La
derogación de la causa de despido recogida en el art. 52 d) del Estatuto de los
Trabajadores sobre la acumulación de faltas de asistencia por enfermedad, ha
originado una respuesta crítica por parte de sectores muy cualificados de lo
que podríamos llamar la izquierda laboralista y sindical, que han expresado
severos reproches al RDL 4/2020 desde distintos puntos de vista. Como quiera
que la derogación del art. 52 d) ET ha sido un compromiso político del gobierno
progresista muy resaltado en la opinión pública, es oportuno proceder a
efectuar algunas reflexiones sobre la base precisamente de estos análisis
críticos de la norma en lo que se podría definir como un diálogo con estas
opiniones doctrinales y sindicales.
En efecto, el profesor
Molina
Navarrete, el 19 de febrero, es decir el propio día de la publicación en el
BOE del RDL 4/2020, publicó lo que será el editorial de la Revista de Trabajo y
Seguridad Social. CEF de la que es director en el que se desgranan las
principales observaciones al respecto (el editorial se puede consultar aquí
Adios al despido por absentismo)
la más importante de las cuales, la
relativa a la
“incoherencia e ineficacia
finalista y valorativa” de la medida, en el sentido de que el despido por bajas
médicas se reconduce a la declaración de improcedencia, ha sido recogida como
un elemento crítico al máximo nivel por la UGT, en la valoración que su
Secretario general,
Pepe Álvarez, ha efectuado en su blog en la entrada
del 22 de febrero según la cual, “según la opinión de muchos juristas”, es
posible todavía el despido de un trabajador por enfermedad común o accidente no
laboral, aunque tras el RDL 4/2020, lo que sucede es que “ el despido será
calificado como improcedente, y el trabajador tendrá derecho a una
indemnización mayor”
No pararemos en la derogación del art, 52 d) ET).
Esta valoración suscita sin embargo algunas dudas, como se verá seguidamente a
lo largo del texto que reflexiona sobre este análisis.
A nadie se le oculta que la
derogación de la causa de despido del art. 52 d) ET es un acto legislativo
excepcional, en la medida en que ningún legislador desde 1980 ha eliminado
causas de despido, antes al contrario, las ha aumentado o facilitado como
sucedió últimamente con la propia reforma laboral del 2012. Y, más en concreto,
el artículo único del RD 4 /2020 supone una corrección y una refutación de la
doctrina que fijó el Tribunal Constitucional en su STC 118/2019, que por cierto
está en la base del rechazo social que generó la declaración de
constitucionalidad de esta figura, y que, con cuatro magistrados disidentes en
dos votos particulares muy interesantes, afirmaba la preponderancia de la
defensa de la productividad por parte de la empresa frente al respeto a la
salud del trabajador.
Justificación de la medida y
de su urgencia
Eso explica, a mi juicio, que la Exposición de
Motivos sea extraordinariamente completa y procure explicar el proceso que
lleva a la derogación de una causa de despido y a la vez a fundamentar la
urgencia dela disposición tanto en motivos objetivos como de oportunidad, de
manera que los objetivos de garantizar el cumplimiento de la normativa
comunitaria, evitar la inseguridad jurídica que provoca las interpretaciones
divergentes por parte de la jurisprudencia ordinaria española de las decisiones
del Tribunal de Justicia, y asegurar la protección especial de colectivos
vulnerables, como sujetos preferentes de la aplicación del precepto derogado,
sean elementos a los que necesariamente se les tiene que dar una gran relevancia
frente a la más que segura impugnación ante el propio Tribunal Constitucional
de esta norma a través del recurso directo de inconstitucionalidad por carecer
del requisito de urgente necesidad, como tendremos ocasión de comprobar una vez
el Decreto-Ley sea convalidado en el Parlamento tanto por obra de Vox como
posiblemente del Partido Popular, ya que ambos poseen la cifra de 50 diputados
o Senadores para acudir al TC para que anule la norma que contradice la
doctrina sentada en la STC 118/2019. En este sentido,
Eduardo Rojo ha
realizado en su blog, siempre atento a la actualidad laboral, una descripción
exhaustiva de la Exposición de Motivos bajo esta óptica, valorando muy
positivamente el esfuerzo realizado por el legislador de urgencia (
Derogación del art. 52 d) ET)
y
Molina Navarrete resalta que la “evanescencia” de los criterios de la
jurisprudencia del TC presente en su última jurisprudencia hace que se priorice
el juicio de oportunidad política sobre la justificación de la causa de
urgencia excepcional, lo que puede condicionar favorablemente la respuesta del
TC a un recurso directo de inconstitucionalidad.
