Antonio Lettieri ha realizado un análisis general sobre las elecciones europeas del 25 de mayo que se publica en este blog en dos partes.En él cobran mayor relieve los resultados italianos, británicos y franceses por razones evidentes. La traducción la ha llevado a cabo el Colectivo de Traductores Anónimos de Parapanda, pero podemos afirmar que quien ha dado forma a las palabras ha sido el Dómine Zépol, bien conocido de todos ustedes bajo su otra identidad, que no vamos a revelar ahora.
1. Hace quince años el euro
nació bajo los mejores auspicios. La Unión
Europea estaba atravesando la fase de más alto desarrollo de
las últimas décadas. El ritmo de crecimiento del empleo había superado incluso
al de los Estados Unidos de la New economy.
Tras la conferencia
extraordinaria de los jefes de Estado y de gobierno de la Unión
Europea (Lisboa 2000) dedicada al desarrollo del empleo, la Comisión Europea
calculó que que, a finales de la década, los países de la Unión alcanzarían el pleno
empleo. Bajo estos favorables auspicios se inició el nuevo siglo del euro.
Sabemos que los años que
siguieron no estuvieron a la altura de las promesas. En todo caso, la fase
crítica de la economía europea empezó con la crisis de 2008, simbolizada en
América por el colapso de la Lehman
Brothers. La Unión
Europea y, en particular, la eurozona reaccionaron a la
crisis con la política de austeridad. Un contrasentido, cuyos resultados están
a la vista.
La comparación con los EE.UU.,
donde surgió la crisis, es instructiva y despiadada. Tras la Gran recesión, a partir de
2010, los Estados Unidos continuaron su camino de crecimiento, aunque lento y
discontinuo: la renta nacional ha vuelto a niveles anteriores a la crisis; el
desempleo, que había alcanzado el 10 por ciento, ha bajado al 6,4 por
ciento. Por el contrario, en la eurozona
bajo la cura de caballo de la austeridad ha permanecido atrapada entre la
recesión y el estancamiento, mientras el desempleo ha continuado aumentando
hasta apuntar al 12 por ciento (el 13,6 en Italia) con cotas catastróficas
superiores al 25 por ciento en Grecia y España.
La política malsana de la eurozona, obsesivamente inspirada en la austeridad,
no podía ser peor.
2. En este cuadro hay que
interpretar los resultados de las elecciones al Parlamento europeo. En los
últimos treinta y cinco años estas elecciones han tenido un carácter más ritual
que substancial. Esta vez no ha sido así. El Parlamento europeo se ha
caracterizado, hasta la presente con excepciones marginales, por una especie de partido único, formado por
populares y socialistas, teológicamente filoeuropeo. Ahora, cerca del 30 por
ciento de los nuevos electos pertenece a las filas de los “euroescépticos”
cuando no abiertamente a favor de la salida de la Unión Europea.
Si se hubiese votado en 27 países de los 28 que componen la Unión , los dos partidos que
forman la mayoría histórica del Parlamento europeo estarían por primera vez en
minoría. Solo con el añadido de los representantes de los partidos alemanes, la
base de la Gran
coalición (CDE –CSU y los socialdemócratas), los dos partidos históricos del
Parlamento europeo –populares y socialistas— recuperan una exigua mayoría. Pero, más allá de la nueva composición del
Parlamento, la novedad está en la fuerte derrota que han sufrido los gobiernos
que están en la base de la construcción europea y de la eurozona. Los
resultados electorales en Gran Bretaña y Francia cambian la geografía política
de la Unión Europea.
Por primera vez en la historia
secular de la democracia británica, los dos partidos de gobierno (conservadores
y laboristas) salen derrotados por un tercer partido, el UKIP, partidario de la
salida de la Unión ,
dejando atrás a los laboristas y relegando al tercer puesto a los conservadores
que dirigen el gobierno con David Cameron. Según los sondeos, UKIP puede ser el
primer partido en las elecciones generales de 2015, poniendo sobre el tapete la
salida de la Unión
europea. Pero, incluso si esta circunstancia
no se verificase, Cameron –intentando remontar la corriente— oreintará su esfuerzo a un referéndum sobre “o dentro o
fuera” de la Unión Europa.
