La toma
de posición de diferentes y convergentes fuerzas políticas a la prórroga del
estado de alarma ha generado un amplio debate mediático y la estupefacción de
una buena parte de ciudadanos que relacionaba, razonablemente, la situación de
excepcionalidad, el confinamiento y los límites a la actividad económica, con
la permanencia de la pandemia y la situación crítica de la asistencia sanitaria
a los afectados por el virus, que cada día sigue cobrándose vidas. Los que en particular
formamos parte de alguno de los grupos de riesgo en caso de contagio nos
sentimos especialmente concernidos por esas declaraciones en las que coinciden tanto
la ultraderecha y el Partido Popular como Junts x Cat, la CUP e incluso ERC,
que había formado parte del grupo de partidos que sostuvo, con su abstención, la
investidura del gobierno.
Parece que el voto negativo de
ERC implica plegarse a la exigencia perentoria de JxCat de que el gobierno devuelva
“las competencias” de Catalunya durante esta fase de “desescalada”, al entender
que la “centralización” de las decisiones “ha sido un error”. El Partido
Popular, por su parte, también mantiene, junto con Vox, una posición contraria
a la prórroga sobre la base de que el Estado de alarma no es necesario porque
impone restricciones a los derechos fundamentales inadmisibles y porque hay
suficientes mecanismos en la Ley de Sanidad, la Ley de Salud Pública y en la
Ley de Seguridad Nacional para controlar la situación sanitaria. Es decir, que para
ellos es preferible que el Estado recurra a los instrumentos de excepción que
le garantiza la normalidad que a que éste reconozca que estamos formalmente en
una situación excepcional que requiere poderes extraordinarios. La CEOE, a través
de su vicepresidente, ha hecho pública su opinión favorable a que sean las CCAA
y los Ayuntamientos quienes gestionen la “desescalada”, no considerando
imprescindible la prórroga del estado de alarma, para así acelerar la reanudación
de la actividad productiva.
Si para el PP y Vox nada
cambiaría con la negativa a la prórroga del Estado de alarma puesto que el
Estado podría reclamar la competencia de vigilancia de la salud pública en la gestión de alertas de carácter supraautonómico
o que puedan trascender del territorio de una comunidad autónoma, o incluso de
las “que procedan de la Unión Europea, la Organización Mundial de la Salud y
demás organismos internacionales”, como señala la Ley General de Salud Pública
del 2011, y las distintas facciones del independentismo catalán interpretan
esta vigilancia sin merma de la competencia de las “autoridades sanitarias”
autonómicas que fija ante riesgo grave o inminente el art. 28 de la Ley General
de Sanidad, la crisis sanitaria estaría de esta manera suficientemente atendida.
Y si la finalización de la situación excepcional de alarma se debe transmutar en
la situación de crisis en el sistema de Seguridad Nacional, como propone el PP,
refiriéndose a la Ley de Seguridad Nacional del 2015, de manera que el gobierno
coordine las “actuaciones dirigidas a detectar y valorar los riesgos y amenazas
concretos para la Seguridad Nacional, facilitar el proceso de toma de
decisiones y asegurar una respuesta óptima y coordinada de los recursos del
Estado que sean necesarios”, es evidente que eso supone acabar con las
restricciones a la libertad de movimiento de los ciudadanos dentro y fuera de las
respectivas Comunidades Autónomas y con las restricciones a la actividad
económica. Es decir, que el final abrupto del Estado de alarma impide cumplir
eficazmente los requerimientos de salud pública, siendo insuficientes los
poderes extraordinarios del gobierno previstos en la legislación ordinaria.
¿Cuál es entonces el objetivo consciente
o inconscientemente perseguido de esta posición del no a la prórroga del estado
de alarma? Pues los efectos más devastadores se volcarán sobre las materias
laborales y sociales, cuya vigencia se encuentra directamente ligada a la duración
del estado de alarma. Sucede así con los mecanismos de amortiguación social
previstos en el RDL 8/2020, los ERTEs por fuerza mayor y por causas objetivas,
junto con la exención de cuotas sociales para las empresas. La Disposición Adicional
Primera del RDL 9/2020 lo dice taxativamente: “La duración de los expedientes
de regulación de empleo autorizados al amparo de las causas previstas en el
artículo 22 del Real Decreto-ley 8/2020, de 17 de marzo, no podrá extenderse
más allá del periodo en que se mantenga la situación extraordinaria derivada
del COVID-19 de acuerdo con lo previsto en el artículo 28 de la misma norma,
entendiéndose, por tanto, que su duración máxima será la del estado de alarma
decretado por el Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara
el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria
ocasionada por el COVID-19 y sus posibles prórrogas.”. Es decir, que a partir
de este momento, sin transición alguna, los trabajadores dejarán de cobrar el
paro y las empresas las exenciones a la seguridad social. Una relación directa
entre la vigencia de estas medidas y la duración del estado de alarma que está
prevista asimismo para la prestación de cese de actividad de los trabajadores
autónomos. Sucede también lo mismo con el compromiso de mantenimiento de empleo
del RDL 9/2020. Y la prórroga de las disposiciones sobre trabajo a distancia y
sobre los programas de conciliación que efectúa por dos meses el RDL 15/2020 necesitaría
ser convalidado – lo que todavía no se ha producido – también caducaría con la
finalización del estado de alarma.
