Este escrito fue leido por Umberto Romagnoli en la inauguración del seminario Dimensione individuale e collettiva nel diritto del lavoro (trasformazioni di impresa e mercato del lavoro), que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Políticas de Bolonia, para celebrar los 20 años de existencia de la revista Lavoro e Diritto,el 24 de septiembre de 2007. La traducción es de Antonio Baylos
La ciencia del derecho – incluido el del trabajo – y la ciencia de la política viven como un luto familiar la muerte de un autorizado exponente de los mundos que ambas observan. En efecto, pese a las fuertes turbulencias, las relaciones entre politólogos y políticos activos se estructuran por virtud propia de modo que se incentive el máximo nivel de cooperación. A fin de cuentas es como si los políticos llevaran el pan y la bebida, pero les correspondiera a los científicos de la política organizar las cosas de forma que el resultado se parezca mas a un pic – nic que a una francachela. En cuanto a la relación entre el grupo de los juristas del trabajo y el de los operadores sindicales, son aun mas estrechas. Tanto que sin los materiales que solo el sindicalista puede suministrar, el oficio de jurista del trabajo sería – hay quien dice mas sencillo o quien dice menos interesante, pero todos están de acuerdo a fin de cuentas – profundamente diferente. Por eso es absolutamente normal que nuestro seminario se abra con un recuerdo, aunque sobrio, de Bruno Trentin. No sólo su desaparición es demasiado reciente para no seguir suscitando emoción y congoja. El hecho es que, respecto de esta figura eminente del movimiento sindical de posguerra, los juristas del trabajo tienen una deuda de gratitud que solo se siente respecto de quien ha contribuido a formar tu propia identidad.
Desde este punto de vista hay que decir que Trentin pertenecía a la minoría de la clase política que en el jurista del trabajo prefiere encontrar no tanto al portador de competencia profesional – aunque sin subestimar el rol del experto – cuanto más bien a un interlocutor que, partiendo de la especificidad de un saber sectorial, es capaz de ofrecer una visión general de los problemas del trabajo. Suyo propio, inconfundiblemente suyo y de su generación, Trentin añadía además un matiz diferencial cuya intransigencia hacía aun mas selectiva la atención que nos dedicaba. A su parecer, en efecto, no había talento que pudiera suplantar a la motivación ética. También por ello consideraba a los juristas del trabajo no ya como productores de una versión instrumental y por lo tanto débil del conocimiento, sino como portadores de una opción cultural cuyo valor político se conjuga con la percepción que la historicidad de la protección del trabajo no excluye su universalidad. Por otra parte, en el proyecto de Trentin – como ha escrito Pierre Carniti – no hay espacio para “el realismo miope de quien entiende el sindicato como un simple instrumento técnico”.
Al atractivo del intelectual por vocación Bruno Trentin unía el carisma del hombre de acción.
Desde nuestro primer encuentro, tuve la sensación que la síntesis que lograba hacer no era algo extemporáneo o accidental, natural o espontáneo. Me parecía demasiado perfecta para avalar semejante conclusión. He pensado siempre, por el contrario, que comportaba sacrificios y que por consiguiente era el resultado de una incesante y trabajada búsqueda de compatibilidad y, en último término, de un sólido equilibrio entre elementos no homogéneos de una personalidad compleja. He pensado siempre que en él, l’homme qui va coexistía con l’homme qui cherche y que esa inseparabilidad tenía un coste. Un coste que, de temperamento esquivo, seco y reservado, Trentin no habría consentido a ninguno – ni siquiera a él mismo – poner de relieve. Eso no quita que el Trentin afirmativo y combativo, decidor y constructor no podía impedir que se apreciara su perfil secreto, escondido solo por la religiosidad laica con la que protegía la soledad del meditar y del interrogarse, del dudar que también la razón podía equivocarse y del formular propuestas sostenidas por un pragmatismo que no es nunca compromiso banal porque es la modulación de un pensamiento que re renueva. Para el, ciertamente, la experiencia era la verificación del pensamiento elaborado y, a la vez, estímulo para profundizaciones posteriores y reelaboraciones de un proceso continuo y complicado de intentos de nuevas respuestas y de autocríticas, de continuidades y de rupturas – incluso de retiradas, si eran necesarias para mejorar las prestaciones en sucesivos pasos adelante.
Es este ininterrumpido trabajo de redefinición del horizonte de sentido en el que se movía como hombre de pensamiento y de acción el que ha determinado el estilo de toda la obra de Bruno Trentin.
Ha querido el azar que los organizadores de este seminario hayan tenido una razón de mas para recordarlo aquí y ahora.
Quizá no todos saben que en 1997 Trentin publica en la editorial Feltrinelli un ensayo con referencias autobiográficas importantes, La cittá del lavoro. Con este título intencionalmente demodé, que reenvía a las utopías de los profetas pre-marxistas, el autor redacta en realidad un impecable inventario de los errores (hechos también de silencios, culpables como los retrasos ) imputables a una izquierda que, víctima casi de una “antigua maldición” ha constantemente pospuesto y en definitiva abolido la pregunta sobre cómo explotados y oprimidos pueden llegar a apropiarse de la conciencia de productores. Esa izquierda estaba convencida que la pregunta no había ni siquiera que abordarla antes de la conquista del poder. Así, se ha volcado todo el peso sobre la liberación del trabajo de las cadenas del capital, sin sospechar que esta ideología de la transición servía mas que nada para prolongarla, ocultando a la vez que el taylorismo erigido como sistema era la expresión mas acabada del carácter autoritario del socialismo real.