Aplicación retroactiva
Se cuestiona asimismo si los
procesos de despido ya iniciados conforme al art. 52 d) ET deben resolverse
conforme a la legislación hoy derogada o si debe entenderse que la supresión de
la causa de despido se aplica retroactivamente a éstos. El RDL 4/2020 no
establece una prescripción expresa al respecto, pero la supresión de una causa
de despido no sólo supone la eliminación de una acción típica que ya no puede
amparar la facultad de rescisión unilateral del contrato por parte del
empresario, sino que además y por ello mismo implica un incremento de las
garantías individuales del trabajador, conectadas de forma indudable con el
derecho a la salud del mismo, de forma que a los procesos en marcha se debe
aplicar la nueva normativa, sin posibilidad de negar efectos retroactivos a la
norma prevista en el RDL 4/2020.
No improcedencia, sino nulidad
del despido por enfermedad.
El reproche más importante estriba
en que lo único que se ha efectuado es transformar un despido procedente, el previsto
en el art, 52 d) ET, en otro improcedente, de manera que siempre el empresario
podrá seguir despidiendo por acumulación de faltas justificadas de asistencia
por enfermedad con la única variación que en este caso deberá proceder a una
indemnización de 33 días por año de servicio con un tope máximo de 24
mensualidades. El problema se desplazaría por tanto al carácter disuasorio de
las indemnizaciones por despido improcedente y su incremento respecto de las
previstas para la extinción por causas objetivas, es decir, 13 días más por año
de servicio y un año más de tope máximo resarcitorio como sanción por la
conducta ilegítima del empleador al proceder a despedir al trabajador por
enfermedad.
Sin embargo, estas afirmaciones
tan taxativas plantean algunas dudas. En primer lugar, porque con la
desaparición de la causa de despido, el acto empresarial aparece despojado de
cualquier vestigio de licitud y por tanto se refuerzan ciertos elementos
concomitantes que insertan el despido entre los comportamientos
discriminatorios o vulneradores de derechos fundamentales, en especial la
discriminación indirecta por motivos de género y la conducta antisindical como
elementos típicos. De hecho lo que justamente se ha denunciado como “cosificación
del estado de salud” (Molina Navarrete, en el imprescindible libro Violencia y acoso de persecución sindical:
nuevas perspectivas de tutela a la luz del Convenio 190 OIT, Bomarzo, 2019)
a través de la figura de despido por absentismo justificado, hoy derogada, ha sido
utilizado como forma de acoso antisindical en múltiples ocasiones, algunas de
ellas documentadas judicialmente, y el propio supuesto de hecho de la STC 118/2019,
un despido de la presidenta del Comité de Empresa y sindicalista a raíz de sus
ausencias justificadas de 18 días en dos meses, sería hoy seguramente nulo por
parte de los tribunales de lo social ante la presencia de indicios suficientes
de discriminación antisindical y por motivos de género.
Es decir, que la supresión de una
causa de despido enerva la facultad del empresario de rescindir unilateralmente
el contrato de trabajo por ese motivo. La importancia constitutiva de este
efecto derogatorio es tal que tampoco se puede recuperar esa causa de despido semejante
por la vía de la negociación colectiva, como recientemente ha establecido el
Tribunal Supremo a propósito del Convenio colectivo de Contact Center, en su
STS 62/2020, de 24 de enero (comentada en el blog de
Eduardo Rojo Torrecilla
STS 62/2020 de 24 de enero).
Por lo tanto, se reabre el tema de la afectación concreta del derecho
fundamental de las y los trabajadores al cuidado y preservación de su salud
ante el poder disciplinario del empresario, puesto que ya no cabe hablar de una
causa objetiva que legitime su acto rescisorio. El despido por absentismo
justificado es, por tanto, a partir de la derogación de la causa de despido, un
despido disciplinario que castiga una conducta, la atención de los servicios de
salud derivada de la enfermedad del trabajador, y que consecuentemente debe ser
calificado como despido nulo al vulnerar el derecho a la vida y a la salud del
trabajador que ha requerido de cuidados médicos ante su enfermedad. Ya no
existe el título jurídico de lucha contra el absentismo que dio pie a la
intervención del Tribunal Constitucional, de forma que decae también la justificación
legal del “gravamen económico” que amparaba la causa de extinción objetiva
recogida en la ley.
Reivindicar la nulidad del
despido por acumulación de faltas de asistencia justificadas por baja médica
autorizada por los servicios de salud es una conclusión a mi juicio más
razonable que la de insistir en el mantenimiento de la improcedencia del
despido. Posiblemente en esa opinión ha influido la importante Sentencia del
TSJ de Catalunya 274/2020, de 17 de enero (de la que fue ponente el magistrado Carlos
H. Preciado) que ejercita un control de convencionalidad para eludir el
juicio positivo de constitucionalidad que había establecido la STC 118/2019, y
aplica el Convenio 158 OIT, además del convenio 155 OIT y el art. 24 de la
Carta Social Europea, sobre cuya base declara el despido efectuado con arreglo
al art. 52 d) ET improcedente. Una sentencia valiosa y también valiente, que
tendría posiblemente pocas probabilidades de subsistir ante la casación por
unificación de doctrina en el Tribunal Supremo, pero que estaba condicionada por
la existencia de una causa justa de despido objetivo regulada en el art 52 d)
ET. Al decaer este motivo, la decisión empresarial no se sostiene y supone un
acto de retorsión contra el ejercicio del derecho fundamental a la salud de las
personas que trabajan que garantiza nuestra Constitución.