La consecuencia por tanto es
desastrosa para este tipo de medidas laborales, que terminarían abruptamente
sin poder dar lugar a una transición ordenada como se pretende, acompasando el
progresivo retorno a la actividad económica normal. El estado de alarma reacciona
frente a la crisis sanitaria y frente a la crisis económica que la pandemia
provoca, y por tanto es un instrumento para prevenir no sólo la morbilidad de
la población, con especial incidencia en los sectores más vulnerables, sino para
intentar que los efectos terribles de esta sobre las condiciones de existencia
de los ciudadanos se aminoren con medidas de protección social. Dentro de
ellas, cobran especial importancia las que priorizan el mantenimiento del
empleo y los mecanismos de amortiguación social que se dirigen a la contención
de los efectos de la crisis económica y que naturalmente tienen que prolongarse
más allá de la vigencia del estado de alarma. Ya conocemos por sus protagonistas
que está avanzado el diálogo social respecto de la prolongación de los ERTEs y
su tránsito de la fuerza mayor a las causas objetivas después de terminada la
situación de excepción, y es evidente que nos encontraremos con un derecho del
trabajo de la crisis derivado de la situación de “emergencia extraordinaria”
que ha provocado la pandemia en el que sobrevivirán y se adaptarán a la nueva
situación de recuperación de la actividad económica instituciones e
instrumentos de amortiguación social nacidos durante el estado de alarma.
Lo que pretenden el PP y Vox
es sabotear la pauta temporal y el proceso de transición que el gobierno ha ido
diseñando para logar una cierta recuperación de la actividad de producción de
bienes y servicios. Aun a costa de que este sabotaje se lleve por delante
la protección de los trabajadores autónomos, ese colectivo que tanto Vox como
el PP destacan como objeto preferente de atención en sus plataformas electorales,
y pese a que una larga serie de pequeñas y medias empresas no puedan reanudar
su actividad y se queden sin cobertura protectora. Es obvio que para las
grandes empresas los ERTEs no son muy relevantes, pero si para la gran masa de
empresarios que conforman el tejido industrial medio de este país. La
destrucción de empleo consiguiente pareciera que es algo deseable para estos
grupos, como también el riesgo del incremento de contagiados y de hospitalizados,
con el lógico aumento de fallecimientos. Al contrario, ese parece ser un buen
objetivo político de las agrupaciones de derecha extrema, que sin rubor endosan
a la responsabilidad, cuando no a la autoría directa, del gobierno central.
Sucedería lo mismo, reduplicado, con la destrucción de empleo.
Que JxCat y la CUP converjan en
esos objetivos, solo es comprensible desde un estrategia insolidaria y a la
postre suicida de un proyecto que debería reconducir a un acuerdo sobre la nueva
estructura del Estado con respecto a Catalunya, que llega al extremo para estos
grupos de preferir un gobierno de derecha extrema a uno de progreso con el que
se puedan entablar relaciones en términos de normalidad democrática. Más
difícil de asumir es que esta posición la comparta ERC, que ha sostenido el
proyecto de gobierno de progreso a nivel estatal. Y más aun que decida unir sus
votos al no al estado de alarma, derrotando políticamente en unión de la
ultraderecha la propuesta de ese gobierno progresista, cuando recientemente ha
visto los presupuestos de la Generalitat aprobados gracias a la abstención de
En Comú Podem, garantizando asi un espacio de autogobierno que de lo contrario
habría sido imposible. ERC sabe que si vota no, sabotea el escudo social del
gobierno y destruye las expectativas de empleo en todo el Estado español,
también en Catalunya. No sólo por tanto se pone en entredicho su confiabilidad
como fuerza política de apoyo de una acción política de progreso, sino que
destruye su proclamado objetivo de solidaridad con la ciudadanía social en todo
el Estado español, impidiendo que actúen los mecanismos de protección previstos.
Hay que confiar en una
negociación de última hora, ciertamente. Pero también ser conscientes de lo que
está en juego, la desestabilización de un programa de gobierno de apoyo a las
clases populares en estas circunstancias excepcionales y la posibilidad de
recuperar una política de privilegios que creciente la desigualdad y el
sufrimiento en la mayoría de la población. Quien coopere a ese objetivo no
saldrá indemne del juicio popular y ciudadano. Y la respuesta social y política
no se demoraría. Que nadie piense que quien vote contra el “escudo social” no
va a sufrir un coste importante en términos de legitimidad social y de desgaste
político.
Gracias por la entrada del blog. Tan necesaria por desgracia… La alternativa a este gobierno resultaría extremadamente dañina para lo que se ha convenido en llamar las mayorías sociales de este país. Sin embargo, muchos de sus representantes políticos no manejan esta variable en una decisión como la que se deberá adoptar mañana en el Congreso. Sé que puede sonar bruto, pero pareciera que el voto de una persona vale, para algunos, más que su vida y bienestar.
ResponderEliminardespués de la intervención De Simón Montaner podrá decir su posición
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ResponderEliminarFernando Hernandez Rodriguez El problema es que el coronavirus no ha infectado diferentes ideas de esos partidos. Ya venía de "fabrica". Sino que ocho semanas de confinamiento ha desatado un tsunami informativo de los medios más reaccionarios y de las redes afines que han envenenado aún más la psique colectiva. Como me decían un amigo, esta derecha cobarde no se atreve a dar un golpe de estado, alguno ya lo ha pedido. Si algo más tenemos que agradecer a Europa occidental es que esto está mal visto. ¡Si estuviéramos en el Cono Sur!. La desgracia que la izquierda esté condicionada por esa parte de "izquierda identitaria" que no pone el foco en el principal problema de los ciudadanos que no es ni más ni menos que la participación en la riqueza que crea y la justicia social.
Razonable explicación, pero también lo sería que se modificaran los Real Decreto Leyes que vinculan la duración de determinadas ayudas o prestaciones a la del estado de alarma y que se cambiara por otra referencia, la que más convenga. No será porque este Gobierno no tenga gatillo fácil para cambiar hasta cinco vences en un mes el texto de un Real Decreto Ley.
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