Acabo de enterarme de la muerte, tras una rápida enfermedad, de Jesús Leguina,
catedrático de Derecho administrativo, magistrado emérito del Tribunal Constitucional, ex Consejero de
Estado y del Banco de España. Ante todo,
para el titular de este blog, un maestro y un amigo. Es una noticia terrible,
que me ha conmovido por inesperada. Y que provoca un aluvión de recuerdos.
Jesús Leguina fue mi profesor de Derecho Administrativo en la carrera, un
magnifico profesor, serio y honesto, comprometido en la lucha antifranquista. Había
estudiado en el Colegio de España de Bolonia, y era un brillante docente
universitario. Creaba en sus alumnos – tantos – un impulso para aprender y
profundizar en el conocimiento del derecho público, desde una visión del Estado
en el que éste desempeñaba un rol activo en la defensa del interés general y
del progreso de los derechos de los ciudadanos. Forma parte de una generación –
la de Rodrigo Bercovitz y Alvaro Rodriguez Bereijo, entre otros – que construyó
el objeto del derecho en relación con un impulso democrático, dotándole de una
tecnicidad muy elevada y de un intenso criticismo.
En aquella época, y supongo que no es un dato muy conocido, Jesús Leguina
impulsó junto con otros compañeros, una revista, El Cárabo, que dirigía como periodista Joaquín Estefanía y que se
componía en casa de Leonardo García de la Mora, y que pretendía ser un espacio
cultural de encuentro y de debate entre
las izquierdas del PCE, principalmente las de origen maoísta y trostkista,
aunque esta última componente se desenganchó del proyecto a partir del número 4.
En el despertar cultural y político de la transición, esta revista – a la que
Jesús Leguina me invitó a participar en
1976 con un texto crítico de la militarización de los servicios públicos-
supuso un sitio de debate y de discusión teórica y política muy significativa.
Como profesor, fomentaba nuestros trabajos, y nos dirigía también en
seminarios paralelos en los que discutíamos sobre la enseñanza en el derecho,
la lucha por la democracia, la crítica al fascismo cotidiano. Dos de mis
compañeros y amigos de la época, Luis Ortega y Miguel Sánchez Morón, fueron sus
discípulos y realizaron su carrera académica bajo su dirección. Jesús intervino
en el acto a la memoria de Luis Ortega que se desarrolló en la UCLM, cuando
éste falleció hace justo un año y un mes, y recordó esa época universitaria en
la que tanto empeño puso y tantas cosas impulsó. De la época de la que data mi
admiración y mi cariño por su persona.
Jesús se casó con María Emilia Casas, que luego sería mi colega de
Departamento y una gran amiga, y esa unión me permitiría mantener un contacto
continuado con él a lo largo de todos estos años. De origen bilbaíno, en los comienzos de la
democracia mudó su residencia hacia el País Vasco, a la Facultad de Derecho de
San Sebastian, en donde pasó años muy felices, manteniendo un anclaje
sentimental y personal que nunca se ha desvanecido. No fueron sin embargo días de
vino y rosas. Era una época muy dura y la pareja Leguina / Casas fue amenazada por el llamado Batallón Vasco Español, aunque
felizmente no llevó a cabo su intimidación. Su posición en la “cuestión vasca”
estuvo siempre próxima a un federalismo que creía posible activar a partir del
esquema del Título VIII de la Constitución.
En 1986 fue nombrado magistrado del Tribunal Constitucional, y su presencia
en Madrid me permitió hacer muchas visitas a su casa – siempre un espléndido
anfitrión, con Maria Emilia – o compartir paseos y tertulias por las calles de
Madrid, cenas con amigos, donde siempre se discutía de todo y a todas horas,
liberado en ese tiempo de los rigores del protocolo y la inclemencia de un
trabajo absorbente y complicado. Como magistrado estuvo siempre atento ante el
goce de los derechos ciudadanos y especialmente sensible ante el desarrollo de
un espacio de decisión política suficientemente amplio en las Comunidades
Autónomas. Como laboralista, la sentencia que escribió sobre el derecho de
huelga en servicios esenciales, supone un cambio de punto de vista sobre el
tema que pone fin a una visión relativamente complaciente con la intervención
gubernativa en la imposición de servicios mínimos. Escribía las decisiones de
manera condensada, en un castellano acabado y austero, con una profunda
densidad teórica que las hacía muy valiosas.
Seis años después pasó a ser Consejero de Estado, y en el 2004 fue
designado Consejero del Banco de España. Pero pese a todo ese trajín
institucional, su acogida en su casa seguía siendo espléndida, frecuentábamos amigos comunes y nuevos, aprovechando las visitas académicas de otros colegas europeos, principalmente italianos, y seguía haciendo pequeñas escapadas con Enrique Lillo y conmigo a algunas tabernas típicas de
Madrid. De esa época recuerdo especialmente una estancia en La Laguna en donde
conocí a su hermano, en una serie de veladas gratísimas, y una boda en Monforte
de Lemos, de la que conservo fotos muy hermosas. Pasó como lo que hoy se llama “off
shore” por algún estudio jurídico, participó en una Fundación pródiga en la
publicación de libros y en una larga serie de actividades públicas, mientras
continuaba su trabajo académico con nuevos discípulos de los que estaba muy
orgulloso, como de Eva Desdentado.