Todo ello en un cuadro que, más allá de la posición radicalmente “separatista”
de UKIP, una mayoría de los conservadores tiene una orientación euroescéptica,
si no abiertamente hostil a la
Unión , y el Partido laborista de Ed Miliban está dividido en
su interior. La Unión sin la Gran Bretaña significaría una
mutación histórica del horizonte europeo. Pero el debate post electoral está
púdicamente lejos de una reflexión histórica de fondo sobre el futuro de la Unión y de sus errores que le han llevado a este estado de cosas.
Las elecciones en Francia,
desde el punto de vista de la eurozona, han sido más explosivas. El Front National de Marine Le Pen ha
sobrepasado tanto al partido socialista del presidente Hollande que dirige el
país como a la oposición del UMP. La patria de los padres
fundadores de la Unión
y, posteriormente, del euro –desde Monnet a Schuman hasta Miterrand y Délors-- ve ahora a sus históricos partidos que,
conjuntamente, han quedado reducidos a un tercio de los partlamentarios
europeos. Y el partido socialista de
Hollande, dos años después de la conquista de la mayoría y de la presidencia,
reducido a un mísero 14 por ciento del voto europeo. Y, según los sondeos, Marine
Le Pen –tras haber dominado las elecciones locales y las europeas-- puede apuntar realmente al Elíseo con su
plantaforma anti Unión. En todo caso, prescindiendo de los pronósticos, la partnership franco-alemana que ha sido
durante más de medio siglo el eje de la construcción europea pierde sentido
tras el colapso de los dos partidos principales que han sido históricamente los
protagonistas de la Unión.
3. Los resultados de las elecciones de mayo han aparecido como sorprendentes en muchos aspectos. En realidad confirman clamorosamente el efecto mortal de la política del eje Berlín – Bruselas en los gobiernos de un gran número de países miembros.
3. Los resultados de las elecciones de mayo han aparecido como sorprendentes en muchos aspectos. En realidad confirman clamorosamente el efecto mortal de la política del eje Berlín – Bruselas en los gobiernos de un gran número de países miembros.
Es España, el Partido Popular
de Mariano Rajoy, que había ganado las elecciones a finales del 2011 con una
amplia mayoría del 45 por ciento, ha visto que estallaba su apoyo electoral
bajando casi veinte puntos. En Grecia,
Nueva Democracia, el partido de Antonis Samaras, a la cabeza del gobierno, ha
sido superado por Syriza, dirigido por Alexis Tsipras, que exige la liquidación
de las catastróficas políticas de la troika. Mientras, el Pasok, Movimiento
socialista panhelénico, que triunfó con George Papandreu en las elecciones del
2009 con el 44 por ciento de los votos ha desaparecido prácticamente de la
escena, quedando reducido dentro de una
coalición de iquierda moderada Elia
(Olivo) a un humillante 8 por ciento de los votos.
Los casos en los que nos hemos
centrado no son aislados. Otros muchos gobiernos han pagado el precio de la
complicidad de las élites nacionales con la política de austeridad y de reformas
antisociales de las autoridades europeas. En efecto,
los únicos partidos históricos que salen vencedores de las elecciones europeos son los dos que formanla Gran
coalición en Alemania que conquistan entre ambos los dos tercios de los escaños
en juego del Parlamento europeo. Una clara e inequívoca señal de la hegemonía
que ha ejercido Alemania sobre la
Unión y, en particular, sobre la eurozona.
los únicos partidos históricos que salen vencedores de las elecciones europeos son los dos que forman
En su conjunto, las elecciones
europeas reflejan con sus resultados no sólo el fracaso de las políticas
económicas y sociales que la
Unión y, particularmente, la eurozona ha llevado a cabo para
salir de la crisis. No menos grave se revela la crisis política de los
regímenos democráticos que incluso la constitución de la Unión europea tendría que
haber reforzado indicando un modelo de democracia. Una crisis que el actual
debate se empeña en oscurecer atribuyéndole la responsabilidad de la aparición
de los “populismos” de derecha e izquierda y a las degeneraciones extremistas
que se entrelazan, rechazando rechazando buscar las causas profundas de la
insurgencia de todo ello.
