Todos los demócratas estamos hondamente preocupados por los acontecimientos que se están viviendo en Chile, el incremento de la represión, el aislamiento y apagón informativo sobre los efectos de ésta, la inacción imperdonable de la OEA, al parecer solo activada cuando se trata de Venezuela, y del gobierno español que no está presionando sobre Piñera para que cese la represión e inicie un diálogo político y social imprescindible.
Para intentar romper el bloqueo informativo, le hemos solicitado a nuestra amiga y compañera Daniela Marzi que nos pusiera por escrito una reflexión sobre la situación actual en Chile y su perspectiva de futuro que encara la ciudadanía de aquel país. Daniela Marzi es titular de la cátedra de Derecho del Trabajo en la Universidad de Valparaiso en Chile con la que nos unen muchos años de trabajo en común y de proyectos compartidos. Este blog se honra acogiendo su intervenci´n y le agradece especialmente su disponibilidad en colaborar con esta bitácora en dar a conocer la lucha que está llevando a cabo el pueblo chileno.
“Chile:
el fin de la democracia que conocíamos”
Por
Daniela Marzi Profesora de Derecho del Trabajo Universidad de Valparaíso
La
crisis chilena puede tener una explicación que todavía no sabemos, mientras no
se sepa qué se impuso luego de este caos.
Existen
muchas demandas sociales como la de salud, educación, ambiental, la feminista
que las cruza a todas. Cada una requeriría una explicación pero la base es la
privatización de los bienes de interés público. Sin embargo, pienso que el tema
de las pensiones pagadas por las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones) es
un elemento central de este estallido social. La capitalización individual
pagaba pensiones ridículamente miserables a una sociedad envejecida. La
economista Claudia Sanhueza lo ha explicado: esta crisis sí estaba prevista y
fue retardada con retoques al modelo en 2008, pagándose pensiones solidarias a
la gente más pobre, aunque esta vez con dinero estatal[1]. La
coordinadora “No + AFP” desde 2016 (aunque su trabajo viene de mucho antes)
había logrado posicionar el problema en la agenda política. Sin embargo, no
importaba qué tan numerosas y transversales políticamente hubiesen sido sus
manifestaciones, en Palacio se hacía oídos sordos porque el negocio de las AFP es
quizá la gran causa de la riqueza desmesurada de la elite chilena, que de lo
contrario no tendría cómo existir en un país que tiene la misma matriz
productiva desde hace 40 años.
Poco
tiempo antes a los hechos del día viernes 18 de octubre se estaba discutiendo el
tema de pensiones debido a acciones de protección (amparos) que se presentaron
en las Cortes de Apelaciones solicitando la devolución de los dineros. Se
trataba de un litigio que buscaba no la devolución de los aportes individuales
a quienes han cotizado durante su vida laboral sino plantear que si las
personas eran propietarias de esos dineros como siempre se les dijo, se les
permitiera retirarlos como a un verdadero dueño. La idea era obligar al poder
judicial a reconocer que el sistema de capitalización individual es un mercado
financiero garantizado por el Estado que no sirve para pagar pensiones, y,
sobre todo, que quienes aportan esos dineros ─trabajadores─ no son propietarios
ni nada parecido, por lo que, aclarado el punto, pasáramos a hablar de
seguridad social[2].
Este tema tuvo una gran exposición mediática gracias a la declaración del
presidente de la sociedad de AFP que dijo que lo que el movimiento “No + AFP” hacía
era “meterles el dedo en la boca” pero que con los de los recursos judiciales ya
querían “jugar con la amígdala”[3].
El
día viernes 18 de octubre el movimiento estudiantil, sobre todo secundario,
llama a evadir el pago del billete de metro, como respuesta a un alza de $30
(0.04 euros). No es necesario explicar que el problema no está en esa cifra. Es
un alza en el principal medio de transporte de trabajadores que pasan gran
parte de su día trasladándose para llegar a su lugar de trabajo, apretados unos
con otros, empujándose para poder entrar y en que el hastío es tan grande que,
cuando ocurre un evento que hoy ya es rutinario como que se suicide alguien
lanzándose a la línea de tren, solo provoque más ira por las molestias. Todo
esto se paga a un euro el viaje. El Ministro de Economía le había dicho a esa
misma gente que su solución era “levantarse más temprano”[4].
Algunos
explican que el ataque al metro es la rebelión contra el estado, a la que
siguió la revuelta contra el mercado representado en supermercados y farmacias[5].
Es una lectura posible, pero más allá de eso lo que sin duda se produjo fue la
exaltación propia de cuando se recupera el poder para sí, aunque sea por un
momento, y esa energía se va a dirigir hacia lo que encuentre a su paso. El
Gobierno apostó a agudizar la sensación de descontrol, sosteniendo el hasta
entonces incombustible discurso de la seguridad ciudadana: esto no era más que vandalismo,
y en el acto de mayor irresponsabilidad política del que se tenga memoria
decide decretar el 19 de octubre un “estado de emergencia”, que significa toque
de queda y militares a la calle. Esta estrategia, incluso respaldada por la
televisión abierta[6],
todavía no ha logrado llamar al orden a ese chileno que casi se había
transformado en la caricatura de la pasividad.
