El diálogo que en el "post" anterior de este blog se iniciaba a partir de un debate sobre el manifiesto publicado en Sottosopra, tiene continuación en esta carta de respuesta, de la que, como en el caso anterior, se han eliminado las referencias a personas para respetar su anonimato. Esta al menos ha sido la intención que ha guiado a nuestro precioso colaborador, Judas del LLano, al suministrarnos esta "conversación" que en esta ocasión habla de la política de la carencia y del deseo como forma de acción y de intervención en la transformación del mundo.
Hubo un tiempo de silencio, mucho silencio y búsqueda constante. Al principio, la fuerza del sentido común y la pre-potentia servían de capa protectora y justificadora de ese silencio. Pero como la mudez duró mucho tiempo, lo no dicho se fue haciendo fuerte, resistente, rabioso y llegó un día que me hizo enfermar. Porque había una potentia que no era dios, aunque absolutamente trascendente, que no podía hacerse palabra. Porque la fuerza de la creación debe encarnarse – para nosotros, generalmente, en palabras- para poder surtir su efecto, para poder dialogar contigo y con los demás. Para convertirse en política encarnada.
Y llegó el tiempo de descubrimientos, de encontrar por fin un camino. De sentir que había otra manera de nombrar la realidad sin excluirme, sin exclusiones. De emociones inmensas que adivinaban la posibilidad de la política, del vivir creando, del poder nombrar la realidad que – estoy ya segura por experiencia- es de lo más revolucionario que se puede hacer en el tiempo presente. Algo simple y complicadísimo que es leal con lo que sucede, donde sólo así puede darse el sustento nutriente del cambio. Llegó el tiempo de un posible lugar en el mundo. Y nuestras comidas-conversaciones preciosas donde yo te balbuceaba mis descubrimientos y tú, con la generosidad del que ama y cree en la libertad, me afianzabas en mi despertar naciente, diciéndome “sigue, ese es tu camino”. Se me caen las lágrimas mientras escribo, porque para mí fue decisiva tu interlocución, tu maestría a mi disposición en mi nuevo despertar a la vida.
Y mi potentia ha aprendido a hablar de nuevo. Esta vez, me han enseñado a hablar otras madres –aunque también la mía, una vez más-, las madres simbólicas y reales que despertaron antes que yo, que lucharon y luchan por ellas y por mí, por todo aquel que esté en disposición de escucharlas y de escucharse. Así, no he necesitado que nadie hable en mi nombre sino en el suyo propio en relación con el mundo. Es un camino de vuelta hacia una misma para poder –contemporáneamente- re-construir la democracia. Claro, se puede pensar que yo soy un ser “extraordinario” y privilegiado, que he sido capaz de revelarme y rebelarme. Y yo contesto que no. Esa interpretación es demasiado simplista. Sí, yo soy una mujer burguesa, ¿y qué? Yo he estado oprimida, he necesitado liberarme, he sufrido y sufro por mí y por el mundo en el que vivo. Pero, ¿por qué los oprimidos siempre tienen que ser otros y otras que no soy yo? Y, en la misma línea, ¿por qué soy yo la “elegida”? ¿no puede haber grandeza y sabiduría en los oprimidos, en los que no tienen (nuestra) voz y aparentemente necesitan ser “re-presentados”? Me cansa el discurso que nos deslegitima políticamente por no morir de hambre. Y, además, es antiguo, trasnochado.
Yo salvé mi propia vida –como tantas otras mujeres ricas y pobres (si se me permite la banalidad)- porque encontré en la política de las mujeres los instrumentos necesarios para re-constituirme, para volver a mi origen, a mi cuerpo de mujer del que me había emancipado, para tener un lugar en el mundo. Y no un lugar cualquiera sino el único que puedo tener: un lugar como mujer. Sé que para un hombre es difícil de comprender, pero muchas mujeres vivimos en la democracia igualitaria intentando ser un hombre -lo que resulta desquiciante en muchas ocasiones- o en un limbo intermedio de ajenidad profunda hacia tu ser mujer y hacia tu no ser hombre. Sin lugar en el mundo. No se me ocurre omisión/opresión peor para un ser. Por eso, la política tiene que ofrecer herramientas a disposición de quien las quiera usar para volver a su ser, a su clase, y actuar en consecuencia. Y esas herramientas nacen de lo colectivo y se desarrollan en lo colectivo, un colectivo que es suma, relación libre de unas y unos con otros y otras. Los instrumentos de re-construcción libre de los sujetos desde la propia historia, la propia experiencia y la irremediable vuelta a los orígenes para hacer las paces con quienes somos y con quienes queremos o aceptamos ser es imprescindible en un momento de bendita decadencia del sistema capitalista y patriarcal. Y sí, en ese camino, la construcción del sujeto colectivo todavía está por resignificar –la historia no se refunda en tres días- pero, desde luego, no entiendo más camino que el de adivinar a los hombres y a las mujeres como hombres y como mujeres (parece una obviedad pero en los tiempos que corren creo que eso es esencial), como trabajadores y trabajadoras, para podernos reconstruir como colectivo. En tiempos de “socialdemocracia sin clase trabajadora” en la expresión de Vincenç Navarro, y en tiempos de mujeres libres que se van re-definiendo como tales y de hombres que se empiezan a replantear quiénes son fuera del capitalismo patriarcal y al lado de esas mujeres, yo creo que el camino pasa, en primer lugar, por poner palabras a esa “potentia” encerrada en cada uno y en cada una. Pero esas palabras las tiene que ser capaz de poder poner cada quien –con la ayuda de la política, de quienes nos dan herramientas para hacerlo- y, en un momento contemporáneo –quizás- se dibuja el sujeto colectivo, que no te suplanta voluntariosamente sino que ayuda a poner en relación las potentias de unos y otras para luchar con más fuerza, la fuerza de la unión que no homologa sino que está abierta a la riqueza de la diferencia.
Por eso, en cuanto al método, la creación nunca ha podido ser encerrada en métodos, en protocolos de actuación, aunque en estos tiempos de decadencia el poder en sus diversas formas no hace más que intentar ofrecer “fórmulas mágicas”, decálogos, enunciaciones hasta la extenuación de puntos que hay que seguir para llegar a un objetivo. Sé que hacer conocimiento necesita un camino, eso sí, pero yo siento que ya está cuando comprendes que la experiencia hecha cultura en tu cuerpo y en relación con el mundo es la brújula. ¿Esto es impreciso? Sí, pero la vida, la creación, la ciencia, el descubrimiento, la política y el amor son así, no admiten métodos. ¿Es individualista? No, es un punto de partida, un origen honesto desde donde actuar sumando. Obviamente, desde el Humanismo, cuando el hombre se puso en el lugar de su dios, todos los intentos de dominación han pasado y pasan por fijar el método, los cánones sobre los que hay que discurrir…Y el problema no es deshacerse de los cánones, que eso gente como nosotros lo intentamos hacer día a día; la dificultad es creer –porque es humanamente legítimo para no estar todo el día con la pulsión de tener que ponernos en juego e inventar- que hay un método. Para mí, no lo hay. Hay silencio resistente. Hay frigidez. Hay incertidumbre. Hay vacío. Hay puesta en juego. Hay carencia. Hay política.
Reconocerme como ser carente y dependiente es difícil, va en contra de siglos de pre-potentia masculina que yo me creí propia, pero el pasaje se va adivinando cuando me doy cuenta –por experiencia- que la carencia es el motor de mi deseo. Y mi (nuestro) deseo mueve el mundo. Y eso es muy potente, es la política.