Pero tampoco en ese tiempo la derecha cavernícola y postfranquista le dejó
en paz, en esta ocasión porque atacándole a él se conseguía acometer a Maria
Emilia Casas, magistrada primero y luego presidenta del Tribunal
Constitucional. Seguramente las hemerotecas tendrán más ejemplos, pero yo
recuerdo dos. En el año 2006, 101 diputados y senadores del Partido Popular,
encabezados por Federico Trillo, alegaron que Leguina había sido "autor" de un dictamen para el
proyecto estatutario por encargo de la Generalidad, lo que descalificaba a la
magistrada Casas para juzgar el recurso del Estatuto Catalán de Autonomía,
argumento que no fue tenido en consideración, ente otras cosas porque los
estudios fueron encargados por el anterior Gobierno catalán antes de que se
iniciasen los trabajos de la ponencia parlamentaria sobre la reforma del
Estatuto y se publicaron en noviembre de 2004. La segunda anécdota la llevó
peor, porque se trataba de algo que se relacionaba con los afectos de su
infancia, puesto que su ama de cría, a la que quería tanto, era la madre de
Karmelo Landa, ex miembro de la dirección de HB, europarlamentario y profesor
de la UPV, de donde se deducía que Maria Emilia Casas debería abstenerse de
tomar cualquier decisión relativa a la organización terrorista y por tanto, su
voto en contra de la encarcelación de la Mesa Nacional del partido abertzale,
emitido allá por 1999, estaba por tanto 'viciado'. Se hablaba de «una estrecha
amistad con el etarra», en la línea ya conocida de la derecha ( y no solo, ay!)
post-franquista que lanzaba la acusación de cómplice o encubridor del
terrorismo etarra a cualquiera con tal de obtener una ventaja política.
Pero la vida siguió su curso, y él se jubiló de catedrático en Alcalá de Henares,
lo que acrecentó su pulsión melómana para la que tenía más tiempo, las buenas
lecturas, los hijos y los nietos que comenzaban a venir. La enfermedad le
sorprendió de repente, y la última vez que estuve con él, en su casa, hablamos
largamente como de costumbre de la situación política y del futuro y nada me
hacía pensar que su vida pudiera terminar pronto. Seguía siendo un buen conversador, profundamente demócrata, que no llegaba a comprender la espiral de corrupción y de sufrimiento que estábamos atravesando en estos cuatro últimos años.
Por eso hoy me ha acometido la noticia de su muerte. Una gran tristeza y un
desasosiego que se proyecta hacia atrás, una inmensa pena pensando en lo que
ahora sienten su mujer, Maria Emilia, y sus hijos. Un amigo querido. Un compañero.
Un maestro para tantos. Y una sensación amarga de una pérdida irreparable.
Los que pudimos disfrutar de sus clases en la Facultad de San Sebastián lo recordamos como el mejor profesor que tuvimos en aquellas aulas. Y, por cierto, su justificado temor, tanto o mucho mayor que el provocado por el Batallón Vasco Español, era el del opresivo entorno etarra y del nacionalismo, que tanta muerte y tristeza dejó en aquellos tristes tiempos en los que Jesús era, además, nuestro decano de facultad en una ciudad asediada por la muerte y la ignominia continuas. Una época en la que Jesús tuvo que encontrarse con el asesinato de compañeros, como Juan Antonio Doval y la conciencia de que algunos compañeros (y bien lo saben los laboralistas) o estudiantes podían ser los que estuvieran actuando de chivatos.
ResponderEliminarUn obituario muy bello es el que le ha dedicado su amigo Joaquín Estefanía en El País :http://economia.elpais.com/economia/2016/05/14/actualidad/1463254099_624043.html, con el título Jesús Leguina y el cambio en España.
ResponderEliminarAB
Eduardo Rojo Torrecilla dijo:
ResponderEliminarUna muy triste noticia. Un jurista comprometido en la defensa de los derechos constitucionales, en especial los sociales y autonómicos. Mi más sentido pésame a su familia.
Eva Desdentado twitteó:
ResponderEliminarCon Jesús, con su ejemplo, con su amistad, muy dentro, para siempre.
No es fácil superar el abatimiento que te invade cuando una persona como Jesús se va...amigo los que tuvimos como yo la fortuna de compartir contigo tantos años en la Universidad de Alcalá echaremos de menos tu sapiencia jurídica y tu fina ironía y sentido del humor
ResponderEliminarMuchas gracias querido Antonio por acercarnos a Jesús un poco más. Un maestro muy querido al que siempre echaré de menos.
ResponderEliminarHe remontado la tristeza con el golpe de indignación provocado por las dos anécdotas criminales sufridas por Jesus y Maria Emilia, en especial la insidia con la madre "de cría" de Jesus. No es bien conocido el inmenso daño que ha hecho Trillo a la democracia en España. Pero bueno, me quedo con la mirada inteligente y poderosa de Jesús, bien resaltada en la foto, en su emoción al pronunciar sus palabras en la sesión necrológica de Luis Ortega en el Palacio de Lorenzana....
ResponderEliminarSiento profundamente la muerte de un amigo y maestro. Como dijó un día un sobrino mio: "Es el jesús del cielo".
ResponderEliminarTuve la inmensa suerte de conocer a Jesús y poder compartir su Sapienza y sobre todo entereza comí persona, la defensa de sus principios, su gran sentido del humor y su calidez como persona. Un abrazo muy fuerte para María Emilia y sus hijos. María Gabriela Giordano Echegoyen
ResponderEliminarMi pesar por la muerte y mi pésame para ti con un fortísimo abrazo.
ResponderEliminarPepe Garrido.