Pues bien, se da el caso que el tema central de nuestro seminario versa sobre el rol que el derecho ha desempeñado, y que se espera que desempeñe, para permitir al trabajo – del que un día cobró razón y nombre – convertirse y seguir siendo un factor decisivo de creación de la identidad de todo individuo. “Sujeto de derecho sin derechos” era la indignada denuncia lanzada por Trentin para sacudir a los “huérfanos del fordismo” insensibles a la contradicción no resuelta según la cual el trabajador subordinado no ve reconocido el derecho de determinar en concreto el propio objeto de su actividad, ni siquiera después de haber conquistado eld erecho de elegir el gobierno de la polis.
Por eso estoy convencido que muchos de nosotros nos sentiremos de alguna manera frustrados. Concluido el seminario, no tendremos la certeza de haber proseguido el itinerario trazado por Bruno Trentin.
Eso es exactamente lo que sucede cuando se pierde un maestro.
Bolonia, 24 de septiembre de 2007.
Desde este punto de vista hay que decir que Trentin pertenecía a la minoría de la clase política que en el jurista del trabajo prefiere encontrar no tanto al portador de competencia profesional – aunque sin subestimar el rol del experto – cuanto más bien a un interlocutor que, partiendo de la especificidad de un saber sectorial, es capaz de ofrecer una visión general de los problemas del trabajo. Suyo propio, inconfundiblemente suyo y de su generación, Trentin añadía además un matiz diferencial cuya intransigencia hacía aun mas selectiva la atención que nos dedicaba. A su parecer, en efecto, no había talento que pudiera suplantar a la motivación ética. También por ello consideraba a los juristas del trabajo no ya como productores de una versión instrumental y por lo tanto débil del conocimiento, sino como portadores de una opción cultural cuyo valor político se conjuga con la percepción que la historicidad de la protección del trabajo no excluye su universalidad. Por otra parte, en el proyecto de Trentin – como ha escrito Pierre Carniti – no hay espacio para “el realismo miope de quien entiende el sindicato como un simple instrumento técnico”.
Al atractivo del intelectual por vocación Bruno Trentin unía el carisma del hombre de acción.
Desde nuestro primer encuentro, tuve la sensación que la síntesis que lograba hacer no era algo extemporáneo o accidental, natural o espontáneo. Me parecía demasiado perfecta para avalar semejante conclusión. He pensado siempre, por el contrario, que comportaba sacrificios y que por consiguiente era el resultado de una incesante y trabajada búsqueda de compatibilidad y, en último término, de un sólido equilibrio entre elementos no homogéneos de una personalidad compleja. He pensado siempre que en él, l’homme qui va coexistía con l’homme qui cherche y que esa inseparabilidad tenía un coste. Un coste que, de temperamento esquivo, seco y reservado, Trentin no habría consentido a ninguno – ni siquiera a él mismo – poner de relieve. Eso no quita que el Trentin afirmativo y combativo, decidor y constructor no podía impedir que se apreciara su perfil secreto, escondido solo por la religiosidad laica con la que protegía la soledad del meditar y del interrogarse, del dudar que también la razón podía equivocarse y del formular propuestas sostenidas por un pragmatismo que no es nunca compromiso banal porque es la modulación de un pensamiento que re renueva. Para el, ciertamente, la experiencia era la verificación del pensamiento elaborado y, a la vez, estímulo para profundizaciones posteriores y reelaboraciones de un proceso continuo y complicado de intentos de nuevas respuestas y de autocríticas, de continuidades y de rupturas – incluso de retiradas, si eran necesarias para mejorar las prestaciones en sucesivos pasos adelante.
Es este ininterrumpido trabajo de redefinición del horizonte de sentido en el que se movía como hombre de pensamiento y de acción el que ha determinado el estilo de toda la obra de Bruno Trentin.
Ha querido el azar que los organizadores de este seminario hayan tenido una razón de mas para recordarlo aquí y ahora.
Quizá no todos saben que en 1997 Trentin publica en la editorial Feltrinelli un ensayo con referencias autobiográficas importantes, La cittá del lavoro. Con este título intencionalmente demodé, que reenvía a las utopías de los profetas pre-marxistas, el autor redacta en realidad un impecable inventario de los errores (hechos también de silencios, culpables como los retrasos ) imputables a una izquierda que, víctima casi de una “antigua maldición” ha constantemente pospuesto y en definitiva abolido la pregunta sobre cómo explotados y oprimidos pueden llegar a apropiarse de la conciencia de productores. Esa izquierda estaba convencida que la pregunta no había ni siquiera que abordarla antes de la conquista del poder. Así, se ha volcado todo el peso sobre la liberación del trabajo de las cadenas del capital, sin sospechar que esta ideología de la transición servía mas que nada para prolongarla, ocultando a la vez que el taylorismo erigido como sistema era la expresión mas acabada del carácter autoritario del socialismo real.
Pues bien, se da el caso que el tema central de nuestro seminario versa sobre el rol que el derecho ha desempeñado, y que se espera que desempeñe, para permitir al trabajo – del que un día cobró razón y nombre – convertirse y seguir siendo un factor decisivo de creación de la identidad de todo individuo. “Sujeto de derecho sin derechos” era la indignada denuncia lanzada por Trentin para sacudir a los “huérfanos del fordismo” insensibles a la contradicción no resuelta según la cual el trabajador subordinado no ve reconocido el derecho de determinar en concreto el propio objeto de su actividad, ni siquiera después de haber conquistado eld erecho de elegir el gobierno de la polis.
Por eso estoy convencido que muchos de nosotros nos sentiremos de alguna manera frustrados. Concluido el seminario, no tendremos la certeza de haber proseguido el itinerario trazado por Bruno Trentin.
Eso es exactamente lo que sucede cuando se pierde un maestro.
Bolonia, 24 de septiembre de 2007.