Es evidente que la solución
habría sido más clara si el RDL 4/2020 hubiera incluido el despido por
enfermedad entre los despidos vedados o prohibidos, y por tanto la
reivindicación sindical al respecto habría permitido una plena seguridad al
respecto. Seguramente habría permitido completar la excepcional acción política
de eliminar una causa de despido que la opinión pública y el movimiento
sindical había considerado insostenible en democracia. Pero me parece que hay
los suficientes motivos para sostener la misma conclusión a partir del propio
hecho de la desaparición de la causa de despido por obra de la norma citada,
por las razones antes señaladas. Es más, señalar, sobre la base de la crítica a
la insuficiencia de ésta, una conclusión que posibilita el mantenimiento de las
conductas empresariales que utilizan las situaciones de baja por enfermedad
como amenaza para el mantenimiento del empleo, aunque sea a costa de
incrementar el coste del despido, es una operación de política del derecho
equivocada porque consolida indirectamente estas prácticas odiosas de retorsión
frente al derecho a la salud y la vida de los y las trabajadoras y no abre
espacio para la actuación de los juzgados y tribunales en consonancia con la
función constitutiva que pretende la derogación de la causa de despido tantas
veces citada.
Revisitar el marco regulador
del despido en nuestro sistema jurídico
Otra cuestión es el problema de fondo
que está presente en este debate con el que esta entrada del blog pretende intervenir,
que me parece que es el de la sanción que el ordenamiento debe dar al despido
ilegítimo, más allá del caso concreto que nos ocupa. Es obvio que la readmisión
del trabajador es el resultado más acorde y respetuoso con el derecho al
trabajo reconocido en la Constitución, y que no se debe limitar tan sólo a los
supuestos de despidos vedados o prohibidos por ser discriminatorios o vulnerar
derechos fundamentales. Una línea de debate volcada sobre todo en la
interpretación de los jueces y tribunales, reivindica la nulidad por fraude de
ley como una forma de incrementar el efecto de la restitución plena en el
puesto de trabajo del despedido ilegítimamente, al menos en supuestos muy
claros de despidos arbitrarios o despidos sin causa, at will, para evitar
la idea de un despido libre indemnizado, una regla de conducta inadmisible en
un sistema de derechos fundados en el respeto al derecho al trabajo.
Pero la segunda cuestión
planteada es la de sustituir la obligación de readmisión por una indemnización
que de un lado compense el daño o lesión infligido al derecho al trabajo,
contextualizado en función de las condiciones subjetivas del trabajador y las
objetivas de la situación concreta en la que se produce el despido y de otro
que sea lo suficientemente potente como para producir el efecto disuasorio que
requiere la sanción civil frente a un comportamiento ilegítimo. En este punto
se juega la consideración mercantilizada de la fuerza de trabajo, comprendida
por el sistema jurídico exclusivamente en cuanto coste económico de su valor.
Este segundo punto ha sido abierto por el Comité Europeo de Derechos Sociales
interpretando el art. 24 de la Carta social europea, y a su vez ha sido
recogido en otros ordenamientos, como el italiano, por su Corte Constitucional.
Es contrario a la exigencia de indemnización sustitutoria de la readmisión
frente al despido ilegítimo que éstas tengan un límite o tope máximo – no así
que tengan un suelo o tope mínimo – y que no reúnan las características de ser
suficientes, proporcionales y disuasorias, lo que lleva a reconsiderar el marco
institucional español que desde luego no cumple con estos parámetros. En el
mismo sentido, la eliminación de los salarios de tramitación en los supuestos
de no readmisión en el despido improcedente supone un agravamiento de esta
consideración garantista y disuasoria del resarcimiento económico ante el
despido ilegítimo o improcedente.
Ambas cuestiones parece que deben
esperar al debate que a partir del verano se deberá iniciar sobre el “nuevo
estatuto de los Trabajadores” del siglo XXI. Pero no está de más comenzar a
plantear estas cuestiones y adelantar los términos del debate en instituciones
esenciales como el despido. Como señala el profesor Rojo Torrecilla en
el debate que se ha iniciado a través delas páginas de las redes sociales, “apasionante
tarea la del mundo jurídico, que no quita un ápice de importancia a empezar a
introducir cambios en la normativa laboral que refuercen los mecanismos de
equilibrio en las relaciones de trabajo, actualmente, es bien sabido, muy
desequilibrados”. Seguiremos dialogando en ese mismo sentido.