4. Diferente, y por muchos
motivos opuesto a lo que generalmente se ha registrado en las elecciones de
mayo, ha sido el resultado electoral en Italia. Los estragos de los gobiernos –de
unos gobiernos que deberían ser la base democrática de las políticas europeas—
no se han dado inesperadamente en Roma con el nuevo gobierno de Matteo
Renzi. La excepcionalidad italiana ha
sido sorprendente. El gobierno de Renzi, nuevo líder del Partido Democrático y
a la cabeza de un gobierno de menos de tres meses, ha superado la prueba de las
elecciones europeas con un éxito total, alcanzando y superando el umbral mágico
del 40 por ciento del voto. Un éxito inesperado e intrigante han dibujado los
resultados electorales, aunque no inexplicable respecto al escenario del
desastre de un gran número de gobiernos en funciones. En menos de tres años,
desde el otoño de 2011, tres gobiernos italianos han sido barridos por el
viento de la crisis. El primero en caer, con inestimable beneficio para la
higiene política del país, fue el de Berlusconi. Pero la sensación de alivio
que acompañó su caída tuvo una breve duración. El gobierno tecnocrático de
Mario Monti significó un implícito y duro comisionado por cuenta de la Comisión Europea.
Las elecciones de 2012 decretaron su fracaso, no de manera difererente a cuanto
sucedió en otros gobiernos de la eurozona. El gobierno de Enrico Letta tuvo una
vida más breve, esta vez derrocado por Renzi tras haber conquistado la
secretaría del Pd y decidido a asumir directamente la dirección del gobierno.
La prueba de las elecciones
europeas ha tenido, así, como objeto un gobierno sin pasado, nacido tres meses
antes, cuyos electores podían juzgar sólo las promesas y, sobre todo, la nueva
cara de un joven líder que desprejuiciadamente renegaba de las políticas de los
pasados gobiernos y de su mismo partido una vez conquistados sus
objetivos. En otros términos,
comportándose como un lider de una neonata oposición. Moviéndose hábilmente
sobre los escombros de los pasados gobiernos, y con una deshinibida campaña
electoral diririgida a abatir el tradicional lindar entre derecha e izquierda
–recuérdese el ataque al sindicato y, en particular, a la CGIL-- , ha disuelto
substancialmente el efímero partido que inventó Mario Monti, que había
absorvido una parte de los votos del centro-derecha; ha llevado al PD una parte
de los votos de “Cinque stelle”, que Grillo había obtusamente
dispilfarrado al rechazar su apoyo
condicionado al intento de gobierno de Bersani; y ha recogido votos de la
derecha berlusconiana en fase de disgregación. De ese modo se ha manifestado la
excepción italiana que ha visto el único gobierno del mapa europeo premiado
triunfalmente por el voto de mayo.
La pregunta que se pone encima
del tapete es: ¿cómo quiere utilizar Renzi este éxito? La respuesta dependerá,
más allá de todas las promesas de reforma, o de los «deberes» de montiana
memoria, del cambio que sea capaz de promover en la relación con las
devastadoras políticas europeas. Todo un esfuerzo árduo y fuera de discusión. Hasta ahora ningún gobierno ha conseguido variar el eje político de la austeridad del
binomio Berlín—Bruselas. Pero el resultado electoral ha abierto o, si se
prefiere, hace que sea obligatoria una alternativa. ¿En primer lugar, este
cambio es parte del proyecto que se orienta al «cambio» de Renzi? Lo cierto es
que difícilmente se puede imprimir un giro significativo, un cambio de signo en
la política de la eurozona en condiciones de aislamiento o, por el contrario,
del cortejo de Angela Merkel, hábil timonel del acorazado alemán. Es lo que han
hecho ya otros gobiernos de diversos colores sin ningún resultado apreciable.
(Continua mañana la segunda parte)
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