y de dirigencia que le dificulta una negociación abierta. El PP ha
aumentado 14 escaños, ciertamente, pero necesita todavía 39 para obtener la
mayoría y ser investido. Está prácticamente descartado cualquier acuerdo con
los partidos catalanes, y tampoco es previsible que el PNV preste su apoyo. No
le será fácil en cualquier caso salvo que acuerde algún tipo de programa de reformas
de una parte de sus realizaciones efectuadas en estos cuatro años. Además ese
gobierno – para el que sería preciso la abstención del PSOE o/y de los partidos
nacionalistas – estaría siempre en una posición de fragilidad ante el
Parlamento, donde sólo cuenta con una mayoría sólida en el Senado que puede
obstaculizar y retrasar iniciativas del Congreso, pero no impedirlas. A partir
de este momento, no resulta posible utilizar el mecanismo de la legislación de
urgencia que ha regido los cuatro años de gobierno del PP en la crisis, porque
el control parlamentario puede (y debe) ser muy incisivo. Unidos Podemos y el
PSOE, tienen 156 diputados, que pueden impulsar proyectos de ley de reforma con
buenas posibilidades de éxito confrontándose así a la labor de gobierno del PP
en minoría.
Además de una legislatura en la
que el parlamento sea un espacio de debate público y de control del gobierno y
de su actividad normativa, lo cierto es que la consolidación del PP por otros
cuatro años, aunque sea en coalición y sin mayoría parlamentaria es una pésima
noticia. Ante todo porque los aparatos de estado, en especial la policía y la
magistratura, seguirán bajo el dominio que genera la apropiación partidista de
los mismos, junto con el sostenimiento de fortísimos grupos de presión corporativos que imponen la impunidad de toda
la cúpula del PP inmersa en graves delitos de corrupción – cohecho, prevaricación,
enriquecimiento ilícito y toda la gama de conductas criminales que son
conocidas por el gran público y que “están descontadas” electoralmente respecto
de los votantes del PP –, justifican con entusiasmo la restricción de derechos
de libertad y los derechos laborales a la vez que aseguran la utilización del aparato policial para
desacreditar y eliminar a los contendientes políticos, sean ´estos
nacionalistas o progresistas. En este ámbito es imprescindible un impulso de
regeneración al que el PP no puede sin embargo acceder por puro instinto de
supervivencia: el ingreso en prisión de órganos enteros de dirección del
partido no es algo que pueda entrar en el acuerdo político de gobierno. El
nivel de disfrute de los derechos democráticos básicos volverá a descender
peligrosamente.
El segundo tema es el de la
irreversibilidad de las reformas “de estructura” que ha llevado a efecto el PP,
especialmente en materia laboral, y que ha conducido a una situación de
crispación y de desprotección muy evidente. No es previsible que cualquier
acuerdo de gobierno con C’s por ejemplo implique un cambio en estas políticas,
que son fundamentales para la Unión Europea y sus objetivos de devaluación
salarial y anulación del poder contractual colectivo de los sindicatos. Junto a
ello, en un segundo nivel, la fuerte tendencia a la privatización y fragmentación
desigual en los servicios públicos esenciales como la sanidad y la enseñanza,
las reformas de Wert, será confirmada por un nuevo gobierno Rajoy. En ambos casos, pero
especialmente en el primero, los sindicatos y las organizaciones sociales se
verán obligados a reprogramar la movilización y la protesta, porque la situación
de exasperación social en la que nos encontramos y la destrucción del tejido
conectivo que se está efectuando y profundizando conduce inexorablemente a la
progresiva eliminación de una cultura de solidaridad y la debilitación del
proyecto emancipador que está en la base del imperativo democrático y
constitucional.
Donde es seguro el
recrudecimiento del conflicto es en el terreno de la reconformación de los
poderes derivados de la autonomía política de las nacionalidades catalana y
vasca. La apropiación obscena por parte del PP de la idea del españolismo – que
se pudo apreciar especialmente en el discurso de Rajoy la noche electoral del 26 de junio – hace prever un
reverdecimiento de la confrontación a niveles posiblemente irreparables. Es un
terreno de lucha incómodo para las izquierdas de otros territorios, pero donde
será necesario un esfuerzo importante de debate y de encuentro ideológico en el
marco de una futura España federal.
El otro polo de conflicto será
Europa, en donde se están produciendo movimientos telúricos y enormes
turbulencias. El plan neoliberal que ha caracterizado desde hace seis años las
políticas europeas ha generado desigualdad y privilegios de una parte, un
impresionante sentimiento de desafección que ha deslegitimado de manera
posiblemente permanente la idea de la Unión Europea y de la que sin duda se ha
hecho eco la decisión mayoritaria de los británicos, y un florecer de
desconfianzas y de tratos degradantes a las personas más vulnerables, los
refugiados en primer término, pero también otro tipo de personas para las que
la noción de ciudadanía europea está plenamente vaciada de contenido. La
democratización de Europa impone esfuerzos especiales de coordinación
internacional y de acciones conjuntas que no pueden esperar. La lucha contra el TTIP
puede ser un buen indicador de los caminos que deben seguirse a ese
respecto.
Se abre un tiempo difícil, por
tanto. Pero los luchadores sociales, los sindicalistas, los juristas
progresistas, los economistas y sociólogos alternativos, los dirigentes políticos
del cambio, mujeres y hombres de las clases subalternas con conciencia y
cultura democrática y en general las personas que pretenden cambiar las cosas
para que la vida de la mayoría se mejore y para eliminar el sufrimiento y la
miseria de tantas otras gentes, saben que la conectividad social y la acción
política se hacen y de deshacen ante acontecimientos nuevos que alimentan estos
procesos de transformación. La representación simbólica que presenta hoy el
cuadro político electoral español no es el deseado ni esperado, pero implica la
consolidación de un amplio espacio de crítica y de propuesta alternativa que
permite alimentar un conflicto permanente y una larga trayectoria de erosión
del poder económico privado que comanda la administración y el gobierno del
Estado. Desde el punto de vista europeo, Unidos Podemos es una referencia política
ineludible y esperanzadora, y la reafirmación de los vínculos de esta formación
con los sindicatos y los movimientos sociales en el interior del Estado
español, pero también en el espacio europeo, nutrirá un proyecto de amplio
respiro encaminado a la emancipación de mujeres y hombres acorde con las
exigencias sociales y culturales del siglo XXI. Tejiendo de nuevo lo que se ha
desligado, en un proyecto colectivo que está convencido de su realización
progresiva.