Y
allí empieza la total fragmentación de una revuelta que se compone de
realidades distintas. Existe una gran sociedad civil que está pidiendo justicia
social en forma pacífica y que es la que más entiende lo que significa haberle
entregado el control a los militares. Las marchas en todo el país son
estremecedoras y como una luz que llega de alguna parte del universo y la
memoria se escucha cada día “El derecho de vivir en paz” de Víctor Jara en
cuanto empieza el toque de queda, junto con cacerolazos desde cada rincón de
las ciudades. Esa es una inmensa y mejor parte de la realidad que vivimos hoy y
probablemente es contra esa gente a la que más se dirige la represión.
Pero
tenemos grupos que están saqueando y destruyendo y que probablemente no tendrían
la misma adrenalina sin tanques militares y armas que enfrentar, como si el
futuro con forma de videojuego hubiera llegado.
Hay
algo en los jóvenes, sin importar su clase social o la motivación que los haya
llevado a la calle, que en algún sentido es notable y trágico porque se
enfrentan a las fuerzas de orden sin miedo, sin medir el peligro.
Tenemos
también fuerzas de seguridad que se infiltran, saquean y queman para aumentar
la sensación de desorden. Tenemos la paradoja que con militares en la calle
nunca hubo más caos que el que hay hoy, y mientras haya caos, hay estado de
excepción constitucional.
No
hubo un liderazgo político que desde el inicio haya dicho radicalmente y solo
por los principios, que volvieran los militares a los cuarteles antes de hablar
de una salida política a la crisis. Y poco importa porque no hay ningún sector
político que tenga manejo sobre este movimiento esencialmente inorgánico.
Mientras tanto, el presidente no parece comprender que tiene en el abismo al
país: como buen inversionista de capital está apostando al máximo riesgo. Su
primera expresión tras la declaración del estado de emergencia fue “estamos en
guerra” y esa guerra solo puede ser la de él contra el pueblo. Poco después, su
primo, el Ministro del Interior Andrés Chadwick, nos comunica que “no considera
tener responsabilidad política” antes todos estos hechos.
El
General a cargo del país sorprendentemente dijo tras las declaraciones del presidente
que “él es un hombre feliz y no está en guerra con nadie”[7]. Pero
militares son militares ─y en Valparaíso “marinos son marinos”─ y ya tenemos
noticias no solo de muertos sino que de gente detenida sometida a tortura,
donde las mujeres son las primeras abusadas sexualmente, allanamientos en casas
de dirigentes sociales. Las víctimas sobrevivientes de la dictadura han sido
devueltas al terror. A los abogados y abogadas defensores no se les está
permitiendo comunicarse con los detenidos. En este momento se presentan todo
tipo de amparos y todavía aludimos al Estado de Derecho, en emergencia pero con
reglas, aunque sabemos que mientras más tiempo pase eso irá perdiendo sentido.
Como explicara el profesor Bassa jurídicamente esto está fuera del sistema
previsto por la Constitución así que ya es mero ejercicio de la fuerza[8].
Qué
haya más allá, como la escena oculta que, como dice Brecht, es la que más
importa, es imposible saberlo. Cómo repercutirá en el cono sur y el mundo que
el país más ordenado, el “oasis” dentro de una “América Latina convulsionada”
en las palabras con que hace una semana nos describía por televisión el
presidente Piñera, esté entre la revolución y la represión, ya llegarán quienes
puedan analizarlo.
Por
ahora los militares, con no demasiada convicción respaldan una orden de un
gobierno que no es querido por nadie: es evidente que a los empresarios les fue
mejor con la centro izquierda que con la derecha en el poder. En cualquier
caso, este país deberá ser reconstruido por alguien, ya veremos quién. Lo que
es claro es que una especie de ludópata se cargó la democracia chilena tal como
la conocimos y que hoy la realidad en la calle y en las comisarías es peligrosa.
[4] Por lo que hace unos instantes acaba de señalar: “humildemente,
pido perdón”.
[5] Ver Garcés, Mario “Octubre de 2019: Estallido social en el Chile
neoliberal”
[6] En esto la Televisión acaba de tomar un giro siniestro: de replicar
saqueos e incendios casi todo el día, hoy cubren noticias de militares jugando
futbol o bailando con manifestantes.
[8] Ver la explicación jurídico constitucional en https://www.facebook.com/SenadorLatorre/videos/804544329962603/
Chile es un poais muy prospero en sudamerica florecera, estabamos teniedno muy buenas medidas industriales para apoyar el emprendimiento como bono para mujeres+
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